Como lo había ordenado Giovanni, Bellini, el mayordomo, ya estaba esperando a Elena en su habitación para escoltarla al despacho. Aunque sabía perfectamente cómo llegar por su cuenta, todavía le tenía prohibido moverse sin supervisión. Esa constante vigilancia comenzaba a agotarla.Se preguntaba cuándo Giovanni levantaría su castigo. Tal vez nunca, pensaba con desánimo. La crueldad y el control que él ejercía sobre ella hacían difícil imaginar un cambio en un futuro cercano. A veces, temía que cumpliera su promesa de mantenerla prisionera para siempre.El solo pensar en ello la estremecía. Aunque una parte de ella, en lo más profundo, deseaba quedarse, la realidad de quién era su esposo la aterraba. El peligro que él representaba siempre nublaba cualquier deseo de permanecer a su lado. El miedo a lo que podría volver a ocurrir no la dejaba tranquila.Frente al espejo, se miró una última vez. Había elegido un vestido sencillo pero elegante. Aunque Giovanni había llenado su armario
Elena salió del consultorio médico con una mezcla de incertidumbre y preocupación. La consulta fue más exhaustiva de lo que esperaba, y aunque todavía no podía creer que Giovanni haya mostrado interés en su lesión, intentó centrarse en las indicaciones que le dieron. El médico le explicó detalladamente su condición: síndrome del túnel carpiano, un problema que se presenta cuando el nervio mediano de la muñeca se comprime, lo que provoca síntomas como entumecimiento, hormigueo, debilidad y, en su caso, dolor que se mantenía por días después de cualquier esfuerzo.A pesar de que en los últimos días había sido tratada más como una prisionera que como una sirvienta, el arduo trabajo físico que realizó al principio, durante sus primeros días en esa casa, le estaba pasando factura. Aunque ya había pasado un tiempo desde entonces, las consecuencias de aquellos esfuerzos seguían presentes, manifestándose en su muñeca lesionada. No le recetó medicamentos por el momento, ya que querían realiz
Elena se encontraba sentada frente al tocador, intentando calmar los nervios que se habían apoderado de su cuerpo desde que Giovanni le informó que asistirían a una cena esa noche. Cuando él planeaba algo, siempre era por una razón oculta, y eso la inquietaba. La sensación de control que Giovanni ejercía sobre su vida se hacía evidente en cada detalle, desde la ropa que debía usar hasta las decisiones más triviales. Esta vez no era diferente: el vestido rojo oscuro que colgaba del perchero frente a ella no lo había elegido ella. Él lo había hecho.Bellini, el mayordomo de la casa, entró en la habitación con un porte solemne. Llevaba consigo varias cajas de terciopelo negro, y Elena no se imaginaba que contenían las joyas que Giovanni había seleccionado para que usar esa noche. Bellini dejó las cajas sobre la cama con un gesto respetuoso.—El señor dijo que eligiera el juego que usted crea que quede bien con su atuendo, señora —anunció el mayordomo.Bellini comenzó abriendo cada caj
La puerta principal se abrió antes de que llegaran a ella, revelando a Verónica, quien los esperaba con una sonrisa falsa que no alcanzaba a iluminar sus ojos.—Elena, querida hija —saludó Verónica, con una voz empalagosa que a Elena le resultaba nauseabunda—. Qué gusto verte de nuevo. Giovanni, bienvenido. Estamos tan emocionados de tenerlos aquí.Elena apretó los labios y asintió, evitando el contacto visual con su madrastra. Giovanni, sin embargo, no estaba dispuesto a mostrar ni una pizca de cortesía hacia Verónica. Su mirada fría recorrió el rostro de la mujer, como si estuviera evaluando su valor y encontrándola insuficiente. No se molestó en ocultar su disgusto, y cuando Verónica trató de sonreírle, él habló con una arrogancia cortante que dejó claro quién tenía el control.—¿Un honor? —repitió Giovanni, esbozando una sonrisa cínica—. No diría tanto. Estar aquí es, más bien, un deber. Y yo nunca acostumbro a confundir deber con placer.El comentario cayó como una losa pesada,
