Balancear su vida privada y su trabajo era algo que Bastián hacía mejor que nadie.
Una vez que dejaba a Liam en la guardería, podía ponerse manos a la obra hasta que regresaba a casa y entendía la cantidad de problemas que verdaderamente tenía.
Y para empeorar las cosas, tratar con personas problemáticas como lo era la “Reina del trombo” volvía la única parte de su vida que de verdad creía que tenía controlada en un desastre.
Cuando empezó a trabajar en el hospital, le pidió un protocolo de compra explicando detalladamente la razón y el uso del equipo. Lo único que recibió fue una hoja diciendo que lo quería.
Eso era todo, sin explicaciones ni formato formal. En ese momento debió haber sabido que su relación no iría bien.
Después de eso, intentó reunirse con ella, enviándole correos, pero nunca respondió.
Fue a buscarla directamente a su oficina varias veces, y encontró letreros en la puerta con mensajes como: "Di la contraseña," "Estoy escondiéndome," "Sí estoy, pero no abriré", "Dame mi máquina y abriré".
Era como una niña pequeña que no entendía razones. Y lo peor, durante dos años, logró evitar encontrarse con él, ni siquiera en los pasillos.
Así que la famosa "reina del trombo" seguía siendo un misterio y una piedra en el zapato.
Si aún mantenía esperanzas de que fuese una persona cuerda y sensata, la perdió cuando escuchó rumores sobre ella de parte de otros médicos del hospital.
Estaba en la cafetería hablando sobre los procedimientos y dijeron que una mujer “demente” se había atrevido a enfrentar a un paciente sobre sus opciones en el tratamiento y ella había dicho prácticamente que tomara una decisión: “Sus manos o morir".
Al final, el hospital casi termina siendo demandado por la boca de “cierta doctora,” pero, de alguna forma el departamento legal había logrado llegar a un acuerdo con los clientes y se habrían librado de la potencial demanda.
A pesar de los rumores de su excentricidad, nadie podía negar que sus manos eran milagrosas. Había salvado vidas de maneras que otros médicos ni siquiera se atreverían a intentar.
Era la combinación de ser excelente en su trabajo y su abrumante excentricidad lo que hacía que Bastián comenzara a agradecer el hecho de que siempre lo evitara. Ella representaba todo lo que él odiaba en la vida.
—Sí, ya sé quién es —contestó Bastián, tomando los folders manila y sujetándolos debajo del brazo.
—Papá —la voz suave de Liam sonó cerca de su oído; por fin había despertado.
—Oye, te dejaré en la guardería y te veré a la hora del almuerzo, ¿sí?
Liam no respondió, pero Bastián sintió el movimiento de su cabeza, así que lo tomó como un sí.
Bajó a Liam para que caminara y terminara de despertar.
El niño cerró los ojos y se inclinó hacia adelante y hacia atrás, buscando mantener el equilibrio.
Bastián quiso reír, pero no pudo. Puso una mano sobre la cabeza de su hijo.
Podría pensar que estaba cansado, pero todas las noches se aseguraba de que durmiera bien; simplemente era malo en las mañanas.
—¿De quién habrás heredado ese mal hábito? —murmuró Bastián.
Por un minuto, la imagen de una mujer atravesó su mente. Apretó los papeles debajo de su brazo, logrando el resultado deseado. Pensar en la "Reina del Trombo" ya le daba bastante trabajo y cansancio anticipado.
Estaban frente al ascensor cuando las puertas se abrieron.
Bastián indicó a Liam que entrara.
El niño dio tres pasos y se colocó a un lado. Levantó la mirada hacia su padre, sus ojos dorados brillaron como orbes.
Fue como si algo hubiese despertado en él.
Entonces, Bastián escuchó una palabra salir de los labios de su hijo.
Una que no había escuchado en años y que hizo que su corazón se hundiera.
—Lirios.
Solo entonces Bastián lo sintió; el suave aroma era dulce, floral y con un toque de picante.
Se giró cuando las puertas del ascensor se cerraron. Estaba seguro de que había alguien en el ascensor antes que las puertas se cerraran.
—¿Papá, lo oliste? ¡Eran lirios! — la voz de Liam hizo que Bastián saliera de sus pensamientos.
