En casa, Barbará dejó caer sus cosas en la entrada y se arrastró hacia el sofá. Se recostó en él, cerrando los ojos un momento. La sensación de incomodidad seguía presente, pero poco a poco se había ido disipando. Se quedó allí con las manos sobre el estómago, los pies apoyados en la cómoda que aún tenía algunas cajas sin abrir.A pesar de llevar dos años en el departamento, muchas cosas seguían en cajas. Era como si se hubiera acostumbrado a vivir de manera provisional, sin intención de asentarse por completo. Los libros apilados junto a ella se deslizaron, cayendo sobre su muslo. Los apartó y se dirigió al baño para darse una ducha rápida.Al terminar, se acercó a la cómoda de su habitación. La decoración era mínima: una cama queen, un ropero, una mesa de noche y unas cajas apiladas en la esquina. La única decoración en las paredes era un reloj sencillo y una gran placa del cerebro en la pared izquierda.Mientras secaba su cabello, su mirada se fijó en el único portarretratos en la h
Barbará estaba terminando de escribir el informe cuando alguien colocó una taza de café sobre la mesa. Ella se detuvo y levantó la mirada, encontrándose con Hans. —¿Cómo te fue en la cirugía? —preguntó, llevando su propio café a sus labios mientras examinaba el resto de la cafetería. Barbara se dejó caer sobre el respaldo, quitándose el gorro quirúrgico, aceptando el café que Hans le había dado. —Estoy bien —aclara, sabiendo de antemano lo que Hans estaba preguntando realmente. Hans tomó asiento frente a ella. Pensativo, la observó con esos ojos grises inquisitivos. —Hoffman es un idiota y eso no es nuevo para nadie. La pregunta es ¿Por qué fuiste sola? Pudiste esperar a Greta o a mí. Barbara dejó escapar una risa sonora.Eran apenas las 10:00 am y no había casi nadie en la cafetería más que unos cuantos pacientes y doctores. Hace unas horas estaba empecinada en terminar los procedimientos que tenía para toda la mañana en menos tiempo del programado. Como no pudo dormir, decidi
La cartelera de anuncios era mucho más grande que la última vez que la vio. Y por decir, por último, se refería hacia un año.El año pasado, apenas pudo asistir a la feria de la guardería; solo se enteró un par de horas antes, cuando la maestra de Liam lo llamó para preguntarle si iba a participar en los juegos entre padres e hijos. Confundido, Bastián tuvo que disculparse; Liam no le había mencionado nada, y ya tenía todas sus reuniones programadas para ese día. A pesar de todo, hizo lo imposible por reorganizar su agenda para llegar al final del evento.Por un minuto creyó que tal vez a Liam no le importaban esos eventos sociales como a él. Toda su infancia asistió a eventos así, donde se presentaba, sus padres hablaban frente a los medios y terminaba la noche. No eran más que simples formalidades.Se encontraba parado en medio del pasillo; el bullicio hizo eco en sus oídos y aún así no puso salir de sus pensamientos con las manos en sus bolsillos.Puede que para él no significara n
Él rompió la conexión en un intento de controlar los latidos de su corazón. Recordando la verdadera razón por la que estaba en aquel lugar tan extraño.—Vine a decirte que hay una cena para la caridad en el hospital la próxima semana, y que sería bueno que tú y los demás miembros del departamento fueran al evento —terminó explicando mientras se ajustaba la corbata.Barbará no contestó, pero lo examinó más tiempo del que Bastián se sentía cómodo.—¿Crees que llevar a mi departamento al evento puede ayudarnos a conseguir los fondos? —su voz cargada con un toque de incredulidad.—Así es. Los eventos sociales son perfectos para conocer gente, hacer conexiones que nos ayudarían a tantear el terreno con los otros departamentos.Barbará dejó salir el aire y se dio la vuelta, tomando una de las sillas del vestíbulo para sentarse con el respaldo en su pecho.—No.—Bien entonces… —Bastián se detuvo, y miró hacia ella confundido.¿Acababa de decir no?¿Acaso no entendía la importancia que tenían
