El sol se había escondido tras las colinas que rodeaban la mansión Romagnoli, dejando el cielo teñido de un anaranjado profundo. En el despacho de la casa, Giovanni revisaba los últimos informes de la empresa, su concentración interrumpida ocasionalmente por los ecos de las risas de sus hijos en la sala de estar. Sin embargo, su expresión era grave; los acontecimientos recientes seguían pesando en su mente, y aunque intentaba mostrarse sereno, el cansancio se reflejaba en sus ojos oscuros.Elena apareció en la puerta del despacho, llevando una taza de café.—Parece que te hará falta esto —dijo, entrando con una sonrisa cansada pero cálida.Giovanni levantó la mirada, su ceño fruncido relajándose ligeramente al verla.—Eres un ángel, como siempre. —Aceptó la taza y la colocó sobre el escritorio antes de alargar una mano para tomar la suya y atraerla hacia él—. ¿Los niños ya están dormidos?—Bellini los acostó hace un rato. Estaban agotados después de tanto correr por el jardín.Elena s
La mansión Romagnoli había cambiado tanto en un lapso corto. Lo que alguna vez fue un lugar marcado por sombras y secretos ahora brillaba con vida. El aroma de pasto fresco llenaba el aire, y los gemelos correteaban por el lugar, sus risas resonando como una melodía constante que mantenía todo en movimiento.Elena observaba a sus hijos jugar desde el balcón de su habitación. Sus pequeños pies descalzos tocaban el césped del jardín. El sol iluminaba sus cabellos oscuros, y sus risas despreocupadas le daban una sensación de paz que nunca pensó que podría experimentar.Giovanni entró a la habitación en silencio, acercándose detrás de ella. La rodeó con sus brazos, apoyando su barbilla en el hombro de Elena mientras contemplaba la misma escena.—Ellos son nuestra obra maestra —dijo en voz baja, dejando un beso suave en su cuello.Elena sonrió, apoyando su cabeza contra la de él.—Nuestra mejor creación.Giovanni la giró lentamente para mirarla, sus ojos estaban llenos de ternura.—No solo
Elena y Giovanni habían logrado reconstruir la empresa que había heredado de su madre. Su casa se había convertido en un hogar muy acogedor, el lugar favorito para ambos.Una tarde, mientras el sol comenzaba a descender y bañaba la sala de estar con luces doradas, el bullicio de la familia se hizo notar. Los gemelos, llamados Giulio y Giosuè, corrían por los pasillos con risas contagiosas, llenando la casa de alegría. Giovanni, aunque estaba inmerso en asuntos de la empresa, dejaba a un lado su trabajo para dedicarle un momento a los pequeños. Cuidaba de ellos con la misma intensidad y atención que le daba a Elena. Se había convertido en un buen padre.—¡Giulio, Giosuè, deténganse! —gritó Giovanni en tono de broma mientras los perseguía por el corredor, sabiendo que el desorden infantil ahora era parte del encanto de su hogar. Le encantaba oír sus risas, jugar con ellos y verlos correr por toda la mansión. Los niños no dejaban de reír mientras se escondían en los rincones. Elena los
El nacimiento de Ginna fue el punto culminante de una etapa de renovación para la familia Romagnoli. Elena, con una fuerza interior que parecía haberse forjado en el fuego de sus dificultades, estaba dando a luz a una niña, a quien decidieron llamar Ginna.Giovanni estaba a su lado, dándole esa fuerza que ella necesitaba en ese momento. Le apretaba la mano mientras le hablaba en voz baja, asegurándose de que ella supiera que todo iría bien. A pesar de la tensión en el ambiente, todo se reducía a esa niña que estaban esperando con ansias. Cada vez que Elena gemía por el dolor, él se inclinaba para darle palabras de aliento y sin soltar su mano.—Lo estás haciendo bien, amor. Aguanta un poco más —decía Giovanni, mirando a su esposa con una mezcla de orgullo y preocupación.Elena respondía con un simple asentimiento, sin apartar la mirada de su esposo, que se esforzaba por mostrarse calmado, aunque cada contracción parecía recordarle a ambos lo real de la situación. La sala de partos e
