—La traidora es su esposa. La vi abriendo el cajón junto a su cama y guardando algo allí.El hombre observó detenidamente a su mayordomo, dudando por un instante de sus palabras. Pero la inquietud creció en su interior, y sin esperar más, se giró hacia la cómoda junto a su cama. Abrió el cajón con un movimiento brusco, encontrando una pequeña bolsa de tela, atada con un lazo fino de color azul celeste.Frunció el ceño, sus ojos fijos en la misteriosa bolsa. No la tocó, simplemente la observó por unos segundos, como si analizarla le diera alguna respuesta. ¿Qué era eso? ¿Por qué su esposa lo había guardado ahí, de manera tan discreta, sin decirle nada?—Encárgate de esto —ordenó con frialdad, sin apartar la mirada del objeto antes de cerrar el cajón con fuerza.Luego, se giró y salió de la habitación sin más palabras, dejando al mayordomo con la orden clara. Caminó con pasos largos y tensos, su mente nublada por la furia. Cuando llegó frente a la habitación de su esposa, empujó la p
—Jefe, sí es efectivamente lavanda, que ayuda a dormir.Giovanni se sentaba en su despacho, sostenía la bolsita perfumada en una mano mientras recordaba las palabras del médico de cabecera.No podía permitirse confiar completamente en nadie, ni siquiera en su esposa. Aunque las palabras de Elena siempre habían sido honestas, algo no encajaba para él. El plan que había trazado era demasiado importante para dejar nada al azar.Se acercó la bolsita perfumada a la nariz, le llegó un aroma a lavanda y por un momento se sintió mucho más relajado.—Esa mujer —murmuró para sí mismo, soltando después un largo suspiro.Sus dedos tamborilean suavemente sobre el escritorio de madera oscura, cuando el sonido de alguien llamando a la puerta lo hizo salir de sus pensamientos.Autorizó y la puerta se abrió, su mayordomo se asomó para avisar que la persona que estaba esperando ya había llegado. Giovanni le indicó con un gesto que dejara pasar al hombre.Un hombre con expresión sería y algo alto, no t
Por la tarde, Elena había terminado sus tareas del día, asegurándose de hacer todas las indicaciones que la cocinera principal de la casa le mando. Había sido una jornada agotadora, pero mientras guardaba los utensilios, el hambre empezó a rondarle. Recordó que más temprano había pedido permiso para disfrutar de una merienda, un pequeño postre que le había estado antojando. La cocinera, una mujer que siempre era estricta, le dijo que tendría que ganárselo, y en su mente aquello fue casi una invitación a desafiarla. Minutos después, la cocina había quedado vacía y silenciosa, sin ningún empleado merodeando por ahí. Su hambre se intensificó y no tuvo otra opción, comenzó a buscar entre los estantes. Abrió una de las alacenas y halló un paquete de harina; después, fue al refrigerador, donde encontró los ingredientes restantes para preparar una torta de chocolate.Con manos hábiles, comenzaron a elaborar el bizcocho. Cuando la mezcla estuvo lista, la colocó en el molde y la metió al horno
El chef, apoyado contra la encimera de la cocina, se cruzó de brazos, lanzando una mirada astuta a los empleados que se agrupaban alrededor suyo. La tensión era palpable. Entre murmullos, discutían la próxima cena, que debía impresionar a los invitados de Giovanni esa misma noche. Pero el chef tenía algo más en mente. Al ver la oportunidad de humillar a Elena, decidió jugar sus cartas con astucia.—Así que la señora quiere cocinar —murmuró con una sonrisa llena de desdén, su tono lo suficientemente bajo para que Elena no pudiera escucharlo desde donde estaba—. Perfecto. Tengo el plato ideal para ella.La cocinera y un par de empleados intercambiaron miradas intrigadas, pero asintieron, emocionados por la idea de ver a Elena fracasar. Sabían que su falta de experiencia en la cocina profesional sería su caída. Y si eso sucedía, Giovanni no sería indulgente con ella.—¿Qué le dejarás hacer? —preguntó uno de los ayudantes, fingiendo inocencia, aunque claramente disfrutaba del espectáculo.
