La mujer que la cuidaba había dejado, casi sin darse cuenta, un manojo de llaves sobre la cómoda. Elena no podía ignorar la oportunidad. Mientras la señora limpiaba la tina en el baño, tomó las llaves con rapidez y las escondió bajo su almohada.Esperó pacientemente a que la casa se sumiera en el silencio de la noche. Cuando ya no escuchaba más ruido ni veía luces encendidas, se levantó con cautela y caminó en puntillas hasta la puerta, abriéndola con sumo cuidado para no hacer ningún sonido. El pasillo estaba oscuro, pero conocía bien el camino.Bajó las escaleras en completo silencio, aunque el tintineo del manojo de llaves en sus manos la ponía nerviosa. Era más pesado de lo que había imaginado. Llegó hasta la puerta vieja que tanto deseaba abrir. Había demasiadas llaves, más de las que esperaba, y ninguna parecía ser la correcta. Hasta que, finalmente, escuchó el clic del cerrojo abriéndose. Y sus ojos se abrieron con total sorpresa.Con lentitud, empujó la puerta, que emitió un l
Intentó mantener la calma, pero su cuerpo temblaba ligeramente en los brazos de su esposo. Giovanni la sostenía con firmeza, su agarre lo suficientemente fuerte como para hacerla sentir atrapada, pero no lo bastante para dejar una marca visible. A pesar de sus esfuerzos por mantener la calma, el leve temblor de su cuerpo la delataba, y cuando trató de sostenerle la mirada, solo logró parecer más vulnerable.—¿De qué cuarto hablas? —preguntó, esforzándose por sonar convincente. Bajó la vista y frotó sus ojos como si aún estuviera adormecida, una actuación que, en cualquier otro contexto, podría haber funcionado.Pero no con él.Giovanni la miraba con una expresión implacable. La tensión en su mandíbula mostraba lo cual furioso estaba, aunque su voz seguía siendo controlada.—No te hagas la inocente. —Sus palabras eran una amenaza contenida—. Te vi correr. Estabas ahí, espiando. ¿Cómo entraste?La joven tragó saliva, sintiendo cómo su corazón se aceleraba. Sabía que mentir solo empeora
A la mañana siguiente, Elena estaba sentada en el comedor, perdida en sus pensamientos, recordando lo que había descubierto la noche anterior y las advertencias de su esposo. Estaba tan absorta que no notó cuando alguien dejó un platillo frente a ella. Al levantar la vista, se encontró con la mirada fría e indiferente de la cocinera, una mujer que nunca la había tratado con amabilidad desde su llegada.—¿No desayunará mi esposo? —preguntó, confundida. Siempre le servían después de que Giovanni tomara asiento.—El señor ordenó que le sirviéramos a usted primero —respondió la cocinera, con un tono seco.Elena miró su plato e hizo una mueca, no porque la comida se viera mal, sino porque no podía comerla. Aunque lo deseara, el problema para ingerir ese alimento no se lo impedía.—¿No es de su agrado lo que hemos cocinado para usted, señora? —preguntó la cocinera, con una clara actitud de molestia por el gesto que había hecho la muchacha.—No, claro que no —respondió rápidamente ella, acl
En ese instante sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Giovanni no la había defendido por afecto o preocupación, solo había reafirmado su control absoluto sobre todo lo que le pertenecía, incluyendo a ella. Lo observó salir de la habitación sin decir más.Por la tarde, Elena retomó sus tareas, las cuales no eran propias de una señora en una mansión como esa, pero obedeció las órdenes del mayordomo sin protestar.Mientras pulía el suelo del segundo piso, se topó con una puerta doble de roble oscuro. Era la habitación de su esposo, aunque ella aún no lo sabía. La curiosidad la invadió de nuevo. Todo en esa casa la intrigaba, especialmente desde que escuchó aquellos disparos y vio caer a los hombres muertos.Sin pensarlo, dejó su trabajo y entró en la habitación. Al descubrir que era un dormitorio, supuso que se trataba del cuarto de Giovanni mientras adentraba más al espacio. Caminó hasta la cama y el aroma de su loción confirmó sus sospechas: era el lugar donde él dormía. Una so