Cinco años atrás. El eco de los pasos resonaba en el largo pasillo de mármol de la mansión Montalvo. Cada zancada de Marcelo Montalvo se sentía pesada, cargada de la incertidumbre y el peso del luto reciente que los rodeaba en ese entorno. Habían pasado menos de tres meses desde la muerte de su esposa, y la casa aún olía a las flores marchitas del funeral. En ese momento, Elena se encontraba sentada en la sala de música, sus dedos acariciando las teclas del piano que su madre le había dejado como herencia. Las notas melancólicas de una sonata de Chopin flotaban en el aire, como un lamento por la ausencia de la mujer que había sido el pilar de su vida. —Elena —la voz grave de su padre rompió el hechizo. Ella levantó la mirada, sus ojos verdes todavía reflejaban esa profundidad de tristeza—. Tengo que hablar contigo de algo muy importante. Ella asintió, dejando que las notas se disiparan en el silencio. Se levantó del banco y caminó hacia él, notando las arrugas de preocupa
Actualmente.Habían pasado cinco años desde la boda de Marcelo y Verónica, y la vida en la mansión Montalvo se había convertido en una pesadilla para Elena. La casa, que una vez llenaba el espacio de risas y música, ahora era un lugar opresivo controlado por las manipulaciones y mentiras que Verónica manejaba. Por fin entendió las palabras de Camila. —¡Elena! —La voz aguda de Ana resonó en el comedor, era la sirvienta más leal de Verónica. —¿Por qué el desayuno no está todavía listo? Los sirvientes no pueden hacer todo, ¡necesito que tú también ayudes! Elena bajó la mirada, mordiéndose la lengua para contener la réplica que ardía en su interior. —Lo siento. Terminaré de limpiar la cocina y me encargaré de traerles el desayuno a la mesa. Verónica, con su vestido de tono aperlado de seda perfectamente planchado y su cabello rubio impecable, la observó con desdén. —No culpes a Ana, hija. Ella también quiere ejercitarte. Estás demasiado flaca. Elena está acostumbrada a la falsa co
Cuando Verónica y Ana finalmente llegaron a la sala de música, encontraron a Camila en el suelo, sujetándose la cara con la mano mientras las lágrimas seguían cayendo de sus ojos.—Señorita, ¿qué le pasa? —Ana ayudó a Camilla a levantarse con cara de preocupación.—Elena, ¿qué has hecho ahora? —inquirió Verónica con frialdad.—¡No es así! —balbuceó Elena, luchando por reprimir sus lágrimas y el dolor físico que sentía en su muñeca—. Yo no hice nada malo, solo estaba…—¡Mamá! Elena estaba tocando el piano y no me ha dejado exponerla, ¡ME HA PEGADO!Elena acababa de levantarse cuando sintió un dolor punzante en la cara y fue empujada al suelo.—¡Qué insolente! Veo que te has dejado mimar por Marcello.Verónica se frotó la mano, había sido demasiado fuerte con ese golpe hace un momento.—¡No! Miente, yo no le he pegado.—Cuando vuelva tu padre se lo contaré, el piano debería haberlo tirado hace tiempo.—¡No! ¡Era de mi madre!—¡Tu madre sólo puedo ser yo! Ahora... Ana enciérrala en la ha
Esa noche Marcelo por fin llegó a casa, llevaba tres días seguidos en la oficina.Y Verónica esperaba a su marido en el salón todas las noches, corriendo en cuanto oía abrirse la puerta.—Hola, querido —. Lo beso primero—. Déjame ver tu cara. Estás demacrado.—Hay demasiadas cosas pasando en la empresa últimamente, algunos problemas…—Tienes que cuidarte, o me preocuparé… aunque las cosas en casa han... Nada, olvídalo.—¿De qué se trata? —inquirió el hombre mientras se quitaba el saco. Verónica lo ayudó un poco como una esposa atenta.—Se trata de Elena. Ha estado comportándose muy mal últimamente. Ya no sé qué hacer con ella.—¿Qué ha pasado ahora? —escudriñó Marcelo, con un tono cansado, al tiempo que se giró para ver a su esposa.—Hoy la encontramos tocando el piano otra vez —respondió Verónica—. No me quiso hacer caso, incluso Camila le recordó que está prohibido entrar a ese salón, pero ella simplemente nos ignoró. Incluso golpeó a Camila con sus manos, aunque su muñeca también r