En una noche oscura, una bruja llamada Esmeralda corría por el bosque con lágrimas corriendo por su rostro. Su esposo planeaba matarla, y ella huía desesperadamente con su hija recién nacida en brazos. Querían darle muerte porque ella, esposa de un brujo, había dado a luz a una híbrida, mitad bruja y mitad loba. Meses atrás, Esmeralda había sido atacada por un lobo y quedó embarazada, pero mantuvo el secreto. Cuando su esposo regresó de una misión, se sorprendió al encontrarla encinta. Aunque dudó, permitió que el embarazo siguiera su curso. Al nacer la niña, su esposo decidió matarlas a ambas. Esmeralda, con su hija en brazos, llegó a un claro en el bosque y, entre sollozos, clamó a la diosa Luna por la vida de su hija. En ese momento, su esposo la alcanzó y la mató con un hechizo. Sin embargo, cuando intentó atacar a la bebé, esta desapareció misteriosamente.
Leer másEl primer rayo de sol apenas se colaba entre las cortinas cuando abrí los ojos. Emily dormía a mi lado, con el rostro relajado y su cabello desparramado sobre la almohada. Me permití contemplarla por unos segundos. Su respiración pausada contrastaba con el peso que oprimía mi pecho. No podía seguir callando. Era momento de decirle la verdad. Leónidas y yo habíamos tomado una decisión… y ella debía saberlo.Me incorporé con cuidado, intentando no perturbar su sueño. Sin embargo, Emily se removió levemente, sus pestañas temblaron antes de abrir los ojos.—Arthur… —murmuró con voz somnolienta.—Buenos días, mi reina —susurré, deslizando mis dedos por su mejilla.Su sonrisa fue breve, en un destello fugaz que se desvaneció casi de inmediato. Me conocía demasiado bien. Sabía que algo no estaba bien.—¿Qué ocurre? —preguntó, su tono ya estaba cargado de alerta.Me aparté lentamente, sentándome al borde de la cama. No podía mirarla directamente.—Tenemos que hablar.Emily se irguió de golpe,
La celebración estalló a nuestro alrededor con una energía vibrante. Luces danzaban en el aire, mezclándose con el fuego de las antorchas y los destellos de magia que los brujos liberaban en forma de destellos dorados. Los lobos aullaban al cielo, celebrando con fuerza, mientras la música retumbaba en el suelo bajo mis pies.Arthur nunca soltó mi mano.Sentía el calor de su piel contra la mía, firme y cálido, mientras nos movíamos entre los invitados que reían, bailaban y alzaban copas en honor a nuestra unión. Todo era perfecto, pero incluso entre la algarabía, podía sentir la intensidad de su mirada sobre mí.Era como si cada fibra de su ser me reclamara. Y yo sentía lo mismo.Arthur se inclinó hacia mí, su aliento rozó mi oído.—Vámonos de aquí.Su voz fue baja, pero llena de deseo. No era una petición, era una necesidad.Asentí sin pensarlo.Antes de que pudiera decir algo más, sus dedos se entrelazaron con los míos y, con un leve susurro de magia, el mundo a nuestro alrededor se
El silencio lo envolvía todo, pero no era un silencio incómodo. Era solemne, lleno de significado. El aire estaba cargado de energía, con una mezcla de magia y tradición que parecía envolverme. Sentía cada respiración, cada latido de los que estaban presentes.Arthur estaba frente a mí, tan sereno como siempre, pero sus ojos reflejaban algo más. Una mezcla de amor y respeto que me desarmaba. Yo, que había enfrentado batallas, que había cargado con dudas y heridas, ahora estaba aquí, temblando por lo que venía. No por miedo, sino por la magnitud de lo que significaba.Respiré hondo.Mi vestido, blanco y fluido, parecía danzar con el viento. Su textura era suave, pero sentía el peso del anillo que papá me había entregado antes. Era un recordatorio de la historia que traía conmigo, de los lazos que me unían a la manada y, ahora, a algo más profundo. A Arthur.La luna brillaba con fuerza sobre nosotros. No era casualidad. Su hermana, la diosa luna, nos observaba desde un lado, tan etérea
★ EmilyLa brisa fría de la noche mecía suavemente las cortinas de mi habitación. Me apoyé en el balcón, observando cómo las sombras se deslizaban entre los árboles. El cielo estaba despejado, y la luna iluminaba todo con un resplandor plateado. Sin embargo, no era el paisaje lo que mantenía mi atención fija. Era la silueta que emergía desde el bosque, moviéndose con paso decidido hacia la casona.Era mi madre.La reconocí de inmediato. Su presencia era inconfundible, fuerte y serena, pero había algo diferente en ella. Algo más tranquilo, menos tenso. Me incliné un poco más, con el corazón latiendo rápido.De repente, desapareció.—¿Mamá? —susurré, antes de sentir un suave golpe de aire a mi lado.Giré bruscamente, y ahí estaba. Su cabello caía sobre sus hombros y sus ojos me observaban con calma.—¿Todo está bien con papá? —pregunté de inmediato. La pregunta se deslizó antes de que pudiera detenerla.Su expresión se suavizó. Sus labios se curvaron apenas en una sonrisa cansada.—Sí,
