CAPÍTULO 5: Bastián

Bastián se sentó frente a su computadora, su mirada fija en la hoja en blanco que solo contenía una palabra.

Sentía una punzada de irritación al ver una respuesta tan despectiva a su meticuloso memorándum.

Cada detalle debía ser perfecto, cada paso cuidadosamente planificado, y esta respuesta desordenada iba en contra de todo lo que valoraba. Incluso si su receptora no tenía ninguna clase o mereciera el esfuerzo.

Dejó salir un suspiro cansado cuando se cruzó de piernas con los dedos entrelazados sobre su estómago, pensativo.

¿Sería suficiente para hacerla llegar?

¿No sospecharía de ninguna forma?

Después de dos años sin verse mutuamente y negarle cada una de sus propuestas, que de la nada aceptara a cualquiera podría ponerla a la defensiva, así que esperó.

El hecho de que no haya llegado otro folder manila ni se estuvieran acumulando en su escritorio las últimas 4 horas era una buena señal.

Tal vez apareciera en cualquier momento. Así que se preparó mentalmente.

Era hora de terminar la guerra fría que ambos habían estado llevando. Probablemente, y por la excentricidad de esa mujer, sería algo con lo que tendría que luchar de una vez por todas.

Podía escuchar el tic tac del reloj. Ya había terminado todas sus demás responsabilidades, respondiendo correos, revisado los presupuestos decentes de otros departamentos y discutido con uno que otro cliente.

Ahora solo era el reloj, la hoja con una palabra escrita en su escritorio y su creciente impaciencia.

“Tal vez termine demasiado rápido,” pensó, analizando la pila de papeles ordenados a su lado, etiquetados y arreglados por orden alfabético. Ya se había deshecho de todos los folders manila que la excéntrica “reina del trombo” le había enviado.

Fue cuando se percató de una muesca amarillenta sobresaliendo de la columna de papeles, la tomó con cuidado de no derrumbarla y la sacó. Observó la palabra “importantísimo” en el centro con una pésima caligrafía.

Bastián analizó la posibilidad de que esta fuera la última vez que recibiera esos molestos e inútiles memorándums; si todo salía bien, ya no tendría que desperdiciar tiempo abriendo uno por uno para examinar su contenido y simplemente podría botarlos o mejor aún, ya no recibirlos.

Dejó salir un suspiro cuando su puerta se abrió tan pronto como escuchó los dos toques, se apresuró a meter el folder manila en su escritorio antes de ver a Elena entrar. Estaba empapada de sudor dando respiros cansados, casi como si hubiese subido los 4 pisos corriendo.

—Bastián es… es Liam. Algo sucedió con Liam.

Las palabras de Elena salieron entrecortadas, pero Bastián las entendió perfectamente. 'Algo pasó con Liam.'

Todo su cuerpo se tensó; ni siquiera supo cuándo estaba al lado de Elena y ambos salieron de su oficina.

Su cabeza comenzó a dar vueltas, de pronto todas las cosas iban en cámara lenta, sintió el sudor bajar por su frente, su estómago se hundió, no era capaz de enfocar nada.

Bastián sintió cómo su mente intentaba desesperadamente mantener el control, pero la realidad le golpeaba con fuerza. El rostro de su hijo, normalmente tan inexpresivo, ahora estaba perdido en el caos.

El ruido del hospital se convirtió en un zumbido lejano, y sus manos temblaron al darse cuenta de que no sabía dónde estaba su hijo.

Al llegar a la guardería Escuchó a la maestra decir algo sobre dejar la puerta abierta por error y luego ya no ser capaz de ver a Liam.

De pronto alguien tocó su hombro, se giró para ver a Adler diciendo algo sobre buscarlo.

Liam, el niño de 5 años, el del rostro regordete, el que casi ni siquiera le dirigía la palabra, el mismo niño que se aferró a sus brazos entre lágrimas cuando su madre se fue, la misma sensación cuando escuchó la puerta cerrándose y su corazón rompiéndose.

Su Liam, su hijo.

—¡Bastián! ¿Lo encontraremos de acuerdo? Es un niño muy inteligente. No pudo haber ido muy lejos.

Las palabras de Adler parecieron jalarlo un poco a la realidad, pero su voz todavía sonaba demasiado lejana.

De pronto fue como si algo cayera sobre él, un balde de agua fría, solo que no fue a él literalmente.

Se giró para ver un florero tirado en el suelo con varias flores esparcidas en todos lados. Entonces lo recordó.

La mirada de Liam, una llama que se encendió y él tontamente le echó arena.

“Lirios,” él había dicho Lirios en el ascensor.

