Elena intentaba articular alguna excusa mientras Giovanni la arrastraba de regreso hacia la mansión, sus palabras se le trababan en la garganta, incapaz de formar una frase coherente. El miedo la asfixiaba, y con cada paso que daban hacia su prisión, la certeza de su fracaso se hundía más profundo.—Yo… solo necesitaba un respiro… —logró balbucear finalmente, su voz rota por el pánico—. Solo… quería salir por un momento.Giovanni no se detuvo, ni siquiera aflojó su agarre. Su mirada intensa la taladraba, haciéndole sentir insignificante bajo su dominio. Cuando por fin llegaron a la entrada de la mansión, él se detuvo bruscamente, pero solo para girarse y mirarla directamente a los ojos. —¿Un respiro? —repitió, con una calma perturbadora. Su voz era baja, pero cada palabra estaba impregnada de un peligro subyacente. —. No, Elena, no buscabas aire. Estabas huyendo de mí.Elena abrió la boca, buscando una defensa, pero Giovanni sacó su teléfono y, sin decir más, lo sostuvo frente a su r
La vigilancia en la mansión Romagnoli se había intensificado notablemente desde que intentó escapar Elena. Hombres apostados fuera de su puerta la observaban día y noche, siguiendo órdenes estrictas de Giovanni. A pesar de estar encerrada y sin permiso para moverse más allá de su habitación, la cantidad de vigilancia era desconcertante para ella. No entendía por qué tanto control si ni siquiera podía salir de su espacio asignado. Era como si Giovanni quisiera asegurarse de que no tuviera ni la más mínima oportunidad de huir.Sin embargo, aunque las reglas la mantenían confinada, Elena tampoco tenía muchas ganas de pasear por la mansión. La servidumbre la miraba con desprecio, susurraban a sus espaldas, como si ella fuera una amenaza o una intrusa bajo ese techo. No sabía por qué la odiaban tanto, pero el aislamiento y el rechazo eran casi tan insoportables como su propio encierro.Peor aún, Elena había decidido dejar de comer. Al principio, fue un acto de rebeldía, una pequeña huel
Giovanni cerró la puerta de su despacho detrás de sí, dejando que el eco de la madera pesada reverberara en el silencio. Sus pasos resonaban firmes y controlados, pero dentro de él, una tormenta de furia amenazaba con desbordarse. Sin detenerse, se dirigió al escritorio y abrió su portátil. Su mandíbula estaba apretada mientras buscaba entre los archivos de seguridad. Había instalado una cámara en el dormitorio de Elena, una medida extrema que solo él controlaba. Nadie más tenía acceso a esas imágenes. Nadie más tenía derecho a observar lo que ocurría en su espacio privado con ella.El cursor se movió rápidamente por la pantalla hasta encontrar la grabación de unos minutos atrás. La reproducción comenzó, y Giovanni se inclinó hacia la pantalla, concentrado. Vio a la sirvienta entrar, observó cómo colocaba la bandeja y el momento exacto en que la taza de café se derramó en el regazo de Elena. Sus ojos se entrecerraron al notar un movimiento extraño en la mano de la criada. Pausó el v
Giovanni llevaba horas en su despacho, sumido en el trabajo, pero su mente vagaba una y otra vez hacia el mismo lugar: Elena. Cada vez que pensaba en ella, sentía cómo una parte de él cambiaba, se volvía más despiadado, más cruel.No había remordimiento en su pecho por lo que le había hecho a la criada, ningún peso por la brutalidad de sus acciones. No. Eso no era lo que lo perturbaba.Sus manos descansaban firmes sobre el escritorio, pero sus pensamientos no se alejaban de lo ocurrido. Bastaba con que algo la mencionara o la tocara, y Giovanni perdía el control de manera insospechada. Ni siquiera Elena necesitaba pedirle nada; su simple presencia en su vida lo transformaba.La furia que sentía no era porque la sirvienta hubiera cometido un error común, sino porque había osado tocar lo que era suyo. Había sido por ella que su naturaleza cruel había aflorado, como si su necesidad de protegerla lo condujera, sin pensarlo, a la violencia.El control. Siempre había sido su escudo, su fort
