Cuando los invitados se fueron, Giovanni había regresado a su despacho. Ya era casi medianoche, cuando tomó asiento en su escritorio.Horas más tarde, una sirvienta tocó la puerta para traerle una nueva taza de café. Giovanni apenas levantó la vista del documento que revisaba.—¿Sirvieron la cena? —preguntó, sin detener su lectura.—No, señor. Usted no informó que cenaría —dijo la sirvienta, con la cabeza gacha.—¿Y mi esposa?—No ha cenado, señor. Dijo que no tenía hambre.Giovanni frunció el ceño. Algo en la respuesta no le gustó.—¿Dónde está?—Sigue en el cuarto de lavandería, señor. Desde la tarde —respondió con nerviosismo—. Bellini le asignó la tarea.Giovanni se levantó de golpe, sobresaltado a la sirvienta. Sin perder un segundo, se dirigió al cuarto de lavandería. Al llegar, encontró la puerta cerrada con llave. Sin pensarlo, la derribó de una patada.Dentro, vio a Elena, agotada, con las manos enrojecidas por el trabajo. Se tambaleaba, apenas sosteniendo el cesto de ropa qu
Al día siguiente, Giovanni se encontraba en su despacho, su semblante frío mientras miraba al otro lado del escritorio, donde Bellini, su mayordomo de confianza, permanecía de pie. La tensión era palpable en el aire.—¿Qué tramas? —inquirió Giovanni, sin apartar la mirada de su empleado. —Te pedí una sola cosa, y me fallaste. Dime, ¿todavía sigues creyendo que ella me traiciona? ¿Qué Elena está aliada a su padre?Bellini bajó los ojos por un momento antes de responder.—Señor, yo…—¿Crees que matándola de hambre o forzándola a hacer tareas pesadas vas a quebrarla? —interrumpió Giovanni, con la voz cargada de acusación.El mayordomo respiró hondo, intentando mantener la calma.—¿Puedo ser honesto, señor?—¿Qué pasa, Bellini? ¿No lo has sido hasta ahora? —replicó Giovanni, arqueando una ceja con ironía.—Por supuesto que siempre lo he sido, señor —respondió, con una reverencia sutil. —Pero en este caso pido permiso, no quiero que piense que me tomo el atrevimiento de insultar a su espos
Un temor profundo se instaló en el pecho de Elena mientras observaba a su esposo. Giovanni seguía sosteniéndole la barbilla, su mano era firme, pero no agresiva. Sin embargo, el peso de su mirada la hacía sentir atrapada, como si no tuviera escapatoria.—¿No vas a decir nada? ¿Te vas a quedar callada? —la cuestionó Giovanni con tono serio. El silencio que siguió solo aumentaba la tensión en la habitación.Ella quería responder, pero las palabras se quedaban atrapadas en su garganta. No sabía qué decirle. Parte de ella estaba molesta, la otra parte, confundida. Había tantas emociones mezcladas dentro de ella que prefería no hablar, porque temía decir algo que no podría retirar después.Finalmente, Giovanni suspiró con frustración.—Bien —dijo, soltándola. El contacto desapareció, pero la incomodidad permanecía en el aire.Giovanni se volvió hacia Bellini, quien había permanecido inmóvil, observando la escena con una expresión inmutable.—Asegúrate de que se coma toda la sopa. Cuando te
Elena se quedó inmóvil, temblando, mientras sus ojos se fijaban en el chef. Apenas conocía a ese hombre, pero ahora su vida pendía de un hilo, y ella era la clave. El frío metal del arma en su mano era una presencia insoportable, y la presión de la mano de Giovanni, su esposo, la mantenía anclada en esa situación aterradora.Su respiración se volvía irregular, tratando de procesar lo que estaba sucediendo. Todo en su mente era un caos de pensamientos atropellados. “Yo no soy una asesina”, pensó con desesperación. Nunca había hecho daño a nadie, y mucho menos podría hacerlo con premeditación.“Yo no haré esto. No mataré a nadie”, se repetía internamente mientras su corazón latía con fuerza, resonando en sus oídos. Su mirada oscilaba entre el chef, que estaba paralizado de miedo, y Giovanni, quien seguía observándola con calma imperturbable.—¡No lo haré! ¡No voy a matarlo! —gritó, su voz quebrándose en el proceso—. No voy a mancharme las manos de sangre.Giovanni no reaccionó de inmedi
