Elena no se imaginó que Bellini la llevaría al despacho. Al cruzar el umbral, una sensación de pánico la envolvió. El aire en esa habitación parecía más denso, impregnado de ese recuerdo oscuro que tanto había tratado de enterrar.Su mente la arrastró a aquel día, a la imagen de sus manos temblorosas sujetando un arma, obligada a apuntar al chef bajo la fría orden de Giovanni.Sacudió la cabeza, tratando de alejar esos pensamientos. No podía permitirse perder el control en ese momento. Bellini se volvió hacia ella con su habitual expresión inescrutable, aunque algo en su mirada le sugería que él tampoco había olvidado.—Debe organizar los libros y algunas pertenencias personales del señor en la estantería —dijo el mayordomo con su tono habitual—. Ahora que estas tareas están bajo su responsabilidad, también le corresponde este cuarto.Elena tragó saliva y asintió, aunque el nudo en su estómago no desaparecía. Se acercó a la imponente estantería de caoba que dominaba la pared. Los lomo
Tres días habían pasado desde que Elena desveló el rostro en el retrato y descubrió más secretos en el despacho de Giovanni. Ahora él estaba sentado en su oficina, frente al imponente escritorio, concentrado mientras revisaba una pila de documentos.Unos golpes suaves resonaron en la puerta, apenas un murmullo en la calma del lugar. Giovanni levantó la mirada por un breve instante, lo justo para ordenar que entraran. Era Bellini, caminó con pasos silenciosos hasta quedar a una distancia prudente, como siempre lo hacía.—Señor —anunció el mayordomo, pero Giovanni apenas le prestó atención, con los ojos aún fijos en los papeles que tenía frente a él.—Perdón por interrumpir, pero esto es importante —insistió Bellini.Finalmente, dejó los documentos a un lado y clavó su mirada en el hombre, en un gesto que no necesitaba palabras para transmitir urgencia. Bellini captó la indirecta: así que debía ser rápido.—El abogado llamó. Preguntó si ya tenía alguna respuesta sobre el documento que l
—¿Qué pasa, cariño? ¿Por qué te has quedado callado? —preguntó Verónica, mirando con inquietud a su esposo—. Pareces como si hubieras visto un fantasma.Y en cierto modo, así había sido. El apellido Sorocco le trajo consigo recuerdos oscuros del pasado, sombras que él creía haber enterrado para siempre y que deseaba no volver a enfrentar.—¿De verdad no lo recuerdas? ¿No te suena ese nombre? —preguntó finalmente Marcelo, con la voz algo más tensa.Verónica frunció el ceño, intentando conectar las piezas en su mente. El nombre, aunque familiar, no despertaba en ella la misma reacción. Pero sentía la sensación de que algo estaba mal persistía en la mujer.—Sorocco… Sorocco… —murmuró ella, concentrada, con una mano en la cadera y la otra en la barbilla—. No, cariño, no me viene a la mente nada concreto.Marcelo soltó un suspiro cargado de frustración y preocupación. Se echó hacia atrás en el sofá, fijando la vista en su taza de café, que de repente le parecía algo abominable, un reflejo
Elena se miraba frente al espejo, su reflejo casi desconocido para ella misma. El vestido de satén oscuro que Giovanni le había comprado abrazaba su cuerpo con una elegancia que parecía ajena a quien había sido. Tres meses atrás había llegado a esa mansión con ropas sencillas, una vida marcada por la humildad y el trabajo. Ahora, ese espejo le devolvía la imagen de una mujer refinada, sofisticada, pero en el fondo seguía sintiéndose como la misma joven insegura que había pisado la casa por primera vez. La opulencia la envolvía, pero no lograba disipar el vacío que se había instalado en su interior.La sirvienta mayor que rara vez ayudaba a Elena, estaba dando los últimos toques a su peinado. Esa misma mujer la había asistido aquel día en la ducha, y hoy se había ofrecido nuevamente a ayudarla con su arreglo. Lo que Elena desconocía era que Giovanni enviaba a la mujer hacer tales tareas, bajo estricta instrucción de no conversar demasiado ni revelar detalles de que él la enviaba. Mie
