Bastián Schneider lo tenía todo... hasta que su esposa, Adelaida, lo abandona sin dar ninguna explicación. Desesperado por recuperar el control de su vida, se muda con su hijo Liam a Sierra Verde, un pequeño pueblo rodeado de montañas y secretos. Pero el cambio no trae la paz que esperaba: a pesar de todos sus sacrificios, su relación con Liam se vuelve cada vez más frágil, y Bastián empieza a preguntarse si alguna vez podrá reparar lo que está roto. Entonces aparece Bárbara Montenegro; excéntrica, enigmática y con un aire de caos que parece envolverla. Bárbara no solo desafía todo lo que Bastián cree saber sobre el control y la estabilidad, sino que, de forma inesperada, despierta en él una renovada esperanza de acercarse a Liam. Pero confiar en ella podría ser un error devastador. Cargada de cicatrices, tanto físicas como emocionales, Bárbara amenaza con derrumbar las creencias que Bastián ha construido a lo largo de su vida y lo obliga a replantearse cómo enfrenta el dolor y la incertidumbre. Mientras los fantasmas del pasado de Bastián y los secretos de Bárbara comienzan a entrelazarse, ambos deberán enfrentarse a sus propias heridas. Entre el caos y el amor, Bastián descubrirá que a veces vivir significa aceptar estar roto y, aun así, encontrar la fuerza para avanzar. Que a veces, la única forma de hacerlo es rompiéndose en el proceso.
Leer másAdler sonrió, intentando relajar el ambiente; se colocó entre Bastián y Hoffmann antes de continuar. —Bueno, parece que eso aclara las cosas. Sigamos con las visitas, ¿no?Bastián asintió, sintiendo una ligera liberación en su pecho. No era del tipo que disfrutaba de las confrontaciones, pero decirle a Hoffmann esas palabras abrieron una puerta que no había intentado cruzar nuca.Hoffmann se fue de ahí antes de que ellos se marcharan, dejando atrás una estela de tensión que casi podía cortar el aire.—Vámonos —dijo Adler a lo que Bastián asintió siguiéndolo poco después.Mientras caminaban hacia el siguiente departamento, una sensación extraña se instaló en el pecho de Bastián. Tarde, pero ahí estaba. Había dicho lo que quería decir, había defendido a Adler, pero el nudo en su estómago no desaparecía. Era la primera vez en mucho tiempo que alzaba la voz de esa manera, y aunque sabía que era lo correcto, no podía evitar preguntarse qué más estaba guardando dentro.Bastián entró por la p
—Podemos arreglarlo — Adler se concentró en la atractiva enfermera frente a él—, denme un día y estoy seguro de que puedo encontrar una solución.La enfermera asintió sonriendo con igual coquetería. Adler no dudó en tomar su mano y depositar un suave beso en el dorso antes de darle un suave guiño.—Espero, director Becker, que podamos contar con su absoluto apoyo —la voz chillona de la enfermera carraspeó las últimas palabras, antes de marcharse, no sin antes de darle un suave toque sobre su hombro.Adler amplió sus hombros y arregló su saco. Complacido con el resultado. Aun no podía entender como era capaz de sonreír y juguetear con tantas mujeres sin llegar a nada claro. Era un hombre apuesto, con un rostro angelical y una sonrisa que pondría a cualquiera de rodillas y dispuesto a hacer lo que él quisiera. Sus dotes con la persuasión y el convencimiento eran la razón por la que lo habían llevado a triunfar en su puesto como director de un hospital tan remoto como lo era en Sierra Ver
Él rompió la conexión en un intento de controlar los latidos de su corazón. Recordando la verdadera razón por la que estaba en aquel lugar extraño.—Vine a decirte que hay una cena para la caridad en el hospital la próxima semana, y sería bueno que tú y los demás miembros del departamento fueran al evento —terminó explicando mientras se ajustaba la corbata.Bárbara no contestó, pero lo examinó más tiempo del que Bastián se sintió cómodo.—¿Crees que llevar a mi departamento al evento puede ayudarnos a conseguir los fondos? —su voz cargada con un toque de sarcasmo.—Así es. Los eventos sociales son perfectos para conocer gente, hacer conexiones que nos ayudarían a tantear el terreno con los otros departamentos.Bárbara dejó salir el aire y se dio la vuelta, tomando una de las sillas del vestíbulo para sentarse con el respaldo en su pecho.—No.—Bien entonces… —Bastián se detuvo, y miró hacia ella confundido.¿Acababa de decir no?¿Acaso no entendía la importancia que tenían eventos como
La cartelera de anuncios era mucho más grande que la última vez que la vio. Y por decir, por último, se refería hacia un año.El año pasado, apenas pudo asistir a la feria de la guardería; solo se enteró un par de horas antes, cuando la maestra de Liam lo llamó para preguntarle si participaría en los juegos entre padres e hijos. Confundido, Bastián tuvo que disculparse; Liam no le menciono nada, y ya tenía todas sus reuniones programadas para ese día. A pesar de todo, hizo lo imposible por reorganizar su agenda para llegar al final del evento.Por un minuto creyó que tal vez a Liam no le importaban esos eventos sociales como a él. Toda su infancia asistió a eventos así, donde se presentaba, sus padres hablaban frente a los medios y terminaba la noche. No eran más que simples formalidades. No era que no le gustara pasar tiempo con sus padres era más bien que odiaba lo que sucedía después.Los ojos de Bastián se encontraron con el eslogan de una familia, sonriente en medio de lo que era
