El tiempo se acababa. Marcelo, con el corazón latiendo en su pecho, se dirigió a la sala donde Giovanni Romagnoli lo esperaba. Habían pasado dos días desde la aterradora propuesta, y ahora enfrentaba la decisión más difícil de su vida. Al acercarse al vestíbulo, sus pasos se detuvieron al ver a Verónica, quien lo esperaba con los brazos cruzados y una expresión de furia en su rostro.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Verónica—. ¿Qué le responderás a ese hombre?
Verónica lo miró, su rostro endurecido. Sabía la respuesta, pero quería oírla de los labios de Marcelo.
—La empresa está al borde de la quiebra, Verónica, y el Sr. Romagnoli quiere una nueva esposa…
—No, no dejaré que mi hija se case con ese hombre. —La voz de Verónica se alzó, llena de rabia—. Ese diablo ya mató a tres esposas. ¡No sacrificaré a nuestra hija!
Marcelo se frotó la sien, sintiendo el peso de la situación, aplastándolo. Sabía que Verónica nunca lo perdonaría si sacrificaba a Camila, pero ¿qué otra opción tenían?
—No hay otra opción, Verónica —respondió Marcelo, la tristeza y resignación se mezclaban en su voz—. Debo salvar la empresa.
Los ojos de Verónica brillaron con una ira helada. La idea de perder a Camila la aterrorizaba más que cualquier otra cosa.
—Si entregas a Camila a ese monstruo —dijo Verónica, acercándose a él con palabras llenas de veneno—, nunca te lo perdonaré, Marcelo. ¡Jamás!
En ese momento, Camila apareció en la entrada, habiendo escuchado parte de la conversación. Su rostro pálido y sus ojos llenos de miedo se clavaron en su madre.
—¿Papá… me venderías a ese hombre cruel? —preguntó Camila, su voz temblaba de terror—. Mamá, por favor, no dejes que lo haga… ¡Haz algo!
Verónica, al ver el pánico en los ojos de su hija, sintió su determinación fortalecerse. Sin dudarlo, siguió a Marcelo hacia la sala, dispuesta a hacer lo que fuera necesario para evitar ese matrimonio forzado.
Al entrar en la sala, la voz de Romagnoli resonó, fría y autoritaria, deteniéndolos en seco.
—Entonces, Marcelo —dijo Romagnoli, con una sonrisa depredadora—, ¿has tomado una decisión? ¿Vas a darme a una de tus hijas por la ayuda que necesitas para salvar tu empresa?
Marcelo tragó saliva, a punto de responder, en ese mismo momento la puerta se abrió una vez más. Esta vez, fue Elena quien entró, captando inmediatamente la atención del italiano.
Con la mirada baja, se acercó, su mano apretada alrededor de la muñeca lastimada. Pero su voz salió firme, cortando el aire como un cuchillo.
—Yo seré su esposa, señor Romagnoli —dijo Elena, con una seguridad que sorprendió a todos. —Me casaré con usted.
El silencio se hizo pesado. Marcelo miró a su hija menor, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Verónica, por su parte, sintió una mezcla de alivio y desconcierto. Nunca había imaginado que Elena tomara esta decisión, pero una parte de ella, la que solo veía por Camila, sintió que esto podría ser la solución a su problema.
Romagnoli se levantó lentamente, su mirada fija en Elena. Dio un paso hacia ella, examinándola con una intensidad que hizo que Marcelo sintiera un nudo en el estómago.
—¿Estás segura de lo que dices? —preguntó Giovanni, su tono mezclaba amenaza y curiosidad.
Elena levantó la mirada, encontrándose con la suya. Por dentro, su corazón latía desbocado, pero su voz no titubeó.
—Sí, estoy segura. Si eso es lo que se necesita para salvar la empresa… estoy dispuesta a casarme con usted.
Romagnoli sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos. Se giró hacia Marcelo, satisfecho.
—Parece que tenemos un acuerdo, entonces.
El corazón de Marcelo se rompió mientras asentía lentamente, incapaz de mirar a su hija. Verónica sintió un alivio, sabiendo que Camila estaba a salvo, al menos por ahora.
