No dejaba de temblar. Sin embargo, empezó a desabrocharse el vestido con manos temblorosas frente a la mirada dura de su esposo. El silencio entre ambos se llenó con el sonido del crepitar del fuego en la chimenea. Mientras dejaba caer la tela al suelo, quedó expuesta ante él. Giovanni no apartaba la vista, su mirada recorriendo cada centímetro de su cuerpo con una intensidad que la hizo sentir vulnerable y deseada al mismo tiempo.Sin darle tregua, Giovanni la empujó hacia la cama, haciéndola girar de espaldas a él. —Me he cansado de advertírtelo tantas veces, Elena —murmuró, inclinándose sobre ella, tomándose un momento para inhalar su dulce aroma—. Te castigaré, querida esposa, te enseñaré a no pasar nunca más por encima de mi autoridad. —Su voz se volvió más ronca, mientras el deseo comenzaba hacer efecto en él.Con un movimiento rápido, su mano descendió sobre la piel desnuda de uno de sus glúteos. Y en eso, de repente, el sonido de la palmada resonó en la habitación. Elena dej
Los días transcurrían lentamente en la mansión, cada día que pasaba, Elena se sentía más dividida. La mano férrea de Giovanni la apretaba, la sofocaba en cada aspecto de su vida, y aunque odiaba la sensación de estar atrapada, había algo en esos momentos que compartían en la intimidad que la hacía dudar.Elena, en su cuarto, se miraba al espejo. Observaba su propio reflejo como si fuera el de una extraña. Sus dedos trazaban lentamente la línea de su cuello, recordando el toque áspero de su esposo, le había dejado unas marcas, solo eran notorias cerca. Cerró los ojos por un momento, dejando que esos recuerdos, cargados de deseo y brutalidad, la envolvieran. «¿Qué me está pasando?», se preguntó, mordiendo su labio inferior mientras el eco de su respiración llenaba la habitación.No podía negar que había algo oscuro dentro de ella que se despertaba cada vez que él la tomaba. A pesar del miedo, del dolor y de la rabia que sentía hacia él, su cuerpo reaccionaba, traicionándola. «No debe
Como lo había ordenado Giovanni, Bellini, el mayordomo, ya estaba esperando a Elena en su habitación para escoltarla al despacho. Aunque sabía perfectamente cómo llegar por su cuenta, todavía le tenía prohibido moverse sin supervisión. Esa constante vigilancia comenzaba a agotarla.Se preguntaba cuándo Giovanni levantaría su castigo. Tal vez nunca, pensaba con desánimo. La crueldad y el control que él ejercía sobre ella hacían difícil imaginar un cambio en un futuro cercano. A veces, temía que cumpliera su promesa de mantenerla prisionera para siempre.El solo pensar en ello la estremecía. Aunque una parte de ella, en lo más profundo, deseaba quedarse, la realidad de quién era su esposo la aterraba. El peligro que él representaba siempre nublaba cualquier deseo de permanecer a su lado. El miedo a lo que podría volver a ocurrir no la dejaba tranquila.Frente al espejo, se miró una última vez. Había elegido un vestido sencillo pero elegante. Aunque Giovanni había llenado su armario
Elena salió del consultorio médico con una mezcla de incertidumbre y preocupación. La consulta fue más exhaustiva de lo que esperaba, y aunque todavía no podía creer que Giovanni haya mostrado interés en su lesión, intentó centrarse en las indicaciones que le dieron. El médico le explicó detalladamente su condición: síndrome del túnel carpiano, un problema que se presenta cuando el nervio mediano de la muñeca se comprime, lo que provoca síntomas como entumecimiento, hormigueo, debilidad y, en su caso, dolor que se mantenía por días después de cualquier esfuerzo.A pesar de que en los últimos días había sido tratada más como una prisionera que como una sirvienta, el arduo trabajo físico que realizó al principio, durante sus primeros días en esa casa, le estaba pasando factura. Aunque ya había pasado un tiempo desde entonces, las consecuencias de aquellos esfuerzos seguían presentes, manifestándose en su muñeca lesionada. No le recetó medicamentos por el momento, ya que querían realiz
