Capítulo 3: Problemas financieros

Esa noche Marcelo por fin llegó a casa, llevaba tres días seguidos en la oficina.

Y Verónica esperaba a su marido en el salón todas las noches, corriendo en cuanto oía abrirse la puerta.

—Hola, querido —. Lo beso primero—. Déjame ver tu cara. Estás demacrado.

—Hay demasiadas cosas pasando en la empresa últimamente, algunos problemas…

—Tienes que cuidarte, o me preocuparé… aunque las cosas en casa han... Nada, olvídalo.

—¿De qué se trata? —inquirió el hombre mientras se quitaba el saco. Verónica lo ayudó un poco como una esposa atenta.

—Se trata de Elena. Ha estado comportándose muy mal últimamente. Ya no sé qué hacer con ella.

—¿Qué ha pasado ahora? —escudriñó Marcelo, con un tono cansado, al tiempo que se giró para ver a su esposa.

—Hoy la encontramos tocando el piano otra vez —respondió Verónica—. No me quiso hacer caso, incluso Camila le recordó que está prohibido entrar a ese salón, pero ella simplemente nos ignoró. Incluso golpeó a Camila con sus manos, aunque su muñeca también resultó herida.

Marcelo frunció el ceño, sintiendo una mezcla de frustración y preocupación. Una parte de él se angustió, pensando en que su hija estaba lastimada, pero la otra parte, no lo dejó pensar con claridad.

Se sentía más molesto por la desobediencia de Elena.

—¿Cómo es que no aprendes? Se supone que ya habíamos hablado de esto.

—Lo sé, amor —comentó Verónica, tomando su mano—. Pero creo que Elena necesita una lección más severa. Esa muchacha pasa por encima de las reglas, eso quiere decir que no te respeta.

No quería ser duro con su hija, pero estaba convencido de que Verónica tenía razón.

Esa noche, Marcelo llamó a Elena a su despacho. Ella entró, con la cabeza baja y la muñeca vendada, cosa que él no tomó en cuenta.

—Elena, siéntate —demandó a su padre, señalando una silla frente a su escritorio.

Ella se acercó y tomó asiento mientras evitaba el contacto visual con su padre.

—Me han dicho que estuviste tocando el piano hoy —comenzó Marcelo—. A pesar de que te lo he prohibido.

—Papá, yo… —Elena intentó explicarlo, pero Marcelo la interrumpió.

—¡No hay excusas, Elena! Esta desobediencia no puede continuar. Estoy tratando de mantener el orden en esta casa, y tú no ayudas

La joven sintió un nudo en la garganta, pero se obligó a hablar. Era su momento, debía confesar lo que en verdad había pasado.

—Papá, no es justo. Verónica y Camila me tratan mal. Me obligan a hacer tareas que no puedo hacer con mi muñeca herida. Y fue por culpa de Camila que me lastime, ella me empujó.

Marcelo la miró, su expresión se suavizó por un momento, pero rápidamente volvió a endurecerse.

—Deja de defenderte mientras intentas culpar a otros por tu mal comportamiento. —La mirada de Marcelo se endureció. —Necesitas aprender a comportarte y respetar las reglas de esta casa. Si sigues desobedeciendo, habrá consecuencias más serias.

Efectivamente, era como ella pensaba…

Elena se levantó, sintiéndose más sola que nunca.

—Sí, papá —expresó en voz baja, antes de salir del despacho.

[***]

UNA SEMANA DESPUÉS.

El ambiente en la mansión Montalvo se había vuelto aún más tenso.

Había rumores sobre problemas financieros que Marcelo Montalvo estaba teniendo.

A pesar de esa fachada elegante y las sonrisas fingidas en esa familia, desconocían el verdadero problema que estaba por caerles encima.

Marcelo se encontraba en su despacho, rodeado de pilas de papeles y documentos financieros que parecían multiplicarse por momentos.

Su frente estaba perlada de sudor mientras repasaba las cifras una y otra vez, esperando encontrar algún error que pudiera salvar su empresa de la ruina inminente.

—¡Maldita sea! —exclamó, golpeando la mesa con frustración.

El eco resonó en la habitación, destacando el silencio absoluto que reinaba en la casa.

Verónica, que había estado espiando desde la puerta entreabierta, decidió que era el momento adecuado para intervenir.

Entró en el despacho, con una expresión de preocupación cuidadosamente calculada en su rostro.

—Marcelo, amor, ¿qué sucede? —preguntó con suavidad, acercándose a él. —Te he notado distante estos días.

Marcelo levantó la mirada, sus ojos oscuros llenos de desesperación y agotamiento.

No quería preocuparla, aunque también le estuvo dando vueltas a ese asunto en su cabeza por días, entonces llegó a la conclusión de que su esposa tenía que saber lo que estaba sucediendo, ya que también tenían que cuidar del dinero de ahora en adelante.

—Es la empresa, Verónica. Las cosas van de mal en peor. Si no encuentro una solución pronto, es posible que termine en bancarrota.

Los ojos de Verónica se abrieron con la expresión de horror.

Ama a su esposo pero también ama el dinero.

