En ese momento, la mansión Romagnoli, se encontraba sumida en un caos absoluto. Policías y técnicos habían llenado la sala principal con equipos de rastreo y comunicándose frenéticamente. El detective se mantuvo pendiente esperando a que Camila llamara de nuevo, él estaba seguro de que ella lo haría pronto, pues quería noticias, saber si Elena ya había retirado los cargos, o si al menos había decidido hacerlo. Giovanni le dijo que no se preocupara, que le dijera que lo iba a hacer, que iba a retirar las demandas, por supuesto que la iba a engañar, hacerle creer lo contrario. Camila era tonta, y no estaba en buenas condiciones, por lo tanto, no iba a sospechar nada.Giovanni se quedó a lado de Elena, ambos sentados en uno de los sofás, aunque por dentro él quería salir corriendo y buscar a su hijo, pero sabía que su esposa lo necesitaba mucho y no podía hacerle eso, de dejarla sola.Elena no se había apartado del teléfono, sus manos temblaban ansiosas por la espera de esa llamada. Su
El corazón de Giovanni se detuvo un instante cuando miró a Elena en aquel estado. El pequeño no dejaba de llorar.—¡Elena! —gritó, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.Elena estaba allí, apoyada contra el marco de la puerta, con el rostro pálido y una mueca de dolor evidente. La mancha roja se mostraba en su muslo derecho, la sangre empapando lentamente la tela de su pantalón.—Estoy bien... —murmuró ella, intentando mantener la compostura, aunque su voz temblaba.Giovanni corrió hacia ella, con el bebé aún llorando en sus brazos. Se arrodilló rápidamente, revisando la herida con manos temblorosas.—¡Esto no es "estar bien", Elena! Estás sangrando mucho —dijo con la voz rota, su desesperación más que evidente.Ella trató de sonreír, aunque el dolor le nublaba la mente.—Solo fue un roce... Estoy bien, de verdad. Pero, Giovanni... —sus ojos se llenaron de lágrimas al mirar al bebé—, ¿él está bien? Déjame verlo.—Lo está, él solo tiene hambre y tal vez algo de frío —aseguró él
El sol comenzaba a asomarse entre las cortinas de la habitación principal de la mansión Romagnoli, iluminando con suavidad las paredes decoradas con tonos cálidos. Elena se despertó con el suave balbuceo de uno de sus pequeños desde la cuna. Habían pasado ya meses desde aquel trágico evento que marcó sus vidas, y aunque las heridas físicas habían sanado casi por completo, las emocionales seguían dejando cicatrices profundas.Al ponerse en pie, sintió un leve tirón en la pierna donde había recibido el disparo. "Un recordatorio de que sobrevivimos", pensó con una mezcla de gratitud y melancolía. Se acercó a las cunas de sus gemelos y los observó con una sonrisa. Sus rostros angelicales parecían borrar cualquier sombra de preocupación.Giovanni entró en la habitación poco después, ya vestido para el día. A pesar de su apariencia serena, Elena podía notar el cansancio en sus ojos. La empresa había requerido de todo su esfuerzo, especialmente tras los problemas legales que enfrentaron con
El sol se había escondido tras las colinas que rodeaban la mansión Romagnoli, dejando el cielo teñido de un anaranjado profundo. En el despacho de la casa, Giovanni revisaba los últimos informes de la empresa, su concentración interrumpida ocasionalmente por los ecos de las risas de sus hijos en la sala de estar. Sin embargo, su expresión era grave; los acontecimientos recientes seguían pesando en su mente, y aunque intentaba mostrarse sereno, el cansancio se reflejaba en sus ojos oscuros.Elena apareció en la puerta del despacho, llevando una taza de café.—Parece que te hará falta esto —dijo, entrando con una sonrisa cansada pero cálida.Giovanni levantó la mirada, su ceño fruncido relajándose ligeramente al verla.—Eres un ángel, como siempre. —Aceptó la taza y la colocó sobre el escritorio antes de alargar una mano para tomar la suya y atraerla hacia él—. ¿Los niños ya están dormidos?—Bellini los acostó hace un rato. Estaban agotados después de tanto correr por el jardín.Elena s
