Elena se miraba frente al espejo, su reflejo casi desconocido para ella misma. El vestido de satén oscuro que Giovanni le había comprado abrazaba su cuerpo con una elegancia que parecía ajena a quien había sido. Tres meses atrás había llegado a esa mansión con ropas sencillas, una vida marcada por la humildad y el trabajo. Ahora, ese espejo le devolvía la imagen de una mujer refinada, sofisticada, pero en el fondo seguía sintiéndose como la misma joven insegura que había pisado la casa por primera vez. La opulencia la envolvía, pero no lograba disipar el vacío que se había instalado en su interior.La sirvienta mayor que rara vez ayudaba a Elena, estaba dando los últimos toques a su peinado. Esa misma mujer la había asistido aquel día en la ducha, y hoy se había ofrecido nuevamente a ayudarla con su arreglo. Lo que Elena desconocía era que Giovanni enviaba a la mujer hacer tales tareas, bajo estricta instrucción de no conversar demasiado ni revelar detalles de que él la enviaba. Mie
El ambiente en la fiesta estaba cargado de tensión para Elena y Giovanni. Por el hecho de tener a la familia de ella cerca.La mirada constante de su padre, y las sonrisas falsas de Verónica y Camila, ponían a Elena al borde. Giovanni lo había notado, y tras un tiempo observando el comportamiento de la familia Montalvo, decidió que era hora de moverse.—Voy a saludar a un conocido que acaba de llegar —anunció Giovanni, tomando la mano de su esposa con firmeza, asegurándose de no dejarla sola ni un instante con ellos.Verónica y Marcelo observaban desde su mesa, frustrados. Estaban esperando la oportunidad perfecta para hablar con Elena a solas, quizás sacarle alguna información sobre la vida privada de Giovanni, detalles que pudieran usar para su beneficio.Sin embargo, Giovanni parecía siempre anticipar sus movimientos, manteniendo a Elena a su lado, con su mano firmemente colocada en su espalda baja, como un guardián que no la soltaba ni por un segundo la llevó entre los otros invit
Elena había pasado más tiempo del que esperaba en el baño, tratando de secar su vestido con la toalla que le había dado una empleada.Aunque logró disminuir la humedad, aún se sentía incómoda con la tela mojada pegándose a su piel. Suspirando, se dio una última mirada al espejo y decidió que ya había hecho lo suficiente.Al salir del baño, comenzó a caminar de vuelta al salón, esperando encontrar a Giovanni o al menos mantenerse alejada de su hermana.Sin embargo, su suerte no estaba de su lado. Antes de llegar al bullicio de la fiesta, se topó nuevamente con Camila, quien parecía haber estado esperándola.—Qué bueno que te veo, hermanita. Pensé que ya estarías con tu esposo —dijo Camila, con esa sonrisa falsa que Elena conocía tan bien—. Quería saber si pudiste salvar tu hermoso vestido y que no haya quedado esa mancha horrenda en él.Elena apretó los dientes, notando el tono teatral de preocupación en la voz de Camila, aunque su hermana solo se estaba divirtiendo a su costa. Podía s
—Es el colmo —dijo Verónica con furia contenida cuando llegó detrás de Elena.Ya habían pasado unos minutos desde el incidente en el pasillo de los baños. Después de que Elena y Giovanni regresaron al salón, Camila no perdió el tiempo y fue a buscar a su madre para contarle su versión distorsionada de los hechos.Según Camila, Elena la había atacado injustamente, todo porque supuestamente le había derramado la bebida por accidente y había ido a disculparse, pero lo único que recibió fue una bofetada.Indignada, Verónica se llenó de rabia. Desde la distancia, observó pacientemente hasta que Giovanni se alejara de Elena, dejándola sola. Cuando finalmente lo hizo, Verónica aprovechó la oportunidad para acercarse y lanzarle su ataque verbal.—Todavía te atreves a golpear a mi hija, y luego tú y ese demonio con el que te casaste la humillan. Tu corazón se pudrió al igual que el de él —espetó Verónica con veneno en cada palabra—. Ahora eres igualita a ese monstruo.Elena, que ya esperaba al
