Nadie me había preparado para lo que sucedió la noche San Valentín y las consecuencias que siguieron al pedir un favor. Cuando acepté aquellos bombones con un elixir amor, no sabía que estaba cometiendo mi primer error. El segundo fue aún más atrevido: impulsada por el deseo ardiente que consumía mi cuerpo, me atreví a pedirle a mi seductor CEO que me hiciera el "favor" de pasar toda la noche juntos.Lo que no anticipé fue cómo este "favor" nos arrastraría a ambos a un torbellino de deseo y pasión desenfrenada. Hay un dicho que reza: "favor con favor se paga". Y eso fue exactamente lo que mi jefe exigió. Al ser mi primer hombre, un deseo incontrolable se desató en él, y me pidió que le devolviera el "favor" con la misma intensidad. Sin experiencia, acepté su oferta de ser mi profesor. Ese fue mi tercer error.El deseo y la pasión entrelazaron nuestras vidas de una manera que ninguno de los dos estaba preparado para enfrentar, desenterrando al mismo tiempo nuestros traumas más profundos. Mi historia está llena de humor, romance y una realidad desgarradora, donde el amor trasciende las clases sociales y logra salir adelante. Juntos, descubrimos cómo el amor y la comprensión pueden surgir de las cenizas del dolor, transformando nuestra visión de la vida en una llena de esperanza en medio de la adversidad.
Leer másAriel la atrae con fuerza por su cintura, enterrándose en ella, que tira su abundante cabellera hacia atrás, dejando ver su rostro desfigurado por el placer de sentirse poseída de esa manera. Lo mira directo a los ojos.—Te amo, Ariel, hace mucho que te amo, oh, sí..., otra vez —pide al sentir cómo él se entierra en ella—. Te amo... —y otra vez recibe la estocada—. Te amo, te amo, te amo —y como premio se hunde una y otra vez en ella.—Te amo, Cami, te amo —responde acalorado, impulsándose con ahínco una y otra vez en su interior, ayudado por ella, que salta desenfrenadamente sin dejar de decirle.—Te amo, te amo, te amo —hasta que ambos terminan en el éxtasis del placer, abrazándose fuertemente, con miedo al descubrir tanta felicidad.El telé
Ariel se detiene y la mira sorprendido. No sabe por qué le ha molestado siempre que ella le diga señor. Por lo que quiere que deje de hacerlo de inmediato ahora que son novios.—¡Señor no, Cami! Dime Ariel, no quiero volver a escucharte decirme señor, a no ser en el trabajo en presencia de otros —le molesta realmente, es que cuando siente que ha avanzado un paso, ella con una sola palabra lo hace retroceder diez, no le gusta esa sensación—. ¿Me escuchas? No lo vuelvas a hacer, soy tu novio, tu prometido.—Sí, señor..., digo Rhys..., Ariel, ¡ja, ja, ja! —ríe ella divertida y nerviosa al ver cómo se ha puesto él. Le parece un niño haciendo pucheros, y al reír hace que se relajen las tensiones—. Está bien, no te molestes, Ariel, te dije Ariel, no me mires así, ¡ja, j
Camelia ha hecho la pregunta llena de incredulidad y con un poco de esperanza. No puede seguir negándose a ella misma lo que siente por Ariel. Aunque ha tratado de suprimir esos sentimientos, han crecido sin poder hacer nada dentro de ella, pero no quiere dejar que le nublen la mente.—Sí, te quiero de novia, y no me avergüenza nada que hagas —asegura Ariel y la besa con cariño en el rostro—. Puedes seguir vistiendo lo que quieras, siempre y cuando no vayamos a reunirnos con alguien.—De seguro piensan ahora en el trabajo que me diste el puesto porque me acosté contigo —Ariel sonríe lleno de felicidad al escuchar cómo lo tutea, algo que había estado insistiendo desde el inicio de su relación.—¿Te importa? —pregunta divertido al ver que ya lo aceptó.—No, porque sé que no fue por eso —niega con firmeza, luego se queda
Ahora mismo Camelia está tan sorprendida con la confesión de su jefe que tiene que pestañear varias veces para convencerse de que no está soñando, tampoco es una alucinación. Levanta la mano y le toca el rostro como si necesitara sentirlo para acabar de convencerse de que es real. Su jefe le está diciendo que le gusta como mujer y que quiere que sea su novia. Y por un instante decide ser honesta con sus sentimientos.—Sí, me gusta, me gusta mucho, señor Ariel. Pero no sé si estoy enamorada de usted, ni siquiera me he hecho la ilusión de que se enamore de una chica como yo —responde con un suspiro viendo como la boca de su jefe se abre en una sonrisa feliz al escucharla decir que le gusta. Se acerca y la abraza por la cintura al tiempo que pregunta:—¿Y cómo es ser una chica como tú?—Introvertida, que se viste con la ropa que le queda c
