Los días continuaban transcurriendo, y Giovanni seguía ausente, ocupado en su viaje de negocios. Elena había intentado mantener su mente ocupada con las tareas del hogar, aunque la sensación de vacío que dejaba su esposo parecía colarse en cada rincón de la casa; odiaba sentirse así. Subía por el vestíbulo hacia las escaleras cuando el sonido del timbre interrumpió sus pensamientos. Extrañada, se detuvo en medio del pasillo, esperando que alguien más atendiera, pero nadie parecía acudir.Suspiró y se dirigió hacia la puerta. Al abrirla, se encontró con el portero, quien, con una expresión formal y cortes, le entregó un sobre grande.—Un hombre vino a dejar esto para el señor Romagnoli —dijo, inclinando la cabeza en una muestra de respeto antes de marcharse sin más.Elena frunció el ceño mientras miraba el sobre. Sentía una ligera inquietud, pero enseguida descartó cualquier pensamiento paranoico. Giovanni tenía muchos asuntos importantes que atender. Podría tratarse de algo relaciona
Elena no podía apartar de su mente la imagen de su madre en esa fotografía. Era un misterio que le atormentaba, una revelación que no podía ignorar, pero tampoco sabía cómo enfrentarlo. Su madre, que siempre había sido un enigma en su vida, ahora se presentaba en una parte de la vida de su marido. Cada vez que se imaginaba esa fotografía, sentía que estaba más cerca de una verdad que podría destruirla, pero no podía dejar de indagar.Cada vez que pensaba en pedirle explicaciones a Giovanni, algo en su interior la detenía. Sabía que él descubriría que había estado hurgando en sus cosas, y la furia que eso desataría en él sería algo que no quería afrontar. Había visto cómo su temperamento frío se convertía en una tormenta peligrosa ante la traición, y temía que, al sacar ese tema a la luz, se cruzaría una línea de la que no habría retorno.El peligro latente que emanaba de su esposo siempre la había inquietado, pero había algo más. Aunque era despiadado y peligroso, algo en el fondo de
Justo cuando Elena creía que todo estaba perdido, sintió un cambio en el aire. El peso del hombre sobre su cuerpo desapareció abruptamente, como si hubiera sido arrancado de ella. Sin atreverse a abrir los ojos, su cuerpo permaneció tenso, inmóvil, pero su respiración agitada la traicionaba. Cuando sus ojos finalmente se atrevieron a abrirse, la imagen frente a ella la congeló: Giovanni estaba sobre el atacante, golpeándolo con una furia salvaje, cada puñetazo cayendo con precisión brutal.Intentó moverse, pero el miedo la mantenía anclada en su lugar. Sentía el frío de las sábanas que sostenía para cubrirse el cuerpo. Su camisón de tirantes estaba rota, el escote rasgado, dejando expuesta una parte de sus pechos. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras intentaba jalar la tela sedosa para cubrirse mejor. Cada fibra de su ser temblaba y el sollozo que escapaba de sus labios apenas era audible, ahogado por el terror.Giovanni no se detuvo. Cada golpe resonaba en la habitación,
Elena estaba sentada al borde de la cama, el silencio de la habitación pesando sobre ella como una losa. Sus ojos, enrojecidos por la falta de sueño, vagaban por el techo, intentando aferrarse a un pensamiento, a algo que le diera consuelo. Pero no había descanso para ella, no después de lo sucedido la noche anterior.Había sido una pesadilla, pero no una que pudiera escapar al despertar. No había escapatoria del miedo que la consumía desde que aquel hombre irrumpió en su habitación, sombras moviéndose en la oscuridad, su respiración pesada mientras se acercaba a ella. Lo había sentido, su aliento caliente en la nuca, el peso de su cuerpo intentando dominarla. Y cuando pensó que todo estaba perdido, Giovanni apareció. Sin palabras, sin emociones visibles, había matado a aquel hombre. Disparos secos, rápidos, y todo terminó en sangre sobre la alfombra de su habitación.Ahora, ese recuerdo la atormentaba, no solo por el horror del ataque, sino por lo que revelaba sobre el hombre que er