Las palabras del mayordomo resonaban en la mente de Giovanni: “La señora está intentando manipularnos”, “Su juego de seducción está funcionando”, “Tal vez fue un plan trazó con su padre”.Con esos pensamientos dominándolo, se apartó de los labios de Elena, casi con rabia contenida. La sujetó bruscamente de ambos brazos para alejarla, aunque con suficiente control para que no cayera por la fuerza de su movimiento.Elena abrió los ojos, desconcertada. Frente a ella estaba de nuevo ese hombre frío y distante, uno distinto del que imaginó hace solo unos segundos. ¿Qué había cambiado? Ella estaba segura de que él iba a besarla, de que ese momento los llevaría a algo más profundo. Lo deseaba con una intensidad que casi la asustaba, y por la manera en que él la miraba, estaba convencida de que él también lo quería.Pero ahora, solo el silencio los separaba. Los ojos de Elena bajaron de los de Giovanni a su mandíbula, observando cómo se tensaba. Algo le perturbaba profundamente, pero no logra
¿Quién era esa mujer? La angustia y la confusión aumentaron, pero algo más llamó su atención. Justo debajo del nombre, casi imperceptible, vio una fecha grabada en un rincón del marco: 1980.Se quedó inmóvil, procesando lo que eso significaba. “1980…”, repitió para sí misma. De inmediato, su mente comenzó a atar cabos. Giovanni no podía haber estado casado con esa mujer. Para empezar, él no podía tener más de treinta y cinco años, y si esa pintura databa del año 1980, entonces Giovanni ni siquiera habría nacido cuando esta mujer, Allegra Romagnoli, se había hecho ese retrato.Por una parte, su duda quedaba aclarada. Esa mujer no era una de las esposas de Giovanni. “No, eso es imposible”, se dijo a sí misma, liberando un poco la tensión que había sentido hasta ese momento. Pero entonces, si no era una de sus esposas, ¿quién era Allegra Romagnoli? Y, sobre todo, ¿por qué Giovanni guardaba con tanto celo ese retrato en su sótano?—Debe ser un familiar, ya que lleva su apellido —susurró.
Elena no se imaginó que Bellini la llevaría al despacho. Al cruzar el umbral, una sensación de pánico la envolvió. El aire en esa habitación parecía más denso, impregnado de ese recuerdo oscuro que tanto había tratado de enterrar.Su mente la arrastró a aquel día, a la imagen de sus manos temblorosas sujetando un arma, obligada a apuntar al chef bajo la fría orden de Giovanni.Sacudió la cabeza, tratando de alejar esos pensamientos. No podía permitirse perder el control en ese momento. Bellini se volvió hacia ella con su habitual expresión inescrutable, aunque algo en su mirada le sugería que él tampoco había olvidado.—Debe organizar los libros y algunas pertenencias personales del señor en la estantería —dijo el mayordomo con su tono habitual—. Ahora que estas tareas están bajo su responsabilidad, también le corresponde este cuarto.Elena tragó saliva y asintió, aunque el nudo en su estómago no desaparecía. Se acercó a la imponente estantería de caoba que dominaba la pared. Los lomo
Tres días habían pasado desde que Elena desveló el rostro en el retrato y descubrió más secretos en el despacho de Giovanni. Ahora él estaba sentado en su oficina, frente al imponente escritorio, concentrado mientras revisaba una pila de documentos.Unos golpes suaves resonaron en la puerta, apenas un murmullo en la calma del lugar. Giovanni levantó la mirada por un breve instante, lo justo para ordenar que entraran. Era Bellini, caminó con pasos silenciosos hasta quedar a una distancia prudente, como siempre lo hacía.—Señor —anunció el mayordomo, pero Giovanni apenas le prestó atención, con los ojos aún fijos en los papeles que tenía frente a él.—Perdón por interrumpir, pero esto es importante —insistió Bellini.Finalmente, dejó los documentos a un lado y clavó su mirada en el hombre, en un gesto que no necesitaba palabras para transmitir urgencia. Bellini captó la indirecta: así que debía ser rápido.—El abogado llamó. Preguntó si ya tenía alguna respuesta sobre el documento que l