Las voces de la televisión rompían el silencio de la sala.Las noticias del clima prometían un día soleado, ideal para un paseo por el parque.Bastián ajustaba su corbata cuando sintió el pequeño cuerpo de Liam a su lado. Con sus manos regordetas, el niño agarró la enorme cuchara y la metió en el tazón hondo.Bastián observó con una sonrisa mientras Liam se esforzaba por verter la leche en el cereal, logrando casi no derramar nada antes de comenzar a comer lentamente.Lo que provocó una punzada de dolor en el corazón de Bastián, se aclaró la garganta y le dedicó una leve sonrisa a Liam.— ¿Te apetece algo de fruta, campeón? —preguntó Bastián.Liam negó con la cabeza y siguió comiendo. Bastián intentó no sonar desesperado, pero tal vez lo hizo.—¿Qué quieres almorzar esta tarde? Saldré a reunirme con alguien, puedo comprarte algunos dulces.El niño no respondió de inmediato, pero al menos parecía estar escuchando, o eso quería creer.Liam tomó la servilleta que su padre había colocado j
Balancear su vida privada y su trabajo era algo que Bastián hacía mejor que nadie.Una vez dejaba a Liam en la guardería, podía ponerse manos a la obra hasta que regresaba a casa y entendía la cantidad de problemas que verdaderamente tenía.Y para empeorar las cosas, tratar con personas problemáticas como lo era la “Reina del trombo” volvía la única parte de su vida que de verdad creía que tenía controlada en un desastre.Cuando empezó a trabajar en el hospital, le pidió un protocolo de compra explicando detalladamente la razón y el uso del equipo. Lo único que recibió fue una hoja diciendo que lo quería.Eso era todo, sin explicaciones ni formato formal. En ese momento debió haber sabido que su relación no iría bien.Después de eso, intentó reunirse con ella, enviándole correos, pero nunca respondió.Fue a buscarla directamente a su oficina varias veces, y encontró letreros en la puerta con mensajes como: "Di la contraseña," "Estoy escondiéndome," "Sí estoy, pero no abriré," "Dame mi
Los monitores cardíacos pitaban sin cesar mientras Barbara Montenegro se movía entre los pacientes en la sala de emergencias del Hospital General de Sierra Verde.Con precisión calculada, pero con una chispa de adrenalina en cada paso.Cada pitido, cada rostro pálido, era un recordatorio de que el tiempo era oro.—Necesito más heparina, ¡ahora! —ordenó con voz firme a una enfermera cercana, mientras sus ojos seguían concentrados en la pantalla que mostraba los signos vitales de su paciente más reciente.—Dra. Montenegro, ya hemos superado las dosis indicadas. Si seguimos así, puede que haya una hemorragia —manifestó la enfermera con voz temblorosa.A pesar de la tensión y el caos, Barbara mantenía una calma exterior que enmascaraba el torbellino de emociones dentro de ella.—Si no la aplicamos ahora, igual morirá de un infarto —contestó de inmediato, aunque la enfermera dudó en aplicar la otra ampolla.Barbara tomó la jeringa preparada de las manos de la enfermera y se acercó a la cami
El primer año fue el más difícil de los dos.Bárbara tuvo que aprender a lidiar con el hecho de que ahora no solo era la “Loca asesina” en una tierra lejana, sin pasado ni padres, sino también la “paria” del hospital en un pueblo tan pequeño como Sierra Verde, donde las costumbres eran tan antiguas que ni siquiera le dieron la bienvenida.Sus métodos poco convencionales para tratar a los pacientes no le ganaron popularidad, y más de una vez pensó que la echarían antes de siquiera poder comenzar. Pero entonces, resolvió uno de los casos más complejos que habían llegado al hospital, y el desprecio que le tenían se transformó en un respeto-odio.Ahora, por lo menos, casi nadie se atrevía a meterse con ella, salvo por uno que otro comentario amargo.Bárbara se había acostumbrado a esos comentarios.Dos años después, casi se había hecho inmune a escucharlos. Aun así, mentiría si dijera que era algo con lo que le gustaba vivir. Quizás solo necesitaba salir.Escapar por un rato, tomarse un tr