El sonido de los tacones de Elena resonaba en el largo pasillo, una marcha acompasada que no lograba romper el gélido silencio que Giovanni imponía con su presencia. Él caminaba unos pasos por delante, sin girarse siquiera para mirarla, guiándola con la indiferencia de quien lleva a un objeto consigo, algo que no merece ni una mirada. Por más que Elena hubiera sido arreglada con meticulosa perfección, sabía que no era suficiente. Nunca lo era. Nada de lo que hiciera lograba satisfacer a Giovanni por completo.Descendieron a la planta baja, donde una hilera de sirvientes los aguardaba, perfectamente alineados como soldados en formación, listos para recibir las órdenes de su señor.—El auto está listo, señor —dijo uno de los empleados, inclinándose ligeramente. Giovanni no respondió, ni siquiera lo miró. Un simple gesto con la mano bastó para que el mensaje fuera comprendido.En el exterior, el lujoso vehículo negro los esperaba, brillando bajo las luces tenues de la entrada. Uno de
—¿Quieres a tu marido? —repitió el hombre.Elena se quedó paralizada por la pregunta, los dedos aferrados al tenedor de forma casi involuntaria. Marco había roto el silencio con una frialdad calculada, como si el impacto de sus palabras fuera una simple observación sin importancia. Pero para ella, esas cinco palabras pesaban como un ancla en el aire tenso que los rodeaba.Levantó la mirada con lentitud, topándose con los ojos del hombre, claros, imperturbables. Había una intensidad en ellos, pero vacía de toda emoción. No había rabia, ni compasión, solo una calma inquietante, como si simplemente hubiera lanzado la pregunta por curiosidad. ¿Qué buscaba realmente? ¿Probar su lealtad? ¿O tal vez algo más oscuro?—No es el tipo de pregunta que importe, ¿o sí? —murmuró ella, apenas elevando la voz lo suficiente para que él la escuchara.El hombre dejó su copa de vino sobre la mesa, el cristal hizo un leve ruido al tocar la superficie, pero para Elena sonó como un trueno en medio del si
—He oído… rumores —logró decir finalmente, su voz temblando un poco. No quería mostrarle miedo, pero tampoco podía ocultarlo del todo. No frente de alguien como hombres así.El hombre ladeó la cabeza, como si estuviera considerando su respuesta con cierta diversión. Luego, sus dedos tamborilearon con lentitud sobre la mesa, creando un ritmo casi hipnótico, como si estuviera midiendo cada segundo de tensión.—Entonces, ya sabes cómo terminan las cosas para las mujeres que no cumplen con las expectativas de Romagnoli —continuó, con una indiferencia que helaba los huesos. —No importa lo bonita que seas, lo devota o sumisa que parezcas. Si no eres útil… no duras.Sabía que estaba en una posición precaria desde el principio, pero oírlo así, con tanta frialdad, hacía que la realidad de su situación la golpeara con más fuerza. Se encontraba atrapada, no solo por ese matrimonio que eligió sin antes pensar en las consecuencias, sino por el pasado oscuro de su esposo.—Pero aún tienes tiempo
Se aferró a su copa y se bebió todo el contenido que quedaba en ella. El hombre curvó una ceja luego de alejarse.—¿Te agradaría beber algo fuerte?Ella alzó su mirada y se quedó viéndolo de una manera desconcertada. Nunca antes había tomado alcohol, si aceptaba esa seria la primera vez que lo haría, por un instante pensó que no estaría mal probar un poco.—No sé —encogió los hombros. Se mordió el labio antes de seguir hablando, recordando lo que Giovanni le había dicho antes de irse.—Nunca has bebido —añadió el hombre, esta vez no era una pregunta, más bien una afirmación.Elena asintió lentamente, sin apartar la vista del líquido transparente que había quedado en el fondo de su copa. Se sentía pequeña e insignificante. Su esposo siempre había dejado claras sus reglas: ser prudente, comportarse, no hacer nada que pudiera llamar la atención o traicionar la imagen que él deseaba proyectar. Pero aquí, frente a otro hombre, esas reglas parecían lejanas, desdibujadas, casi irrelevant
