Bastián se sentó frente a su computadora, su mirada fija en la hoja en blanco que solo contenía una palabra.
Sentía una punzada de irritación al ver una respuesta tan despectiva a su meticuloso memorándum.
Cada detalle debía ser perfecto, cada paso cuidadosamente planificado, y esta respuesta desordenada iba en contra de todo lo que valoraba. Incluso si su receptora no tenía ninguna clase o mereciera el esfuerzo.
Dejó salir un suspiro cansado cuando se cruzó de piernas con los dedos entrelazados sobre su estómago, pensativo.
¿Sería suficiente para hacerla llegar?
¿No sospecharía de ninguna forma?
Después de dos años sin verse mutuamente y negarle cada una de sus propuestas, que de la nada aceptara a cualquiera podría ponerla a la defensiva, así que esperó.
El hecho de que no haya llegado otro folder manila ni se estuvieran acumulando en su escritorio las últimas 4 horas era una buena señal.
Tal vez apareciera en cualquier momento. Así que se preparó mentalmente.
Era hora de terminar la guerra fría que ambos habían estado llevando. Probablemente, y por la excentricidad de esa mujer, sería algo con lo que tendría que luchar de una vez por todas.
Podía escuchar el tic tac del reloj. Ya había terminado todas sus demás responsabilidades, respondiendo correos, revisado los presupuestos decentes de otros departamentos y discutido con uno que otro cliente.
Ahora solo era el reloj, la hoja con una palabra escrita en su escritorio y su creciente impaciencia.
“Tal vez termine demasiado rápido,” pensó, analizando la pila de papeles ordenados a su lado, etiquetados y arreglados por orden alfabético. Ya se había deshecho de todos los folders manila que la excéntrica “reina del trombo” le había enviado.
Fue cuando se percató de una muesca amarillenta sobresaliendo de la columna de papeles, la tomó con cuidado de no derrumbarla y la sacó. Observó la palabra “importantísimo” en el centro con una pésima caligrafía.
Bastián analizó la posibilidad de que esta fuera la última vez que recibiera esos molestos e inútiles memorándums; si todo salía bien, ya no tendría que desperdiciar tiempo abriendo uno por uno para examinar su contenido y simplemente podría botarlos o mejor aún, ya no recibirlos.
Dejó salir un suspiro cuando su puerta se abrió tan pronto como escuchó los dos toques, se apresuró a meter el folder manila en su escritorio antes de ver a Elena entrar. Estaba empapada de sudor dando respiros cansados, casi como si hubiese subido los 4 pisos corriendo.
—Bastián es… es Liam. Algo sucedió con Liam.
Las palabras de Elena salieron entrecortadas, pero Bastián las entendió perfectamente. 'Algo pasó con Liam.'
Todo su cuerpo se tensó; ni siquiera supo cuándo estaba al lado de Elena y ambos salieron de su oficina.
Su cabeza comenzó a dar vueltas, de pronto todas las cosas iban en cámara lenta, sintió el sudor bajar por su frente, su estómago se hundió, no era capaz de enfocar nada.
Bastián sintió cómo su mente intentaba desesperadamente mantener el control, pero la realidad le golpeaba con fuerza. El rostro de su hijo, normalmente tan inexpresivo, ahora estaba perdido en el caos.
El ruido del hospital se convirtió en un zumbido lejano, y sus manos temblaron al darse cuenta de que no sabía dónde estaba su hijo.
Al llegar a la guardería Escuchó a la maestra decir algo sobre dejar la puerta abierta por error y luego ya no ser capaz de ver a Liam.
De pronto alguien tocó su hombro, se giró para ver a Adler diciendo algo sobre buscarlo.
Liam, el niño de 5 años, el del rostro regordete, el que casi ni siquiera le dirigía la palabra, el mismo niño que se aferró a sus brazos entre lágrimas cuando su madre se fue, la misma sensación cuando escuchó la puerta cerrándose y su corazón rompiéndose.
Su Liam, su hijo.
—¡Bastián! ¿Lo encontraremos de acuerdo? Es un niño muy inteligente. No pudo haber ido muy lejos.
Las palabras de Adler parecieron jalarlo un poco a la realidad, pero su voz todavía sonaba demasiado lejana.
De pronto fue como si algo cayera sobre él, un balde de agua fría, solo que no fue a él literalmente.
