Habían pasado tres días desde aquella noche, y Elena aún no había vuelto a ver a Giovanni. Nadie le había dado demasiados detalles sobre su ausencia, solo sabía que se había marchado de viaje. La mansión, ya fría y vacía de por sí, ahora parecía aún más silenciosa sin su presencia.Con el fin de evitar pensar demasiado, se había sumergido en sus tareas diarias. El mayordomo y la jefa de cocina no dejaban de vigilarla de cerca, atentos a cada uno de sus movimientos. Esa constante supervisión la incomodaba, pero en el fondo agradecía la distracción. El malestar físico había desaparecido, sin embargo, algo en su interior seguía inquieto. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Giovanni sobre ella, sus manos recorriendo su cuerpo de manera brusca, volvía a su mente, perturbándola. Lo que más le confundía era el deseo creciente que ahora sentía por revivir ese mismo momento. ¿Cómo podía querer algo que la había dejado tan confundida y dolida?Elena no lograba entenderse. ¿Por qué dese
La mujer que la cuidaba había dejado, casi sin darse cuenta, un manojo de llaves sobre la cómoda. Elena no podía ignorar la oportunidad. Mientras la señora limpiaba la tina en el baño, tomó las llaves con rapidez y las escondió bajo su almohada.Esperó pacientemente a que la casa se sumiera en el silencio de la noche. Cuando ya no escuchaba más ruido ni veía luces encendidas, se levantó con cautela y caminó en puntillas hasta la puerta, abriéndola con sumo cuidado para no hacer ningún sonido. El pasillo estaba oscuro, pero conocía bien el camino.Bajó las escaleras en completo silencio, aunque el tintineo del manojo de llaves en sus manos la ponía nerviosa. Era más pesado de lo que había imaginado. Llegó hasta la puerta vieja que tanto deseaba abrir. Había demasiadas llaves, más de las que esperaba, y ninguna parecía ser la correcta. Hasta que, finalmente, escuchó el clic del cerrojo abriéndose. Y sus ojos se abrieron con total sorpresa.Con lentitud, empujó la puerta, que emitió un l
Intentó mantener la calma, pero su cuerpo temblaba ligeramente en los brazos de su esposo. Giovanni la sostenía con firmeza, su agarre lo suficientemente fuerte como para hacerla sentir atrapada, pero no lo bastante para dejar una marca visible. A pesar de sus esfuerzos por mantener la calma, el leve temblor de su cuerpo la delataba, y cuando trató de sostenerle la mirada, solo logró parecer más vulnerable.—¿De qué cuarto hablas? —preguntó, esforzándose por sonar convincente. Bajó la vista y frotó sus ojos como si aún estuviera adormecida, una actuación que, en cualquier otro contexto, podría haber funcionado.Pero no con él.Giovanni la miraba con una expresión implacable. La tensión en su mandíbula mostraba lo cual furioso estaba, aunque su voz seguía siendo controlada.—No te hagas la inocente. —Sus palabras eran una amenaza contenida—. Te vi correr. Estabas ahí, espiando. ¿Cómo entraste?La joven tragó saliva, sintiendo cómo su corazón se aceleraba. Sabía que mentir solo empeora
Cinco años atrás. El eco de los pasos resonaba en el largo pasillo de mármol de la mansión Montalvo. Cada zancada de Marcelo Montalvo se sentía pesada, cargada de la incertidumbre y el peso del luto reciente que los rodeaba en ese entorno. Habían pasado menos de tres meses desde la muerte de su esposa, y la casa aún olía a las flores marchitas del funeral. En ese momento, Elena se encontraba sentada en la sala de música, sus dedos acariciando las teclas del piano que su madre le había dejado como herencia. Las notas melancólicas de una sonata de Chopin flotaban en el aire, como un lamento por la ausencia de la mujer que había sido el pilar de su vida. —Elena —la voz grave de su padre rompió el hechizo. Ella levantó la mirada, sus ojos verdes todavía reflejaban esa profundidad de tristeza—. Tengo que hablar contigo de algo muy importante. Ella asintió, dejando que las notas se disiparan en el silencio. Se levantó del banco y caminó hacia él, notando las arrugas de preocupa