El silencio que siguió a su pregunta fue denso, cargado de una tensión palpable que parecía llenar todo el espacio entre ellos. Marco dejó escapar una pequeña risa, como si la pregunta le divertía más de lo que debía. Apoyó los codos sobre la mesa, entrelazando los dedos frente a su rostro, sus ojos no apartándose de ella ni un segundo.—¿Qué quiero que hagas? —repitió, su tono ligero, pero con una profundidad inquietante que hizo que la piel de Elena se erizara—. La verdadera pregunta es… ¿qué estás dispuesta a hacer?La chica parpadeó, incapaz de apartar la mirada. El peso de sus palabras le cayó como una losa sobre el pecho. —Yo… —empezó a decir, pero las palabras murieron en su garganta. No sabía cómo seguir.Él se inclinó ligeramente hacia adelante, sus ojos fijos en ella como un depredador que ha encontrado a su presa.—Romagnoli no te protege ni te protegerá nunca —aseguró con tanta confianza—. Te deja expuesta con cualquier tipo y lo peor de todo es que no parece importarle
—¿Qué diablos le has hecho a mi esposa? La voz airada de Giovanni llenó toda la sala. —Nos hemos estado divirtiendo, eso es todo. ¿Verdad, linda? —puso sus ojos sobre Elena sin importarle la figura imponente de Giovanni delante de él. Como si la situación no fuera más que un juego inofensivo.—¿Mi esposo?... Je, je, je… Ajena al peligro que emanaba de la tensión entre ambos hombres, la chica soltó una carcajada ahogada. Giovanni se volvió bruscamente hacia ella, su mirada llena de furia, como si estuviera viendo algo que detestaba. Sin decir una palabra, cerró la distancia entre ellos y la agarró bruscamente del brazo, haciéndola tambalearse mientras la levantaba de su asiento.—Es hora de regresar a casa —soltó con un tono cortante, dejando claro que no aceptaba objeciones.No puso resistencia, de todas maneras su cuerpo embriagado y sus sentidos embotados no le permitían luchar contra ese hombre. Su esposo la sujetaba con tanta fuerza, que ni siquiera le da tiempo a replicar.
Giovanni la miraba con una intensidad que hizo que el tiempo pareciera detenerse. Sus respiraciones pesaban en el aire entre ellos, llenando el espacio con una tensión palpable. Elena lo observaba a través de sus ojos entrecerrados, sin comprender del todo el torbellino de emociones que veía en su esposo. La sonrisa despreocupada en sus labios, un vestigio del alcohol que todavía circulaba en su cuerpo.—No tienes ni idea de lo que estás diciendo —gruñó él, su voz baja y controlada, pero había algo en ese control que hacía evidente el esfuerzo que le costaba mantenerlo.Todavía borracha y desafiante, se dejó caer de espaldas sobre la cama, con los brazos extendidos y su cabello desparramado sobre las almohadas. Sus ojos chispeantes y la sonrisa burlona lo provocaban. Giovanni sintió cómo la bestia que luchaba por contener dentro de él comenzaba a liberarse.—Oh, pero sí lo sé… —replicó ella, arrastrando las palabras con una ironía que solo el alcohol permitía—. Estás celoso, Giovanni
Habían pasado tres días desde aquella noche, y Elena aún no había vuelto a ver a Giovanni. Nadie le había dado demasiados detalles sobre su ausencia, solo sabía que se había marchado de viaje. La mansión, ya fría y vacía de por sí, ahora parecía aún más silenciosa sin su presencia.Con el fin de evitar pensar demasiado, se había sumergido en sus tareas diarias. El mayordomo y la jefa de cocina no dejaban de vigilarla de cerca, atentos a cada uno de sus movimientos. Esa constante supervisión la incomodaba, pero en el fondo agradecía la distracción. El malestar físico había desaparecido, sin embargo, algo en su interior seguía inquieto. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Giovanni sobre ella, sus manos recorriendo su cuerpo de manera brusca, volvía a su mente, perturbándola. Lo que más le confundía era el deseo creciente que ahora sentía por revivir ese mismo momento. ¿Cómo podía querer algo que la había dejado tan confundida y dolida?Elena no lograba entenderse. ¿Por qué dese