Bastián intentó negar lo que había dicho, pero el aroma aún estaba en el ascensor. Y era imposible decirle no a un niño cuyos ojos se iluminaron de esa forma.
—Escucha, campeón, probablemente era alguien usando un perfume con esa esencia. No le prestes atención.
—Pero… —El niño bajó la mirada, como si se mordiera la lengua y guardara de nuevo sus palabras.
Bastián sintió un pinchazo en el pecho. No era lo que quería.
¿Cómo podía hacer que su hijo dijera lo que quería decir?
Que estaba bien que lo hiciera. Pero de nuevo, ese sentimiento de frustración se coló por sus venas.
Era un niño de cinco años y él no era capaz de hacerlo expresarse o incluso reírse. Y no era un niño cualquiera; era su hijo.
Cuando Bastián abrió la boca, las puertas del ascensor se abrieron de nuevo. Todo era un desastre. Tomó la mano de Liam y lo llevó a la guardería.
Después de dejarlo, Liam aún se quedó mirando hacia él, sin decir ni una palabra.
Al llegar a la oficina, Bastián colocó los sobres manila junto con los demás.
La oficina era bastante amplia, con un escritorio en el centro junto a grandes ventanales, una lámpara y computadora.
Todo estaba limpio y ordenado, incluso los lapiceros encima del escritorio, los libros perfectamente colocados en el estante, y la alfombra afelpada que adornaba el suelo.
Ver aquello le dio un grado de seguridad.
El único punto de desorden era la pila de sobres manila que colocaba sobre su escritorio. Ni siquiera quería pensar en lo que tardaría en arreglarlo.
"Con Liam de esta forma, ni siquiera sé por dónde empezar," pensó Bastián.
Fue en ese momento cuando alguien abrió la puerta.
Un hombre de su edad, con cabello castaño y ojos grises, entró de golpe sin tocar. Bastián le dedicó una sonrisa molesta.
—¿A qué se debe esa cara tan larga? —preguntó el hombre.
Era Adler Becker, un viejo amigo de la infancia que ejercía como director del hospital en este remoto pueblo.
—Cállate —respondió Bastián, pasando el pulgar por el puente de su nariz y dejando escapar el aire cansado.
Adler vio la pila de sobres y los hojeó uno a uno, dejando escapar una risa ahogada. Eso molestó a Bastián.
—Si tanto te diviertes, ¿por qué no buscas a esa loca mujer y le dices que se comunique como una persona normal?
—Parece que lo hace más para molestarte. ¿Por qué no accedes a lo que quiere y te libras de sus memos?
—Si hago eso, solo aumentará sus demandas. Además, cada uno de sus memos tiene menos sentido que el anterior, rozando lo absurdo. Ni siquiera es capaz de tener una conversación decente conmigo.
—Están en una guerra fría todo el tiempo. ¿Acaso has visto alguna vez a nuestra reina del trombo? —preguntó Adler mientras tomaba unos de los sobres del escritorio.
Bastián sabía que Adler tenía un gusto peculiar por las mujeres, y siendo el director del hospital tuvo que entrevistarla para contratarla. Lo que no entendía era por qué ella lo evitaba a él y seguía molestándolo. Y luego estaba ese apodo.
—¿Y por qué demonios la llaman la reina del trombo?
Adler tomó asiento frente a él, abriendo el folder en sus manos. Parecía divertido con todo esto.
—Es la única radióloga intervencionista en un radio de 100 kilómetros, y este hospital es el único que tiene la máquina que puede utilizar. Los hospitales más pequeños nos envían sus pacientes porque esa "loca" está especializada en el área vascular. En pocas palabras, es la única que puede destapar las cañerías viejas. Además, considerando que no tenemos equipos ni especialidades más avanzadas, esa mujer es la única línea que los separa de la muerte.
—¿La única? Pagamos un departamento completo de radiología.
Adler cruzó las piernas, claramente divertido.
—Claro, pero ella es la única en su campo.
—Si es tan increíble, ¿qué demonios hace en un pueblo tan alejado de la ciudad?
—Esa, hermano, es una excelente pregunta. Podrías preguntarle en su próxima reunión.