Actualmente.Habían pasado cinco años desde la boda de Marcelo y Verónica, y la vida en la mansión Montalvo se había convertido en una pesadilla para Elena. La casa, que una vez llenaba el espacio de risas y música, ahora era un lugar opresivo controlado por las manipulaciones y mentiras que Verónica manejaba. Por fin entendió las palabras de Camila. —¡Elena! —La voz aguda de Ana resonó en el comedor, era la sirvienta más leal de Verónica. —¿Por qué el desayuno no está todavía listo? Los sirvientes no pueden hacer todo, ¡necesito que tú también ayudes! Elena bajó la mirada, mordiéndose la lengua para contener la réplica que ardía en su interior. —Lo siento. Terminaré de limpiar la cocina y me encargaré de traerles el desayuno a la mesa. Verónica, con su vestido de tono aperlado de seda perfectamente planchado y su cabello rubio impecable, la observó con desdén. —No culpes a Ana, hija. Ella también quiere ejercitarte. Estás demasiado flaca. Elena está acostumbrada a la falsa co
Cuando Verónica y Ana finalmente llegaron a la sala de música, encontraron a Camila en el suelo, sujetándose la cara con la mano mientras las lágrimas seguían cayendo de sus ojos.—Señorita, ¿qué le pasa? —Ana ayudó a Camilla a levantarse con cara de preocupación.—Elena, ¿qué has hecho ahora? —inquirió Verónica con frialdad.—¡No es así! —balbuceó Elena, luchando por reprimir sus lágrimas y el dolor físico que sentía en su muñeca—. Yo no hice nada malo, solo estaba…—¡Mamá! Elena estaba tocando el piano y no me ha dejado exponerla, ¡ME HA PEGADO!Elena acababa de levantarse cuando sintió un dolor punzante en la cara y fue empujada al suelo.—¡Qué insolente! Veo que te has dejado mimar por Marcello.Verónica se frotó la mano, había sido demasiado fuerte con ese golpe hace un momento.—¡No! Miente, yo no le he pegado.—Cuando vuelva tu padre se lo contaré, el piano debería haberlo tirado hace tiempo.—¡No! ¡Era de mi madre!—¡Tu madre sólo puedo ser yo! Ahora... Ana enciérrala en la ha
Esa noche Marcelo por fin llegó a casa, llevaba tres días seguidos en la oficina.Y Verónica esperaba a su marido en el salón todas las noches, corriendo en cuanto oía abrirse la puerta.—Hola, querido —. Lo beso primero—. Déjame ver tu cara. Estás demacrado.—Hay demasiadas cosas pasando en la empresa últimamente, algunos problemas…—Tienes que cuidarte, o me preocuparé… aunque las cosas en casa han... Nada, olvídalo.—¿De qué se trata? —inquirió el hombre mientras se quitaba el saco. Verónica lo ayudó un poco como una esposa atenta.—Se trata de Elena. Ha estado comportándose muy mal últimamente. Ya no sé qué hacer con ella.—¿Qué ha pasado ahora? —escudriñó Marcelo, con un tono cansado, al tiempo que se giró para ver a su esposa.—Hoy la encontramos tocando el piano otra vez —respondió Verónica—. No me quiso hacer caso, incluso Camila le recordó que está prohibido entrar a ese salón, pero ella simplemente nos ignoró. Incluso golpeó a Camila con sus manos, aunque su muñeca también r
—Estoy buscando una esposa —reveló Giovanni con una mirada calculadora—. Quizás podríamos llegar a un acuerdo diferente. En lugar de un cincuenta por ciento, podría ser un treinta por ciento. La empresa seguiría siendo tuya, y si me caso con una de tus hijas, eso nos convertiría en familia.Marcelo sintió que el aire se volvía más denso. La propuesta del italiano era inesperada e inapropiada. No podía pedirle a una de sus hijas que aceptará convertirse en la esposa de ese hombre.—Eso ya es algo muy serio —respondió Marcelo con cautela—. Necesito pensarlo y hablarlo muy seriamente con mi familia.El italiano lo observó por un momento antes de asentir.—Comprendo, Marcelo. Cómo te dije antes, te daré dos días para que me des una respuesta, no más. Tú decides si desaprovechas esta gran oportunidad.El hombre asintió, se sentía más presionado que antes.Luego de despedirse, salió de allí y regresó a su mansión.Tenía pensado primero hablar de ese asunto con su esposa.Cerró la puerta de