Elena se quedó inmóvil, temblando, mientras sus ojos se fijaban en el chef. Apenas conocía a ese hombre, pero ahora su vida pendía de un hilo, y ella era la clave. El frío metal del arma en su mano era una presencia insoportable, y la presión de la mano de Giovanni, su esposo, la mantenía anclada en esa situación aterradora.Su respiración se volvía irregular, tratando de procesar lo que estaba sucediendo. Todo en su mente era un caos de pensamientos atropellados. “Yo no soy una asesina”, pensó con desesperación. Nunca había hecho daño a nadie, y mucho menos podría hacerlo con premeditación.“Yo no haré esto. No mataré a nadie”, se repetía internamente mientras su corazón latía con fuerza, resonando en sus oídos. Su mirada oscilaba entre el chef, que estaba paralizado de miedo, y Giovanni, quien seguía observándola con calma imperturbable.—¡No lo haré! ¡No voy a matarlo! —gritó, su voz quebrándose en el proceso—. No voy a mancharme las manos de sangre.Giovanni no reaccionó de inmedi
Las palabras del mayordomo resonaban en la mente de Giovanni: “La señora está intentando manipularnos”, “Su juego de seducción está funcionando”, “Tal vez fue un plan trazó con su padre”.Con esos pensamientos dominándolo, se apartó de los labios de Elena, casi con rabia contenida. La sujetó bruscamente de ambos brazos para alejarla, aunque con suficiente control para que no cayera por la fuerza de su movimiento.Elena abrió los ojos, desconcertada. Frente a ella estaba de nuevo ese hombre frío y distante, uno distinto del que imaginó hace solo unos segundos. ¿Qué había cambiado? Ella estaba segura de que él iba a besarla, de que ese momento los llevaría a algo más profundo. Lo deseaba con una intensidad que casi la asustaba, y por la manera en que él la miraba, estaba convencida de que él también lo quería.Pero ahora, solo el silencio los separaba. Los ojos de Elena bajaron de los de Giovanni a su mandíbula, observando cómo se tensaba. Algo le perturbaba profundamente, pero no logra
¿Quién era esa mujer? La angustia y la confusión aumentaron, pero algo más llamó su atención. Justo debajo del nombre, casi imperceptible, vio una fecha grabada en un rincón del marco: 1980.Se quedó inmóvil, procesando lo que eso significaba. “1980…”, repitió para sí misma. De inmediato, su mente comenzó a atar cabos. Giovanni no podía haber estado casado con esa mujer. Para empezar, él no podía tener más de treinta y cinco años, y si esa pintura databa del año 1980, entonces Giovanni ni siquiera habría nacido cuando esta mujer, Allegra Romagnoli, se había hecho ese retrato.Por una parte, su duda quedaba aclarada. Esa mujer no era una de las esposas de Giovanni. “No, eso es imposible”, se dijo a sí misma, liberando un poco la tensión que había sentido hasta ese momento. Pero entonces, si no era una de sus esposas, ¿quién era Allegra Romagnoli? Y, sobre todo, ¿por qué Giovanni guardaba con tanto celo ese retrato en su sótano?—Debe ser un familiar, ya que lleva su apellido —susurró.