Camelia lo mira a los ojos por unos minutos que le parecen interminables a Ariel. Es como si tuviera una gran lucha interna por lo que está por decir. Los ojos se le llenan de lágrimas que no llegan a rodar por sus mejillas. Luego suelta todo su aire, como si con ello desatara el inmenso nudo que le aprisiona la garganta, y con una voz que más bien parece el quejido de un animal herido dice:—Papá, en eso tiene razón —habla con tristeza—, aunque me duela aceptarlo, sus padres no van a permitir que se comprometa con una don nadie como yo.—En eso te equivocas, Cami —dice Ariel acercándose lentamente a ella, que lo observa con un atisbo de esperanza en su mirada, que no se le escapa a él—. Mis padres aceptan a la mujer que sus hijos escogen. Mira un ejemplo: mi hermano mayor, Marlon, está casado con una huérfana, ella tenía
Camelia mira a su jefe sin comprender a cabalidad a qué se refiere. Su cabeza le da vueltas por la resaca y siente que se va a desmayar. ¿Por qué todo en su vida se vuelve tan complicado? Ariel la observa sintiendo casi lo mismo, pero decidido a resolverlo entre los dos. Aunque es un serio problema, piensa que ha encontrado la solución.—Sí, es un serio problema. Principalmente es sobre lo que pasó en su cumpleaños, ya lo vio en la televisión. No pensé que nos fueran a filmar en ese justo momento donde le decía aquello, tampoco en el hospital, y mucho menos que subieran un video de todo. Pero ahora estamos en esto juntos y debemos solucionarlo —trata de hablar lo más tranquilo que puede Ariel, al ver la alteración en que está sumida Camelia.Ella lo mira tratando de comprender la seriedad del asunto que le dice su jefe. Para ella, en su mente todo es sencillo: basta
Camelia lo mira sin entender mientras trata de recordar todo lo sucedido después de regresar del pueblo. Sabe que bebió sin medida con el deseo de olvidar la vergüenza que le había hecho pasar su familia. Luego había bailado mucho, sus pies dolían y se sentía muy mareada. Todo lo demás son destellos borrosos de lo que sucedió. —Sí, así lo llamaste. A mí me gustó mucho y lo hice. Fue justo antes de salir corriendo con Nadia para el hospital —le cuenta Ariel un poco más seguro. Ella lo mira sin poder creer que su borrachera la haya hecho pedir un nuevo favor a su jefe. Y no solo eso, está convencida de que él cedió a complacerla por pura lástima después de ver cómo la trataba su familia. Camelia se detuvo frente a Ariel y dejó caer los brazos a sus lados derrotada mientras inclinaba la cabeza, realmente avergonzada y arrepentida de lo que había hecho. —Vaya, señor, le pido mil disculpas. Por mi culpa está metido en no sé cuántos problemas. No sé qué pasa conmigo, cada vez le complic
Ariel y Camelia se quedaron en silencio, ambos jugando nerviosamente con sus teléfonos. Él no respondió a la pregunta que ella le había hecho en su desespero y miedo. Estaba convencida de que su padre aparecería en la ciudad y la llevaría obligada al pueblo. La casaría con el hombre odioso que había elegido y la pondría a trabajar como una esclava en la fábrica de cerámica. Por su parte, Ariel estaba asustado de cómo habían resultado las cosas. Su madre le había exigido que llevara a su novia y, según su hermano Marlon, su padre también estaba feliz con la noticia. Se reprochaba haber sido tan descuidado. Quería cuidar de Camelia, incluso sentía que estaba naciendo algo entre ellos, pero las dudas lo paralizaban. ¿Cómo exponer a la inocente e indefensa Camelia al calvario que era su vida? —¿Hablabas con tu papá? —preguntó Ariel, bastante sorprendido por su actitud. Nada que ver con la chica asustada que había tenido que defender el día anterior. —Oh, señor, disculpe por eso, e
Después de que Nadia trajera al mundo a su precioso bebé, todos se retiraron a sus casas. Están súper agotados; Camelia y Ariel se acuestan vestidos, se tiran en la cama y se quedan dormidos, hasta que el incesante sonido de los timbres de los teléfonos los despierta. Se miran, luego miran el reloj en la pared: son las cinco de la tarde del domingo.—Vaya, sí que dormimos —dice Ariel, se sienta y toma su teléfono—. ¿Y esta cantidad de llamadas de todo el mundo?Enseguida le marca a su hermano mayor. La mayoría de las llamadas son de su parte; tiene un gran miedo de que haya pasado algo malo con su papá.—¿Mano, qué es lo que pasa, que me has llamado tanto? ¿Papá está bien? —pregunta asustado, temiendo lo peor.—¡Hasta que al fin respondes! —exclama Marlon al otro lado de la línea—. ¿Estás bien? ¿Dónde estás? ¿Por qué no contestabas?—¿Qué es lo que pasa? ¿Le pasó algo a papá? —pregunta de nuevo asustado Ariel.El corazón de Ariel salta alocadamente en su pecho, sintiendo un miedo atro