Pero en lo profundo de todo aquello, crecía una sensación ominosa. Elena sabía que la decisión que acababa de tomar no solo salvaría la empresa, sino que también la condenaría a un futuro lleno de incertidumbre y un mundo desconocido, sin saber que estaba muy lejos de ser libre.
—Elena… —la voz de Marcelo apenas fue un susurro, cargado de incredulidad—. No tienes que hacer esto…Elena sostuvo su mirada, aunque el dolor en su muñeca le recordaba la crudeza de esa vida dura que llevaba. Su rostro, marcado por un miedo, pero también por una firmeza, había tomado una decisión.—Padre, no hay otra opción. Si puedo salvar la empresa… si puedo salvar lo que construiste con tanto esfuerzo, lo haré. No quiero que todo se pierda —dijo, su voz temblando ligeramente, pero sin perder fuerza.Romagnoli observaba la escena con una expresión de satisfacción, pero detrás de sus ojos calculadores, captaba algo más profundo en la dinámica familiar.Verónica dio un paso adelante, fingiendo preocupación, aunque su satisfacción interna era evidente para Romagnoli.—Oh, Elena, qué sacrificio tan grande estás haciendo —dijo con voz afectada, sus palabras aparentemente llenas de gratitud—. No sé cómo podremos agradecerte esto.Camila, que hasta ese momento había permanecido callada,
Elena se miró en el espejo, observando cómo las manos de la maquilladora transformaban su rostro en el de una novia. La sombra de sus ojeras fue suavemente cubierta, sus labios pintados de un suave carmín, y su cabello, recogido en un moño elegante, completaba la imagen de una mujer lista para el sacrificio. Pero dentro de ella, la inquietud crecía, cada pincelada en su rostro la alejaba más de su propia identidad.Marcelo entró en la habitación, su expresión era fría, distante, casi como si no reconociera a la mujer que tenía frente a él. Caminó hacia ella con pasos firmes y se detuvo justo a su lado, mirando su reflejo en el espejo.—Estás haciendo lo correcto —dijo con una voz cortante, sin rastro de emoción—. Este matrimonio es lo mejor para todos, esto ayudará a salvar la empresa. Espero que sepas hacer feliz al italiano, deberás obedecerlo en todo, no lo hagas enfadar.Elena sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las palabras de su padre, que alguna vez habían sido fuente
El lugar se sentía vacío, como si todo lo que alguna vez importó se hubiese desvanecido, dejando solo paredes desnudas y el eco de recuerdos compartidos con su madre. Había decidido irse, pero esa decisión pesaba sobre ella como una carga ineludible.—¿Lista? —La voz de Giovanni cortó el silencio, fría y decidida. Estaba en la puerta, bloqueando la salida con su figura imponente, observándola con una mirada que Elena comenzaba a conocer demasiado bien.Parecía vigilarla, como si sospechara que en cualquier momento Elena podría huir. Lo que él no sabía era que, al aceptar casarse con él, ella ya había trazado su propio plan de fuga.Asintió, sin decir una palabra, mientras cerraba la cremallera de su pequeña maleta. No había nada más que agregar. Agarró su bolso y se giró para enfrentarlo, sintiendo cómo su resolución flaqueaba por un breve instante. “¿Es esto lo correcto?”, se preguntó, temiendo haber saltado de un precipicio sin saber lo que la esperaba al fondo.—Tus cosas lle
La mañana siguiente, Elena se despertó temprano. El sol apenas asomaba cuando se levantó de la cama cómoda. Había dormido poco, su mente ocupada en cómo sería la vida en la mansión Romagnoli.El silencio de la casa era casi opresivo, un recordatorio constante de la soledad que ahora la rodeaba, tampoco es como si su vida hubiera cambiado mucho. Se vistió con el vestido que había encontrado en su armario la noche anterior, sencillo pero elegante, y decidió explorar la mansión antes de que Giovanni diera señales de vida.El primer lugar al que se dirigió fue la cocina. Al entrar, se sorprendió al ver que ya estaba en plena actividad. Los cocineros y el personal de servicio se movían en perfecta sincronía, preparando lo que parecía ser un desayuno digno de un banquete.—Buenos días, señora Romagnoli —dijo una mujer mayor, que parecía ser la jefa de cocina—. ¿Le gustaría algo especial para el desayuno?Elena se sorprendió por la formalidad, aún no se acostumbraba a que la llamaran po