El ambiente en la fiesta estaba cargado de tensión para Elena y Giovanni. Por el hecho de tener a la familia de ella cerca.La mirada constante de su padre, y las sonrisas falsas de Verónica y Camila, ponían a Elena al borde. Giovanni lo había notado, y tras un tiempo observando el comportamiento de la familia Montalvo, decidió que era hora de moverse.—Voy a saludar a un conocido que acaba de llegar —anunció Giovanni, tomando la mano de su esposa con firmeza, asegurándose de no dejarla sola ni un instante con ellos.Verónica y Marcelo observaban desde su mesa, frustrados. Estaban esperando la oportunidad perfecta para hablar con Elena a solas, quizás sacarle alguna información sobre la vida privada de Giovanni, detalles que pudieran usar para su beneficio.Sin embargo, Giovanni parecía siempre anticipar sus movimientos, manteniendo a Elena a su lado, con su mano firmemente colocada en su espalda baja, como un guardián que no la soltaba ni por un segundo la llevó entre los otros invit
Elena había pasado más tiempo del que esperaba en el baño, tratando de secar su vestido con la toalla que le había dado una empleada.Aunque logró disminuir la humedad, aún se sentía incómoda con la tela mojada pegándose a su piel. Suspirando, se dio una última mirada al espejo y decidió que ya había hecho lo suficiente.Al salir del baño, comenzó a caminar de vuelta al salón, esperando encontrar a Giovanni o al menos mantenerse alejada de su hermana.Sin embargo, su suerte no estaba de su lado. Antes de llegar al bullicio de la fiesta, se topó nuevamente con Camila, quien parecía haber estado esperándola.—Qué bueno que te veo, hermanita. Pensé que ya estarías con tu esposo —dijo Camila, con esa sonrisa falsa que Elena conocía tan bien—. Quería saber si pudiste salvar tu hermoso vestido y que no haya quedado esa mancha horrenda en él.Elena apretó los dientes, notando el tono teatral de preocupación en la voz de Camila, aunque su hermana solo se estaba divirtiendo a su costa. Podía s
—Es el colmo —dijo Verónica con furia contenida cuando llegó detrás de Elena.Ya habían pasado unos minutos desde el incidente en el pasillo de los baños. Después de que Elena y Giovanni regresaron al salón, Camila no perdió el tiempo y fue a buscar a su madre para contarle su versión distorsionada de los hechos.Según Camila, Elena la había atacado injustamente, todo porque supuestamente le había derramado la bebida por accidente y había ido a disculparse, pero lo único que recibió fue una bofetada.Indignada, Verónica se llenó de rabia. Desde la distancia, observó pacientemente hasta que Giovanni se alejara de Elena, dejándola sola. Cuando finalmente lo hizo, Verónica aprovechó la oportunidad para acercarse y lanzarle su ataque verbal.—Todavía te atreves a golpear a mi hija, y luego tú y ese demonio con el que te casaste la humillan. Tu corazón se pudrió al igual que el de él —espetó Verónica con veneno en cada palabra—. Ahora eres igualita a ese monstruo.Elena, que ya esperaba al
Cuando llegaron a la mansión, el silencio entre ellos ya no pesaba como en otras ocasiones. Esta vez, la atmósfera era diferente. Elena se sentía más ligera, con la cabeza en alto, como si algo dentro de ella se hubiera liberado.Giovanni caminaba a su lado, satisfecho y más intrigado que nunca. Había presenciado algo inesperado esa noche: su esposa, la Elena que siempre había sido reservada y prudente, había humillado a su madrastra y a su hermanastra con una frialdad y precisión que él nunca hubiera imaginado.Eso alimentaba su ego y su sed de venganza. Después de todo, odiaba a los Montalvo. Ver a Elena, una Montalvo de sangre, aplastando a esa familia que tanto despreciaba, lo hacía sentir como si tuviera una aliada a su lado.Pero Giovanni no era un hombre que se dejara llevar por las emociones fácilmente. Aunque una parte de él se sentía orgulloso de su esposa, la otra parte mantenía la guardia en alto. Nunca confiaba completamente en nadie.Había oído buena parte de las convers