No podía describir exactamente cómo se sentía en ese momento; solo sabía que era frustrante no ser capaz de ponerle nombre a esas emociones. Ni siquiera entendía cómo esa mujer había logrado decir tanto y, al mismo tiempo, dejarlo con más preguntas que respuestas. Todo en ella era confuso, y él no soportaba la confusión.Se dejó caer en una banca junto a uno de los puestos de flores, sintiendo que sus fuerzas lo abandonaban. El peso de la tensión que había cargado durante horas se disipaba tan rápido, que lo dejó exhausto. Su cuerpo, normalmente rígido y controlado, ahora parecía haberse relajado de golpe, como si solo la cercanía de Liam lo mantuviera en pie.Pero algo lo seguía molestando, un zumbido incómodo en el fondo de su mente, como una advertencia que no quería escuchar. Decidió ignorarlo y centrarse en lo que tenía frente a él.Liam se había escapado de la guardería para buscar ese aroma a lirios que desprendía esa mujer. Bastián sabía que había una posibilidad de que volvier
El rostro de Bastián se tornó pálido, sus ojos entrecerrándose mientras miraba a Bárbara, intentando procesar la información. Parte de ella quería reír ante la evolución de los acontecimientos, no porque la situación fuera graciosa, sino porque los latidos nerviosos de su corazón necesitaban una salida. Sin embargo, sabía que reír no era la opción más inteligente, sobre todo con Adler Becker, el director del hospital, justo a su lado.El hombre que había rechazado sus peticiones una y otra vez durante dos años, el hombre que le había hecho la vida imposible era el mismo hombre encantador que había encontrado en el ascensor. Era el padre del pequeño Liam, y ahora la miraba como si fuera su enemiga. La molestia en su mirada se transformó en una expresión en blanco, un conflicto interno entre la duda y el enojo.—¿Tú eres la "Reina del trombo"? —preguntó Bastián, su voz cargada de incredulidad y molestia.Escuchar ese apodo absurdo salir de los labios de Bastián le provocó un escalofrío i
El tiempo pareció detenerse mientras sus miradas se entrelazaban. Bárbara y Bastián intentaban descifrar las emociones del otro, la maraña de sentimientos que fluía entre ellos. Bárbara se dio cuenta de que sus propias barreras estaban cayendo, al menos por ese breve instante. El aire en la sala era denso, casi palpable. El eco de sus respiraciones llenaba el silencio.Finalmente, Adler rompió la tensión, aclarando su garganta y recordándoles su presencia con una sonrisa que bordeaba la diversión.—Dra. Montenegro, entiendo que quiere un presupuesto de 1.5 millones de dólares para renovar la maquinaria —dijo Adler, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y expectativa.Bárbara tragó en seco, sintiendo un nudo en la garganta. Su mirada se apartó de Bastián para centrarse en Adler. Asintió lentamente, consciente de la importancia de este momento.—Sí, así es. Sé que he hecho esta solicitud varias veces, pero es crucial. La maquinaria actual está en condiciones deplorables, y conside
La puerta de su oficina se cerró. Dejándolo solo con Adler.Soltó el aire que había estado conteniendo. Sus músculos, finalmente se relajaron un poco. Esa mujer lo había puesto de los nervios. Tenerla en su oficina ya era bastante caótico. Ver sus miradas traviesas, sus sonrisas podían provocar que Bastián dejara de respirar. No entendía cómo alguien tan impredecible podría causarle tanto enojo y, a la vez…No. No quería aceptarlo, no aceptaría trabajar con ella.Pensarlo era peligroso en sí mismo. No sabía cómo podía terminar. Y hacerlo significaba que tendría que escuchar su parloteo y su sarcasmo todo el tiempo. No estaba seguro si sería capaz de hacerlo sin que ambos se mataran en el proceso.Adler tomó asiento en el sofá frente a él, aflojando su corbata y mirando a Bastián curioso. —¿Qué? —preguntó. Adler le sonrió, a lo que Bastián sacudió la cabeza, colocando sus palmas en su rostro. No quería escucharlo. Algo le daba mala espina. —Para ser su primer encuentro, pensé que en
