CAPÍTULO 2: Bastián 

Balancear su vida privada y su trabajo era algo que Bastián hacía mejor que nadie.

Una vez que dejaba a Liam en la guardería, podía ponerse manos a la obra hasta que regresaba a casa y entendía la cantidad de problemas que verdaderamente tenía.

Y para empeorar las cosas, tratar con personas problemáticas como lo era la “Reina del trombo” volvía la única parte de su vida que de verdad creía que tenía controlada en un desastre.

Cuando empezó a trabajar en el hospital, le pidió un protocolo de compra explicando detalladamente la razón y el uso del equipo. Lo único que recibió fue una hoja diciendo que lo quería.

Eso era todo, sin explicaciones ni formato formal. En ese momento debió haber sabido que su relación no iría bien.

Después de eso, intentó reunirse con ella, enviándole correos, pero nunca respondió.

Fue a buscarla directamente a su oficina varias veces, y encontró letreros en la puerta con mensajes como: "Di la contraseña," "Estoy escondiéndome," "Sí estoy, pero no abriré", "Dame mi máquina y abriré".

Era como una niña pequeña que no entendía razones. Y lo peor, durante dos años, logró evitar encontrarse con él, ni siquiera en los pasillos.

Así que la famosa "reina del trombo" seguía siendo un misterio y una piedra en el zapato.

Si aún mantenía esperanzas de que fuese una persona cuerda y sensata, la perdió cuando escuchó rumores sobre ella de parte de otros médicos del hospital.

Estaba en la cafetería hablando sobre los procedimientos y dijeron que una mujer “demente” se había atrevido a enfrentar a un paciente sobre sus opciones en el tratamiento y ella había dicho prácticamente que tomara una decisión: “Sus manos o morir".

Al final, el hospital casi termina siendo demandado por la boca de “cierta doctora,” pero, de alguna forma el departamento legal había logrado llegar a un acuerdo con los clientes y se habrían librado de la potencial demanda.

A pesar de los rumores de su excentricidad, nadie podía negar que sus manos eran milagrosas. Había salvado vidas de maneras que otros médicos ni siquiera se atreverían a intentar.

Era la combinación de ser excelente en su trabajo y su abrumante excentricidad lo que hacía que Bastián comenzara a agradecer el hecho de que siempre lo evitara. Ella representaba todo lo que él odiaba en la vida.

—Sí, ya sé quién es —contestó Bastián, tomando los folders manila y sujetándolos debajo del brazo.

—Papá —la voz suave de Liam sonó cerca de su oído; por fin había despertado.

—Oye, te dejaré en la guardería y te veré a la hora del almuerzo, ¿sí?

Liam no respondió, pero Bastián sintió el movimiento de su cabeza, así que lo tomó como un sí.

Bajó a Liam para que caminara y terminara de despertar.

El niño cerró los ojos y se inclinó hacia adelante y hacia atrás, buscando mantener el equilibrio.

Bastián quiso reír, pero no pudo. Puso una mano sobre la cabeza de su hijo.

Podría pensar que estaba cansado, pero todas las noches se aseguraba de que durmiera bien; simplemente era malo en las mañanas.

—¿De quién habrás heredado ese mal hábito? —murmuró Bastián.

Por un minuto, la imagen de una mujer atravesó su mente. Apretó los papeles debajo de su brazo, logrando el resultado deseado. Pensar en la "Reina del Trombo" ya le daba bastante trabajo y cansancio anticipado.

Estaban frente al ascensor cuando las puertas se abrieron.

Bastián indicó a Liam que entrara.

El niño dio tres pasos y se colocó a un lado. Levantó la mirada hacia su padre, sus ojos dorados brillaron como orbes.

Fue como si algo hubiese despertado en él.

Entonces, Bastián escuchó una palabra salir de los labios de su hijo.

Una que no había escuchado en años y que hizo que su corazón se hundiera.

—Lirios.

Solo entonces Bastián lo sintió; el suave aroma era dulce, floral y con un toque de picante.

Se giró cuando las puertas del ascensor se cerraron. Estaba seguro de que había alguien en el ascensor antes que las puertas se cerraran.

—¿Papá, lo oliste? ¡Eran lirios! — la voz de Liam hizo que Bastián saliera de sus pensamientos.

