UN AMOR CON AROMA A LIRIOS
UN AMOR CON AROMA A LIRIOS
Por: Day Arels
CAPÍTULO 1: Bastián

Las voces de la televisión rompían el silencio de la sala.

Las noticias del clima prometían un día soleado, ideal para un paseo por el parque.

Bastián ajustaba su corbata cuando sintió el pequeño cuerpo de Liam a su lado. Con sus manos regordetas, el niño agarró la enorme cuchara y la metió en el tazón hondo.

Bastián observó con una sonrisa mientras Liam se esforzaba por verter la leche en el cereal, logrando casi no derramar nada antes de comenzar a comer lentamente.

Lo que provocó una punzada de dolor en el corazón de Bastián, se aclaró la garganta y le dedicó una leve sonrisa a Liam.

— ¿Te apetece algo de fruta, campeón? —preguntó Bastián.

Liam negó con la cabeza y siguió comiendo. Bastián intentó no sonar desesperado, pero tal vez lo hizo.

—¿Qué quieres almorzar esta tarde? Saldré a reunirme con alguien, puedo comprarte algunos dulces.

El niño no respondió de inmediato, pero al menos parecía estar escuchando, o eso quería creer.

Liam tomó la servilleta que su padre había colocado junto a su plato y se limpió la boca antes de bajarse de la silla y caminar hacia la salida, donde estaba su bolsón colgado junto a algunos maletines ordenados.

Después de ponerse el bolsón, que casi era el doble de su tamaño, se giró hacia Bastián, con esos ojos dorados y rasgados iguales a los suyos.

—Estoy listo, papá —dijo con su vocecilla que, a pesar de carecer de emoción, para Bastián sonaba adorable.

Bastián le dedicó una sonrisa y se levantó, siguiendo su ritmo.

Ambos salieron de casa temprano esa mañana. Liam caminaba a su lado, intentando seguir el ritmo con sus pequeñas piernas.

Bastián le agarró la mano antes de salir para acomodarse a su paso, pero a veces sentía que debía detenerse para ajustarse a él.

—¡Mira a quién tenemos aquí! ¡El pequeño príncipe y su papá! —dijo la señora Parker, una mujer de unos 60 años, sonriendo ampliamente al ver a Liam, quien se escondió detrás de la pierna de Bastián.

—Liam, dile hola a la señora Parker —le dijo Bastián en tono calmado.

El niño apretó la mano de su padre y saludó con la mejor voz que pudo. Bastián quiso disculparse, pero la señora Parker se río a carcajadas.

—Es tan adorable, debe ser difícil... —comenzó. Bastián sabía a dónde iba eso. Levantó a Liam por debajo de los hombros y lo sostuvo en sus brazos.

—Despídete de la señora Parker, Liam —concluyó Bastián antes de escucharla. Liam escondió la cabeza en el cuello de su padre y levantó la mano en señal de despedida.

Eso era lo mejor que podía ofrecerle en ese momento.

—Hasta luego, señor Schneider, pequeño príncipe —dijo la señora Parker con una gran sonrisa.

No era que tuviera algo en contra de la agradable señora Parker, pero Bastián había pasado bastante tiempo evitando las conversaciones largas después de descubrir que dos años eran suficientes para que ella formulara sus propias teorías sobre la vida de Bastián y eran desde si su esposa trabajaba en la gran ciudad hasta que era viudo y ninguna de sus constantes preguntas le gustaban.

Aprendió a que las conversaciones no duraran más de un minuto hasta que pisaran terreno peligroso.

Ambos se dirigieron al hospital. Al llegar, Liam seguía recostado en su hombro.

En plena mañana de lunes, la emergencia estaba colapsada. Doctores iban y venían por todos lados. Bastián se dirigió a la recepción.

—Hola Bas, buenos días —saludó Elena, la recepcionista. Una mujer en sus 20, que había llegado a ese trabajo de casualidad, como muchos. Conocía a Elena desde que llegó a este pueblo y a este hospital; siempre había estado pendiente de Liam y de él—. El pequeño se quedó dormido, es increíble que pueda con todo este ruido.

Bastián miró el rostro durmiente de Liam y acomodó su bolsón en su hombro.

—Subiré, ¿tienes los documentos de ayer? —pregunto Bastián cuando vio el cambio en la expresión de Elena. Parecía dudar en decir algo. Levantó una ceja, encontrándose con su mirada. Ella no podía ocultarlo bien. — ¿Qué sucede?

—Señor Schneider... —empezó Elena. "Uh-oh," siempre que Elena usaba su apellido, significaba problemas. Levantó una torre de papeles que apenas podía sostener y la colocó en el escritorio. Eran folders manila apilados. — Intenté decirle que con uno bastaba, pero la Reina del Trombo —dijo más bajo, casi en un susurro, mirando a los lados— siguió trayendo uno tras otro y no pude detenerla.

—¿Ella? —repitió Bastián, viendo el primer folder manila con la palabra "IMPORTANTE" escrita con una horrible caligrafía. Debajo había otro folder con "AUN MÁS IMPORTANTE," y el tercero decía "TRIPLEMENTE IMPORTANTE." Ni siquiera tenía que leer el remitente; ya sabía de quién se trataba.

"La reina del trombo," es quien ha hecho su vida imposible desde que llego al Hospital General de Sierra Verde. La jefa del departamento de radiología siempre enviaba solicitudes de compras con presupuestos exorbitantes. ¿Cómo alguien sin sentido común llegó a ser jefa de un departamento completo?

“Que sea buena en su área no la hace inteligente en otras”. Pensó Bastián

Hace dos años, cuando llegó a Sierra Verde por primera vez con una vida reducida a dos maletas y con un niño de 3 años en brazos, pensó que podía hacerlo.

Volver a reconstruir su vida “perfecta” después de que Adelaida, su ex esposa, le dejara una carta en la mesa anunciando su partida, con un claro énfasis en que no la buscara, fue suficiente para que el mundo de Bastián tambaleara.

Por lo que tomó sus cosas, a su hijo y renunció a su puesto de director en el hospital para mudarse casi al otro lado del país a comenzar de nuevo, y lo había hecho bien.

Sin contar el hecho de que desde entonces la cantidad de tiempo que creyó que pasaría con Liam se convertiría en horas de silencio sin ninguna clase de expresión.

Liam raramente sonreía, o pedía algo; apenas e incluso notaba su presencia cuando estaban en casa solo porque se preocupaba si había comido o si necesitaba algo eran sus pocas interacciones.

Era como si estuviera en un punto de no retorno, y si no encontraba la manera de acercarse a Liam, jamás podría hacerlo. Pero el asunto era que no sabía cómo hacerlo.

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