—La traidora es su esposa. La vi abriendo el cajón junto a su cama y guardando algo allí.El hombre observó detenidamente a su mayordomo, dudando por un instante de sus palabras. Pero la inquietud creció en su interior, y sin esperar más, se giró hacia la cómoda junto a su cama. Abrió el cajón con un movimiento brusco, encontrando una pequeña bolsa de tela, atada con un lazo fino de color azul celeste.Frunció el ceño, sus ojos fijos en la misteriosa bolsa. No la tocó, simplemente la observó por unos segundos, como si analizarla le diera alguna respuesta. ¿Qué era eso? ¿Por qué su esposa lo había guardado ahí, de manera tan discreta, sin decirle nada?—Encárgate de esto —ordenó con frialdad, sin apartar la mirada del objeto antes de cerrar el cajón con fuerza.Luego, se giró y salió de la habitación sin más palabras, dejando al mayordomo con la orden clara. Caminó con pasos largos y tensos, su mente nublada por la furia. Cuando llegó frente a la habitación de su esposa, empujó la p
—Jefe, sí es efectivamente lavanda, que ayuda a dormir.Giovanni se sentaba en su despacho, sostenía la bolsita perfumada en una mano mientras recordaba las palabras del médico de cabecera.No podía permitirse confiar completamente en nadie, ni siquiera en su esposa. Aunque las palabras de Elena siempre habían sido honestas, algo no encajaba para él. El plan que había trazado era demasiado importante para dejar nada al azar.Se acercó la bolsita perfumada a la nariz, le llegó un aroma a lavanda y por un momento se sintió mucho más relajado.—Esa mujer —murmuró para sí mismo, soltando después un largo suspiro.Sus dedos tamborilean suavemente sobre el escritorio de madera oscura, cuando el sonido de alguien llamando a la puerta lo hizo salir de sus pensamientos.Autorizó y la puerta se abrió, su mayordomo se asomó para avisar que la persona que estaba esperando ya había llegado. Giovanni le indicó con un gesto que dejara pasar al hombre.Un hombre con expresión sería y algo alto, no t
Por la tarde, Elena había terminado sus tareas del día, asegurándose de hacer todas las indicaciones que la cocinera principal de la casa le mando. Había sido una jornada agotadora, pero mientras guardaba los utensilios, el hambre empezó a rondarle. Recordó que más temprano había pedido permiso para disfrutar de una merienda, un pequeño postre que le había estado antojando. La cocinera, una mujer que siempre era estricta, le dijo que tendría que ganárselo, y en su mente aquello fue casi una invitación a desafiarla. Minutos después, la cocina había quedado vacía y silenciosa, sin ningún empleado merodeando por ahí. Su hambre se intensificó y no tuvo otra opción, comenzó a buscar entre los estantes. Abrió una de las alacenas y halló un paquete de harina; después, fue al refrigerador, donde encontró los ingredientes restantes para preparar una torta de chocolate.Con manos hábiles, comenzaron a elaborar el bizcocho. Cuando la mezcla estuvo lista, la colocó en el molde y la metió al horno
El chef, apoyado contra la encimera de la cocina, se cruzó de brazos, lanzando una mirada astuta a los empleados que se agrupaban alrededor suyo. La tensión era palpable. Entre murmullos, discutían la próxima cena, que debía impresionar a los invitados de Giovanni esa misma noche. Pero el chef tenía algo más en mente. Al ver la oportunidad de humillar a Elena, decidió jugar sus cartas con astucia.—Así que la señora quiere cocinar —murmuró con una sonrisa llena de desdén, su tono lo suficientemente bajo para que Elena no pudiera escucharlo desde donde estaba—. Perfecto. Tengo el plato ideal para ella.La cocinera y un par de empleados intercambiaron miradas intrigadas, pero asintieron, emocionados por la idea de ver a Elena fracasar. Sabían que su falta de experiencia en la cocina profesional sería su caída. Y si eso sucedía, Giovanni no sería indulgente con ella.—¿Qué le dejarás hacer? —preguntó uno de los ayudantes, fingiendo inocencia, aunque claramente disfrutaba del espectáculo.