Cuando Verónica y Ana finalmente llegaron a la sala de música, encontraron a Camila en el suelo, sujetándose la cara con la mano mientras las lágrimas seguían cayendo de sus ojos.
—Señorita, ¿qué le pasa? —Ana ayudó a Camilla a levantarse con cara de preocupación. —Elena, ¿qué has hecho ahora? —inquirió Verónica con frialdad. —¡No es así! —balbuceó Elena, luchando por reprimir sus lágrimas y el dolor físico que sentía en su muñeca—. Yo no hice nada malo, solo estaba… —¡Mamá! Elena estaba tocando el piano y no me ha dejado exponerla, ¡ME HA PEGADO! Elena acababa de levantarse cuando sintió un dolor punzante en la cara y fue empujada al suelo. —¡Qué insolente! Veo que te has dejado mimar por Marcello. Verónica se frotó la mano, había sido demasiado fuerte con ese golpe hace un momento. —¡No! Miente, yo no le he pegado. —Cuando vuelva tu padre se lo contaré, el piano debería haberlo tirado hace tiempo. —¡No! ¡Era de mi madre! —¡Tu madre sólo puedo ser yo! Ahora... Ana enciérrala en la habitación antigua. No le des comida. Necesita reflexionar. —Sí, señora. [***] Cuando sólo quedaban en la habitación Camila y su hija, Verónica le dio una bofetada en su cara. —¡¿Mamá?!, ¿por qué me has pegado? —No creas que no sé lo que pasó. La actuación debe ser completa, ¿sabes? ¡Eso es lo que te enseñé! —Lo siento, mamá. No lo volveré a hacer. —No me hagas limpiar tu desastre cada vez. No me metas en líos. Mirando la espalda de su madre mientras se iba, Camila se tocó la cara que le ardía y se mordió el labio sin saber que estaba sangrando. —¡No dejará marchar a esa zorrita! [***] En la fría y oscura habitación, Elena estaba desmayada en el suelo sin apenas poder moverse. El dolor en la muñeca era demasiado intenso y ni siquiera la dejaba concentrarse. —¿Elena? ¡Elena! Despierte. La voz de un hombre joven, abrió los ojos para ver quién estaba frente a ella. —¿Manuel?, ¿qué haces aquí? ¡Vete de aquí que si te encuentran da mala suerte! —Tienes la muñeca hinchada. ¡Déjame verla! Manuel era un huérfano rescatado por su madre, que lo puso de aprendiz del médico de la familia por su super memoria. Pero desde la muerte de su madre, apenas se ven porque su madrastra no deja que nadie se le acerque. Manuel la ayudó a levantarse, pero lo hicieron con tal brusquedad que el dolor aumentó y un grito de dolor salió de la boca de Elena. —¡Maldición! Cómo pudieron lastimar tu mano, es algo que aprecias mucho. —Estoy bien, tranquilo. El joven examinó la muñeca de Elena y la envolvió en un vendaje. Siempre llevaba una bolsa de medicinas para poder ayudarla. —Necesita reposo absoluto y no debe usar la mano por al menos dos semanas —indicó con seriedad—. Podría haber daño permanente si no se cuida adecuadamente. —Gracias. —No hace falta decirme con esa palabra. Nunca. Pues, tengo que irme ya, sólo dispongo de media hora para descansar. Debes protegerte para tu mamá y ... Pero Elena, , este no es el hogar que una vez tuviste. ¡Sal de aquí! Manuel suspiró y salió de la habitación, dejó un poco de pan al salir. Elena perdió la cabeza y miró el sol poniente en el umbral de la puerta, —Me lo pensaré. No había visto a su padre en toda la noche. Sabía que aunque le contara la verdad a su padre, él no la creería. Había entregado todo su corazón a su madrastra y hermanastra. Ya no había lugar para ella. A la mañana siguiente, la rutina infernal continuó. Ana no perdió tiempo en asignarle más tareas, ignorando por completo su muñeca roja e hinchada. Elena arrastraba los pies por el piso de la casa por la falta de descanso que ocupaba; cumplió con las órdenes mientras el dolor en su muñeca se intensificaba cada vez más. —Elena, necesito que limpies las ventanas del salón —mandó Ana, sin siquiera mirarla a los ojos. —Pero, mi muñeca… —No me importa tu muñeca. Sacas eso para excusarte de tus obligaciones —alegó con frialdad—. Hay cosas que deben hacerse, y tú eres la única que puede hacerlo. No te quedes allí parada, muévete a limpiar, que las ventanas no te van a esperar por el resto de tu vida. “¿A dónde se iban a ir las benditas ventanas? No pasa nada si no se limpian por unos días”, replicó en su mente, porque no podía hacerlo en voz alta, ya que era arriesgado discutir con Ana. Ella aprovecharía para darle más trabajo y la persona detrás de la manipulación de todo esto es su madrastra. Elena ya estaba muy agotada. Así que asintió y se dirigió al salón, comenzó a limpiar las ventanas, mientras