Actualmente.
Habían pasado cinco años desde la boda de Marcelo y Verónica, y la vida en la mansión Montalvo se había convertido en una pesadilla para Elena. La casa, que una vez llenaba el espacio de risas y música, ahora era un lugar opresivo controlado por las manipulaciones y mentiras que Verónica manejaba. Por fin entendió las palabras de Camila. —¡Elena! —La voz aguda de Ana resonó en el comedor, era la sirvienta más leal de Verónica. —¿Por qué el desayuno no está todavía listo? Los sirvientes no pueden hacer todo, ¡necesito que tú también ayudes! Elena bajó la mirada, mordiéndose la lengua para contener la réplica que ardía en su interior. —Lo siento. Terminaré de limpiar la cocina y me encargaré de traerles el desayuno a la mesa. Verónica, con su vestido de tono aperlado de seda perfectamente planchado y su cabello rubio impecable, la observó con desdén. —No culpes a Ana, hija. Ella también quiere ejercitarte. Estás demasiado flaca. Elena está acostumbrada a la falsa compasión de su madrastra, y siempre le gusta disfrazarse con una fachada de bondad total. Mientras Camila entró en la habitación, luciendo igual de perfecta que su madre, aunque con una sonrisa que nunca llegaba a sus ojos, la misma que mostraba su madre todo el tiempo. ¡Vaya madre e hija! —Mamá, no seas tan dura con Elena. Sabes que hace lo mejor que puede. Elena sintió la ironía en las palabras de Camila y la tensión en su estómago se intensificó. —Gracias, Camila —murmuró, sabiendo que las palabras de su hermanastra estaban llenas de veneno. —No es nada —respondió Camila con una sonrisa falsa. —Recuerda que tienes que limpiar mi habitación después del desayuno. Elena asintió y se dirigió a la cocina, donde los sirvientes estaban ocupados con sus tareas. Pero no importaba cuántos sirvientes hubiese en la casa; siempre había más que hacer cuando Verónica y Camila estaban decididas a hacerle la vida imposible. Horas más tarde, después de terminar todas las tareas que le asignaban, Elena se escabulló a la sala de música, su único santuario. Se sentó en el banco frente al piano, sus dedos se deslizaron sobre las teclas con una familiaridad que le sacó un respiro momentáneo de ese tormento diario que vivía todos los días. Comenzó a tocar una sonata de un reconocido músico, mientras se perdía en el sonido de la música, permitiéndose que las notas la trasladarán a un lugar muy lejos de ese ambiente controlador. Pero la paz no iba a durar por mucho tiempo. Camila, caminaba por el pasillo, cuando escuchó la música y se detuvo en ese mismo instante. Se dirigió a la puerta del salón de música y la empujó para abrirla, se llevó una sorpresa al ver a su hermanastra sentada frente al piano tocando lo. La observó en silencio, sus ojos se llenaron de celos y rabia. En ese momento, el rostro angelical se volvió inusualmente horrible. —¡Ah, ¿qué estás haciendo, hermana? Es… ¡con que desobedeciendo las órdenes de papá! —gritó mientras interrumpía bruscamente. Elena se sobresaltó en ese momento y sus dedos se congelaron cuando escuchó que mencionó a su padre. —Camila, por favor... —empezó a decir con un modo de suma preocupación. —No le vayas a contar nada a papá, por favor —tuvo que suplicar. Si su padre se enteraba, estaba perdida, ya que le tenía advertencia entrar a ese salón y peor aún, si tocaba el piano, se lo quitaría y nunca más volvería a verlo. —Pero, hermana, ¡Tú no deberías tocar este piano! No tienes permiso. Espera... Tú ¡quieres lastimar a mi mamá con el recuerdo de la tuya! Dios, ella habría ordenado destruirlo en un ataque de ira.... —Camila parecía preocupada, pero su tono era tranquilo e indiferente. La joven se levantó, pero no se alejó del piano. —No, no lo hagas. Te prometo que no volverá a pasar. Por favor, no se lo digas a tu madre. —¿Qué garantía tienes, mi querida hermana? —dijo tajante. Cruzó los brazos contra su pecho mientras la observaba. Una sonrisa malvada se dibujó en sus labios ya que una idea oscura se atravesó por su mente. Le da pereza seguir fingiendo, sobre todo teniendo en cuenta que está increíblemente dotada musicalmente, ¿por qué?