Barbará estaba terminando de escribir el informe cuando alguien colocó una taza de café sobre la mesa. Ella se detuvo y levantó la mirada, encontrándose con Hans. —¿Cómo te fue en la cirugía? —preguntó, llevando su propio café a sus labios mientras examinaba el resto de la cafetería. Barbara se dejó caer sobre el respaldo, quitándose el gorro quirúrgico, aceptando el café que Hans le había dado. —Estoy bien —aclara, sabiendo de antemano lo que Hans estaba preguntando realmente. Hans tomó asiento frente a ella. Pensativo, la observó con esos ojos grises inquisitivos. —Hoffman es un idiota y eso no es nuevo para nadie. La pregunta es ¿Por qué fuiste sola? Pudiste esperar a Greta o a mí. Barbara dejó escapar una risa sonora.Eran apenas las 10:00 am y no había casi nadie en la cafetería más que unos cuantos pacientes y doctores. Hace unas horas estaba empecinada en terminar los procedimientos que tenía para toda la mañana en menos tiempo del programado. Como no pudo dormir, d
En casa, Barbará dejó caer sus cosas en la entrada y se arrastró hacia el sofá. Se recostó en él, cerrando los ojos un momento. La sensación de incomodidad seguía presente, pero poco a poco se había ido disipando. Se quedó allí con las manos sobre el estómago, los pies apoyados en la cómoda que aún tenía algunas cajas sin abrir.A pesar de llevar dos años en el departamento, muchas cosas seguían en cajas. Era como si se hubiera acostumbrado a vivir de manera provisional, sin intención de asentarse por completo. Los libros apilados junto a ella se deslizaron, cayendo sobre su muslo. Los apartó y se dirigió al baño para darse una ducha rápida.Al terminar, se acercó a la cómoda de su habitación. La decoración era mínima: una cama queen, un ropero, una mesa de noche y unas cajas apiladas en la esquina. La única decoración en las paredes era un reloj sencillo y una gran placa del cerebro en la pared izquierda.Mientras secaba su cabello, su mirada se fijó en el único portarretratos en la h
La reunión con el señor rígido había durado demasiado, y honestamente, le había dejado mucho en qué pensar. El giro de los acontecimientos fue tan abrupto como una mala película de Hollywood, pero esto no era una película; era la vida real. Y en su experiencia, las cosas nunca mejoraban por sí solas. Así que, como no podía controlar las absurdas decisiones del destino, solo podía afrontarlas con calma y esperar.Barbará caminaba a paso rápido hacia el ala de cardiología, lista para ver al señor Layer. Era su segundo infarto y estaba esperando a ser intervenido. Antes de reunirse con el señor Rígido, había revisado su expediente en la computadora. Confiaba en que un cateterismo sería suficiente para evitar una cirugía a corazón abierto.Sin embargo, al llegar, el ambiente en el ala de cardiología se sentía extraño, pesado, casi opresivo. Había perdido la cuenta de las veces que había cruzado esas puertas en el año, pero la sensación de presión nunca desaparecía. Como Hans había dicho
Los pensamientos de Bastián lo llevaron inevitablemente al pasado. Dos años atrás, cuando Adelaida se fue, el mundo pareció volverse loco.¿La esposa del heredero de los Schneider desaparecida?Los medios de comunicación se desataron en una vorágine de especulaciones y teorías. Él había tratado de mantener un bajo perfil, evitando cualquier declaración, pero los paparazzi se volvían cada vez más intrusivos. Solo cuando vio a Liam mirar la gran pantalla en medio de la sala, con el rostro de su madre en un reportaje, supo que algo tenía que cambiar.Adelaida había salido por la puerta principal de su casa, prometiendo regresar pronto.Liam, inocente, había esperado en la entrada durante horas, sin comprender que su madre no volvería. Fue Bastián quien finalmente lo encontró, sentado en la escalera, con su pequeño rostro perdido en una confusión de espera y esperanza. Ver a su hijo esperando cada día por una madre que no regresaría le rompió el corazón. El punto de quiebre fue encontrar a
La puerta de su oficina se cerró. Dejándolo solo con Adler.Soltó el aire que había estado conteniendo. Sus músculos, finalmente se relajaron un poco. Esa mujer lo había puesto de los nervios. Tenerla en su oficina ya era bastante caótico. Ver sus miradas traviesas, sus sonrisas podían provocar que Bastián dejara de respirar. No entendía cómo alguien tan impredecible podría causarle tanto enojo y, a la vez…No. No quería aceptarlo, no aceptaría trabajar con ella.Pensarlo era peligroso en sí mismo. No sabía cómo podía terminar. Y hacerlo significaba que tendría que escuchar su parloteo y su sarcasmo todo el tiempo. No estaba seguro si sería capaz de hacerlo sin que ambos se mataran en el proceso.Adler tomó asiento en el sofá frente a él, aflojando su corbata y mirando a Bastián curioso. —¿Qué? —preguntó. Adler le sonrió, a lo que Bastián sacudió la cabeza, colocando sus palmas en su rostro. No quería escucharlo. Algo le daba mala espina. —Para ser su primer encuentro, pensé que en