Elena no se imaginó que Bellini la llevaría al despacho. Al cruzar el umbral, una sensación de pánico la envolvió. El aire en esa habitación parecía más denso, impregnado de ese recuerdo oscuro que tanto había tratado de enterrar.Su mente la arrastró a aquel día, a la imagen de sus manos temblorosas sujetando un arma, obligada a apuntar al chef bajo la fría orden de Giovanni.Sacudió la cabeza, tratando de alejar esos pensamientos. No podía permitirse perder el control en ese momento. Bellini se volvió hacia ella con su habitual expresión inescrutable, aunque algo en su mirada le sugería que él tampoco había olvidado.—Debe organizar los libros y algunas pertenencias personales del señor en la estantería —dijo el mayordomo con su tono habitual—. Ahora que estas tareas están bajo su responsabilidad, también le corresponde este cuarto.Elena tragó saliva y asintió, aunque el nudo en su estómago no desaparecía. Se acercó a la imponente estantería de caoba que dominaba la pared. Los lomo
Tres días habían pasado desde que Elena desveló el rostro en el retrato y descubrió más secretos en el despacho de Giovanni. Ahora él estaba sentado en su oficina, frente al imponente escritorio, concentrado mientras revisaba una pila de documentos.Unos golpes suaves resonaron en la puerta, apenas un murmullo en la calma del lugar. Giovanni levantó la mirada por un breve instante, lo justo para ordenar que entraran. Era Bellini, caminó con pasos silenciosos hasta quedar a una distancia prudente, como siempre lo hacía.—Señor —anunció el mayordomo, pero Giovanni apenas le prestó atención, con los ojos aún fijos en los papeles que tenía frente a él.—Perdón por interrumpir, pero esto es importante —insistió Bellini.Finalmente, dejó los documentos a un lado y clavó su mirada en el hombre, en un gesto que no necesitaba palabras para transmitir urgencia. Bellini captó la indirecta: así que debía ser rápido.—El abogado llamó. Preguntó si ya tenía alguna respuesta sobre el documento que l
—¿Qué pasa, cariño? ¿Por qué te has quedado callado? —preguntó Verónica, mirando con inquietud a su esposo—. Pareces como si hubieras visto un fantasma.Y en cierto modo, así había sido. El apellido Sorocco le trajo consigo recuerdos oscuros del pasado, sombras que él creía haber enterrado para siempre y que deseaba no volver a enfrentar.—¿De verdad no lo recuerdas? ¿No te suena ese nombre? —preguntó finalmente Marcelo, con la voz algo más tensa.Verónica frunció el ceño, intentando conectar las piezas en su mente. El nombre, aunque familiar, no despertaba en ella la misma reacción. Pero sentía la sensación de que algo estaba mal persistía en la mujer.—Sorocco… Sorocco… —murmuró ella, concentrada, con una mano en la cadera y la otra en la barbilla—. No, cariño, no me viene a la mente nada concreto.Marcelo soltó un suspiro cargado de frustración y preocupación. Se echó hacia atrás en el sofá, fijando la vista en su taza de café, que de repente le parecía algo abominable, un reflejo
Elena se miraba frente al espejo, su reflejo casi desconocido para ella misma. El vestido de satén oscuro que Giovanni le había comprado abrazaba su cuerpo con una elegancia que parecía ajena a quien había sido. Tres meses atrás había llegado a esa mansión con ropas sencillas, una vida marcada por la humildad y el trabajo. Ahora, ese espejo le devolvía la imagen de una mujer refinada, sofisticada, pero en el fondo seguía sintiéndose como la misma joven insegura que había pisado la casa por primera vez. La opulencia la envolvía, pero no lograba disipar el vacío que se había instalado en su interior.La sirvienta mayor que rara vez ayudaba a Elena, estaba dando los últimos toques a su peinado. Esa misma mujer la había asistido aquel día en la ducha, y hoy se había ofrecido nuevamente a ayudarla con su arreglo. Lo que Elena desconocía era que Giovanni enviaba a la mujer hacer tales tareas, bajo estricta instrucción de no conversar demasiado ni revelar detalles de que él la enviaba. Mie
El ambiente en la fiesta estaba cargado de tensión para Elena y Giovanni. Por el hecho de tener a la familia de ella cerca.La mirada constante de su padre, y las sonrisas falsas de Verónica y Camila, ponían a Elena al borde. Giovanni lo había notado, y tras un tiempo observando el comportamiento de la familia Montalvo, decidió que era hora de moverse.—Voy a saludar a un conocido que acaba de llegar —anunció Giovanni, tomando la mano de su esposa con firmeza, asegurándose de no dejarla sola ni un instante con ellos.Verónica y Marcelo observaban desde su mesa, frustrados. Estaban esperando la oportunidad perfecta para hablar con Elena a solas, quizás sacarle alguna información sobre la vida privada de Giovanni, detalles que pudieran usar para su beneficio.Sin embargo, Giovanni parecía siempre anticipar sus movimientos, manteniendo a Elena a su lado, con su mano firmemente colocada en su espalda baja, como un guardián que no la soltaba ni por un segundo la llevó entre los otros invit