—. ¿Sabes algo, Elena? Siempre has sido una carga para esta familia. Quizás deberías aprender a saber cuál es tu lugar el de ahora. Antes de que Elena pudiera reaccionar, Camila empujó el piano con todas sus fuerzas, provocando un estruendo mientras el pesado instrumento se desplazaba por el suelo de madera firme. Elena intentó detenerlo, pero en su desesperación por alcanzarlo, su mano quedó atrapada entre la esquina del piano y pared. ¡ASH! ¡Perforación de dolor! Elena no logró contener el impulso de gritar. Cayó de rodillas mientras sostenía su muñeca herida. La piel se volvió roja rápidamente, hinchándose con una velocidad alarmante. Antes de que Elena pudiera hablar, escuchó un grito. —¡Oh, qué has hecho, Elena! —Camila se desplomó a su lado, cubriéndose la cara con su mano. —¡¿Qué?! ¡Tú...! —Las palabras se ahogan en su garganta por el dolor.Cuando Verónica y Ana finalmente llegaron a la sala de música, encontraron a Camila en el suelo, sujetándose la cara con la mano mientras las lágrimas seguían cayendo de sus ojos.—Señorita, ¿qué le pasa? —Ana ayudó a Camilla a levantarse con cara de preocupación.—Elena, ¿qué has hecho ahora? —inquirió Verónica con frialdad.—¡No es así! —balbuceó Elena, luchando por reprimir sus lágrimas y el dolor físico que sentía en su muñeca—. Yo no hice nada malo, solo estaba…—¡Mamá! Elena estaba tocando el piano y no me ha dejado exponerla, ¡ME HA PEGADO!Elena acababa de levantarse cuando sintió un dolor punzante en la cara y fue empujada al suelo.—¡Qué insolente! Veo que te has dejado mimar por Marcello.Verónica se frotó la mano, había sido demasiado fuerte con ese golpe hace un momento.—¡No! Miente, yo no le he pegado.—Cuando vuelva tu padre se lo contaré, el piano debería haberlo tirado hace tiempo.—¡No! ¡Era de mi madre!—¡Tu madre sólo puedo ser yo! Ahora... Ana enciérrala en la ha
Esa noche Marcelo por fin llegó a casa, llevaba tres días seguidos en la oficina.Y Verónica esperaba a su marido en el salón todas las noches, corriendo en cuanto oía abrirse la puerta.—Hola, querido —. Lo beso primero—. Déjame ver tu cara. Estás demacrado.—Hay demasiadas cosas pasando en la empresa últimamente, algunos problemas…—Tienes que cuidarte, o me preocuparé… aunque las cosas en casa han... Nada, olvídalo.—¿De qué se trata? —inquirió el hombre mientras se quitaba el saco. Verónica lo ayudó un poco como una esposa atenta.—Se trata de Elena. Ha estado comportándose muy mal últimamente. Ya no sé qué hacer con ella.—¿Qué ha pasado ahora? —escudriñó Marcelo, con un tono cansado, al tiempo que se giró para ver a su esposa.—Hoy la encontramos tocando el piano otra vez —respondió Verónica—. No me quiso hacer caso, incluso Camila le recordó que está prohibido entrar a ese salón, pero ella simplemente nos ignoró. Incluso golpeó a Camila con sus manos, aunque su muñeca también r
—Estoy buscando una esposa —reveló Giovanni con una mirada calculadora—. Quizás podríamos llegar a un acuerdo diferente. En lugar de un cincuenta por ciento, podría ser un treinta por ciento. La empresa seguiría siendo tuya, y si me caso con una de tus hijas, eso nos convertiría en familia.Marcelo sintió que el aire se volvía más denso. La propuesta del italiano era inesperada e inapropiada. No podía pedirle a una de sus hijas que aceptará convertirse en la esposa de ese hombre.—Eso ya es algo muy serio —respondió Marcelo con cautela—. Necesito pensarlo y hablarlo muy seriamente con mi familia.El italiano lo observó por un momento antes de asentir.—Comprendo, Marcelo. Cómo te dije antes, te daré dos días para que me des una respuesta, no más. Tú decides si desaprovechas esta gran oportunidad.El hombre asintió, se sentía más presionado que antes.Luego de despedirse, salió de allí y regresó a su mansión.Tenía pensado primero hablar de ese asunto con su esposa.Cerró la puerta de
El tiempo se acababa. Marcelo, con el corazón latiendo en su pecho, se dirigió a la sala donde Giovanni Romagnoli lo esperaba. Habían pasado dos días desde la aterradora propuesta, y ahora enfrentaba la decisión más difícil de su vida. Al acercarse al vestíbulo, sus pasos se detuvieron al ver a Verónica, quien lo esperaba con los brazos cruzados y una expresión de furia en su rostro.—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Verónica—. ¿Qué le responderás a ese hombre?Verónica lo miró, su rostro endurecido. Sabía la respuesta, pero quería oírla de los labios de Marcelo.—La empresa está al borde de la quiebra, Verónica, y el Sr. Romagnoli quiere una nueva esposa…—No, no dejaré que mi hija se case con ese hombre. —La voz de Verónica se alzó, llena de rabia—. Ese diablo ya mató a tres esposas. ¡No sacrificaré a nuestra hija!Marcelo se frotó la sien, sintiendo el peso de la situación, aplastándolo. Sabía que Verónica nunca lo perdonaría si sacrificaba a Camila, pero ¿qué otra opción tenían?—No
