No lo pensé más, la tomé en mis brazos, la monté en el coche, ella me indicó donde era su casa y allá nos fuimos. No les diré los detalles, pero para empezar era virgen. Tiene un cuerpo de infarto, que descubrí después de quitarse toda la ropa. Cuando se soltó su cabello al bañarse para estar limpia para mí, y sin sus espejuelos, ¡el patito feo se volvió un cisne!
—No les miento, no estaba borracho ni nada —aseguró con firmeza Ariel—. La chica insignificante que trabaja oculta de todos en el almacén, es una preciosura sin ropas.
—¿De veras? —preguntaron ambos asombrados.
—Sí, Camelia es una hermosa mujer natural —aseguró.
—¿Entonces, le hiciste el “favor” o no? —quiso saber Félix.
—Se lo hice, toda la noche —dijo muy serio—. La estrené en todo, ella no sabía nada, nunca había tenido relaciones, me contó que tuvo un casi novio, pero que no llegó a nada.
Ambos amigos se quedaron mirando a Ariel con incredulidad y un atisbo de envidia sana. Intercambiaron sonrisas cómplices mientras bebían de sus copas recién llenadas. A pesar de ello, la preocupación no dejaba de asomarse en sus rostros, marcados por todas las vicisitudes que habían compartido con su amigo y las que aún estaban por venir.
El temor a que hubiera una trampa detrás de todo lo narrado por Ariel se dibujaba en sus expresiones, aunque ante la evidente satisfacción de su querido amigo optaron por no manifestarlo.
—Vaya, mi amigo, tremendo regalo del día de los enamorados te llevaste. ¿Y qué piensas hacer ahora? Seguro que anda detrás de ti —comentó Oliver, el abogado, manteniendo un tono serio.
—Oliver, eso es precisamente lo que me tiene preocupado —confesó Ariel.
—¿No me dirás que fue una trampa de ella para atraparte? —preguntó Félix, intercambiando una mirada con Oliver.
—¡No, nada de eso! —aseguró Ariel.
—Entonces, ¿qué es? —preguntó Félix. —¿Sí no era una trampa para atraparte, era todo verdad?
—Sí, fue verdad, la habían drogado los custodios —confesó Ariel que ya había tomado medida con ellos—. El caso no es ese, sino, que ella no me ha vuelto a buscar; cumplió con lo que me prometió.
—No puedo creerlo, ¿en serio? —exclamó Oliver.
—Sí, y ahora soy yo quien busca cualquier excusa para bajar al almacén y verla —confesó apenado.
—¿Te has enamorado de ella, Ariel? —pregunta Oliver.
Ariel se hundió en su silla, la mirada perdida en el brillo del hielo que se derretía lentamente en su bebida. La confesión había salido de él como un suspiro, una admisión de su vulnerabilidad que no esperaba compartir.
—No sé si me enamoré, pero esa chica me gustó como ninguna otra en la vida.
Sus amigos lo observaron en silencio, evaluando la sinceridad que destilaban sus palabras. Había algo en la forma en que Ariel hablaba de Camelia que iba más allá de una simple atracción.
—¿Qué piensas hacer? —insistió Oliver, cruzándose de brazos.
—No lo sé. ¿Qué hubieran hecho ustedes en mi lugar? —preguntó exasperado.
Félix, con su habitual desenfado, soltó una carcajada y le dio una palmada amistosa en la espalda a Ariel.
—Lo mismo, pero seguiría probando ese dulce si lo estrené yo, ja, ja, ja…, no la dejaría escapar así de fácil —dijo con un guiño cómplice.
Oliver frunció el ceño ante el comentario de Félix y se inclinó hacia Ariel con una expresión más comprensiva.
—No seas así Félix. Se ve que la chica no es mala, ¿no escuchaste que era virgen con veintitantos años? ¿Dónde te vas a encontrar una chica así en estos tiempos? Ariel, si no quieres algo serio con ella, déjala tranquila —aconsejó con un tono que denotaba su preocupación por las consecuencias emocionales de sus actos.
Ariel, consciente de la gravedad de sus propias emociones. Volvió a llevar la bebida a su boca y respondió.
—No lo sé, Oliver. No me la puedo sacar de la cabeza, nunca me había pasado eso con una mujer. Me vuelvo loco por verla y ella me trata como si no hubiera pasado nada entre nosotros.
El joven CEO se pasó una mano por el cabello, un gesto de frustración que no pasó desapercibido para sus amigos. La situación era inusual para él; siempre había sido el maestro de sus emociones y relaciones, pero Camelia había desbaratado su equilibrio con una facilidad desconcertante.
—Quizás es eso lo que me atrae —continuó Ariel con voz baja—. Su indiferencia. Es como si me retara sin decir una palabra.
Oliver asintió, entendiendo la complejidad del dilema. Aunque le preocupaba mucho su amigo, ahora que al fin estaba llevando una vida lo más normal posible, pero que una nueva mujer lo impresionara era algo que no debían dejar pasar por alto. Quizás lo ayudaría.