ignoraba el dolor de su muñeca a causa de cada movimiento. Mientras trabajaba, escuchaba risas provenientes del jardín. Camila estaba allí con algunas amigas, disfrutando de la mañana sin preocupaciones. —¡Elena! Ven a servir a mis invitados bebidas y postres. ¡Ahora mismo! —la llamó Elena como si fuera una criada. Elena se mordió el labio para contener las lágrimas de frustración. Su vida había cambiado tanto en tan poco tiempo, y a veces parecía que nunca iba a haber fin para ese tormento. —Camila, ¿ella es tu hermanastra? —Oh, Dios mío, ¿qué lleva puesto? —Huele a m****a. Está toda sudada. —¿Cómo es que ni siquiera puedes servir un trago? ¡Discúlpate con mis invitadas! —¡Fuera de mi vista! Elena se tumbó en la cama recordando los acontecimientos de la tarde. Ya había tenido bastante. Pero todavía necesitaba una oportunidad, una oportunidad de escapar de esta cárcel.Esa noche Marcelo por fin llegó a casa, llevaba tres días seguidos en la oficina.Y Verónica esperaba a su marido en el salón todas las noches, corriendo en cuanto oía abrirse la puerta.—Hola, querido —. Lo beso primero—. Déjame ver tu cara. Estás demacrado.—Hay demasiadas cosas pasando en la empresa últimamente, algunos problemas…—Tienes que cuidarte, o me preocuparé… aunque las cosas en casa han... Nada, olvídalo.—¿De qué se trata? —inquirió el hombre mientras se quitaba el saco. Verónica lo ayudó un poco como una esposa atenta.—Se trata de Elena. Ha estado comportándose muy mal últimamente. Ya no sé qué hacer con ella.—¿Qué ha pasado ahora? —escudriñó Marcelo, con un tono cansado, al tiempo que se giró para ver a su esposa.—Hoy la encontramos tocando el piano otra vez —respondió Verónica—. No me quiso hacer caso, incluso Camila le recordó que está prohibido entrar a ese salón, pero ella simplemente nos ignoró. Incluso golpeó a Camila con sus manos, aunque su muñeca también r
—Estoy buscando una esposa —reveló Giovanni con una mirada calculadora—. Quizás podríamos llegar a un acuerdo diferente. En lugar de un cincuenta por ciento, podría ser un treinta por ciento. La empresa seguiría siendo tuya, y si me caso con una de tus hijas, eso nos convertiría en familia.Marcelo sintió que el aire se volvía más denso. La propuesta del italiano era inesperada e inapropiada. No podía pedirle a una de sus hijas que aceptará convertirse en la esposa de ese hombre.—Eso ya es algo muy serio —respondió Marcelo con cautela—. Necesito pensarlo y hablarlo muy seriamente con mi familia.El italiano lo observó por un momento antes de asentir.—Comprendo, Marcelo. Cómo te dije antes, te daré dos días para que me des una respuesta, no más. Tú decides si desaprovechas esta gran oportunidad.El hombre asintió, se sentía más presionado que antes.Luego de despedirse, salió de allí y regresó a su mansión.Tenía pensado primero hablar de ese asunto con su esposa.Cerró la puerta de
El tiempo se acababa. Marcelo, con el corazón latiendo en su pecho, se dirigió a la sala donde Giovanni Romagnoli lo esperaba. Habían pasado dos días desde la aterradora propuesta, y ahora enfrentaba la decisión más difícil de su vida. Al acercarse al vestíbulo, sus pasos se detuvieron al ver a Verónica, quien lo esperaba con los brazos cruzados y una expresión de furia en su rostro.—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Verónica—. ¿Qué le responderás a ese hombre?Verónica lo miró, su rostro endurecido. Sabía la respuesta, pero quería oírla de los labios de Marcelo.—La empresa está al borde de la quiebra, Verónica, y el Sr. Romagnoli quiere una nueva esposa…—No, no dejaré que mi hija se case con ese hombre. —La voz de Verónica se alzó, llena de rabia—. Ese diablo ya mató a tres esposas. ¡No sacrificaré a nuestra hija!Marcelo se frotó la sien, sintiendo el peso de la situación, aplastándolo. Sabía que Verónica nunca lo perdonaría si sacrificaba a Camila, pero ¿qué otra opción tenían?—No
—Elena… —la voz de Marcelo apenas fue un susurro, cargado de incredulidad—. No tienes que hacer esto…Elena sostuvo su mirada, aunque el dolor en su muñeca le recordaba la crudeza de esa vida dura que llevaba. Su rostro, marcado por un miedo, pero también por una firmeza, había tomado una decisión.—Padre, no hay otra opción. Si puedo salvar la empresa… si puedo salvar lo que construiste con tanto esfuerzo, lo haré. No quiero que todo se pierda —dijo, su voz temblando ligeramente, pero sin perder fuerza.Romagnoli observaba la escena con una expresión de satisfacción, pero detrás de sus ojos calculadores, captaba algo más profundo en la dinámica familiar.Verónica dio un paso adelante, fingiendo preocupación, aunque su satisfacción interna era evidente para Romagnoli.—Oh, Elena, qué sacrificio tan grande estás haciendo —dijo con voz afectada, sus palabras aparentemente llenas de gratitud—. No sé cómo podremos agradecerte esto.Camila, que hasta ese momento había permanecido callada,