—¿Estás jugando conmigo? —preguntó Bastián, con un tono irritado. Todas las veces que intentó reunirse con ella terminaron mal, y nunca lo logró.
—Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña —concluyó Adler.
Los monitores cardíacos pitaban sin cesar, mientras Barbara Montenegro se movía entre los pacientes en la sala de emergencias del Hospital General de Sierra Verde.Con precisión calculada, pero con una chispa de adrenalina en cada paso.Cada pitido, cada rostro pálido, era un recordatorio de que el tiempo era oro.—Necesito más heparina, ¡ahora! —ordenó con voz firme a una enfermera cercana, mientras sus ojos seguían concentrados en la pantalla que mostraba los signos vitales de su paciente más reciente.—Dra. Montenegro, ya hemos superado las dosis indicadas. Si seguimos así, puede que haya una hemorragia —manifestó la enfermera con voz temblorosa.A pesar de la tensión y el caos, Barbara mantenía una calma exterior que enmascaraba el torbellino de emociones dentro de ella.—Si no la aplicamos ahora, igual morirá de un infarto —contestó de inmediato, aunque la enfermera dudó en aplicar la otra ampolla.Barbará tomó la jeringa preparada de las manos de la enfermera y se acercó a la cam
El primer año fue el más difícil de los dos.Bárbara tuvo que aprender a lidiar con el hecho de que ahora no solo era la “loca asesina” en una tierra lejana, sin pasado ni padres, sino también la “paria” del hospital en un pueblo tan pequeño como Sierra Verde, donde las costumbres eran tan antiguas que ni siquiera le dieron la bienvenida.Sus métodos poco convencionales para tratar a los pacientes no le ganaron popularidad, y más de una vez pensó que la echarían antes de siquiera poder comenzar. Pero entonces, resolvió uno de los casos más complejos que habían llegado al hospital, y el desprecio que le tenían se transformó en un respeto-odio.Ahora, por lo menos, casi nadie se atrevía a meterse con ella, salvo por uno que otro comentario amargo.Bárbara se había acostumbrado a esos comentarios.Dos años después, casi se había hecho inmune a escucharlos. Aun así, mentiría si dijera que era algo con lo que le gustaba vivir. Quizás solo necesitaba salir.Escapar por un rato, tomarse un tr
Bastián se sentó frente a su computadora, su mirada fija en la hoja en blanco que solo contenía una palabra.Sentía una punzada de irritación al ver una respuesta tan despectiva a su meticuloso memorándum.Cada detalle debía ser perfecto, cada paso cuidadosamente planificado, y esta respuesta desordenada iba en contra de todo lo que valoraba. Incluso si su receptora no tenía ninguna clase o mereciera el esfuerzo.Dejó salir un suspiro cansado cuando se cruzó de piernas con los dedos entrelazados sobre su estómago, pensativo.¿Sería suficiente para hacerla llegar?¿No sospecharía de ninguna forma?Después de dos años sin verse mutuamente y negarle cada una de sus propuestas, que de la nada aceptara a cualquiera podría ponerla a la defensiva, así que esperó.El hecho de que no haya llegado otro folder manila ni se estuvieran acumulando en su escritorio las últimas 4 horas era una buena señal.Tal vez apareciera en cualquier momento. Así que se preparó mentalmente.Era hora de terminar la
Bastián cerró los ojos, tragó en seco antes de volver a centrar su vista en la mujer que tenía en frente, un destello de diversión cruzó la mirada de ella, lo que disparó una pizca de molestia en su interior.¿Cómo podía estar tan tranquila con toda aquella situación? Pero como si el universo se hubiese puesto de acuerdo para hacer aquel día peor, observó cómo mordió su labio inferior sin borrar esa sonrisa por completo.Aparto la mirada, pensando lo peligrosa que era aquella mujer. Ni siquiera la conocía, no sabía de dónde había salido, pero la desconfianza y su preocupación por Liam pesaron sobre todo lo demás.No tardó mucho en oler aquel aroma a mar y levemente picante, el mismo que habían sentido en el ascensor. El aroma de los lirios.Su hijo se había escapado de la guardería por una mujer desconocida, persiguiendo su aroma.Sino había sentido enojo por lo que había hecho Liam, ahora lo sentía.Por ese aroma, por esa mujer que probablemente no tenía idea de la obsesión de Liam