—A veces nos atrae lo que no podemos tener fácilmente. Pero ten cuidado, Ariel. Los juegos del ego pueden lastimar más que solo tus sentimientos —advirtió con un tono grave.
—A lo mejor es por eso, Ariel —dijo Félix, intentando aligerar la tensión—. Estás acostumbrado a que las mujeres te corran atrás.
—No, Félix, te digo que no es eso —Ariel negó con la cabeza, su voz cargada de una sinceridad cruda—. Sueño con esa noche que la tuve y la hice mía. Cierro mis ojos y la veo mirarme con aquellos ojos de sorpresa, cada vez que le hacía algo nuevo. Quiero volver a estar con ella, pero no sé cómo pedírselo.
Oliver lo miró fijamente, evaluando las palabras de su amigo, intentando leer entre líneas la sinceridad de sus sentimientos. Era algo arriesgado, ¿pero…, y si Camelia era la mujer que necesitaba su amigo para superar todo?
—¿En serio quieres estar con ella? —preguntó con cautela.
—Sí, Oliver, lo deseo al punto que no me he podido acostar con otra mujer desde que estuve con ella —la voz de Ariel era un susurro, casi como si confesara un pecado.
Oliver asintió lentamente, luego se acomodó en su asiento como si se preparara para impartir una lección importante.
—Te tengo la solución —dijo, asegurándose de tener toda la atención de Ariel—. Pero antes necesito que me prometas algo. ¿No la vas a maltratar ni hacer sufrir?
Ariel lo miró esperanzado directamente a los ojos, su mirada era firme y clara cuando respondió.
—No, no quiero eso para ella —respondió sin titubear.
Félix y Oliver intercambiaron una mirada. Sabían que su amigo estaba al borde de algo profundo, algo que podría cambiarlo para siempre. Y aunque parte de ellos quería advertirle del peligro, otra parte deseaba verlo tomar el salto, quizás porque también anhelaban creer en la posibilidad de un amor tan poderoso como impredecible que lo ayudara. Por eso satisfecho con la respuesta de Ariel a su pregunta, Oliver continuó:—Pues escúchame, esto es lo que harás… —dijo en lo que se inclinaba hacía delante y le exponía su idea. Mientras, al otro día de San Valentín, Camelia abrió los ojos, sintiendo una mano en su estómago que hizo que girara la cabeza para ver justo ahí, pegado a su rostro, ¡su jefe! Se tuvo que tapar la boca para no soltar un grito. ¿Qué hacía su jefe en su cama? Y no solo eso, ¡estaba completamente desnudo! Sin poder remediarlo, lo detalló, Ariel Rhys era realmente hermoso. En su cuerpo se podía delimitar cada músculo existente muy bien trabajado, la espalda era firm
Ariel la observaba como hablaba nerviosa delante de él. Nunca, pero nunca, en todos los años que tenía acostándose con mujeres, se había topado con una que fuera virgen. Y mira que la lista era larga, pero todas ya habían sido estrenadas. Tampoco nunca le interesó buscar una que lo fuera, por miedo a que tuviera que casarse. Se quedó quieto pensando, ¿cómo sería ser el primero en todo con una mujer? La noche de pronto se volvió más que interesante para Ariel Rhys. Ella seguía estrujándose las manos nerviosamente, mientras lo miraba suplicante, en espera que él iniciara. Acortó la distancia que los separaba, con suaves movimientos deshizo el nudo de la bata que se había colocado Camelia, que dejó ver su cuerpo completamente desnudo. Ariel abrió sus ojos sin poderlo evitar, levantó las manos hasta los hombros de Camelia que lo miraba expectante, y dejó que la bata rodara despacio al caer por el cuerpo de la chica. ¡Era la mujer más hermosa que había visto en su vida! El patito feo
Ariel se sentó de un golpe ante lo que el simple gesto de ella habrá provocado en él, alejándose de Camelia, que lo miraba sin entender qué le pasaba. Ariel salió casi corriendo de la habitación como si escapara—Señor…— llamó Camelia sin obtener respuesta. Los recuerdos se alejaron de su mente al sentir el movimiento de su jefe a su lado, se esforzó entonces en hacerse la dormida. Ella no era la única que había despertado recordando todo. Ariel, se había despertado asombrado al ver que había amanecido. No recordaba el tiempo que hacía que no dormía tan profundamente una noche entera. Abrió sus ojos, y se sintió primero desconcertado, al no ver lo que acostumbraba cada mañana. El cuerpo desnudo de una mujer a su lado, le llamó la atención. Sonrió satisfecho al darse cuenta de quién se trataba. Estaba cansado de la dura e increíble noche, pero rebosante de satisfacción, de saber que lo hizo bien. No se movió, ahora a la luz del día que entraba por la ventana, pudo observarla mejor
