Capítulo 4: En busca de una esposa

—Estoy buscando una esposa —reveló Giovanni con una mirada calculadora—. Quizás podríamos llegar a un acuerdo diferente. En lugar de un cincuenta por ciento, podría ser un treinta por ciento. La empresa seguiría siendo tuya, y si me caso con una de tus hijas, eso nos convertiría en familia.

Marcelo sintió que el aire se volvía más denso. La propuesta del italiano era inesperada e inapropiada. No podía pedirle a una de sus hijas que aceptará convertirse en la esposa de ese hombre.

—Eso ya es algo muy serio —respondió Marcelo con cautela—. Necesito pensarlo y hablarlo muy seriamente con mi familia.

El italiano lo observó por un momento antes de asentir.

—Comprendo, Marcelo. Cómo te dije antes, te daré dos días para que me des una respuesta, no más. Tú decides si desaprovechas esta gran oportunidad.

El hombre asintió, se sentía más presionado que antes.

Luego de despedirse, salió de allí y regresó a su mansión.

Tenía pensado primero hablar de ese asunto con su esposa.

Cerró la puerta de su casa con un golpe seco, sintiendo cómo el aire se le escapaba de los pulmones. La oferta de Giovanni Romagnoli lo había golpeado como un puñetazo directo al pecho. No había escapatoria. Tenía que hablar con Verónica. Ahora. Antes de que el miedo lo consumiera por completo.

La encontró en la sala, hojeando una revista de moda, ajena al caos que se avecinaba. Pero en cuanto lo vio, supo que algo andaba mal. Su mirada, normalmente serena, se oscureció al instante.

—¿Cómo te fue con Romagnoli? —preguntó, pero en su tono ya se adivinaba la respuesta que temía.

Marcelo no podía vacilar. Se dejó caer en el sillón frente a ella, soltando un suspiro pesado.

—Nada bien, Verónica. Romagnoli rechazó el veinte por ciento. Quiere el cincuenta.

El rostro de Verónica se endureció, sus ojos se volvieron fríos, llenos de una furia creciente.

—Eso es inaceptable, Marcelo. ¿Qué le respondiste?

Marcelo tragó saliva, sintiendo el nudo en su garganta.

—Le dije que lo pensaría. Pero luego… hizo otra propuesta.

—¿Qué propuesta? —Verónica lo miró fijamente, exigiendo la verdad.

Marcelo tomó aire, preparándose para lo que debía decir.

—Giovanni quiere una esposa, Verónica. Sugirió que, en lugar del cincuenta por ciento, aceptaría un treinta… si una de nuestras hijas se casa con él.

El silencio que siguió fue brutal.

Verónica quedó inmóvil, procesando lo que acababa de escuchar. Se sorprendió cuando escuchó a su esposo mencionarle el tema de la esposa.

Luego, de repente, se levantó, la furia burbujeando dentro de ella.

—¡Esto es una locura, Marcelo! ¡Tus hijas no son mercancía! —espetó, su voz afilada como una cuchilla—. ¡¿Cómo te atreves siquiera a repetirlo?! ¡Ese miserable está delirando si cree que nos vamos a rebajar a semejante barbaridad!

—Lo sé, Verónica, lo sé —Marcelo se puso de pie también, sintiendo el dolor en su pecho—. Jamás consideraría aceptarlo sin hablarlo contigo. Pero estamos desesperados. Si no encontramos una solución, lo perderemos todo.

Verónica comenzó a pasearse por la habitación, sus tacones resonaban con fuerza contra el suelo. La sola idea de entregar a Camila a un hombre como Romagnoli le revolvía el estómago. No podía permitirlo. Pero la realidad era cruel, y los estaba acorralando.

—Esto es más que un simple negocio, Marcelo —dijo finalmente, deteniéndose frente a él, con voz cargada de veneno—. Camila tiene toda su vida por delante. No voy a permitir que su futuro se arruine por esta locura. ¡Ni loca permitiré que le arranquen la vida que merece por culpa de tus negocios fracasados! No puedo, no lo aceptaré.

Para Verónica, Camila era lo más valioso que tenía, su joya. No dejaría que nada la destruyera. Si había que elegir, Camila debía ser protegida a toda costa. Elena, en cambio… era diferente. No importaba tanto, no de la misma manera. Si alguna debía sacrificarse, sería Elena. Pero esas eran palabras que Verónica no podía, ni quería, decir en voz alta. No todavía.

—Tienes razón, Verónica. Pero si no hacemos algo, lo perderemos todo. Nuestra casa, nuestra seguridad… todo por lo que hemos trabajado tan duro.

Antes de que Verónica pudiera responder, la puerta de la sala se abrió apenas a un centímetro. Una sombra se deslizó hacia dentro, y Elena, la hija menor de Marcelo, se quedó congelada al escuchar la conversación. Había oído lo suficiente para entender de qué estaban hablando, y una idea peligrosa comenzó a germinar en su mente.

Durante esos años, Elena había vivido a la sombra de Camila, la perfecta Camila. Ella era la favorita, la niña dorada, mientras que Elena siempre había sido la segunda, la que apenas se notaba. Pero ahora, mientras escuchaba en silencio, algo dentro de ella se despertaba. ¿Era esta su oportunidad de escapar? ¿De empezar de nuevo, lejos de todo lo que la hacía sentirse insignificante?

La idea de marcharse, de empezar de nuevo lejos de todo aquello, de aquellas miradas frías y comentarios despectivos, se apoderó de ella. Si su padre estaba dispuesto a ofrecer a alguien, ¿por qué no a ella? No importaba si la cambiaban por dinero. Si eso significaba su libertad, estaba dispuesta a tomar el riesgo.

—Dijiste que te dio dos días, ¿verdad? —preguntó Verónica, su voz afilada.

—Sí, dos días —respondió Marcelo, aunque la incertidumbre lo estaba devorando.

—Entonces usaremos esos dos días para encontrar otra opción. No vamos a dejar que Romagnoli nos intimide. ¡No te atrevas a ser tan débil, Marcelo! ¡Vamos a encontrar otra salida, tenlo por seguro! —Verónica intentaba mostrar una confianza que no sentía realmente. Todo lo que podía pensar era en cómo proteger a Camila.

Elena, oculta en las sombras, apretó los puños con una decisión que nunca había sentido antes. Si nadie la mencionaba, lo haría ella misma. Estaba dispuesta a sacrificarse…

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