En una sola noche, Elena Montalvo pasó de ser la querida princesita de la casa a una simple sirvienta. Tres meses después de la muerte de su madre, su padre se volvió a casar, trayendo consigo una nueva esposa y hermana, apenas un mes mayor que ella. Lo que antes era una vida de comodidad y amor, rápidamente se convirtió en una pesadilla. Su madrastra, con una fachada de dulzura, aisló a Elena de la sociedad, permitiendo que otros la despreciaran. Peor aún, su hermanastra, envidiosa del talento musical de Elena, intentó destruir lo que más amaba: sus manos. Aunque Elena entregó su corazón con la esperanza de ser recompensada, solo encontró decepción y traición. Sin embargo, esta vez, ha decidido resistir. Está decidida a encontrar una salida, sin importar lo que cueste. Cuando la empresa familiar enfrenta la quiebra, su padre recibe una oferta aterradora: el poderoso italiano despiadado Giovanni Romagnoli quiere una nueva esposa. Con rumores que dicen que él fue responsable de la muerte de sus tres anteriores esposas, Verónica se niega a sacrificar a su única hija. —¿Qué debemos hacer? —La empresa está al borde de la quiebra, Verónica, y el Sr. Romagnoli quiere una nueva esposa... —No, no dejaré que mi hija se case con ese hombre. —La voz de Verónica se alzó, llena de rabia—. Ese diablo ya mató a tres esposas. ¡No sacrificaré a nuestra hija! Elena deberá enfrentarse a las sombras de su hogar y al hombre que podría ser su salvación... o su destrucción.
Leer másEl nacimiento de Ginna fue el punto culminante de una etapa de renovación para la familia Romagnoli. Elena, con una fuerza interior que parecía haberse forjado en el fuego de sus dificultades, estaba dando a luz a una niña, a quien decidieron llamar Ginna.Giovanni estaba a su lado, dándole esa fuerza que ella necesitaba en ese momento. Le apretaba la mano mientras le hablaba en voz baja, asegurándose de que ella supiera que todo iría bien. A pesar de la tensión en el ambiente, todo se reducía a esa niña que estaban esperando con ansias. Cada vez que Elena gemía por el dolor, él se inclinaba para darle palabras de aliento y sin soltar su mano.—Lo estás haciendo bien, amor. Aguanta un poco más —decía Giovanni, mirando a su esposa con una mezcla de orgullo y preocupación.Elena respondía con un simple asentimiento, sin apartar la mirada de su esposo, que se esforzaba por mostrarse calmado, aunque cada contracción parecía recordarle a ambos lo real de la situación. La sala de partos e
Elena y Giovanni habían logrado reconstruir la empresa que había heredado de su madre. Su casa se había convertido en un hogar muy acogedor, el lugar favorito para ambos.Una tarde, mientras el sol comenzaba a descender y bañaba la sala de estar con luces doradas, el bullicio de la familia se hizo notar. Los gemelos, llamados Giulio y Giosuè, corrían por los pasillos con risas contagiosas, llenando la casa de alegría. Giovanni, aunque estaba inmerso en asuntos de la empresa, dejaba a un lado su trabajo para dedicarle un momento a los pequeños. Cuidaba de ellos con la misma intensidad y atención que le daba a Elena. Se había convertido en un buen padre.—¡Giulio, Giosuè, deténganse! —gritó Giovanni en tono de broma mientras los perseguía por el corredor, sabiendo que el desorden infantil ahora era parte del encanto de su hogar. Le encantaba oír sus risas, jugar con ellos y verlos correr por toda la mansión. Los niños no dejaban de reír mientras se escondían en los rincones. Elena los
La mansión Romagnoli había cambiado tanto en un lapso corto. Lo que alguna vez fue un lugar marcado por sombras y secretos ahora brillaba con vida. El aroma de pasto fresco llenaba el aire, y los gemelos correteaban por el lugar, sus risas resonando como una melodía constante que mantenía todo en movimiento.Elena observaba a sus hijos jugar desde el balcón de su habitación. Sus pequeños pies descalzos tocaban el césped del jardín. El sol iluminaba sus cabellos oscuros, y sus risas despreocupadas le daban una sensación de paz que nunca pensó que podría experimentar.Giovanni entró a la habitación en silencio, acercándose detrás de ella. La rodeó con sus brazos, apoyando su barbilla en el hombro de Elena mientras contemplaba la misma escena.—Ellos son nuestra obra maestra —dijo en voz baja, dejando un beso suave en su cuello.Elena sonrió, apoyando su cabeza contra la de él.—Nuestra mejor creación.Giovanni la giró lentamente para mirarla, sus ojos estaban llenos de ternura.—No solo
El sol se había escondido tras las colinas que rodeaban la mansión Romagnoli, dejando el cielo teñido de un anaranjado profundo. En el despacho de la casa, Giovanni revisaba los últimos informes de la empresa, su concentración interrumpida ocasionalmente por los ecos de las risas de sus hijos en la sala de estar. Sin embargo, su expresión era grave; los acontecimientos recientes seguían pesando en su mente, y aunque intentaba mostrarse sereno, el cansancio se reflejaba en sus ojos oscuros.Elena apareció en la puerta del despacho, llevando una taza de café.—Parece que te hará falta esto —dijo, entrando con una sonrisa cansada pero cálida.Giovanni levantó la mirada, su ceño fruncido relajándose ligeramente al verla.—Eres un ángel, como siempre. —Aceptó la taza y la colocó sobre el escritorio antes de alargar una mano para tomar la suya y atraerla hacia él—. ¿Los niños ya están dormidos?—Bellini los acostó hace un rato. Estaban agotados después de tanto correr por el jardín.Elena s