—Elena… —la voz de Marcelo apenas fue un susurro, cargado de incredulidad—. No tienes que hacer esto…Elena sostuvo su mirada, aunque el dolor en su muñeca le recordaba la crudeza de esa vida dura que llevaba. Su rostro, marcado por un miedo, pero también por una firmeza, había tomado una decisión.—Padre, no hay otra opción. Si puedo salvar la empresa… si puedo salvar lo que construiste con tanto esfuerzo, lo haré. No quiero que todo se pierda —dijo, su voz temblando ligeramente, pero sin perder fuerza.Romagnoli observaba la escena con una expresión de satisfacción, pero detrás de sus ojos calculadores, captaba algo más profundo en la dinámica familiar.Verónica dio un paso adelante, fingiendo preocupación, aunque su satisfacción interna era evidente para Romagnoli.—Oh, Elena, qué sacrificio tan grande estás haciendo —dijo con voz afectada, sus palabras aparentemente llenas de gratitud—. No sé cómo podremos agradecerte esto.Camila, que hasta ese momento había permanecido callada,
Elena se miró en el espejo, observando cómo las manos de la maquilladora transformaban su rostro en el de una novia. La sombra de sus ojeras fue suavemente cubierta, sus labios pintados de un suave carmín, y su cabello, recogido en un moño elegante, completaba la imagen de una mujer lista para el sacrificio. Pero dentro de ella, la inquietud crecía, cada pincelada en su rostro la alejaba más de su propia identidad.Marcelo entró en la habitación, su expresión era fría, distante, casi como si no reconociera a la mujer que tenía frente a él. Caminó hacia ella con pasos firmes y se detuvo justo a su lado, mirando su reflejo en el espejo.—Estás haciendo lo correcto —dijo con una voz cortante, sin rastro de emoción—. Este matrimonio es lo mejor para todos, esto ayudará a salvar la empresa. Espero que sepas hacer feliz al italiano, deberás obedecerlo en todo, no lo hagas enfadar.Elena sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las palabras de su padre, que alguna vez habían sido fuente
El lugar se sentía vacío, como si todo lo que alguna vez importó se hubiese desvanecido, dejando solo paredes desnudas y el eco de recuerdos compartidos con su madre. Había decidido irse, pero esa decisión pesaba sobre ella como una carga ineludible.—¿Lista? —La voz de Giovanni cortó el silencio, fría y decidida. Estaba en la puerta, bloqueando la salida con su figura imponente, observándola con una mirada que Elena comenzaba a conocer demasiado bien.Parecía vigilarla, como si sospechara que en cualquier momento Elena podría huir. Lo que él no sabía era que, al aceptar casarse con él, ella ya había trazado su propio plan de fuga.Asintió, sin decir una palabra, mientras cerraba la cremallera de su pequeña maleta. No había nada más que agregar. Agarró su bolso y se giró para enfrentarlo, sintiendo cómo su resolución flaqueaba por un breve instante. “¿Es esto lo correcto?”, se preguntó, temiendo haber saltado de un precipicio sin saber lo que la esperaba al fondo.—Tus cosas lle
La mañana siguiente, Elena se despertó temprano. El sol apenas asomaba cuando se levantó de la cama cómoda. Había dormido poco, su mente ocupada en cómo sería la vida en la mansión Romagnoli.El silencio de la casa era casi opresivo, un recordatorio constante de la soledad que ahora la rodeaba, tampoco es como si su vida hubiera cambiado mucho. Se vistió con el vestido que había encontrado en su armario la noche anterior, sencillo pero elegante, y decidió explorar la mansión antes de que Giovanni diera señales de vida.El primer lugar al que se dirigió fue la cocina. Al entrar, se sorprendió al ver que ya estaba en plena actividad. Los cocineros y el personal de servicio se movían en perfecta sincronía, preparando lo que parecía ser un desayuno digno de un banquete.—Buenos días, señora Romagnoli —dijo una mujer mayor, que parecía ser la jefa de cocina—. ¿Le gustaría algo especial para el desayuno?Elena se sorprendió por la formalidad, aún no se acostumbraba a que la llamaran po