★ Leónidas—¿Ya tienen rastros de dónde podría estar Alaric? —pregunté con tono firme, mientras uno de mis lobos se acercaba arrastrando a un hombre desaliñado, uno de los secuaces de Alaric.—Hemos torturado e interrogado a todos, Alfa, pero...Se quedó en silencio, su mirada se desvió hacia algo detrás de mí. Un olor inconfundible llegó a mis sentidos. Lo reconocería en cualquier lugar.Sin pensar, esquivé una ráfaga de viento que destrozó un árbol cercano. La intensidad de la energía era devastadora.—Esmeralda... —murmuré con voz ronca.Ella no respondió, solo lanzó otra ráfaga con más fuerza. Algunos de mis lobos sacaron sus garras, listos para atacar, pero cuando uno intentó abalanzarse sobre ella, levanté la mano y bloqueé su paso. Bajó la cabeza en señal de sumisión y se retiró junto con los demás.—Puedes… —intenté decir algo, pero Esmeralda no me dejó terminar. Su ataque continuó sin tregua, cada ráfaga más precisa que la anterior.Las esquivé con esfuerzo, pero al final ter
★ EmilyCorría sin detenerme, a toda velocidad, con cada zancada deseando transformar mi forma, deseando detenerme, pero cada vez sentía los pasos pesados sobre la ojarasca siguiéndome sin piedad.—¿Crees que escaparás de mí? —mencionó aquella voz, esa maldita voz que resonaba en mi mente como un eco sombrío, era la voz de Alaric, el infeliz sin alma.Me detuve de golpe al verlo frente a mí.—¿Crees que podrás enfrentarte a alguien como yo? —preguntó con tono despectivo, una sonrisa torcida dibujando su rostro.—Sí —respondí, firme.Él sonrió, y entonces apareció detrás de él una enorme loba de pelaje rojizo, como fuego oscuro en la noche, lista para atacarlo. La bestia se lanzó contra él con un aullido que perforó el aire.Alaric se desvaneció en un humo denso y opaco.—¿Quién eres? —pregunté, respirando con dificultad.—¿No me reconoces? Soy tú, la loba que vive dentro de ti, soy Kiara. —Su voz sonaba más tranquila, pero cada palabra resonaba con una fuerza intensa.Nunca antes habí
Emily volvió a abrir los ojos. Apenas unos momentos antes de que su respiración se estabilizara nuevamente. Estaba dormida, tranquila, y eso fue lo único que realmente importaba en ese instante. No obstante, una sensación de inquietud persistía en el aire, una que no podía ignorar.Fue entonces cuando el pequeño Leo se acercó sigilosamente. Su figura era diminuta, pero su presencia era tan sólida como cualquier adulto. Se mantuvo en silencio por unos segundos antes de hablar, y sus palabras congelaron el momento en el que fueron dichas.—El hechizo que Alaric usó es un tipo de sumokantacion —comenzó, su voz suave pero firme—. Es un hechizo de implantación. Al colocar una parte de su alma en Emily, su cuerpo sigue vivo, mientras que su esencia sigue aquí, de alguna manera, manteniéndose... casi inmortal.Mis ojos se dirigieron hacia él, incrédulo.—¿Qué dices? —pregunté, tratando de procesar sus palabras, porque no podía ser verdad.Leo bajó la voz, como si estuviera compartiendo algo
El bosque había caído en un silencio opresivo, mientras nos dirigíamos al Aquelarre. Leónidas caminaba al frente, sosteniendo a Esmeralda. No habló mucho, pero su presencia era imponente, casi como si estuviera en su propio campo de batalla.Yo, en cambio, no soltaba a Emily. Mi cuerpo seguía tenso, mi mente en un estado constante de alerta, mientras la cargaba entre mis brazos. La piel pálida, las pequeñas gotas de sudor en su frente y la respiración débil eran un recordatorio constante de la batalla que habíamos perdido, aunque no por completo.Al llegar al centro del Aquelarre, un grupo de curanderos se acercó a nosotros. Reconocí en sus miradas la preocupación y el respeto que tenían para nosotros. Leónidas entregó a Esmeralda a una de las sanadoras, quien la examinó con movimientos suaves, casi rituales.—Leónidas —dije, llamándolo, mientras no apartaba la vista de Emily.—Sí —respondió, sin mirar atrás.—No te alejes de Esmeralda hasta que esté bien. —Era una orden simple, impla
El peso de Emily en mis brazos era ligero, pero el peso en mi pecho era sofocante. Cada gota de sangre que se filtraba de sus heridas me encendía la furia. La había visto luchar con todo lo que tenía y desafiar a Alaric con un coraje que pocos poseían, pero ahora estaba aquí, débil y vulnerable, mientras esa bestia huía como un cobarde.—Leonidas, no tenemos tiempo —gruñí mientras ajustaba mi agarre sobre Emily.Leonidas ya tenía a Esmeralda en brazos. Su rostro estaba marcado por una mezcla de rabia y desprecio. Sabía que no era el momento de palabras innecesarias. Ambos éramos conscientes de lo que nos rodeaba. Los secuaces de Alaric se movían en las sombras como buitres, esperando el momento perfecto para atacar.El aire se llenó de gruñidos y pasos, como un tambor de guerra que anunciaba el enfrentamiento inevitable. Sabía lo que tenía que hacer. Protegerla a ella a toda costa.Extendí mi mano libre y conjuré un escudo alrededor de nosotros. Una barrera invisible, pero letal. Mis