Elena entró al dormitorio que le asignaron con una mezcla de agotamiento y tensión en su cuerpo. Había sido un día largo, lleno de instrucciones constantes y supervisión por parte del personal encargado de guiarla. La habitación, aunque inmensa y lujosamente decorada, se sentía vacía. No había ni rastro de calidez en las paredes grises ni en los muebles oscuros que parecían absorber toda la luz que entraba por las grandes ventanas.Sus pasos resonaron suavemente sobre el suelo de mármol mientras se dirigía al enorme vestidor. Sacó un camisón sencillo de seda de uno de los cajones y comenzó a cambiarse lentamente, tratando de ignorar la creciente sensación de agobio en su pecho. El silencio en la habitación era abrumador, casi aplastante. A lo lejos, se escuchaba el ocasional crujido de la madera, el eco de la casa asentándose con la noche, pero no había nada que distrajera sus pensamientos.Respiró hondo y miró a su alrededor, su mirada se posó en la cama king size que ocupaba e
—¿Qué fue eso? —inquirió una de las voces, cargada de sospecha.Elena sintió que el pánico comenzaba a subir por su garganta. ¡No! ¡No podía quedarse allí! Se giró rápidamente y corrió de regreso por el pasillo, su respiración rápida y pesada. Alcanzó la puerta del dormitorio justo cuando escuchó la puerta de la reunión abrirse con fuerza detrás de ella.Se lanzó a la cama, cubriéndose rápidamente con las sábanas, fingiendo que había estado dormida todo el tiempo. Su corazón latía tan rápido que temía que se pudiera escuchar desde fuera de la puerta.Momentos después, la puerta del dormitorio se abrió ligeramente y sintió que alguien la observaba en la oscuridad. Contuvo la respiración, manteniendo los ojos cerrados, rogando que no se acercara más.Sin embargo, el hombre no parecía dejarla marchar.Giovanni se acercó lentamente a la chica que fingía estar dormida en la cama, el sutil aleteo de sus pestañas ya la delataba.La boca del hombre esbozó una pequeña curva, pero las palab
Al día siguiente, la joven se sobresaltó al despertar cuando la puerta de su dormitorio se abrió bruscamente. La sensación de frío le generó un temblor mientras se incorporaba en la cama, sus sentidos aún confusos por el sueño. Sus ojos, confusos por el abrupto despertar, captaron el contorno imponente de Giovanni Romagnoli, quien se había adentrado en la habitación con una arrogancia que parecía natural para él, como si no existieran fronteras entre ellos, como si todo, incluido su espacio más íntimo, le perteneciera.Los pasos firmes del hombre resonaron en el suelo de mármol, haciendo eco en el silencio incómodo de la habitación. Elena sintió cómo su presencia lo llenaba todo, sofocante, robándole el aire. Parpadeó rápidamente, su mente buscando una pregunta adecuada, pero antes de que pudiera formularla, él se adelantó, usando el mismo tono de siempre.—Levántate —dijo, su voz seca y tajante, sin rastro de compasión—. Tienes que prepararte. Hoy saldremos en la tarde.La joven,
El sonido de los tacones de Elena resonaba en el largo pasillo, una marcha acompasada que no lograba romper el gélido silencio que Giovanni imponía con su presencia. Él caminaba unos pasos por delante, sin girarse siquiera para mirarla, guiándola con la indiferencia de quien lleva a un objeto consigo, algo que no merece ni una mirada. Por más que Elena hubiera sido arreglada con meticulosa perfección, sabía que no era suficiente. Nunca lo era. Nada de lo que hiciera lograba satisfacer a Giovanni por completo.Descendieron a la planta baja, donde una hilera de sirvientes los aguardaba, perfectamente alineados como soldados en formación, listos para recibir las órdenes de su señor.—El auto está listo, señor —dijo uno de los empleados, inclinándose ligeramente. Giovanni no respondió, ni siquiera lo miró. Un simple gesto con la mano bastó para que el mensaje fuera comprendido.En el exterior, el lujoso vehículo negro los esperaba, brillando bajo las luces tenues de la entrada. Uno de