Finalmente, llegó la hora de la cena. Los invitados, socios y conocidos influyentes de Giovanni, ya estaban acomodados en el comedor principal, disfrutando de la exquisita cena. Giovanni, como siempre, estaba en su asiento habitual al final de la larga mesa de roble, su mirada severa recorriendo a los presentes. Nadie osaba hacer ruido innecesario o hablar más de lo permitido bajo su escrutinio.Cuando el plato principal fue presentado, el chef hizo su entrada con una teatralidad evidente.El murmullo de aprobación que comenzó a recorrer la mesa sorprendió incluso al chef, quien, al principio, había temido que el platillo no alcanzara el nivel de excelencia que se esperaba. Sin embargo, las exclamaciones de los invitados, diciendo que era lo mejor que habían probado en mucho tiempo, lo hicieron cambiar de opinión rápidamente.—Espero que el coq au vin esté también a su gusto, señor —dijo, inclinándose ante Giovanni con una falsa humildad que no pasó desapercibida—. Me esforcé mucho e
Cuando los invitados se fueron, Giovanni había regresado a su despacho. Ya era casi medianoche, cuando tomó asiento en su escritorio.Horas más tarde, una sirvienta tocó la puerta para traerle una nueva taza de café. Giovanni apenas levantó la vista del documento que revisaba.—¿Sirvieron la cena? —preguntó, sin detener su lectura.—No, señor. Usted no informó que cenaría —dijo la sirvienta, con la cabeza gacha.—¿Y mi esposa?—No ha cenado, señor. Dijo que no tenía hambre.Giovanni frunció el ceño. Algo en la respuesta no le gustó.—¿Dónde está?—Sigue en el cuarto de lavandería, señor. Desde la tarde —respondió con nerviosismo—. Bellini le asignó la tarea.Giovanni se levantó de golpe, sobresaltado a la sirvienta. Sin perder un segundo, se dirigió al cuarto de lavandería. Al llegar, encontró la puerta cerrada con llave. Sin pensarlo, la derribó de una patada.Dentro, vio a Elena, agotada, con las manos enrojecidas por el trabajo. Se tambaleaba, apenas sosteniendo el cesto de ropa qu
Al día siguiente, Giovanni se encontraba en su despacho, su semblante frío mientras miraba al otro lado del escritorio, donde Bellini, su mayordomo de confianza, permanecía de pie. La tensión era palpable en el aire.—¿Qué tramas? —inquirió Giovanni, sin apartar la mirada de su empleado. —Te pedí una sola cosa, y me fallaste. Dime, ¿todavía sigues creyendo que ella me traiciona? ¿Qué Elena está aliada a su padre?Bellini bajó los ojos por un momento antes de responder.—Señor, yo…—¿Crees que matándola de hambre o forzándola a hacer tareas pesadas vas a quebrarla? —interrumpió Giovanni, con la voz cargada de acusación.El mayordomo respiró hondo, intentando mantener la calma.—¿Puedo ser honesto, señor?—¿Qué pasa, Bellini? ¿No lo has sido hasta ahora? —replicó Giovanni, arqueando una ceja con ironía.—Por supuesto que siempre lo he sido, señor —respondió, con una reverencia sutil. —Pero en este caso pido permiso, no quiero que piense que me tomo el atrevimiento de insultar a su espos
Un temor profundo se instaló en el pecho de Elena mientras observaba a su esposo. Giovanni seguía sosteniéndole la barbilla, su mano era firme, pero no agresiva. Sin embargo, el peso de su mirada la hacía sentir atrapada, como si no tuviera escapatoria.—¿No vas a decir nada? ¿Te vas a quedar callada? —la cuestionó Giovanni con tono serio. El silencio que siguió solo aumentaba la tensión en la habitación.Ella quería responder, pero las palabras se quedaban atrapadas en su garganta. No sabía qué decirle. Parte de ella estaba molesta, la otra parte, confundida. Había tantas emociones mezcladas dentro de ella que prefería no hablar, porque temía decir algo que no podría retirar después.Finalmente, Giovanni suspiró con frustración.—Bien —dijo, soltándola. El contacto desapareció, pero la incomodidad permanecía en el aire.Giovanni se volvió hacia Bellini, quien había permanecido inmóvil, observando la escena con una expresión inmutable.—Asegúrate de que se coma toda la sopa. Cuando te