Elena se miró en el espejo, observando cómo las manos de la maquilladora transformaban su rostro en el de una novia. La sombra de sus ojeras fue suavemente cubierta, sus labios pintados de un suave carmín, y su cabello, recogido en un moño elegante, completaba la imagen de una mujer lista para el sacrificio. Pero dentro de ella, la inquietud crecía, cada pincelada en su rostro la alejaba más de su propia identidad.Marcelo entró en la habitación, su expresión era fría, distante, casi como si no reconociera a la mujer que tenía frente a él. Caminó hacia ella con pasos firmes y se detuvo justo a su lado, mirando su reflejo en el espejo.—Estás haciendo lo correcto —dijo con una voz cortante, sin rastro de emoción—. Este matrimonio es lo mejor para todos, esto ayudará a salvar la empresa. Espero que sepas hacer feliz al italiano, deberás obedecerlo en todo, no lo hagas enfadar.Elena sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las palabras de su padre, que alguna vez habían sido fuente
El lugar se sentía vacío, como si todo lo que alguna vez importó se hubiese desvanecido, dejando solo paredes desnudas y el eco de recuerdos compartidos con su madre. Había decidido irse, pero esa decisión pesaba sobre ella como una carga ineludible.—¿Lista? —La voz de Giovanni cortó el silencio, fría y decidida. Estaba en la puerta, bloqueando la salida con su figura imponente, observándola con una mirada que Elena comenzaba a conocer demasiado bien.Parecía vigilarla, como si sospechara que en cualquier momento Elena podría huir. Lo que él no sabía era que, al aceptar casarse con él, ella ya había trazado su propio plan de fuga.Asintió, sin decir una palabra, mientras cerraba la cremallera de su pequeña maleta. No había nada más que agregar. Agarró su bolso y se giró para enfrentarlo, sintiendo cómo su resolución flaqueaba por un breve instante. “¿Es esto lo correcto?”, se preguntó, temiendo haber saltado de un precipicio sin saber lo que la esperaba al fondo.—Tus cosas lle
La mañana siguiente, Elena se despertó temprano. El sol apenas asomaba cuando se levantó de la cama cómoda. Había dormido poco, su mente ocupada en cómo sería la vida en la mansión Romagnoli.El silencio de la casa era casi opresivo, un recordatorio constante de la soledad que ahora la rodeaba, tampoco es como si su vida hubiera cambiado mucho. Se vistió con el vestido que había encontrado en su armario la noche anterior, sencillo pero elegante, y decidió explorar la mansión antes de que Giovanni diera señales de vida.El primer lugar al que se dirigió fue la cocina. Al entrar, se sorprendió al ver que ya estaba en plena actividad. Los cocineros y el personal de servicio se movían en perfecta sincronía, preparando lo que parecía ser un desayuno digno de un banquete.—Buenos días, señora Romagnoli —dijo una mujer mayor, que parecía ser la jefa de cocina—. ¿Le gustaría algo especial para el desayuno?Elena se sorprendió por la formalidad, aún no se acostumbraba a que la llamaran po
Elena entró al dormitorio que le asignaron con una mezcla de agotamiento y tensión en su cuerpo. Había sido un día largo, lleno de instrucciones constantes y supervisión por parte del personal encargado de guiarla. La habitación, aunque inmensa y lujosamente decorada, se sentía vacía. No había ni rastro de calidez en las paredes grises ni en los muebles oscuros que parecían absorber toda la luz que entraba por las grandes ventanas.Sus pasos resonaron suavemente sobre el suelo de mármol mientras se dirigía al enorme vestidor. Sacó un camisón sencillo de seda de uno de los cajones y comenzó a cambiarse lentamente, tratando de ignorar la creciente sensación de agobio en su pecho. El silencio en la habitación era abrumador, casi aplastante. A lo lejos, se escuchaba el ocasional crujido de la madera, el eco de la casa asentándose con la noche, pero no había nada que distrajera sus pensamientos.Respiró hondo y miró a su alrededor, su mirada se posó en la cama king size que ocupaba e