“¡Lirios!”Las palabras del niño resonaron en lo profundo de su mente.Barbara ya no estaba en la recepción del departamento de radiología, sino de vuelta en aquel prado lleno de lirios bajo el sol del mediodía.La brisa movía suavemente las flores, intensificando su aroma picante. A medida que se hundía más en el recuerdo, su corazón se sumergía en un abismo terriblemente familiar.Bajó la mirada y ahí, entre las flores, había una lápida plateada sencilla y reluciente, con una inscripción:“En memoria de Clara Navarro Madre amorosa y alma bondadosa Su amor nos guía, su espíritu nos fortalece. Que encuentre paz eterna”Apretó inconscientemente su mano buscando otra más pequeña, pero no encontró nada.Barbará escuchó el quejido del niño y regresó de nuevo a la realidad.Un par de lágrimas se deslizaron por el rostro ruborizado del niño.El sollozo de un niño silencioso le pareció tan extraño de ver. La sangre de su nariz había ensuciado buena parte de su propia ropa.Barbara se acerc
Solo se dio cuenta de que estaba sonriendo cuando él la fulminó con la mirada. Se mordió el labio, tratando de borrar esa sonrisa, pero era inútil; había aparecido antes de que pudiera evitarla. La furia en los ojos del hombre estaba contenida, apenas domada por la pequeña figura a su lado, quien parecía luchar por encontrar su voz.“Este hombre es estricto”, pensó Bárbara. Liam apenas podía expresarse frente a él, ni siquiera para algo tan sencillo como una disculpa. Esa mirada en el rostro del niño no le gustó en absoluto.Ver a Liam aferrarse a la ropa de su padre, mientras sus ojos oscilaban entre él y ella, le arrancó otra sonrisa. El hombre sacó su teléfono con ese aire de suficiencia, listo para pagarle. Ni siquiera hizo contacto visual con ella. "Típico", pensó Bárbara.Apoyó una mano en su cintura, disfrutando del momento, y decidió provocarlo un poco más.—Un simple "gracias" sería suficiente, pero ya que insistes... quiero 150,000 pesos. En dólares, por supuesto.La expresió
No podía describir exactamente cómo se sentía en ese momento; solo sabía que era frustrante no ser capaz de ponerle nombre a esas emociones. Ni siquiera entendía cómo esa mujer había logrado decir tanto y, al mismo tiempo, dejarlo con más preguntas que respuestas. Todo en ella era confuso, y él no soportaba la confusión.Se dejó caer en una banca junto a uno de los puestos de flores, sintiendo que sus fuerzas lo abandonaban. El peso de la tensión que había cargado durante horas se disipaba tan rápido, que lo dejó exhausto. Su cuerpo, normalmente rígido y controlado, ahora parecía haberse relajado de golpe, como si solo la cercanía de Liam lo mantuviera en pie.Pero algo lo seguía molestando, un zumbido incómodo en el fondo de su mente, como una advertencia que no quería escuchar. Decidió ignorarlo y centrarse en lo que tenía frente a él.Liam se había escapado de la guardería para buscar ese aroma a lirios que desprendía esa mujer. Bastián sabía que había una posibilidad de que volvier
El rostro de Bastián se tornó pálido, sus ojos entrecerrándose mientras miraba a Bárbara, intentando procesar la información. Parte de ella quería reír ante la evolución de los acontecimientos, no porque la situación fuera graciosa, sino porque los latidos nerviosos de su corazón necesitaban una salida. Sin embargo, sabía que reír no era la opción más inteligente, sobre todo con Adler Becker, el director del hospital, justo a su lado.El hombre que había rechazado sus peticiones una y otra vez durante dos años, el hombre que le había hecho la vida imposible era el mismo hombre encantador que había encontrado en el ascensor. Era el padre del pequeño Liam, y ahora la miraba como si fuera su enemiga. La molestia en su mirada se transformó en una expresión en blanco, un conflicto interno entre la duda y el enojo.—¿Tú eres la "Reina del trombo"? —preguntó Bastián, su voz cargada de incredulidad y molestia.Escuchar ese apodo absurdo salir de los labios de Bastián le provocó un escalofrío i