Se giró para ver un florero tirado en el suelo con varias flores esparcidas en todos lados. Entonces lo recordó.
La mirada de Liam, una llama que se encendió y él tontamente le echó arena.
“Lirios,” él había dicho Lirios en el ascensor.
¿Él se fue buscando eso? ¿Él se escapó para buscarlo eso?
Se sintió tan impotente porque no pudo preguntarle más, porque si tan solo le hubiese dicho o le hubiera dado más importancia tal vez pudo haberlo evitado. Pero había fracasado como padre de nuevo.
Seguía fallándole de nuevo. No podía quedarse ahí, tenía que buscarlo, y no lo lograría si se quedaba sumergido en su ataque de pánico.
Se separó del equipo principal, cerraron las puertas del hospital y los guardias acordonaron todo el primer piso y las salidas de emergencia.
Se dirigió hacia el centro de vigilancias para ver las grabaciones de las cámaras de seguridad.
Fue alrededor de una hora interminable, pero Liam era tan pequeño que las cámaras no lograron captarlo.
Había tanta gente saliendo y entrando que sus ojos no lo encontraban.
Bastián tuvo ganas de vomitar, pero solo se limitó a aflojarse la corbata y cerrar los ojos, concentrándose. Debía encontrar a Liam. Entonces, como si el cielo se hubiese abierto, su corazón dio un golpe en su pecho.
No fue a Liam lo primero que vio, fue a una mujer desconocida con un niño en sus brazos, pero pudo reconocer ese cabello despeinado color sol en cualquier lado.
Lo pudo ver en medio de tanta gente. Como si él fuera todo lo que pudo ver. Bastián salió de ahí seguido por dos policías.
Jamás había sobrepasado el límite de velocidad caminando en los pasillos del hospital. Inconscientemente, siempre que sentía que iba demasiado rápido, disminuía su velocidad. Pero de pronto, se encontró trotando tan rápido que su corbata casi se deslizó por completo fuera de su cuello. Solo alcanzó a sujetarla y quitársela para no interrumpir su paso.
Sabía dónde era el tercer piso donde se encontraba la cafetería.
Subió las escaleras como un rayo hasta que llegó al pasillo. Buscó en todos lados. Sus ojos buscando el dorado entre la mezcla de colores.
Se giró cuando escuchó un sonido, uno que provocó que su pecho se sacudiera.
Era un sonido ligero, armonioso, uno de los sonidos que no había escuchado desde hace años.
Se giró sobre sus pies para encontrarse con la mujer que cargaba a Liam, balanceando su mano una y otra vez, inmersos en su propio mundo. Pero lo que lo sacó de lugar fue una leve sonrisa dibujada en el rostro de Liam.
Casi había olvidado lo hermoso que se miraba, incluso sus ojos estaban abiertos de par en par. Ajeno completamente al desastre que estaba ocurriendo a su alrededor. Él se acercó a un paso demasiado rápido.
—¡Liam! —exclamó Bastián, su voz llena de alivio y preocupación. Corrió hacia su hijo, susurrando—: Gracias a Dios que estás bien.
El niño parpadeó más veces de lo que Bastián creyó posible, abrió su boca para decir algo, pero de pronto la volvió a cerrar, levantó las cejas en señal de preocupación, sus ojos se cristalizaron y el corazón de Bastián terminó de romperse.
Se acercó a él, envolviendo a Liam entre sus brazos, apretándolo junto a su pecho ahí donde podía estar seguro de todo. Donde nada le ocurría, donde incluso podía protegerlo de él mismo.
—Papá…—comenzó Liam, murmurando con dificultad en su pecho.
Mientras Bastián dejaba que el nudo en su garganta se aflojara, que la tormenta se calmara, por fin dejando escapar el aire aliviado.
No sabía si fue porque había estado tan asustado de perder a Liam o porque se había sumergido demasiado en sus emociones que no midió su agarre sobre Liam. Algo tan raro que por eso incluso Liam empujó con sus pequeños bracitos el pecho de su padre para verlo.
—Lo encontré, papá —dijo Liam con los ojos brillando de emoción, una rareza que Bastián no había visto en mucho tiempo. —Lirios, encontré el aroma a lirios —continuó, su voz llena de una mezcla de orgullo y alegría inocente.
Solo entonces, cuando por fin se había calmado y el mundo no le daba vueltas, Bastián entendió lo que le estaba diciendo su hijo.
