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La culpa del desamor
La culpa del desamor
Por: Debbie Folk
I. Una herida más profunda.

La llevé al límite. La subestimé, a pesar de todas sus advertencias. Creí que la había roto lo suficiente como para tenerla nuevamente a mi merced, pero solo estaba jugando, y al parecer, iba a ganar la partida. Después de todos estos años, había logrado lo que ninguna otra pudo: hacer que me sintiera tan seguro a su lado que bajé completamente la guardia. Siempre supe que era diferente; por eso la elegí como mi esposa, como la mujer con quien quería pasar el resto de mis días. Y así hubiera sido, si su inteligencia no la hubiera llevado a descubrir todos mis secretos, a indagar en mis errores y a ver que no soy la imagen que construí para ella.

No pueden culparme por no amar como el resto. No es mi culpa que no pueda sentir como mi padre amaba a mi madre, o como mi hermano ama a su esposa. Pero sé que soy capaz de amar, porque amo a mis hijos, al menos a los que tuve con ella. Ahora siento una angustia que nunca antes había experimentado. ¿Qué va a pasar con ellos después de todo esto?

Mis pensamientos son un caos. Hace unos minutos la vi fuera de control, desordenando la casa con rabia, subiendo y bajando las escaleras en un frenesí desesperado. Luego, desde el segundo piso, oí que hablaba por teléfono. Minutos después bajó mucho más calmada, respiró profundamente y comenzó a contar.

Un sonido de sirenas empieza a hacerse más fuerte. Ella presiona la herida en mi abdomen para detener la hemorragia, y eso me desconcierta. ¿Cuál es su plan? Hace solo un momento habíamos tenido una de nuestras sesiones de sexo más intensas. La hice gemir sin descanso, su cuerpo explotaba sobre el mío una y otra vez. Sus orgasmos eran reales; no había forma de fingir esa palpitación, el rubor en sus mejillas, la humedad en todos sus rincones. Lo estábamos disfrutando, hasta que, inesperadamente, rompió la botella de whisky y me clavó el vidrio en el estómago justo cuando la embestía con todas mis fuerzas.

Sus ojos, aún nublados por el placer, se transformaron en un abismo frío y calculador, y entonces comprendí que ese instante de éxtasis había sido mi sentencia. Me sentía extraño, no solo por el ataque; mis extremidades pesaban como plomo, y la habitación giraba. Reconocí esa neblina en mi mente: había estado allí antes, pero esta vez... esta vez era diferente. ¿Cómo llegamos a esto?

No vi las señales, pero sé que me lo merezco. La traté mal durante los últimos meses de nuestro matrimonio. Le di su libertad para que dejara de joderme la vida, la culpé de cosas que sabía perfectamente que no eran su culpa. Pensé que al sacarla de mi vida la estaba castigando, pero ella se recuperó con una rapidez sorprendente. Pude haberla dejado ser feliz con ese hombre. Pude haber aprovechado esa situación para pasar más tiempo con mis hijos, pero mi ego no soportaba la idea de que alguien más le diera la felicidad que yo no fui capaz de ofrecerle. Tuve que intervenir y recuperarla.

El alboroto de personas acercándose al edificio me saca de mis pensamientos. Firenze llora mientras presiona mi herida con más fuerza. Estoy confundido. ¿No quería matarme? ¿Por qué ahora intenta salvarme? ¿Será que pensó en nuestros hijos, en lo que les ocurrirá si su padre muere y su madre termina en la cárcel?

De pronto, irrumpen en el departamento. Ella grita desesperada:

—¡Solo me estaba defendiendo! Él estaba abusando de mí, y yo solo quería detenerlo.

—Está bien, señora, nos haremos cargo. ¿Puede identificarse? ¿Puede identificar a su agresor?

—Soy Firenze Brooks, y él es mi exesposo, Anthony Walker. Vine porque me citó para hablar de nuestros hijos, pero estaba ebrio y parecía drogado...

—Tranquila, la llevaremos al hospital. Allí tomaremos su declaración.

Agresor. No puedo creer lo que acabo de escuchar. Todo esto tenía que ser parte de un plan. Esta traición me duele como si descubriera que mi héroe de la infancia es un personaje ficticio. Sé que no la amé como ella esperaba, o quizá como la mayoría de las personas describen el amor. Pero esto… esto es algo que nunca imaginé.

De pronto sentí como si un puño cerrado hubiera impactado mi corazón con una fuerza inexplicable, provocando una corriente helada por todo mi cuerpo hasta convertirse en lágrimas resbalando por mi rostro. Me pregunto si al ver mis lágrimas, Firenze sintió algún atisbo de satisfacción. Si todo esto fue parte de un plan para vengarse de mí, lejos de molestarme me hace sentir la persona más importante en su vida.

Haber premeditado todo este incidente significa que realmente la rompí. Que fuera capaz de montar todo esto por lastimarme, que haya alterado sus principios y su esencia significa que esta vez la herida fue más profunda. Tal vez el otro tipo era realmente el amor de su vida, el nuevo dueño de su corazón, pero yo, sin duda, soy el dueño de sus pensamientos.

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