¿Él se fue buscando eso? ¿Él se escapó para buscarlo eso?

Se sintió tan impotente porque no pudo preguntarle más, porque si tan solo le hubiese dicho o le hubiera dado más importancia tal vez pudo haberlo evitado. Pero había fracasado como padre de nuevo.

Seguía fallándole de nuevo. No podía quedarse ahí, tenía que buscarlo, y no lo lograría si se quedaba sumergido en su ataque de pánico.

Se separó del equipo principal, cerraron las puertas del hospital y los guardias acordonaron todo el primer piso y las salidas de emergencia.

Se dirigió hacia el centro de vigilancias para ver las grabaciones de las cámaras de seguridad.

Fue alrededor de una hora interminable, pero Liam era tan pequeño que las cámaras no lograron captarlo.

Había tanta gente saliendo y entrando que sus ojos no lo encontraban.

Bastián tuvo ganas de vomitar, pero solo se limitó a aflojarse la corbata y cerrar los ojos, concentrándose. Debía encontrar a Liam. Entonces, como si el cielo se hubiese abierto, su corazón dio un golpe en su pecho.

No fue a Liam lo primero que vio, fue a una mujer desconocida con un niño en sus brazos, pero pudo reconocer ese cabello despeinado color sol en cualquier lado.

Lo pudo ver en medio de tanta gente. Como si él fuera todo lo que pudo ver. Bastián salió de ahí seguido por dos policías.

Jamás había sobrepasado el límite de velocidad caminando en los pasillos del hospital. Inconscientemente, siempre que sentía que iba demasiado rápido, disminuía su velocidad. Pero de pronto, se encontró trotando tan rápido que su corbata casi se deslizó por completo fuera de su cuello. Solo alcanzó a sujetarla y quitársela para no interrumpir su paso.

Sabía dónde era el tercer piso donde se encontraba la cafetería.

Subió las escaleras como un rayo hasta que llegó al pasillo. Buscó en todos lados. Sus ojos buscando el dorado entre la mezcla de colores.

Se giró cuando escuchó un sonido, uno que provocó que su pecho se sacudiera.

Era un sonido ligero, armonioso, uno de los sonidos que no había escuchado desde hace años.

Se giró sobre sus pies para encontrarse con la mujer que cargaba a Liam, balanceando su mano una y otra vez, inmersos en su propio mundo. Pero lo que lo sacó de lugar fue una leve sonrisa dibujada en el rostro de Liam.

Casi había olvidado lo hermoso que se miraba, incluso sus ojos estaban abiertos de par en par. Ajeno completamente al desastre que estaba ocurriendo a su alrededor. Él se acercó a un paso demasiado rápido.

—¡Liam! —exclamó Bastián, su voz llena de alivio y preocupación. Corrió hacia su hijo, susurrando—: Gracias a Dios que estás bien.

El niño parpadeó más veces de lo que Bastián creyó posible, abrió su boca para decir algo, pero de pronto la volvió a cerrar, levantó las cejas en señal de preocupación, sus ojos se cristalizaron y el corazón de Bastián terminó de romperse.

Se acercó a él, envolviendo a Liam entre sus brazos, apretándolo junto a su pecho ahí donde podía estar seguro de todo. Donde nada le ocurría, donde incluso podía protegerlo de él mismo.

—Papá…—comenzó Liam, murmurando con dificultad en su pecho.

Mientras Bastián dejaba que el nudo en su garganta se aflojara, que la tormenta se calmara, por fin dejando escapar el aire aliviado.

No sabía si fue porque había estado tan asustado de perder a Liam o porque se había sumergido demasiado en sus emociones que no midió su agarre sobre Liam. Algo tan raro que por eso incluso Liam empujó con sus pequeños bracitos el pecho de su padre para verlo.

—Lo encontré, papá —dijo Liam con los ojos brillando de emoción, una rareza que Bastián no había visto en mucho tiempo. —Lirios, encontré el aroma a lirios —continuó, su voz llena de una mezcla de orgullo y alegría inocente.

Solo entonces, cuando por fin se había calmado y el mundo no le daba vueltas, Bastián entendió lo que le estaba diciendo su hijo.

No se había percatado hasta ahora, pero la mano del niño seguía firmemente aferrada a la mano de alguien más.

Levantó la mirada, encontrándose con unos ojos cafés dirigidos hacia él, un rostro que jamás había visto pero que, por sus características faciales, su piel y el cabello, le hizo saber que probablemente era una extranjera.

Entonces sonrió, y Bastián sintió cómo el piso bajo sus pies se hundió.

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