Se aferró a su copa y se bebió todo el contenido que quedaba en ella. El hombre curvó una ceja luego de alejarse.—¿Te agradaría beber algo fuerte?Ella alzó su mirada y se quedó viéndolo de una manera desconcertada. Nunca antes había tomado alcohol, si aceptaba esa seria la primera vez que lo haría, por un instante pensó que no estaría mal probar un poco.—No sé —encogió los hombros. Se mordió el labio antes de seguir hablando, recordando lo que Giovanni le había dicho antes de irse.—Nunca has bebido —añadió el hombre, esta vez no era una pregunta, más bien una afirmación.Elena asintió lentamente, sin apartar la vista del líquido transparente que había quedado en el fondo de su copa. Se sentía pequeña e insignificante. Su esposo siempre había dejado claras sus reglas: ser prudente, comportarse, no hacer nada que pudiera llamar la atención o traicionar la imagen que él deseaba proyectar. Pero aquí, frente a otro hombre, esas reglas parecían lejanas, desdibujadas, casi irrelevant
El silencio que siguió a su pregunta fue denso, cargado de una tensión palpable que parecía llenar todo el espacio entre ellos. Marco dejó escapar una pequeña risa, como si la pregunta le divertía más de lo que debía. Apoyó los codos sobre la mesa, entrelazando los dedos frente a su rostro, sus ojos no apartándose de ella ni un segundo.—¿Qué quiero que hagas? —repitió, su tono ligero, pero con una profundidad inquietante que hizo que la piel de Elena se erizara—. La verdadera pregunta es… ¿qué estás dispuesta a hacer?La chica parpadeó, incapaz de apartar la mirada. El peso de sus palabras le cayó como una losa sobre el pecho. —Yo… —empezó a decir, pero las palabras murieron en su garganta. No sabía cómo seguir.Él se inclinó ligeramente hacia adelante, sus ojos fijos en ella como un depredador que ha encontrado a su presa.—Romagnoli no te protege ni te protegerá nunca —aseguró con tanta confianza—. Te deja expuesta con cualquier tipo y lo peor de todo es que no parece importarle
—¿Qué diablos le has hecho a mi esposa? La voz airada de Giovanni llenó toda la sala. —Nos hemos estado divirtiendo, eso es todo. ¿Verdad, linda? —puso sus ojos sobre Elena sin importarle la figura imponente de Giovanni delante de él. Como si la situación no fuera más que un juego inofensivo.—¿Mi esposo?... Je, je, je… Ajena al peligro que emanaba de la tensión entre ambos hombres, la chica soltó una carcajada ahogada. Giovanni se volvió bruscamente hacia ella, su mirada llena de furia, como si estuviera viendo algo que detestaba. Sin decir una palabra, cerró la distancia entre ellos y la agarró bruscamente del brazo, haciéndola tambalearse mientras la levantaba de su asiento.—Es hora de regresar a casa —soltó con un tono cortante, dejando claro que no aceptaba objeciones.No puso resistencia, de todas maneras su cuerpo embriagado y sus sentidos embotados no le permitían luchar contra ese hombre. Su esposo la sujetaba con tanta fuerza, que ni siquiera le da tiempo a replicar.