La mansión Romagnoli había cambiado tanto en un lapso corto. Lo que alguna vez fue un lugar marcado por sombras y secretos ahora brillaba con vida. El aroma de pasto fresco llenaba el aire, y los gemelos correteaban por el lugar, sus risas resonando como una melodía constante que mantenía todo en movimiento.Elena observaba a sus hijos jugar desde el balcón de su habitación. Sus pequeños pies descalzos tocaban el césped del jardín. El sol iluminaba sus cabellos oscuros, y sus risas despreocupadas le daban una sensación de paz que nunca pensó que podría experimentar.Giovanni entró a la habitación en silencio, acercándose detrás de ella. La rodeó con sus brazos, apoyando su barbilla en el hombro de Elena mientras contemplaba la misma escena.—Ellos son nuestra obra maestra —dijo en voz baja, dejando un beso suave en su cuello.Elena sonrió, apoyando su cabeza contra la de él.—Nuestra mejor creación.Giovanni la giró lentamente para mirarla, sus ojos estaban llenos de ternura.—No solo
Cinco años atrás. El eco de los pasos resonaba en el largo pasillo de mármol de la mansión Montalvo. Cada zancada de Marcelo Montalvo se sentía pesada, cargada de la incertidumbre y el peso del luto reciente que los rodeaba en ese entorno. Habían pasado menos de tres meses desde la muerte de su esposa, y la casa aún olía a las flores marchitas del funeral. En ese momento, Elena se encontraba sentada en la sala de música, sus dedos acariciando las teclas del piano que su madre le había dejado como herencia. Las notas melancólicas de una sonata de Chopin flotaban en el aire, como un lamento por la ausencia de la mujer que había sido el pilar de su vida. —Elena —la voz grave de su padre rompió el hechizo. Ella levantó la mirada, sus ojos verdes todavía reflejaban esa profundidad de tristeza—. Tengo que hablar contigo de algo muy importante. Ella asintió, dejando que las notas se disiparan en el silencio. Se levantó del banco y caminó hacia él, notando las arrugas de preocupa
Actualmente.Habían pasado cinco años desde la boda de Marcelo y Verónica, y la vida en la mansión Montalvo se había convertido en una pesadilla para Elena. La casa, que una vez llenaba el espacio de risas y música, ahora era un lugar opresivo controlado por las manipulaciones y mentiras que Verónica manejaba. Por fin entendió las palabras de Camila. —¡Elena! —La voz aguda de Ana resonó en el comedor, era la sirvienta más leal de Verónica. —¿Por qué el desayuno no está todavía listo? Los sirvientes no pueden hacer todo, ¡necesito que tú también ayudes! Elena bajó la mirada, mordiéndose la lengua para contener la réplica que ardía en su interior. —Lo siento. Terminaré de limpiar la cocina y me encargaré de traerles el desayuno a la mesa. Verónica, con su vestido de tono aperlado de seda perfectamente planchado y su cabello rubio impecable, la observó con desdén. —No culpes a Ana, hija. Ella también quiere ejercitarte. Estás demasiado flaca. Elena está acostumbrada a la falsa co
Cuando Verónica y Ana finalmente llegaron a la sala de música, encontraron a Camila en el suelo, sujetándose la cara con la mano mientras las lágrimas seguían cayendo de sus ojos.—Señorita, ¿qué le pasa? —Ana ayudó a Camilla a levantarse con cara de preocupación.—Elena, ¿qué has hecho ahora? —inquirió Verónica con frialdad.—¡No es así! —balbuceó Elena, luchando por reprimir sus lágrimas y el dolor físico que sentía en su muñeca—. Yo no hice nada malo, solo estaba…—¡Mamá! Elena estaba tocando el piano y no me ha dejado exponerla, ¡ME HA PEGADO!Elena acababa de levantarse cuando sintió un dolor punzante en la cara y fue empujada al suelo.—¡Qué insolente! Veo que te has dejado mimar por Marcello.Verónica se frotó la mano, había sido demasiado fuerte con ese golpe hace un momento.—¡No! Miente, yo no le he pegado.—Cuando vuelva tu padre se lo contaré, el piano debería haberlo tirado hace tiempo.—¡No! ¡Era de mi madre!—¡Tu madre sólo puedo ser yo! Ahora... Ana enciérrala en la ha