No se había percatado hasta ahora, pero la mano del niño seguía firmemente aferrada a la mano de alguien más.
Levantó la mirada, encontrándose con unos ojos cafés dirigidos hacia él, un rostro que jamás había visto pero que, por sus características faciales, su piel y el cabello, le hizo saber que probablemente era una extranjera.
Entonces sonrió, y Bastián sintió cómo el piso bajo sus pies se hundió.
Bastián cerró los ojos, tragó en seco antes de volver a centrar su vista en la mujer que tenía en frente, un destello de diversión cruzó la mirada de ella, lo que disparó una pizca de molestia en su interior.¿Cómo podía estar tan tranquila con toda aquella situación? Pero como si el universo se hubiese puesto de acuerdo para hacer aquel día peor, observó cómo mordió su labio inferior sin borrar esa sonrisa por completo.Aparto la mirada, pensando lo peligrosa que era aquella mujer. Ni siquiera la conocía, no sabía de dónde había salido, pero la desconfianza y su preocupación por Liam pesaron sobre todo lo demás.No tardó mucho en oler aquel aroma a mar y levemente picante, el mismo que habían sentido en el ascensor. El aroma de los lirios.Su hijo se había escapado de la guardería por una mujer desconocida, persiguiendo su aroma.Sino había sentido enojo por lo que había hecho Liam, ahora lo sentía.Por ese aroma, por esa mujer que probablemente no tenía idea de la obsesión de Liam
“¡Lirios!”Las palabras del niño resonaron en lo profundo de su mente.Barbara ya no estaba en la recepción del departamento de radiología, sino de vuelta en aquel prado lleno de lirios bajo el sol del mediodía.La brisa movía suavemente las flores, intensificando su aroma picante. A medida que se hundía más en el recuerdo, su corazón se sumergía en un abismo terriblemente familiar.Bajó la mirada y ahí, entre las flores, había una lápida plateada sencilla y reluciente, con una inscripción:“En memoria de Clara Navarro Madre amorosa y alma bondadosa Su amor nos guía, su espíritu nos fortalece. Que encuentre paz eterna”Apretó inconscientemente su mano buscando otra más pequeña, pero no encontró nada.Barbará escuchó el quejido del niño y regresó de nuevo a la realidad.Un par de lágrimas se deslizaron por el rostro ruborizado del niño.El sollozo de un niño silencioso le pareció tan extraño de ver. La sangre de su nariz había ensuciado buena parte de su propia ropa.Barbara se acerc
Solo se dio cuenta de que estaba sonriendo cuando él la fulminó con la mirada. Se mordió el labio, tratando de borrar esa sonrisa, pero era inútil; había aparecido antes de que pudiera evitarla. La furia en los ojos del hombre estaba contenida, apenas domada por la pequeña figura a su lado, quien parecía luchar por encontrar su voz.“Este hombre es estricto”, pensó Bárbara. Liam apenas podía expresarse frente a él, ni siquiera para algo tan sencillo como una disculpa. Esa mirada en el rostro del niño no le gustó en absoluto.Ver a Liam aferrarse a la ropa de su padre, mientras sus ojos oscilaban entre él y ella, le arrancó otra sonrisa. El hombre sacó su teléfono con ese aire de suficiencia, listo para pagarle. Ni siquiera hizo contacto visual con ella. "Típico", pensó Bárbara.Apoyó una mano en su cintura, disfrutando del momento, y decidió provocarlo un poco más.—Un simple "gracias" sería suficiente, pero ya que insistes... quiero 150,000 pesos. En dólares, por supuesto.La expresió
No podía describir exactamente cómo se sentía en ese momento; solo sabía que era frustrante no ser capaz de ponerle nombre a esas emociones. Ni siquiera entendía cómo esa mujer había logrado decir tanto y, al mismo tiempo, dejarlo con más preguntas que respuestas. Todo en ella era confuso, y él no soportaba la confusión.Se dejó caer en una banca junto a uno de los puestos de flores, sintiendo que sus fuerzas lo abandonaban. El peso de la tensión que había cargado durante horas se disipaba tan rápido, que lo dejó exhausto. Su cuerpo, normalmente rígido y controlado, ahora parecía haberse relajado de golpe, como si solo la cercanía de Liam lo mantuviera en pie.Pero algo lo seguía molestando, un zumbido incómodo en el fondo de su mente, como una advertencia que no quería escuchar. Decidió ignorarlo y centrarse en lo que tenía frente a él.Liam se había escapado de la guardería para buscar ese aroma a lirios que desprendía esa mujer. Bastián sabía que había una posibilidad de que volvier
