La mañana siguiente, Elena se despertó temprano. El sol apenas asomaba cuando se levantó de la cama cómoda. Había dormido poco, su mente ocupada en cómo sería la vida en la mansión Romagnoli.El silencio de la casa era casi opresivo, un recordatorio constante de la soledad que ahora la rodeaba, tampoco es como si su vida hubiera cambiado mucho. Se vistió con el vestido que había encontrado en su armario la noche anterior, sencillo pero elegante, y decidió explorar la mansión antes de que Giovanni diera señales de vida.El primer lugar al que se dirigió fue la cocina. Al entrar, se sorprendió al ver que ya estaba en plena actividad. Los cocineros y el personal de servicio se movían en perfecta sincronía, preparando lo que parecía ser un desayuno digno de un banquete.—Buenos días, señora Romagnoli —dijo una mujer mayor, que parecía ser la jefa de cocina—. ¿Le gustaría algo especial para el desayuno?Elena se sorprendió por la formalidad, aún no se acostumbraba a que la llamaran po
Elena entró al dormitorio que le asignaron con una mezcla de agotamiento y tensión en su cuerpo. Había sido un día largo, lleno de instrucciones constantes y supervisión por parte del personal encargado de guiarla. La habitación, aunque inmensa y lujosamente decorada, se sentía vacía. No había ni rastro de calidez en las paredes grises ni en los muebles oscuros que parecían absorber toda la luz que entraba por las grandes ventanas.Sus pasos resonaron suavemente sobre el suelo de mármol mientras se dirigía al enorme vestidor. Sacó un camisón sencillo de seda de uno de los cajones y comenzó a cambiarse lentamente, tratando de ignorar la creciente sensación de agobio en su pecho. El silencio en la habitación era abrumador, casi aplastante. A lo lejos, se escuchaba el ocasional crujido de la madera, el eco de la casa asentándose con la noche, pero no había nada que distrajera sus pensamientos.Respiró hondo y miró a su alrededor, su mirada se posó en la cama king size que ocupaba e
—¿Qué fue eso? —inquirió una de las voces, cargada de sospecha.Elena sintió que el pánico comenzaba a subir por su garganta. ¡No! ¡No podía quedarse allí! Se giró rápidamente y corrió de regreso por el pasillo, su respiración rápida y pesada. Alcanzó la puerta del dormitorio justo cuando escuchó la puerta de la reunión abrirse con fuerza detrás de ella.Se lanzó a la cama, cubriéndose rápidamente con las sábanas, fingiendo que había estado dormida todo el tiempo. Su corazón latía tan rápido que temía que se pudiera escuchar desde fuera de la puerta.Momentos después, la puerta del dormitorio se abrió ligeramente y sintió que alguien la observaba en la oscuridad. Contuvo la respiración, manteniendo los ojos cerrados, rogando que no se acercara más.Sin embargo, el hombre no parecía dejarla marchar.Giovanni se acercó lentamente a la chica que fingía estar dormida en la cama, el sutil aleteo de sus pestañas ya la delataba.La boca del hombre esbozó una pequeña curva, pero las palab
Al día siguiente, la joven se sobresaltó al despertar cuando la puerta de su dormitorio se abrió bruscamente. La sensación de frío le generó un temblor mientras se incorporaba en la cama, sus sentidos aún confusos por el sueño. Sus ojos, confusos por el abrupto despertar, captaron el contorno imponente de Giovanni Romagnoli, quien se había adentrado en la habitación con una arrogancia que parecía natural para él, como si no existieran fronteras entre ellos, como si todo, incluido su espacio más íntimo, le perteneciera.Los pasos firmes del hombre resonaron en el suelo de mármol, haciendo eco en el silencio incómodo de la habitación. Elena sintió cómo su presencia lo llenaba todo, sofocante, robándole el aire. Parpadeó rápidamente, su mente buscando una pregunta adecuada, pero antes de que pudiera formularla, él se adelantó, usando el mismo tono de siempre.—Levántate —dijo, su voz seca y tajante, sin rastro de compasión—. Tienes que prepararte. Hoy saldremos en la tarde.La joven,
El sonido de los tacones de Elena resonaba en el largo pasillo, una marcha acompasada que no lograba romper el gélido silencio que Giovanni imponía con su presencia. Él caminaba unos pasos por delante, sin girarse siquiera para mirarla, guiándola con la indiferencia de quien lleva a un objeto consigo, algo que no merece ni una mirada. Por más que Elena hubiera sido arreglada con meticulosa perfección, sabía que no era suficiente. Nunca lo era. Nada de lo que hiciera lograba satisfacer a Giovanni por completo.Descendieron a la planta baja, donde una hilera de sirvientes los aguardaba, perfectamente alineados como soldados en formación, listos para recibir las órdenes de su señor.—El auto está listo, señor —dijo uno de los empleados, inclinándose ligeramente. Giovanni no respondió, ni siquiera lo miró. Un simple gesto con la mano bastó para que el mensaje fuera comprendido.En el exterior, el lujoso vehículo negro los esperaba, brillando bajo las luces tenues de la entrada. Uno de
—¿Quieres a tu marido? —repitió el hombre.Elena se quedó paralizada por la pregunta, los dedos aferrados al tenedor de forma casi involuntaria. Marco había roto el silencio con una frialdad calculada, como si el impacto de sus palabras fuera una simple observación sin importancia. Pero para ella, esas cinco palabras pesaban como un ancla en el aire tenso que los rodeaba.Levantó la mirada con lentitud, topándose con los ojos del hombre, claros, imperturbables. Había una intensidad en ellos, pero vacía de toda emoción. No había rabia, ni compasión, solo una calma inquietante, como si simplemente hubiera lanzado la pregunta por curiosidad. ¿Qué buscaba realmente? ¿Probar su lealtad? ¿O tal vez algo más oscuro?—No es el tipo de pregunta que importe, ¿o sí? —murmuró ella, apenas elevando la voz lo suficiente para que él la escuchara.El hombre dejó su copa de vino sobre la mesa, el cristal hizo un leve ruido al tocar la superficie, pero para Elena sonó como un trueno en medio del si
—He oído… rumores —logró decir finalmente, su voz temblando un poco. No quería mostrarle miedo, pero tampoco podía ocultarlo del todo. No frente de alguien como hombres así.El hombre ladeó la cabeza, como si estuviera considerando su respuesta con cierta diversión. Luego, sus dedos tamborilearon con lentitud sobre la mesa, creando un ritmo casi hipnótico, como si estuviera midiendo cada segundo de tensión.—Entonces, ya sabes cómo terminan las cosas para las mujeres que no cumplen con las expectativas de Romagnoli —continuó, con una indiferencia que helaba los huesos. —No importa lo bonita que seas, lo devota o sumisa que parezcas. Si no eres útil… no duras.Sabía que estaba en una posición precaria desde el principio, pero oírlo así, con tanta frialdad, hacía que la realidad de su situación la golpeara con más fuerza. Se encontraba atrapada, no solo por ese matrimonio que eligió sin antes pensar en las consecuencias, sino por el pasado oscuro de su esposo.—Pero aún tienes tiempo
Se aferró a su copa y se bebió todo el contenido que quedaba en ella. El hombre curvó una ceja luego de alejarse.—¿Te agradaría beber algo fuerte?Ella alzó su mirada y se quedó viéndolo de una manera desconcertada. Nunca antes había tomado alcohol, si aceptaba esa seria la primera vez que lo haría, por un instante pensó que no estaría mal probar un poco.—No sé —encogió los hombros. Se mordió el labio antes de seguir hablando, recordando lo que Giovanni le había dicho antes de irse.—Nunca has bebido —añadió el hombre, esta vez no era una pregunta, más bien una afirmación.Elena asintió lentamente, sin apartar la vista del líquido transparente que había quedado en el fondo de su copa. Se sentía pequeña e insignificante. Su esposo siempre había dejado claras sus reglas: ser prudente, comportarse, no hacer nada que pudiera llamar la atención o traicionar la imagen que él deseaba proyectar. Pero aquí, frente a otro hombre, esas reglas parecían lejanas, desdibujadas, casi irrelevant