A pesar de la tensión que flotaba en el aire tras el incidente con Camila, la velada transcurrió con una aparente normalidad. Los invitados reanudaron las conversaciones, y Giovanni aprovechó el momento para consolidar su presencia entre los empresarios del círculo de Marcelo Montalvo.A lo largo de la noche, varios hombres hablaron de reunirse en el futuro para jugar golf o asistir a un evento de carreras de caballos. Aunque esas actividades no eran del estilo de Giovanni, no rechazó abiertamente las invitaciones. No conocía a esos empresarios y mucho menos los consideraba aliados, pero le interesaba observarlos de cerca. Sabía que cualquier relación con el grupo Montalvo debía manejarse con cautela, y mantener a sus competidores cerca era parte de su estrategia. Giovanni tenía muy claro que Marcelo no lo incluía en todos los aspectos de la empresa, a pesar de haber invertido una considerable suma de dinero en ella.Giovanni había decidido jugar el juego a su manera. No iba a permit
Elena observó la expresión de Giovanni mientras las luces de la carretera iluminaban su rostro a intervalos. Él se había quedado callado tras escuchar sus últimas palabras, y ella se preguntaba qué pasaba por su mente en ese momento. Parecía que la conversación había despertado recuerdos, nada gratos, porque notó un leve gesto de incomodidad en su atractivo rostro.Aun así, Elena no se atrevió a ir más allá. No se sentía capaz de preguntarle qué era lo que le molestaba, pues la barrera que él levantaba entre ellos la frenaba cada vez que intentaba decir algo.Esa noche, al llegar a la mansión, el ambiente entre ambos seguía tenso. Giovanni, por su parte, había dejado de lado esos oscuros pensamientos que ya no significaban nada para él. Su mirada volvió a posarse en su esposa, quien seguía sentada a su lado, perdida en sus propios pensamientos con la mirada fija en la ventana del auto.Pero Giovanni no había olvidado el deseo que lo había consumido antes y durante la cena. Cuando el
La luz de la mañana apenas empezaba a colarse por las ventanas de la mansión cuando Giovanni salió silenciosamente de la habitación. Elena seguía profundamente dormida, su cuerpo delicado estaba descansando después de la pasión intensa de la noche anterior. Giovanni se detuvo un instante junto a la cama, observándola en su estado más vulnerable. Sentía una mezcla de emociones que no lograba descifrar del todo. Era un hombre acostumbrado a tener el control de todo, pero con Elena, ese control parecía cambiar en muchos aspectos.Con un suspiro silencioso, giró sobre sus talones y salió sin hacer ruido, decidido a poner algo de distancia entre ellos, al menos por unas horas. El deseo que lo consumía cada vez que estaba cerca de su esposa era algo que no había experimentado antes. Su posesividad, normalmente controlada, se había convertido en una llama que no podía apagar. Y eso lo inquietaba.El chófer lo esperaba afuera, y en cuanto Giovanni subió al coche, la puerta se cerró suavement
Elena despertó con el zumbido insistente de un aparato vibrando. Abrió los ojos y comprobó que estaba sola en la habitación. Giovanni ya no estaba a su lado durmiendo. Se frotó los párpados pesados, no por falta de sueño, sino por la confusión. Había dormido toda la mañana, algo que no era habitual en ella. Al ver la luz del sol filtrándose por las cortinas, se sorprendió de lo tarde que era.Se incorporó, suponiendo que Giovanni se había ido temprano por motivos laborales. Sabía que su esposo no era el tipo de hombre que se quedaba junto a ella tras una noche de pasión. Ya conocía esa versión suya, pues nunca le había brindado el cariño que ella anhelaba, y poco a poco se estaba acostumbrando a ello. Soltó un suspiro, resignada.Al estirar los pies fuera de la cama, vio el móvil de Giovanni sobre la mesita de noche. La pantalla iluminada mostraba una notificación que decía: “Señor, es urgente, es sobre el documento”. Elena decidió ignorarlo; supuso que se trataba de negocios, algo