Cuando llegaron a la mansión, el silencio entre ellos ya no pesaba como en otras ocasiones. Esta vez, la atmósfera era diferente. Elena se sentía más ligera, con la cabeza en alto, como si algo dentro de ella se hubiera liberado.Giovanni caminaba a su lado, satisfecho y más intrigado que nunca. Había presenciado algo inesperado esa noche: su esposa, la Elena que siempre había sido reservada y prudente, había humillado a su madrastra y a su hermanastra con una frialdad y precisión que él nunca hubiera imaginado.Eso alimentaba su ego y su sed de venganza. Después de todo, odiaba a los Montalvo. Ver a Elena, una Montalvo de sangre, aplastando a esa familia que tanto despreciaba, lo hacía sentir como si tuviera una aliada a su lado.Pero Giovanni no era un hombre que se dejara llevar por las emociones fácilmente. Aunque una parte de él se sentía orgulloso de su esposa, la otra parte mantenía la guardia en alto. Nunca confiaba completamente en nadie.Había oído buena parte de las convers
Giovanni no dejó de mirarla mientras la acercaba más a él, pegando sus cuerpos. Sus labios descendieron lentamente hacia su cuello, dejando un rastro de besos que la hicieron cerrar los ojos, entregándose a las sensaciones que él provocaba.Cada roce de su boca en su piel era una promesa, una advertencia, y Elena lo sabía. Él no la trataría con delicadeza, así cómo no lo hizo la primera vez. Y no era eso lo que ella buscaba tampoco. Necesitaba perderse en él, olvidar todo lo demás. Así que ya sabía lo que le esperaba.Sus labios viajaron desde su cuello hasta su clavícula, saboreando su piel mientras la empujaba contra la puerta. El sonido de la madera temblando bajo su peso le dio una sensación de urgencia que se reflejaba en la rapidez de sus manos, que comenzaban a explorar cada rincón de su cuerpo. Deslizó sus dedos bajo el fino tejido su vestido, descubriendo el calor de su piel. Giovanni levantó la prenda con un movimiento rápido, dejándola caer al suelo sin que ella opusiera re
A la mañana siguiente, todo se sintió como un sueño, o al menos eso pensó Elena mientras abría los ojos lentamente. El suave rayo de luz que se filtraba por las cortinas acariciaba su rostro, pero no fue el brillo del amanecer lo que la despertó. Fue la sensación de un cuerpo cálido a su lado, algo que no esperaba. Giovanni, su esposo, estaba dormido junto a ella.Elena se quedó quieta, temerosa de mover un solo músculo. ¿Es esto real? Apenas podía creerlo. Desde que se casaron hace unos meses, él siempre había sido frío y distante después de cada momento apasionado que habían tenido, y la primera vez que estuvieron juntos, él no se había quedado a su lado, cómo ahora.Giró lentamente la cabeza, observando su perfil mientras él respiraba de manera constante, con los párpados cerrados y el cuerpo relajado. ¿Por qué se quedó esta vez? Giovanni no era el tipo de hombre que se entregaba a la intimidad fuera de la cama. Su naturaleza era salvaje, indomable, y aunque el deseo entre ellos er
Los días continuaban transcurriendo, y Giovanni seguía ausente, ocupado en su viaje de negocios. Elena había intentado mantener su mente ocupada con las tareas del hogar, aunque la sensación de vacío que dejaba su esposo parecía colarse en cada rincón de la casa; odiaba sentirse así. Subía por el vestíbulo hacia las escaleras cuando el sonido del timbre interrumpió sus pensamientos. Extrañada, se detuvo en medio del pasillo, esperando que alguien más atendiera, pero nadie parecía acudir.Suspiró y se dirigió hacia la puerta. Al abrirla, se encontró con el portero, quien, con una expresión formal y cortes, le entregó un sobre grande.—Un hombre vino a dejar esto para el señor Romagnoli —dijo, inclinando la cabeza en una muestra de respeto antes de marcharse sin más.Elena frunció el ceño mientras miraba el sobre. Sentía una ligera inquietud, pero enseguida descartó cualquier pensamiento paranoico. Giovanni tenía muchos asuntos importantes que atender. Podría tratarse de algo relaciona