Elena se encontraba sentada frente al tocador, intentando calmar los nervios que se habían apoderado de su cuerpo desde que Giovanni le informó que asistirían a una cena esa noche. Cuando él planeaba algo, siempre era por una razón oculta, y eso la inquietaba. La sensación de control que Giovanni ejercía sobre su vida se hacía evidente en cada detalle, desde la ropa que debía usar hasta las decisiones más triviales. Esta vez no era diferente: el vestido rojo oscuro que colgaba del perchero frente a ella no lo había elegido ella. Él lo había hecho.Bellini, el mayordomo de la casa, entró en la habitación con un porte solemne. Llevaba consigo varias cajas de terciopelo negro, y Elena no se imaginaba que contenían las joyas que Giovanni había seleccionado para que usar esa noche. Bellini dejó las cajas sobre la cama con un gesto respetuoso.—El señor dijo que eligiera el juego que usted crea que quede bien con su atuendo, señora —anunció el mayordomo.Bellini comenzó abriendo cada caj
La puerta principal se abrió antes de que llegaran a ella, revelando a Verónica, quien los esperaba con una sonrisa falsa que no alcanzaba a iluminar sus ojos.—Elena, querida hija —saludó Verónica, con una voz empalagosa que a Elena le resultaba nauseabunda—. Qué gusto verte de nuevo. Giovanni, bienvenido. Estamos tan emocionados de tenerlos aquí.Elena apretó los labios y asintió, evitando el contacto visual con su madrastra. Giovanni, sin embargo, no estaba dispuesto a mostrar ni una pizca de cortesía hacia Verónica. Su mirada fría recorrió el rostro de la mujer, como si estuviera evaluando su valor y encontrándola insuficiente. No se molestó en ocultar su disgusto, y cuando Verónica trató de sonreírle, él habló con una arrogancia cortante que dejó claro quién tenía el control.—¿Un honor? —repitió Giovanni, esbozando una sonrisa cínica—. No diría tanto. Estar aquí es, más bien, un deber. Y yo nunca acostumbro a confundir deber con placer.El comentario cayó como una losa pesada,
A pesar de la tensión que flotaba en el aire tras el incidente con Camila, la velada transcurrió con una aparente normalidad. Los invitados reanudaron las conversaciones, y Giovanni aprovechó el momento para consolidar su presencia entre los empresarios del círculo de Marcelo Montalvo.A lo largo de la noche, varios hombres hablaron de reunirse en el futuro para jugar golf o asistir a un evento de carreras de caballos. Aunque esas actividades no eran del estilo de Giovanni, no rechazó abiertamente las invitaciones. No conocía a esos empresarios y mucho menos los consideraba aliados, pero le interesaba observarlos de cerca. Sabía que cualquier relación con el grupo Montalvo debía manejarse con cautela, y mantener a sus competidores cerca era parte de su estrategia. Giovanni tenía muy claro que Marcelo no lo incluía en todos los aspectos de la empresa, a pesar de haber invertido una considerable suma de dinero en ella.Giovanni había decidido jugar el juego a su manera. No iba a permit
Elena observó la expresión de Giovanni mientras las luces de la carretera iluminaban su rostro a intervalos. Él se había quedado callado tras escuchar sus últimas palabras, y ella se preguntaba qué pasaba por su mente en ese momento. Parecía que la conversación había despertado recuerdos, nada gratos, porque notó un leve gesto de incomodidad en su atractivo rostro.Aun así, Elena no se atrevió a ir más allá. No se sentía capaz de preguntarle qué era lo que le molestaba, pues la barrera que él levantaba entre ellos la frenaba cada vez que intentaba decir algo.Esa noche, al llegar a la mansión, el ambiente entre ambos seguía tenso. Giovanni, por su parte, había dejado de lado esos oscuros pensamientos que ya no significaban nada para él. Su mirada volvió a posarse en su esposa, quien seguía sentada a su lado, perdida en sus propios pensamientos con la mirada fija en la ventana del auto.Pero Giovanni no había olvidado el deseo que lo había consumido antes y durante la cena. Cuando el