No dejaba de temblar. Sin embargo, empezó a desabrocharse el vestido con manos temblorosas frente a la mirada dura de su esposo. El silencio entre ambos se llenó con el sonido del crepitar del fuego en la chimenea. Mientras dejaba caer la tela al suelo, quedó expuesta ante él. Giovanni no apartaba la vista, su mirada recorriendo cada centímetro de su cuerpo con una intensidad que la hizo sentir vulnerable y deseada al mismo tiempo.Sin darle tregua, Giovanni la empujó hacia la cama, haciéndola girar de espaldas a él. —Me he cansado de advertírtelo tantas veces, Elena —murmuró, inclinándose sobre ella, tomándose un momento para inhalar su dulce aroma—. Te castigaré, querida esposa, te enseñaré a no pasar nunca más por encima de mi autoridad. —Su voz se volvió más ronca, mientras el deseo comenzaba hacer efecto en él.Con un movimiento rápido, su mano descendió sobre la piel desnuda de uno de sus glúteos. Y en eso, de repente, el sonido de la palmada resonó en la habitación. Elena dej
Los días transcurrían lentamente en la mansión, cada día que pasaba, Elena se sentía más dividida. La mano férrea de Giovanni la apretaba, la sofocaba en cada aspecto de su vida, y aunque odiaba la sensación de estar atrapada, había algo en esos momentos que compartían en la intimidad que la hacía dudar.Elena, en su cuarto, se miraba al espejo. Observaba su propio reflejo como si fuera el de una extraña. Sus dedos trazaban lentamente la línea de su cuello, recordando el toque áspero de su esposo, le había dejado unas marcas, solo eran notorias cerca. Cerró los ojos por un momento, dejando que esos recuerdos, cargados de deseo y brutalidad, la envolvieran. «¿Qué me está pasando?», se preguntó, mordiendo su labio inferior mientras el eco de su respiración llenaba la habitación.No podía negar que había algo oscuro dentro de ella que se despertaba cada vez que él la tomaba. A pesar del miedo, del dolor y de la rabia que sentía hacia él, su cuerpo reaccionaba, traicionándola. «No debe
Como lo había ordenado Giovanni, Bellini, el mayordomo, ya estaba esperando a Elena en su habitación para escoltarla al despacho. Aunque sabía perfectamente cómo llegar por su cuenta, todavía le tenía prohibido moverse sin supervisión. Esa constante vigilancia comenzaba a agotarla.Se preguntaba cuándo Giovanni levantaría su castigo. Tal vez nunca, pensaba con desánimo. La crueldad y el control que él ejercía sobre ella hacían difícil imaginar un cambio en un futuro cercano. A veces, temía que cumpliera su promesa de mantenerla prisionera para siempre.El solo pensar en ello la estremecía. Aunque una parte de ella, en lo más profundo, deseaba quedarse, la realidad de quién era su esposo la aterraba. El peligro que él representaba siempre nublaba cualquier deseo de permanecer a su lado. El miedo a lo que podría volver a ocurrir no la dejaba tranquila.Frente al espejo, se miró una última vez. Había elegido un vestido sencillo pero elegante. Aunque Giovanni había llenado su armario
Elena salió del consultorio médico con una mezcla de incertidumbre y preocupación. La consulta fue más exhaustiva de lo que esperaba, y aunque todavía no podía creer que Giovanni haya mostrado interés en su lesión, intentó centrarse en las indicaciones que le dieron. El médico le explicó detalladamente su condición: síndrome del túnel carpiano, un problema que se presenta cuando el nervio mediano de la muñeca se comprime, lo que provoca síntomas como entumecimiento, hormigueo, debilidad y, en su caso, dolor que se mantenía por días después de cualquier esfuerzo.A pesar de que en los últimos días había sido tratada más como una prisionera que como una sirvienta, el arduo trabajo físico que realizó al principio, durante sus primeros días en esa casa, le estaba pasando factura. Aunque ya había pasado un tiempo desde entonces, las consecuencias de aquellos esfuerzos seguían presentes, manifestándose en su muñeca lesionada. No le recetó medicamentos por el momento, ya que querían realiz