Esa noche, en la oscuridad de su habitación, mientras la casa dormía, Elena ya había decidido. No podía quedarse más tiempo. Tenía que irse. Si seguía en esa mansión, terminaría mal o tal vez muerta. Era ahora o nunca.Se levantó de la cama, el corazón latiendo con fuerza. Sabía que la mansión estaba vigilada. Giovanni no la dejaba sin protección, y no sería fácil moverse sin ser vista. Pero también ya conocía el lugar casi a la perfección. El tiempo que llevaba ahí viviendo aprendió a memorizarse cada rincón, cada espacio de esa enorme casa. Había visto dónde estaban las cámaras, dónde solían estar los guardias y cómo podía moverse sin llamar la atención. Con suerte, y con suficiente sigilo, podría llegar a la puerta trasera sin ser descubierta.El primer obstáculo lo encontró en el pasillo principal. Desde las sombras, pudo ver a un par de guardias conversando en voz baja. Sus cuerpos enormes bloqueaban el camino hacia la escalera que debía bajar. El sudor frío recorrió su espalda
Elena intentaba articular alguna excusa mientras Giovanni la arrastraba de regreso hacia la mansión, sus palabras se le trababan en la garganta, incapaz de formar una frase coherente. El miedo la asfixiaba, y con cada paso que daban hacia su prisión, la certeza de su fracaso se hundía más profundo.—Yo… solo necesitaba un respiro… —logró balbucear finalmente, su voz rota por el pánico—. Solo… quería salir por un momento.Giovanni no se detuvo, ni siquiera aflojó su agarre. Su mirada intensa la taladraba, haciéndole sentir insignificante bajo su dominio. Cuando por fin llegaron a la entrada de la mansión, él se detuvo bruscamente, pero solo para girarse y mirarla directamente a los ojos. —¿Un respiro? —repitió, con una calma perturbadora. Su voz era baja, pero cada palabra estaba impregnada de un peligro subyacente. —. No, Elena, no buscabas aire. Estabas huyendo de mí.Elena abrió la boca, buscando una defensa, pero Giovanni sacó su teléfono y, sin decir más, lo sostuvo frente a su r
La vigilancia en la mansión Romagnoli se había intensificado notablemente desde que intentó escapar Elena. Hombres apostados fuera de su puerta la observaban día y noche, siguiendo órdenes estrictas de Giovanni. A pesar de estar encerrada y sin permiso para moverse más allá de su habitación, la cantidad de vigilancia era desconcertante para ella. No entendía por qué tanto control si ni siquiera podía salir de su espacio asignado. Era como si Giovanni quisiera asegurarse de que no tuviera ni la más mínima oportunidad de huir.Sin embargo, aunque las reglas la mantenían confinada, Elena tampoco tenía muchas ganas de pasear por la mansión. La servidumbre la miraba con desprecio, susurraban a sus espaldas, como si ella fuera una amenaza o una intrusa bajo ese techo. No sabía por qué la odiaban tanto, pero el aislamiento y el rechazo eran casi tan insoportables como su propio encierro.Peor aún, Elena había decidido dejar de comer. Al principio, fue un acto de rebeldía, una pequeña huel
Giovanni cerró la puerta de su despacho detrás de sí, dejando que el eco de la madera pesada reverberara en el silencio. Sus pasos resonaban firmes y controlados, pero dentro de él, una tormenta de furia amenazaba con desbordarse. Sin detenerse, se dirigió al escritorio y abrió su portátil. Su mandíbula estaba apretada mientras buscaba entre los archivos de seguridad. Había instalado una cámara en el dormitorio de Elena, una medida extrema que solo él controlaba. Nadie más tenía acceso a esas imágenes. Nadie más tenía derecho a observar lo que ocurría en su espacio privado con ella.El cursor se movió rápidamente por la pantalla hasta encontrar la grabación de unos minutos atrás. La reproducción comenzó, y Giovanni se inclinó hacia la pantalla, concentrado. Vio a la sirvienta entrar, observó cómo colocaba la bandeja y el momento exacto en que la taza de café se derramó en el regazo de Elena. Sus ojos se entrecerraron al notar un movimiento extraño en la mano de la criada. Pausó el v