—Debes encontrar una manera de solucionarlo. No podemos permitirnos perder todo lo que hemos construido. —Verónica se acercó a él y se sentó a su lado, colocando una mano reconfortante sobre la suya.

—Lo sé —respondió Marcelo, apretando los dientes—. Pero no hay mucho que pueda hacer. Hemos perdido contratos importantes, y las deudas se están acumulando. Si no conseguimos una inyección de capital pronto, estamos acabados.

Lo observó en silencio durante un momento, considerando sus opciones.

Sabía que necesitaba encontrar una manera de mantener su estilo de vida llena de lujos y mientras se aseguraba de que Marcelo siguiera bajo su control.

—Quizás deberías hablar con Giovanni Romagnoli—sugirió finalmente—. Tiene los recursos y las conexiones necesarias para ayudarte.

Marcelo frunció el ceño, claramente incómodo con la idea.

—¿Romagnoli? ¿Ese italiano loco? No estoy seguro de que sea una buena idea, Verónica.

—No tienes muchas opciones, Marcelo —respondió ella con firmeza—. Y Romagnoli es un hombre poderoso. Puede ser justo lo que necesitamos para salvar la empresa.

Marcelo lo consideró por unos minutos, para él su mujer tenía razón, pero involucrarse con ese italiano, no era la mejor forma.

Existían muchos rumores sobre ese hombre, todos en la región le temían, y a pesar de que solo eran rumores, la gente aseguraba que era un hombre despiadado. Finalmente suspiró y asintió lentamente.

—Tal vez tengas razón. Hablaré con él y veré qué se puede hacer. Por ahora pienso que deberíamos empezar a reducir gastos —indicó—. Tal vez ponga a la venta algunas propiedades y también debemos cortar gastos innecesarios hasta que encuentre la solución.

—Tienes razón. Necesitamos ser más prudentes con nuestro dinero.

Verónica fingió un gesto de acuerdo, aunque por dentro estaba furiosa. No soportaba la idea de tener que recortar sus lujos.

—Hablaré con los administradores mañana para revisar nuestras propiedades. Mientras tanto, te dejo a cargo del cuidado de los gastos de la casa.

[***]

Dos días después, Marcelo esperaba por fin su oportunidad de conocer a Giovanni Romagnoli.

Romagnoli era un hombre imponente, con una presencia que llenaba la habitación por muy grande que fuera.

Sus ojos oscuros y fríos observaban a Marcelo con una mezcla de curiosidad y desdén.

—Señor Romagnoli, gracias por aceptar reunirse conmigo —pronunció Marcelo, mientras trataba de sonar seguro a pesar de su nerviosismo.

—Corta la cortesía, Marcelo —respondió Romagnoli con un leve movimiento de la mano—. ¿Qué es lo que necesitas de mí?

—Mi empresa ha pasado por una crisis financiera en estos momentos —confesó el hombre—. Necesito una inyección de capital para mantenernos a flote. Estoy dispuesto a ofrecer un porcentaje de las acciones a cambio de su ayuda. En este caso seríamos socios.

Romagnoli se recostó en su silla, observando al hombre de mediana edad que tenía delante de él, mientras curvó ligeramente su labio con una sonrisa que parecía solo una mueca.

—Sabes, Marcelo, no soy un hombre que se involucre en negocios sin un buen beneficio —contestó finalmente—. Pero tal vez podamos llegar a algún acuerdo. ¿Cuánto porcentaje de las acciones estás dispuesto a ofrecerme?

—Veinte por ciento —expresó de inmediato.

No está en condición de protestar si Romagnoli le pedía más acciones; sin embargo, no estaba dispuesto a ofrecer más del veinte por ciento. Esperaba que fuera suficiente para aceptarlo.

El italiano soltó una carcajada baja.

—Un veinte por ciento no es suficiente para el riesgo que implica salvar a tu empresa. Quiero el cincuenta por ciento.

Marcelo se quedó helado. Sabía que ceder la mitad de las acciones significaba perder gran parte del control de su empresa, pero estaba desesperado.

—Tengo que pensarlo bien —dijo finalmente—. Necesito consultarlo con mi familia.

Romagnoli frunció el ceño, visiblemente irritado.

—Esperar se me hace una pérdida de tiempo —dijo tajante—. Sin embargo, soy un hombre razonable. Te daré dos días para que me des una respuesta. Si no, cualquier ofrecimiento quedará cancelado y no vuelvas a molestarme.

Marcelo tragó saliva, sintiéndose presionado por la intimidante figura frente a él.

—Entiendo, señor Romagnoli. Le daré una respuesta en dos días.

Romagnoli asintió con desdén.

—Espero que tomes la decisión correcta, Marcelo. Una oportunidad como esta no se presenta dos veces.

Marcelo estaba a punto de levantarse para irse cuando Giovanni hizo un gesto para que se quedara sentado.

—Espera —indicó con su mano para que se mantuviera en su asiento. —Se me ocurre otra opción. He oído que tienes dos hijas.

Marcelo frunció el ceño, inseguro de a dónde se dirigía esta conversación.

—Sí, las tengo. ¿Por qué lo pregunta?

El italiano ladeó una malévola sonrisa.

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