Bastián intentó negar lo que había dicho, pero el aroma aún estaba en el ascensor. Y era imposible decirle no a un niño cuyos ojos se iluminaron de esa forma.

—Escucha, campeón, probablemente era alguien usando un perfume con esa esencia. No le prestes atención.

—Pero… —El niño bajó la mirada, como si se mordiera la lengua y guardara de nuevo sus palabras.

Bastián sintió un pinchazo en el pecho. No era lo que quería.

¿Cómo podía hacer que su hijo dijera lo que quería decir?

Que estaba bien que lo hiciera. Pero de nuevo, ese sentimiento de frustración se coló por sus venas.

Era un niño de cinco años y él no era capaz de hacerlo expresarse o incluso reírse. Y no era un niño cualquiera; era su hijo.

Cuando Bastián abrió la boca, las puertas del ascensor se abrieron de nuevo. Todo era un desastre. Tomó la mano de Liam y lo llevó a la guardería.

Después de dejarlo, Liam aún se quedó mirando hacia él, sin decir ni una palabra.

Al llegar a la oficina, Bastián colocó los sobres manila junto con los demás.

La oficina era bastante amplia, con un escritorio en el centro junto a grandes ventanales, una lámpara y computadora.

Todo estaba limpio y ordenado, incluso los lapiceros encima del escritorio, los libros perfectamente colocados en el estante, y la alfombra afelpada que adornaba el suelo.

Ver aquello le dio un grado de seguridad.

El único punto de desorden era la pila de sobres manila que colocaba sobre su escritorio. Ni siquiera quería pensar en lo que tardaría en arreglarlo.

"Con Liam de esta forma, ni siquiera sé por dónde empezar," pensó Bastián.

Fue en ese momento cuando alguien abrió la puerta.

Un hombre de su edad, con cabello castaño y ojos grises, entró de golpe sin tocar.  Bastián le dedicó una sonrisa molesta.

—¿A qué se debe esa cara tan larga? —preguntó el hombre.

Era Adler Becker, un viejo amigo de la infancia que ejercía como director del hospital en este remoto pueblo.

—Cállate —respondió Bastián, pasando el pulgar por el puente de su nariz y dejando escapar el aire cansado.

Adler vio la pila de sobres y los hojeó uno a uno, dejando escapar una risa ahogada. Eso molestó a Bastián.

—Si tanto te diviertes, ¿por qué no buscas a esa loca mujer y le dices que se comunique como una persona normal?

—Parece que lo hace más para molestarte. ¿Por qué no accedes a lo que quiere y te libras de sus memos?

—Si hago eso, solo aumentará sus demandas. Además, cada uno de sus memos tiene menos sentido que el anterior, rozando lo absurdo. Ni siquiera es capaz de tener una conversación decente conmigo.

—Están en una guerra fría todo el tiempo. ¿Acaso has visto alguna vez a nuestra reina del trombo? —preguntó Adler mientras tomaba unos de los sobres del escritorio.

Bastián sabía que Adler tenía un gusto peculiar por las mujeres, y siendo el director del hospital tuvo que entrevistarla para contratarla. Lo que no entendía era por qué ella lo evitaba a él y seguía molestándolo. Y luego estaba ese apodo.

—¿Y por qué demonios la llaman la reina del trombo?

Adler tomó asiento frente a él, abriendo el folder en sus manos. Parecía divertido con todo esto.

—Es la única radióloga intervencionista en un radio de 100 kilómetros, y este hospital es el único que tiene la máquina que puede utilizar. Los hospitales más pequeños nos envían sus pacientes porque esa "loca" está especializada en el área vascular. En pocas palabras, es la única que puede destapar las cañerías viejas. Además, considerando que no tenemos equipos ni especialidades más avanzadas, esa mujer es la única línea que los separa de la muerte.

—¿La única? Pagamos un departamento completo de radiología.

Adler cruzó las piernas, claramente divertido.

—Claro, pero ella es la única en su campo.

—Si es tan increíble, ¿qué demonios hace en un pueblo tan alejado de la ciudad?

—Esa, hermano, es una excelente pregunta. Podrías preguntarle en su próxima reunión.

—¿Estás jugando conmigo? —preguntó Bastián, con un tono irritado. Todas las veces que intentó reunirse con ella terminaron mal, y nunca lo logró.

—Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña —concluyó Adler.

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