Esposa para el Italiano Despiadado
Esposa para el Italiano Despiadado
Por: Anne Mon
Prólogo

Cinco años atrás.

El eco de los pasos resonaba en el largo pasillo de mármol de la mansión Montalvo.

Cada zancada de Marcelo Montalvo se sentía pesada, cargada de la incertidumbre y el peso del luto reciente que los rodeaba en ese entorno.

Habían pasado menos de tres meses desde la muerte de su esposa, y la casa aún olía a las flores marchitas del funeral.

En ese momento, Elena se encontraba sentada en la sala de música, sus dedos acariciando las teclas del piano que su madre le había dejado como herencia.

Las notas melancólicas de una sonata de Chopin flotaban en el aire, como un lamento por la ausencia de la mujer que había sido el pilar de su vida.

—Elena —la voz grave de su padre rompió el hechizo. Ella levantó la mirada, sus ojos verdes todavía reflejaban esa profundidad de tristeza—. Tengo que hablar contigo de algo muy importante.

Ella asintió, dejando que las notas se disiparan en el silencio. Se levantó del banco y caminó hacia él, notando las arrugas de preocupación en su frente.

—Papá, ¿qué sucede? —preguntó con confusión, aunque una parte de ella intuía que la respuesta no sería buena.

Desde la muerte de su madre, su padre había estado actuando de manera extraña, y los rumores en la casa eran imposibles de ignorar.

Marcelo la miró, sus ojos oscuros llenos de culpa, pero también de algo más que lo animó a continuar.

—Voy a casarme con Verónica.

En ese instante, Elena sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies.

—¿Verónica? —En la mente de Elena apareció la imagen de una mujer—. ¿La misma que estuvo presente en el funeral de mamá?

—Sí, ella misma —respondió Marcelo con un suspiro—. Verónica y yo... hemos estado juntos desde... —guardó silencio antes de revelar el secreto que había ocultado por varios años—. Ella me ha apoyado mucho ahora que las cosas se ha puesto difícil.

—¿Desde cuándo? —inquirió, mientras se mordía el labio para contener las lágrimas. Su mente estaba imaginando lo peor—. ¿Fue después de la muerte de mamá o la engañaste con esa mujer?

—No es así como fueron las cosas, Elena —dijo Marcelo, pero después añadió—. Nunca lo entenderías, aunque te lo explique. Tu madre estaba enferma desde hace tiempo, y Verónica... ella fue un consuelo para mí.

Sintió un nudo en la garganta.

La había engañado, aunque no lo había afirmado con sus propias palabras; sin embargo, para Elena ya no había ninguna duda sobre ello.

—No puedo creer lo que estoy oyendo. Le fuiste infiel a mi madre cuando ella estaba sufriendo y luchando por sobrevivir. Y ahora simplemente te vas a atrever a traer a tu amante a esta casa. Mi madre no tiene ni siquiera tres meses de muerta, y ya quieres meter a una desconocida y pasarla como tu esposa.

—Verónica no es una desconocida —replicó su padre—. Te he dicho que llevo conociéndola por años, sé todo de ella. Incluso tiene una hija, se llama Camila, es un año mayor que tú. Tendrás una hermana, como lo deseabas e intentaremos ser una familia muy feliz.

Cerró los ojos, tratando de contener la tormenta de emociones que la embargaba por dentro mientras escuchaba las palabras absurdas de su padre.

—Esto que harás, papá, es una traición. No solo a mamá, sino también a mí. Y nunca te voy a perdonar por este daño.

[***]

Los días que siguieron fueron un borrón de preparativos para una boda que Elena no deseaba presenciar.

Trataba de ignorar todo a su alrededor, y se refugiaba en la música de su piano.

Era la forma de mantener viva la memoria de su madre y encontrar un respiro en medio del caos en que su vida se había convertido.

El día de la boda llegó con un sol brillante que contrastaba con la oscuridad en el corazón de Elena.

La ceremonia se celebró en el gran salón de la mansión, adornado con flores blancas y cintas de seda.

Elena observó en silencio mientras su padre intercambiaba votos con Verónica, sintiendo que cada palabra pronunciada era una puñalada más en su corazón.

—Te prometo fielmente hacerte feliz, cuidar de ti en todo momento y en la enfermedad, hasta la muerte, en la riqueza y en la pobreza —pronunció Marcelo Montalvo, mirando a Verónica con una devoción que Elena no podía entender y tampoco soportaba ver cuánto amaba a esa mujer y ya no a su difunta madre.

Cuando la ceremonia terminó, y los invitados aplaudieron, Elena salió al jardín, buscando un momento de soledad.

Las lágrimas que había contenido durante todo el evento finalmente brotaron, y se dejó caer en un banco, sollozando silenciosamente alejada del bullicio.

—Elena —una voz suave la llamó. Era Camila, su hermanastra, con su expresión de preocupación. Se acercó a ella y se sentó a su lado—. ¿Te encuentras bien?

Elena levantó la cabeza, secándose las lágrimas rápidamente.

—Sí —respondió con un tono cortante.

No la conocía, esa joven era una desconocida para Elena, pero no fue por eso que le habló de esa manera.

En realidad, no quería hablar con nadie, deseaba estar sola en ese momento.

—Sabes, ahora somos hermanas —soltó Camila—. Podremos apoyarnos mutuamente.

Elena solo pudo mirarla con escepticismo.

Parecía amistosa con ella, pero…

Elena finalmente se soltó de las manos, no podía hacerlo aún olvidando todo para estar cerca de ella.

—Estoy cansada.

Por un momento captó el enfado en los ojos de la mujer y pensó que lo había malinterpretado, después de todo, la mujer asintió rápidamente con una dulce sonrisa.

—Bueno, tenemos mucho tiempo, te gustará.

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