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Capítulo 5: Yo seré su esposa

El tiempo se acababa. Marcelo, con el corazón latiendo en su pecho, se dirigió a la sala donde Giovanni Romagnoli lo esperaba. Habían pasado dos días desde la aterradora propuesta, y ahora enfrentaba la decisión más difícil de su vida. Al acercarse al vestíbulo, sus pasos se detuvieron al ver a Verónica, quien lo esperaba con los brazos cruzados y una expresión de furia en su rostro.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Verónica—. ¿Qué le responderás a ese hombre?

Verónica lo miró, su rostro endurecido. Sabía la respuesta, pero quería oírla de los labios de Marcelo.

—La empresa está al borde de la quiebra, Verónica, y el Sr. Romagnoli quiere una nueva esposa…

—No, no dejaré que mi hija se case con ese hombre. —La voz de Verónica se alzó, llena de rabia—. Ese diablo ya mató a tres esposas. ¡No sacrificaré a nuestra hija!

Marcelo se frotó la sien, sintiendo el peso de la situación, aplastándolo. Sabía que Verónica nunca lo perdonaría si sacrificaba a Camila, pero ¿qué otra opción tenían?

—No hay otra opción, Verónica —respondió Marcelo, la tristeza y resignación se mezclaban en su voz—. Debo salvar la empresa.

Los ojos de Verónica brillaron con una ira helada. La idea de perder a Camila la aterrorizaba más que cualquier otra cosa.

—Si entregas a Camila a ese monstruo —dijo Verónica, acercándose a él con palabras llenas de veneno—, nunca te lo perdonaré, Marcelo. ¡Jamás!

En ese momento, Camila apareció en la entrada, habiendo escuchado parte de la conversación. Su rostro pálido y sus ojos llenos de miedo se clavaron en su madre.

—¿Papá… me venderías a ese hombre cruel? —preguntó Camila, su voz temblaba de terror—. Mamá, por favor, no dejes que lo haga… ¡Haz algo!

Verónica, al ver el pánico en los ojos de su hija, sintió su determinación fortalecerse. Sin dudarlo, siguió a Marcelo hacia la sala, dispuesta a hacer lo que fuera necesario para evitar ese matrimonio forzado.

Al entrar en la sala, la voz de Romagnoli resonó, fría y autoritaria, deteniéndolos en seco.

—Entonces, Marcelo —dijo Romagnoli, con una sonrisa depredadora—, ¿has tomado una decisión? ¿Vas a darme a una de tus hijas por la ayuda que necesitas para salvar tu empresa?

Marcelo tragó saliva, a punto de responder, en ese mismo momento la puerta se abrió una vez más. Esta vez, fue Elena quien entró, captando inmediatamente la atención del italiano.

Con la mirada baja, se acercó, su mano apretada alrededor de la muñeca lastimada. Pero su voz salió firme, cortando el aire como un cuchillo.

—Yo seré su esposa, señor Romagnoli —dijo Elena, con una seguridad que sorprendió a todos. —Me casaré con usted.

El silencio se hizo pesado. Marcelo miró a su hija menor, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Verónica, por su parte, sintió una mezcla de alivio y desconcierto. Nunca había imaginado que Elena tomara esta decisión, pero una parte de ella, la que solo veía por Camila, sintió que esto podría ser la solución a su problema.

Romagnoli se levantó lentamente, su mirada fija en Elena. Dio un paso hacia ella, examinándola con una intensidad que hizo que Marcelo sintiera un nudo en el estómago.

—¿Estás segura de lo que dices? —preguntó Giovanni, su tono mezclaba amenaza y curiosidad.

Elena levantó la mirada, encontrándose con la suya. Por dentro, su corazón latía desbocado, pero su voz no titubeó.

—Sí, estoy segura. Si eso es lo que se necesita para salvar la empresa… estoy dispuesta a casarme con usted.

Romagnoli sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos. Se giró hacia Marcelo, satisfecho.

—Parece que tenemos un acuerdo, entonces.

El corazón de Marcelo se rompió mientras asentía lentamente, incapaz de mirar a su hija. Verónica sintió un alivio, sabiendo que Camila estaba a salvo, al menos por ahora.

Pero en lo profundo de todo aquello, crecía una sensación ominosa. Elena sabía que la decisión que acababa de tomar no solo salvaría la empresa, sino que también la condenaría a un futuro lleno de incertidumbre y un mundo desconocido, sin saber que estaba muy lejos de ser libre.

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