El sol comenzaba a asomarse entre las cortinas de la habitación principal de la mansión Romagnoli, iluminando con suavidad las paredes decoradas con tonos cálidos. Elena se despertó con el suave balbuceo de uno de sus pequeños desde la cuna. Habían pasado ya meses desde aquel trágico evento que marcó sus vidas, y aunque las heridas físicas habían sanado casi por completo, las emocionales seguían dejando cicatrices profundas.Al ponerse en pie, sintió un leve tirón en la pierna donde había recibido el disparo. "Un recordatorio de que sobrevivimos", pensó con una mezcla de gratitud y melancolía. Se acercó a las cunas de sus gemelos y los observó con una sonrisa. Sus rostros angelicales parecían borrar cualquier sombra de preocupación.Giovanni entró en la habitación poco después, ya vestido para el día. A pesar de su apariencia serena, Elena podía notar el cansancio en sus ojos. La empresa había requerido de todo su esfuerzo, especialmente tras los problemas legales que enfrentaron con
El corazón de Giovanni se detuvo un instante cuando miró a Elena en aquel estado. El pequeño no dejaba de llorar.—¡Elena! —gritó, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.Elena estaba allí, apoyada contra el marco de la puerta, con el rostro pálido y una mueca de dolor evidente. La mancha roja se mostraba en su muslo derecho, la sangre empapando lentamente la tela de su pantalón.—Estoy bien... —murmuró ella, intentando mantener la compostura, aunque su voz temblaba.Giovanni corrió hacia ella, con el bebé aún llorando en sus brazos. Se arrodilló rápidamente, revisando la herida con manos temblorosas.—¡Esto no es "estar bien", Elena! Estás sangrando mucho —dijo con la voz rota, su desesperación más que evidente.Ella trató de sonreír, aunque el dolor le nublaba la mente.—Solo fue un roce... Estoy bien, de verdad. Pero, Giovanni... —sus ojos se llenaron de lágrimas al mirar al bebé—, ¿él está bien? Déjame verlo.—Lo está, él solo tiene hambre y tal vez algo de frío —aseguró él
En ese momento, la mansión Romagnoli, se encontraba sumida en un caos absoluto. Policías y técnicos habían llenado la sala principal con equipos de rastreo y comunicándose frenéticamente. El detective se mantuvo pendiente esperando a que Camila llamara de nuevo, él estaba seguro de que ella lo haría pronto, pues quería noticias, saber si Elena ya había retirado los cargos, o si al menos había decidido hacerlo. Giovanni le dijo que no se preocupara, que le dijera que lo iba a hacer, que iba a retirar las demandas, por supuesto que la iba a engañar, hacerle creer lo contrario. Camila era tonta, y no estaba en buenas condiciones, por lo tanto, no iba a sospechar nada.Giovanni se quedó a lado de Elena, ambos sentados en uno de los sofás, aunque por dentro él quería salir corriendo y buscar a su hijo, pero sabía que su esposa lo necesitaba mucho y no podía hacerle eso, de dejarla sola.Elena no se había apartado del teléfono, sus manos temblaban ansiosas por la espera de esa llamada. Su
El aire en la habitación estaba cargado de angustia, y a medida que pasaban las horas, la ansiedad de la joven madre se volvía más palpable. Estaba sola, acurrucada en la cama con su hijo en brazos, mirando a la cuna vacía de su gemelo, con los ojos hinchados de tanto llorar, mientras Bellini trataba de calmarla.El mayordomo, siempre confiable y sereno, no sabía cómo consolarla ante tal tragedia. La desaparición de su bebé parecía una pesadilla de la que no podía despertar.Elena no podía pensar con claridad. Su mente daba vueltas entre el miedo, el dolor y la desesperación. Apenas podía creer lo que había sucedido. ¿Cómo podía alguien haberle quitado uno de sus hijos? ¿Y por qué se lo habían llevado?Fue en ese instante cuando la puerta de la habitación se abrió y Giovanni apareció en el umbral. Su rostro, reflejaba también el agotamiento y la preocupación que sentía al ver a su esposa derrumbada entre lágrimas.—Elena... —se acercó rápidamente a ella. En sus ojos brillaba una furi
La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas, dándole un tono cálido al cuarto. Elena, aún agotada por el parto, se encontraba profundamente dormida, acunada por el cansancio que por fin había logrado abrazarla tras el estrés de las últimas horas.Giovanni, mientras tanto, ya estaba vestido y listo para volver a la empresa. Le habían llamado temprano, una urgencia que no podía esperar, por esa razón tenía que irse unas horas. No quería dejarla sola, pero no tenía opción. Sus responsabilidades lo llamaban, y, aunque su corazón se apretaba al tener que dejar a Elena, sabía que ella estaba en buenas manos.—Bellini —dijo Giovanni, buscando al mayordomo en los pasillos del hospital, donde la ansiedad y las preocupaciones aún pesaban sobre su pecho. El hombre apareció al instante, tan discreto y preciso como siempre.—Señor —respondió Bellini, inclinándose levemente, esperando instrucciones.—No te vayas a apartar ni un momento de aquí —le ordenó Giovanni, con voz grave—. Elen