Giovanni la miraba con una intensidad que hizo que el tiempo pareciera detenerse. Sus respiraciones pesaban en el aire entre ellos, llenando el espacio con una tensión palpable. Elena lo observaba a través de sus ojos entrecerrados, sin comprender del todo el torbellino de emociones que veía en su esposo. La sonrisa despreocupada en sus labios, un vestigio del alcohol que todavía circulaba en su cuerpo.—No tienes ni idea de lo que estás diciendo —gruñó él, su voz baja y controlada, pero había algo en ese control que hacía evidente el esfuerzo que le costaba mantenerlo.Todavía borracha y desafiante, se dejó caer de espaldas sobre la cama, con los brazos extendidos y su cabello desparramado sobre las almohadas. Sus ojos chispeantes y la sonrisa burlona lo provocaban. Giovanni sintió cómo la bestia que luchaba por contener dentro de él comenzaba a liberarse.—Oh, pero sí lo sé… —replicó ella, arrastrando las palabras con una ironía que solo el alcohol permitía—. Estás celoso, Giovanni
Habían pasado tres días desde aquella noche, y Elena aún no había vuelto a ver a Giovanni. Nadie le había dado demasiados detalles sobre su ausencia, solo sabía que se había marchado de viaje. La mansión, ya fría y vacía de por sí, ahora parecía aún más silenciosa sin su presencia.Con el fin de evitar pensar demasiado, se había sumergido en sus tareas diarias. El mayordomo y la jefa de cocina no dejaban de vigilarla de cerca, atentos a cada uno de sus movimientos. Esa constante supervisión la incomodaba, pero en el fondo agradecía la distracción. El malestar físico había desaparecido, sin embargo, algo en su interior seguía inquieto. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Giovanni sobre ella, sus manos recorriendo su cuerpo de manera brusca, volvía a su mente, perturbándola. Lo que más le confundía era el deseo creciente que ahora sentía por revivir ese mismo momento. ¿Cómo podía querer algo que la había dejado tan confundida y dolida?Elena no lograba entenderse. ¿Por qué dese
La mujer que la cuidaba había dejado, casi sin darse cuenta, un manojo de llaves sobre la cómoda. Elena no podía ignorar la oportunidad. Mientras la señora limpiaba la tina en el baño, tomó las llaves con rapidez y las escondió bajo su almohada.Esperó pacientemente a que la casa se sumiera en el silencio de la noche. Cuando ya no escuchaba más ruido ni veía luces encendidas, se levantó con cautela y caminó en puntillas hasta la puerta, abriéndola con sumo cuidado para no hacer ningún sonido. El pasillo estaba oscuro, pero conocía bien el camino.Bajó las escaleras en completo silencio, aunque el tintineo del manojo de llaves en sus manos la ponía nerviosa. Era más pesado de lo que había imaginado. Llegó hasta la puerta vieja que tanto deseaba abrir. Había demasiadas llaves, más de las que esperaba, y ninguna parecía ser la correcta. Hasta que, finalmente, escuchó el clic del cerrojo abriéndose. Y sus ojos se abrieron con total sorpresa.Con lentitud, empujó la puerta, que emitió un l
Intentó mantener la calma, pero su cuerpo temblaba ligeramente en los brazos de su esposo. Giovanni la sostenía con firmeza, su agarre lo suficientemente fuerte como para hacerla sentir atrapada, pero no lo bastante para dejar una marca visible. A pesar de sus esfuerzos por mantener la calma, el leve temblor de su cuerpo la delataba, y cuando trató de sostenerle la mirada, solo logró parecer más vulnerable.—¿De qué cuarto hablas? —preguntó, esforzándose por sonar convincente. Bajó la vista y frotó sus ojos como si aún estuviera adormecida, una actuación que, en cualquier otro contexto, podría haber funcionado.Pero no con él.Giovanni la miraba con una expresión implacable. La tensión en su mandíbula mostraba lo cual furioso estaba, aunque su voz seguía siendo controlada.—No te hagas la inocente. —Sus palabras eran una amenaza contenida—. Te vi correr. Estabas ahí, espiando. ¿Cómo entraste?La joven tragó saliva, sintiendo cómo su corazón se aceleraba. Sabía que mentir solo empeora
A la mañana siguiente, Elena estaba sentada en el comedor, perdida en sus pensamientos, recordando lo que había descubierto la noche anterior y las advertencias de su esposo. Estaba tan absorta que no notó cuando alguien dejó un platillo frente a ella. Al levantar la vista, se encontró con la mirada fría e indiferente de la cocinera, una mujer que nunca la había tratado con amabilidad desde su llegada.—¿No desayunará mi esposo? —preguntó, confundida. Siempre le servían después de que Giovanni tomara asiento.—El señor ordenó que le sirviéramos a usted primero —respondió la cocinera, con un tono seco.Elena miró su plato e hizo una mueca, no porque la comida se viera mal, sino porque no podía comerla. Aunque lo deseara, el problema para ingerir ese alimento no se lo impedía.—¿No es de su agrado lo que hemos cocinado para usted, señora? —preguntó la cocinera, con una clara actitud de molestia por el gesto que había hecho la muchacha.—No, claro que no —respondió rápidamente ella, acl