El rostro de Bastián se tornó pálido, sus ojos entrecerrándose mientras miraba a Bárbara, intentando procesar la información. Parte de ella quería reír ante la evolución de los acontecimientos, no porque la situación fuera graciosa, sino porque los latidos nerviosos de su corazón necesitaban una salida. Sin embargo, sabía que reír no era la opción más inteligente, sobre todo con Adler Becker, el director del hospital, justo a su lado.El hombre que había rechazado sus peticiones una y otra vez durante dos años, el hombre que le había hecho la vida imposible era el mismo hombre encantador que había encontrado en el ascensor. Era el padre del pequeño Liam, y ahora la miraba como si fuera su enemiga. La molestia en su mirada se transformó en una expresión en blanco, un conflicto interno entre la duda y el enojo.—¿Tú eres la "Reina del trombo"? —preguntó Bastián, su voz cargada de incredulidad y molestia.Escuchar ese apodo absurdo salir de los labios de Bastián le provocó un escalofrío i
El tiempo pareció detenerse mientras sus miradas se entrelazaban. Bárbara y Bastián intentaban descifrar las emociones del otro, la maraña de sentimientos que fluía entre ellos. Bárbara se dio cuenta de que sus propias barreras estaban cayendo, al menos por ese breve instante. El aire en la sala era denso, casi palpable. El eco de sus respiraciones llenaba el silencio.Finalmente, Adler rompió la tensión, aclarando su garganta y recordándoles su presencia con una sonrisa que bordeaba la diversión.—Dra. Montenegro, entiendo que quiere un presupuesto de 1.5 millones de dólares para renovar la maquinaria —dijo Adler, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y expectativa.Bárbara tragó en seco, sintiendo un nudo en la garganta. Su mirada se apartó de Bastián para centrarse en Adler. Asintió lentamente, consciente de la importancia de este momento.—Sí, así es. Sé que he hecho esta solicitud varias veces, pero es crucial. La maquinaria actual está en condiciones deplorables, y conside
La puerta de su oficina se cerró. Dejándolo solo con Adler.Soltó el aire que había estado conteniendo. Sus músculos, finalmente se relajaron un poco. Esa mujer lo había puesto de los nervios. Tenerla en su oficina ya era bastante caótico. Ver sus miradas traviesas, sus sonrisas podían provocar que Bastián dejara de respirar. No entendía cómo alguien tan impredecible podría causarle tanto enojo y, a la vez…No. No quería aceptarlo, no aceptaría trabajar con ella.Pensarlo era peligroso en sí mismo. No sabía cómo podía terminar. Y hacerlo significaba que tendría que escuchar su parloteo y su sarcasmo todo el tiempo. No estaba seguro si sería capaz de hacerlo sin que ambos se mataran en el proceso.Adler tomó asiento en el sofá frente a él, aflojando su corbata y mirando a Bastián curioso. —¿Qué? —preguntó. Adler le sonrió, a lo que Bastián sacudió la cabeza, colocando sus palmas en su rostro. No quería escucharlo. Algo le daba mala espina. —Para ser su primer encuentro, pensé que en
Los pensamientos de Bastián lo llevaron inevitablemente al pasado. Dos años atrás, cuando Adelaida se fue, el mundo pareció volverse loco.¿La esposa del heredero de los Schneider desaparecida?Los medios de comunicación se desataron en una vorágine de especulaciones y teorías. Él había tratado de mantener un bajo perfil, evitando cualquier declaración, pero los paparazzi se volvían cada vez más intrusivos. Solo cuando vio a Liam mirar la gran pantalla en medio de la sala, con el rostro de su madre en un reportaje, supo que algo tenía que cambiar.Adelaida había salido por la puerta principal de su casa, prometiendo regresar pronto.Liam, inocente, había esperado en la entrada durante horas, sin comprender que su madre no volvería. Fue Bastián quien finalmente lo encontró, sentado en la escalera, con su pequeño rostro perdido en una confusión de espera y esperanza. Ver a su hijo esperando cada día por una madre que no regresaría le rompió el corazón. El punto de quiebre fue encontrar a