Los pensamientos de Bastián lo llevaron inevitablemente al pasado. Dos años atrás, cuando Adelaida se fue, el mundo pareció volverse loco.¿La esposa del heredero de los Schneider desaparecida?Los medios de comunicación se desataron en una vorágine de especulaciones y teorías. Él había tratado de mantener un bajo perfil, evitando cualquier declaración, pero los paparazzi se volvían cada vez más intrusivos. Solo cuando vio a Liam mirar la gran pantalla en medio de la sala, con el rostro de su madre en un reportaje, supo que algo tenía que cambiar.Adelaida había salido por la puerta principal de su casa, prometiendo regresar pronto.Liam, inocente, había esperado en la entrada durante horas, sin comprender que su madre no volvería. Fue Bastián quien finalmente lo encontró, sentado en la escalera, con su pequeño rostro perdido en una confusión de espera y esperanza. Ver a su hijo esperando cada día por una madre que no regresaría le rompió el corazón. El punto de quiebre fue encontrar a
La reunión con el señor rígido había durado demasiado, y honestamente, le había dejado mucho en qué pensar. El giro de los acontecimientos fue tan abrupto como una mala película de Hollywood, pero esto no era una película; era la vida real. Y en su experiencia, las cosas nunca mejoraban por sí solas. Así que, como no podía controlar las absurdas decisiones del destino, solo podía afrontarlas con calma y esperar.Barbará caminaba a paso rápido hacia el ala de cardiología, lista para ver al señor Layer. Era su segundo infarto y estaba esperando a ser intervenido. Antes de reunirse con el señor Rígido, había revisado su expediente en la computadora. Confiaba en que un cateterismo sería suficiente para evitar una cirugía a corazón abierto.Sin embargo, al llegar, el ambiente en el ala de cardiología se sentía extraño, pesado, casi opresivo. Había perdido la cuenta de las veces que había cruzado esas puertas en el año, pero la sensación de presión nunca desaparecía. Como Hans había dicho
En casa, Barbará dejó caer sus cosas en la entrada y se arrastró hacia el sofá. Se recostó en él, cerrando los ojos un momento. La sensación de incomodidad seguía presente, pero poco a poco se había ido disipando. Se quedó allí con las manos sobre el estómago, los pies apoyados en la cómoda que aún tenía algunas cajas sin abrir.A pesar de llevar dos años en el departamento, muchas cosas seguían en cajas. Era como si se hubiera acostumbrado a vivir de manera provisional, sin intención de asentarse por completo. Los libros apilados junto a ella se deslizaron, cayendo sobre su muslo. Los apartó y se dirigió al baño para darse una ducha rápida.Al terminar, se acercó a la cómoda de su habitación. La decoración era mínima: una cama queen, un ropero, una mesa de noche y unas cajas apiladas en la esquina. La única decoración en las paredes era un reloj sencillo y una gran placa del cerebro en la pared izquierda.Mientras secaba su cabello, su mirada se fijó en el único portarretratos en la h
Barbará estaba terminando de escribir el informe cuando alguien colocó una taza de café sobre la mesa. Ella se detuvo y levantó la mirada, encontrándose con Hans. —¿Cómo te fue en la cirugía? —preguntó, llevando su propio café a sus labios mientras examinaba el resto de la cafetería. Barbara se dejó caer sobre el respaldo, quitándose el gorro quirúrgico, aceptando el café que Hans le había dado. —Estoy bien —aclara, sabiendo de antemano lo que Hans estaba preguntando realmente. Hans tomó asiento frente a ella. Pensativo, la observó con esos ojos grises inquisitivos. —Hoffman es un idiota y eso no es nuevo para nadie. La pregunta es ¿Por qué fuiste sola? Pudiste esperar a Greta o a mí. Barbara dejó escapar una risa sonora.Eran apenas las 10:00 am y no había casi nadie en la cafetería más que unos cuantos pacientes y doctores. Hace unas horas estaba empecinada en terminar los procedimientos que tenía para toda la mañana en menos tiempo del programado. Como no pudo dormir, d