Ariel, mientras succionaba y lamía los redondos, firmes y hermosos senos de Camelia, pensaba en la mejor manera de proceder. Estaba atrapado en un mar de confusiones, dudas y temores. Temía que todo fuera una trampa de sus hermanos o alguien más para atraparlo. Además, Camelia era su empleada, lo que podría generarle un tremendo problema ético si alguien se enteraba de lo que había sucedido y de lo que él estaba haciendo. Concentrado en sus pensamientos, dilataba el momento que tanto Camelia esperaba y ansiaba con desespero. De pronto, sintió cómo ella bajaba su mano, tomaba su miembro y lo colocaba en la entrada de su abertura. Impulsando su pelvis, él por instinto empujó también, introduciendo la punta.—¡Oh! —la escuchó exclamar mientras intentaba retirar la pelvis. Pero él no la iba a dejar; ella estaba muy mojada, excitada y lista, algo que él sí sabía reconocer.—Shh..., va a pasar —susurró al oído de Camelia, al tiempo que seguía presionando lentamente, introduciéndose más y m
El pánico se apoderó de ella mientras su mente procesaba la información. ¿Cómo no se había dado cuenta de que esos condenados custodios habían sido demasiado amables al regalarle los bombones? Debió sospechar que algo estaban tramando cuando se los ofrecieron como disculpa. Su corazón latía aceleradamente, no sólo por la excitación, sino también por el miedo. Aunque no podía negar que disfrutaba lo que su jefe le hacía —de hecho, estaba convencida de que, de no ser por este incidente, quizás habría permanecido virgen toda su vida—, la idea de mantener esta intensidad durante toda la noche y el día siguiente la aterrorizaba. Camelia tragó saliva, intentando encontrar su voz. "¿Y si no puedo parar?", pensó. "¿Y si mi jefe no resiste tanto tiempo de actividad intensa?" La vergüenza se mezcló con el miedo al imaginar cómo miraría a su jefe si llegara a fallar en mantenerse erguido. De seguro él se sentiría avergonzado y hasta sería capaz de despedirla. Nunca debió pedirle a su jefe tal c
Han pasado varios días desde que sucedió el hecho. Ariel Rhys, al despertarse en la mañana, había vuelto a poseerla con ímpetu, no sólo en la cama, sino también en la ducha varias veces. Luego se había marchado dejándola complacida y profundamente dormida. Camelia se despertó tarde, sentía todo su cuerpo adolorido. Volvió a tomar otro baño con el agua helada tratando de despertarse. Se sentía extenuada, los efectos secundarios de la droga, más todo lo demás, la hacían sentirse sin fuerzas. Se sirvió un cereal con leche, que comió mientras miraba las noticias en su diminuto televisor. Para volver a quedarse dormida en el sofá. Era domingo cuando volvió a despertarse. Corrió al baño, todavía sentía los efectos de la droga, y los estragos del sexo. Se bañó por un largo rato, se sentía débil, debía alimentarse, para ello tenía que salir. En su casa, aparte de cereales, algún que otro jugo y café, no existía nada más. Se puso las ropas de siempre. Sus pantalones rotos, con una camisa ha
Camelia se quedó mirando a Leandro, paralizada por un momento ante la amenaza implícita en sus palabras y su postura. El corpulento hombre se cernía sobre ella, su presencia física abrumadora y amenazante. Un escalofrío recorrió su cuerpo, como si su instinto le gritara que estaba en peligro. Por un instante, su mente viajó a todos los momentos en que Leandro la había perseguido desde que entró a trabajar en la empresa. Las miradas insistentes, los comentarios inapropiados, las "casualidades" que los hacían coincidir en los pasillos. Camelia se dio cuenta de que nunca lo había detenido realmente, siempre evitando el conflicto, siempre siendo "amable" para no causar problemas. Pero ahora, con la adrenalina corriendo por sus venas y la indignación hirviendo en su pecho, Camelia sintió que algo dentro de ella se quebraba. Ya no más. No iba a seguir permitiendo que este hombre creyera tener algún tipo de derecho sobre ella. Con una fuerza que no sabía que poseía, Camelia se irguió, pl
La semana transcurría para Camelia sin contratiempos, como siempre, si no fuera por esa extraña sensación de sentirse observada; sería rutinaria. Supo que los custodios habían sido despedidos. Sonrió al pensar que, seguramente, el jefe lo había hecho por ella. Al instante sacudió la cabeza; tenía que cumplir con su palabra. Ariel Rhys le había hecho un “favor”, nada más Camelia, un “favor”. Se lo repetía cada vez que se sorprendía pensando en todo lo que él le había hecho y en lo atractivo que era su jefe. Jamás Ariel Rhys se fijaría en ella. Se había marchado dejándola dormida, sin decir nada. "Camelia", se recordaba, "a él le costó mucho hacerte ese “favor” al inicio; recuérdalo bien, no eres su tipo de mujer".—Señorita Camelia —la sacó de sus pensamientos su jefa.—Sí, señora Elvira —le contestó enseguida acercándose a ella.—Vaya a llevarle al director estos expedientes —le indicó su jefa haciendo que Camelia se sorprendiera.—¿Yo? —preguntó de nuevo incrédula. Jamás ella habí