Ariel se sentó de un golpe ante lo que el simple gesto de ella habrá provocado en él, alejándose de Camelia, que lo miraba sin entender qué le pasaba. Ariel salió casi corriendo de la habitación como si escapara
—Señor…— llamó Camelia sin obtener respuesta.
Los recuerdos se alejaron de su mente al sentir el movimiento de su jefe a su lado, se esforzó entonces en hacerse la dormida.
Ella no era la única que había despertado recordando todo. Ariel, se había despertado asombrado al ver que había amanecido. No recordaba el tiempo que hacía que no dormía tan profundamente una noche entera. Abrió sus ojos, y se sintió primero desconcertado, al no ver lo que acostumbraba cada mañana. El cuerpo desnudo de una mujer a su lado, le llamó la atención. Sonrió satisfecho al darse cuenta de quién se trataba.
Estaba cansado de la dura e increíble noche, pero rebosante de satisfacción, de saber que lo hizo bien. No se movió, ahora a la luz del día que entraba por la ventana, pudo observarla mejor. Y sí, no se equivocó en juzgarla, Camelia es una mujer escultural y bella. ¿Cómo es que ningún hombre la ha descubierto? Se preguntó.
Se giró despacio tratando de no despertarla, para poder mirarla mejor. Con cuidado, deslizó el cabello que cubría el hermoso rostro de la joven, que parecía que dormía plácidamente. Recorrió despacio el cuerpo desnudo y relajado de Camelia, viendo las marcas que le dejara el increíble sexo que hicieran. Cerró los ojos rememorando todo, todavía sin poder creer que fuera el primer hombre en la vida de esta desconocida y enigmática joven.
Está realmente sorprendido y hasta un poco preocupado de lo que pasará a partir de ahora entre ellos. ¿Cumplirá la promesa Camelia, de no caerle atrás? ¿O será un dolor de cabeza venidero? Pero de todo ello, lo que más le preocupa, es el hecho que despertó en él pasiones que no sabe aún definir. Tan grandes, tan nuevas, que estuvo a punto de salir corriendo, cerró los ojos al sentir a Camelia moverse a su lado. Y como si de una película se tratara, rememoró ese instante en que salió corriendo.
Retrospectiva…
Sintió de nuevo los pequeños dientes de Camelia prendidos a su labio, provocando la más increíble de las sensaciones de placer, jamás experimentada por él. Se separó despacio para observarla y se sentó de un golpe, alejándose de Camelia, que lo miraba sin entender qué le pasaba. Ariel había salido casi corriendo de la habitación como si escapara
—Señor…—lo llamó Camelia sin obtener respuesta
¿Cómo esta joven inexperta, podía provocarle todo aquello que estaba sintiendo? Se preguntaba Ariel, sin comprender nada. ¡No! No podía dejar que pasara nada entre ellos. Y mucho menos dejaría que la pasión desmedida lo arrastrara como aquella vez.
—Señor, ¿sucede algo?
Escuchó la voz de Camelia a su espalda, cuando estaba a punto de tomar su ropa para alejarse. En cambio, giró, abrió el refrigerador, bebió de un golpe una botella de agua helada y regresó sobre sus pasos. No podía dejar así a la pobre chica, si lo hacía podía pasarle algo malo. Tenía que cumplir lo que había aceptado. Es sólo un favor, se repetía una y otra vez. Es sólo un favor Ariel.
Regresó con pasos lentos a la habitación, pensando incluso en llamar a Oliver. Él era un serio abogado, que últimamente estaba empeñado en encontrar una buena chica para casarse. De seguro estaría feliz de ser el único hombre de Camelia. Sin embargo, un nudo en la garganta y una opresión en su pecho se implantaron, ante la sola imagen de la linda y virginal Camelia desnuda en los brazos de su amigo. ¡No! Camelia es mía, vamos Ariel, tú puedes con esto, es solo la sorpresa de que es virgen. Se dijo mientras regresaba.
Había comenzado su vida sexual desde muy joven, y a estas alturas, creía que el sexo no tenía nada nuevo que enseñarle. Para él, había experimentado todo lo que ese acto podía brindarle y lo disfrutaba. Por ello, ahora no entendía estas nuevas sensaciones e impulsos de placer, que le provocaba esta novata.
Camelia ajena a lo que había hecho al morder el labio de Ariel, en su desespero porque él fuera más allá. Estaba sentada en la cama, sin entender nada, abrazada a sus rodillas, con lágrimas en los ojos. Todo su cuerpo sentía que le ardía. ¿Será tan poco deseable como mujer que su jefe no puede hacerle el favor? Se preguntaba sin saber qué hacer. No conocía a nadie más que la pudiera ayudar. Lo vio regresar, tomarla por los hombros y volver acostarse encima de ella, que reaccionó llenándolo de besos.
—¿Quiere que apague la luz, señor?—preguntó pensando que su imagen era la que no dejaba que su jefe se concentrara. Siempre se le veía pasearse con rubias que parecían muñecas. Y ella era todo lo contrario, pero no existía tiempo para buscar a otro hombre— , espere un momento —dijo tratando de alcanzar el interruptor para apagarla.
—Deje la luz— dijo Ariel con voz ronca, mientras volvía a atraparle los labios y bajaba hasta sus senos.
Camelia, ante su caricia, enloquecía más y más. Se prendió de su cuello, lamiendo y succionando, con verdadera desesperación. Sentía, en su nula experiencia sexual, que Ariel no iba todo lo rápido que su cuerpo le exigía.
—Señor…— suplicó de nuevo, moviendo sus caderas, para rozarlas con el prominente miembro que se encontraba ubicado palpitante en su abertura—por favor señor…
—Tranquila —reaccionó Ariel ante su súplica— debo de prepararla bien para no hacerle daño.
—No aguanto más, señor, necesito…, necesito que haga algo más que sólo besos— pidió jadeante en su delirio provocado por la droga.
Ariel, no salía de su estupor, era la primera vez que alguien lo solicitaba con aquella inocencia y candor. Lo cual provocaba en él, las ansias de querer protegerla, de no infligir ningún sufrimiento más allá del normal. Tenía nula experiencia con vírgenes. Siempre había escuchado a sus amigos describir el momento de iniciar a una mujer. Según sus historias, a ellas realmente les dolía, sangraban y lloraban mucho.
Aunque Oliver afirmaba, que no todas eran iguales, que debía primero que todo prepararlas muy bien, con calma. Solo que existía un problema, Camelia estaba drogada y desesperada porque él la iniciara. ¿Sería correcto? ¿Qué sucedería después de ésta noche y éste favor?
Ariel, mientras succionaba y lamía los redondos, firmes y hermosos senos de Camelia, pensaba en la mejor manera de proceder. Estaba atrapado en un mar de confusiones, dudas y temores. Temía que todo fuera una trampa de sus hermanos o alguien más para atraparlo. Además, Camelia era su empleada, lo que podría generarle un tremendo problema ético si alguien se enteraba de lo que había sucedido y de lo que él estaba haciendo. Concentrado en sus pensamientos, dilataba el momento que tanto Camelia esperaba y ansiaba con desespero. De pronto, sintió cómo ella bajaba su mano, tomaba su miembro y lo colocaba en la entrada de su abertura. Impulsando su pelvis, él por instinto empujó también, introduciendo la punta.—¡Oh! —la escuchó exclamar mientras intentaba retirar la pelvis. Pero él no la iba a dejar; ella estaba muy mojada, excitada y lista, algo que él sí sabía reconocer.—Shh..., va a pasar —susurró al oído de Camelia, al tiempo que seguía presionando lentamente, introduciéndose más y m
El pánico se apoderó de ella mientras su mente procesaba la información. ¿Cómo no se había dado cuenta de que esos condenados custodios habían sido demasiado amables al regalarle los bombones? Debió sospechar que algo estaban tramando cuando se los ofrecieron como disculpa. Su corazón latía aceleradamente, no sólo por la excitación, sino también por el miedo. Aunque no podía negar que disfrutaba lo que su jefe le hacía —de hecho, estaba convencida de que, de no ser por este incidente, quizás habría permanecido virgen toda su vida—, la idea de mantener esta intensidad durante toda la noche y el día siguiente la aterrorizaba. Camelia tragó saliva, intentando encontrar su voz. "¿Y si no puedo parar?", pensó. "¿Y si mi jefe no resiste tanto tiempo de actividad intensa?" La vergüenza se mezcló con el miedo al imaginar cómo miraría a su jefe si llegara a fallar en mantenerse erguido. De seguro él se sentiría avergonzado y hasta sería capaz de despedirla. Nunca debió pedirle a su jefe tal c
Han pasado varios días desde que sucedió el hecho. Ariel Rhys, al despertarse en la mañana, había vuelto a poseerla con ímpetu, no sólo en la cama, sino también en la ducha varias veces. Luego se había marchado dejándola complacida y profundamente dormida. Camelia se despertó tarde, sentía todo su cuerpo adolorido. Volvió a tomar otro baño con el agua helada tratando de despertarse. Se sentía extenuada, los efectos secundarios de la droga, más todo lo demás, la hacían sentirse sin fuerzas. Se sirvió un cereal con leche, que comió mientras miraba las noticias en su diminuto televisor. Para volver a quedarse dormida en el sofá. Era domingo cuando volvió a despertarse. Corrió al baño, todavía sentía los efectos de la droga, y los estragos del sexo. Se bañó por un largo rato, se sentía débil, debía alimentarse, para ello tenía que salir. En su casa, aparte de cereales, algún que otro jugo y café, no existía nada más. Se puso las ropas de siempre. Sus pantalones rotos, con una camisa ha
Camelia se quedó mirando a Leandro, paralizada por un momento ante la amenaza implícita en sus palabras y su postura. El corpulento hombre se cernía sobre ella, su presencia física abrumadora y amenazante. Un escalofrío recorrió su cuerpo, como si su instinto le gritara que estaba en peligro. Por un instante, su mente viajó a todos los momentos en que Leandro la había perseguido desde que entró a trabajar en la empresa. Las miradas insistentes, los comentarios inapropiados, las "casualidades" que los hacían coincidir en los pasillos. Camelia se dio cuenta de que nunca lo había detenido realmente, siempre evitando el conflicto, siempre siendo "amable" para no causar problemas. Pero ahora, con la adrenalina corriendo por sus venas y la indignación hirviendo en su pecho, Camelia sintió que algo dentro de ella se quebraba. Ya no más. No iba a seguir permitiendo que este hombre creyera tener algún tipo de derecho sobre ella. Con una fuerza que no sabía que poseía, Camelia se irguió, pl
La semana transcurría para Camelia sin contratiempos, como siempre, si no fuera por esa extraña sensación de sentirse observada; sería rutinaria. Supo que los custodios habían sido despedidos. Sonrió al pensar que, seguramente, el jefe lo había hecho por ella. Al instante sacudió la cabeza; tenía que cumplir con su palabra. Ariel Rhys le había hecho un “favor”, nada más Camelia, un “favor”. Se lo repetía cada vez que se sorprendía pensando en todo lo que él le había hecho y en lo atractivo que era su jefe. Jamás Ariel Rhys se fijaría en ella. Se había marchado dejándola dormida, sin decir nada. "Camelia", se recordaba, "a él le costó mucho hacerte ese “favor” al inicio; recuérdalo bien, no eres su tipo de mujer".—Señorita Camelia —la sacó de sus pensamientos su jefa.—Sí, señora Elvira —le contestó enseguida acercándose a ella.—Vaya a llevarle al director estos expedientes —le indicó su jefa haciendo que Camelia se sorprendiera.—¿Yo? —preguntó de nuevo incrédula. Jamás ella habí
Camelia habló de frente y sin miedo. Quizás no fuera nada y ella se estaba imaginando cosas. Tal vez la mandaría a buscar un expediente, a limpiar el baño o a botar la basura; seguro quería que le hiciera un café, sí, debe ser eso, se dijo Camelia. Se hizo un silencio en el que ambos se quedaron observándose fijamente hasta que Ariel tomó aire y preguntó: —¿Puede devolverme el “favor” que le hice? —¿Eh? ¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Camelia, toda colorada. Estaba preparada mentalmente para todo, menos para eso. —Lo que digo, señorita Camelia —prosigue Ariel con naturalidad. — Como usted, yo no tengo a nadie. Soy hombre, tengo mis necesidades y tampoco quiero complicarme con una relación sin sentido. Ya que usted es tan seria en cumplir con su palabra, me pregunto si podría hacerme el “favor” que le hice ahora a mí. Ariel habló como si estuviera exponiendo un negocio fríamente, sin pizca de emoción. A Camelia le pareció que se había quedado helada ante su petición, pero so
Camelia llegó a su casa acalorada, debatiéndose entre hacer lo correcto o ceder a la petición de su CEO. No puede olvidar las sensaciones que le provocaron los labios de Ariel sobre los suyos. Además, siente un poco de culpa; cuando ella lo necesitó, él la ayudó. ¿Por qué no podría hacer ella lo mismo? Después de todo, no tiene novio, no debe rendir cuentas a nadie, es mayor de edad y no puede negar que Ariel es un buen amante.Fue muy delicado al convertirla en mujer; estuvo atento todo el tiempo para que disfrutara al máximo. Respondió a sus deseos toda la noche, incluso cuando se notaba que estaba agotado de tanto hacerle el amor. Cada vez que lo solicitaba, él respondía.Se sumergió en el agua caliente de la bañera, queriendo olvidar las sensaciones que su toque despertó, pero al rozar su cuerpo con la esponja, se estremeció. Ella también lo deseaba, y mucho. Tomó el teléfono decidida y llamó a la oficina. Sintió que sonaba repetidamente y justo cuando iba a colgar, escuchó la var
Camelia lo siguió a la habitación, se había acostado completamente desnudo en el medio de la cama, con ambas manos debajo de su cabeza. Camelia terminó de secarse su cabello y avanzó despacio hasta estar sentada de rodillas al lado de Ariel, que la observaba sin decir ni indicarle nada.—Estoy listo, señorita Camelia —le dijo con una sonrisa recordando su primera noche— limpio para usted. Puede empezar cuando desee, y para su información, no soy virgen.Camelia se quedó observando seriamente a su sonriente jefe. