—Estoy buscando una esposa —reveló Giovanni con una mirada calculadora—. Quizás podríamos llegar a un acuerdo diferente. En lugar de un cincuenta por ciento, podría ser un treinta por ciento. La empresa seguiría siendo tuya, y si me caso con una de tus hijas, eso nos convertiría en familia.
Marcelo sintió que el aire se volvía más denso. La propuesta del italiano era inesperada e inapropiada. No podía pedirle a una de sus hijas que aceptará convertirse en la esposa de ese hombre. —Eso ya es algo muy serio —respondió Marcelo con cautela—. Necesito pensarlo y hablarlo muy seriamente con mi familia. El italiano lo observó por un momento antes de asentir. —Comprendo, Marcelo. Cómo te dije antes, te daré dos días para que me des una respuesta, no más. Tú decides si desaprovechas esta gran oportunidad. El hombre asintió, se sentía más presionado que antes. Luego de despedirse, salió de allí y regresó a su mansión. Tenía pensado primero hablar de ese asunto con su esposa. Cerró la puerta de su casa con un golpe seco, sintiendo cómo el aire se le escapaba de los pulmones. La oferta de Giovanni Romagnoli lo había golpeado como un puñetazo directo al pecho. No había escapatoria. Tenía que hablar con Verónica. Ahora. Antes de que el miedo lo consumiera por completo. La encontró en la sala, hojeando una revista de moda, ajena al caos que se avecinaba. Pero en cuanto lo vio, supo que algo andaba mal. Su mirada, normalmente serena, se oscureció al instante. —¿Cómo te fue con Romagnoli? —preguntó, pero en su tono ya se adivinaba la respuesta que temía. Marcelo no podía vacilar. Se dejó caer en el sillón frente a ella, soltando un suspiro pesado. —Nada bien, Verónica. Romagnoli rechazó el veinte por ciento. Quiere el cincuenta. El rostro de Verónica se endureció, sus ojos se volvieron fríos, llenos de una furia creciente. —Eso es inaceptable, Marcelo. ¿Qué le respondiste? Marcelo tragó saliva, sintiendo el nudo en su garganta. —Le dije que lo pensaría. Pero luego… hizo otra propuesta. —¿Qué propuesta? —Verónica lo miró fijamente, exigiendo la verdad. Marcelo tomó aire, preparándose para lo que debía decir. —Giovanni quiere una esposa, Verónica. Sugirió que, en lugar del cincuenta por ciento, aceptaría un treinta… si una de nuestras hijas se casa con él. El silencio que siguió fue brutal. Verónica quedó inmóvil, procesando lo que acababa de escuchar. Se sorprendió cuando escuchó a su esposo mencionarle el tema de la esposa. Luego, de repente, se levantó, la furia burbujeando dentro de ella. —¡Esto es una locura, Marcelo! ¡Tus hijas no son mercancía! —espetó, su voz afilada como una cuchilla—. ¡¿Cómo te atreves siquiera a repetirlo?! ¡Ese miserable está delirando si cree que nos vamos a rebajar a semejante barbaridad! —Lo sé, Verónica, lo sé —Marcelo se puso de pie también, sintiendo el dolor en su pecho—. Jamás consideraría aceptarlo sin hablarlo contigo. Pero estamos desesperados. Si no encontramos una solución, lo perderemos todo. Verónica comenzó a pasearse por la habitación, sus tacones resonaban con fuerza contra el suelo. La sola idea de entregar a Camila a un hombre como Romagnoli le revolvía el estómago. No podía permitirlo. Pero la realidad era cruel, y los estaba acorralando. —Esto es más que un simple negocio, Marcelo —dijo finalmente, deteniéndose frente a él, con voz cargada de veneno—. Camila tiene toda su vida por delante. No voy a permitir que su futuro se arruine por esta locura. ¡Ni loca permitiré que le arranquen la vida que merece por culpa de tus negocios fracasados! No puedo, no lo aceptaré. Para Verónica, Camila era lo más valioso que tenía, su joya. No dejaría que nada la destruyera. Si había que elegir, Camila debía ser protegida a toda costa. Elena, en cambio… era diferente. No importaba tanto, no de la misma manera. Si alguna debía sacrificarse, sería Elena. Pero esas eran palabras que Verónica no podía, ni quería, decir en voz alta. No todavía. —Tienes razón, Verónica. Pero si no hacemos algo, lo perderemos todo. Nuestra casa, nuestra seguridad… todo por lo que hemos trabajado tan duro. Antes de que Verónica pudiera responder, la puerta de la sala se abrió apenas a un centímetro. Una sombra se deslizó hacia dentro, y Elena, la hija menor de Marcelo, se quedó congelada al escuchar la conversación. Había oído lo suficiente para entender de qué estaban hablando, y una idea peligrosa comenzó a germinar en su mente. Durante esos años, Elena había vivido a la sombra de Camila, la perfecta Camila. Ella era la favorita, la niña dorada, mientras que Elena siempre había sido la segunda, la que apenas se notaba. Pero ahora, mientras escuchaba en silencio, algo dentro de ella se despertaba. ¿Era esta su oportunidad de escapar? ¿De empezar de nuevo, lejos de todo lo que la hacía sentirse insignificante? La idea de marcharse, de empezar de nuevo lejos de todo aquello, de aquellas miradas frías y comentarios despectivos, se apoderó de ella. Si su padre estaba dispuesto a ofrecer a alguien, ¿por qué no a ella? No importaba si la cambiaban por dinero. Si eso significaba su libertad, estaba dispuesta a tomar el riesgo. —Dijiste que te dio dos días, ¿verdad? —preguntó Verónica, su voz afilada. —Sí, dos días —respondió Marcelo, aunque la incertidumbre lo estaba devorando. —Entonces usaremos esos dos días para encontrar otra opción. No vamos a dejar que Romagnoli nos intimide. ¡No te atrevas a ser tan débil, Marcelo! ¡Vamos a encontrar otra salida, tenlo por seguro! —Verónica intentaba mostrar una confianza que no sentía realmente. Todo lo que podía pensar era en cómo proteger a Camila. Elena, oculta en las sombras, apretó los puños con una decisión que nunca había sentido antes. Si nadie la mencionaba, lo haría ella misma. Estaba dispuesta a sacrificarse…El tiempo se acababa. Marcelo, con el corazón latiendo en su pecho, se dirigió a la sala donde Giovanni Romagnoli lo esperaba. Habían pasado dos días desde la aterradora propuesta, y ahora enfrentaba la decisión más difícil de su vida. Al acercarse al vestíbulo, sus pasos se detuvieron al ver a Verónica, quien lo esperaba con los brazos cruzados y una expresión de furia en su rostro.—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Verónica—. ¿Qué le responderás a ese hombre?Verónica lo miró, su rostro endurecido. Sabía la respuesta, pero quería oírla de los labios de Marcelo.—La empresa está al borde de la quiebra, Verónica, y el Sr. Romagnoli quiere una nueva esposa…—No, no dejaré que mi hija se case con ese hombre. —La voz de Verónica se alzó, llena de rabia—. Ese diablo ya mató a tres esposas. ¡No sacrificaré a nuestra hija!Marcelo se frotó la sien, sintiendo el peso de la situación, aplastándolo. Sabía que Verónica nunca lo perdonaría si sacrificaba a Camila, pero ¿qué otra opción tenían?—No
—Elena… —la voz de Marcelo apenas fue un susurro, cargado de incredulidad—. No tienes que hacer esto…Elena sostuvo su mirada, aunque el dolor en su muñeca le recordaba la crudeza de esa vida dura que llevaba. Su rostro, marcado por un miedo, pero también por una firmeza, había tomado una decisión.—Padre, no hay otra opción. Si puedo salvar la empresa… si puedo salvar lo que construiste con tanto esfuerzo, lo haré. No quiero que todo se pierda —dijo, su voz temblando ligeramente, pero sin perder fuerza.Romagnoli observaba la escena con una expresión de satisfacción, pero detrás de sus ojos calculadores, captaba algo más profundo en la dinámica familiar.Verónica dio un paso adelante, fingiendo preocupación, aunque su satisfacción interna era evidente para Romagnoli.—Oh, Elena, qué sacrificio tan grande estás haciendo —dijo con voz afectada, sus palabras aparentemente llenas de gratitud—. No sé cómo podremos agradecerte esto.Camila, que hasta ese momento había permanecido callada,
Elena se miró en el espejo, observando cómo las manos de la maquilladora transformaban su rostro en el de una novia. La sombra de sus ojeras fue suavemente cubierta, sus labios pintados de un suave carmín, y su cabello, recogido en un moño elegante, completaba la imagen de una mujer lista para el sacrificio. Pero dentro de ella, la inquietud crecía, cada pincelada en su rostro la alejaba más de su propia identidad.Marcelo entró en la habitación, su expresión era fría, distante, casi como si no reconociera a la mujer que tenía frente a él. Caminó hacia ella con pasos firmes y se detuvo justo a su lado, mirando su reflejo en el espejo.—Estás haciendo lo correcto —dijo con una voz cortante, sin rastro de emoción—. Este matrimonio es lo mejor para todos, esto ayudará a salvar la empresa. Espero que sepas hacer feliz al italiano, deberás obedecerlo en todo, no lo hagas enfadar.Elena sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las palabras de su padre, que alguna vez habían sido fuente
El lugar se sentía vacío, como si todo lo que alguna vez importó se hubiese desvanecido, dejando solo paredes desnudas y el eco de recuerdos compartidos con su madre. Había decidido irse, pero esa decisión pesaba sobre ella como una carga ineludible.—¿Lista? —La voz de Giovanni cortó el silencio, fría y decidida. Estaba en la puerta, bloqueando la salida con su figura imponente, observándola con una mirada que Elena comenzaba a conocer demasiado bien.Parecía vigilarla, como si sospechara que en cualquier momento Elena podría huir. Lo que él no sabía era que, al aceptar casarse con él, ella ya había trazado su propio plan de fuga.Asintió, sin decir una palabra, mientras cerraba la cremallera de su pequeña maleta. No había nada más que agregar. Agarró su bolso y se giró para enfrentarlo, sintiendo cómo su resolución flaqueaba por un breve instante. “¿Es esto lo correcto?”, se preguntó, temiendo haber saltado de un precipicio sin saber lo que la esperaba al fondo.—Tus cosas lle
La mañana siguiente, Elena se despertó temprano. El sol apenas asomaba cuando se levantó de la cama cómoda. Había dormido poco, su mente ocupada en cómo sería la vida en la mansión Romagnoli.El silencio de la casa era casi opresivo, un recordatorio constante de la soledad que ahora la rodeaba, tampoco es como si su vida hubiera cambiado mucho. Se vistió con el vestido que había encontrado en su armario la noche anterior, sencillo pero elegante, y decidió explorar la mansión antes de que Giovanni diera señales de vida.El primer lugar al que se dirigió fue la cocina. Al entrar, se sorprendió al ver que ya estaba en plena actividad. Los cocineros y el personal de servicio se movían en perfecta sincronía, preparando lo que parecía ser un desayuno digno de un banquete.—Buenos días, señora Romagnoli —dijo una mujer mayor, que parecía ser la jefa de cocina—. ¿Le gustaría algo especial para el desayuno?Elena se sorprendió por la formalidad, aún no se acostumbraba a que la llamaran po
Elena entró al dormitorio que le asignaron con una mezcla de agotamiento y tensión en su cuerpo. Había sido un día largo, lleno de instrucciones constantes y supervisión por parte del personal encargado de guiarla. La habitación, aunque inmensa y lujosamente decorada, se sentía vacía. No había ni rastro de calidez en las paredes grises ni en los muebles oscuros que parecían absorber toda la luz que entraba por las grandes ventanas.Sus pasos resonaron suavemente sobre el suelo de mármol mientras se dirigía al enorme vestidor. Sacó un camisón sencillo de seda de uno de los cajones y comenzó a cambiarse lentamente, tratando de ignorar la creciente sensación de agobio en su pecho. El silencio en la habitación era abrumador, casi aplastante. A lo lejos, se escuchaba el ocasional crujido de la madera, el eco de la casa asentándose con la noche, pero no había nada que distrajera sus pensamientos.Respiró hondo y miró a su alrededor, su mirada se posó en la cama king size que ocupaba e
—¿Qué fue eso? —inquirió una de las voces, cargada de sospecha.Elena sintió que el pánico comenzaba a subir por su garganta. ¡No! ¡No podía quedarse allí! Se giró rápidamente y corrió de regreso por el pasillo, su respiración rápida y pesada. Alcanzó la puerta del dormitorio justo cuando escuchó la puerta de la reunión abrirse con fuerza detrás de ella.Se lanzó a la cama, cubriéndose rápidamente con las sábanas, fingiendo que había estado dormida todo el tiempo. Su corazón latía tan rápido que temía que se pudiera escuchar desde fuera de la puerta.Momentos después, la puerta del dormitorio se abrió ligeramente y sintió que alguien la observaba en la oscuridad. Contuvo la respiración, manteniendo los ojos cerrados, rogando que no se acercara más.Sin embargo, el hombre no parecía dejarla marchar.Giovanni se acercó lentamente a la chica que fingía estar dormida en la cama, el sutil aleteo de sus pestañas ya la delataba.La boca del hombre esbozó una pequeña curva, pero las palab
Al día siguiente, la joven se sobresaltó al despertar cuando la puerta de su dormitorio se abrió bruscamente. La sensación de frío le generó un temblor mientras se incorporaba en la cama, sus sentidos aún confusos por el sueño. Sus ojos, confusos por el abrupto despertar, captaron el contorno imponente de Giovanni Romagnoli, quien se había adentrado en la habitación con una arrogancia que parecía natural para él, como si no existieran fronteras entre ellos, como si todo, incluido su espacio más íntimo, le perteneciera.Los pasos firmes del hombre resonaron en el suelo de mármol, haciendo eco en el silencio incómodo de la habitación. Elena sintió cómo su presencia lo llenaba todo, sofocante, robándole el aire. Parpadeó rápidamente, su mente buscando una pregunta adecuada, pero antes de que pudiera formularla, él se adelantó, usando el mismo tono de siempre.—Levántate —dijo, su voz seca y tajante, sin rastro de compasión—. Tienes que prepararte. Hoy saldremos en la tarde.La joven,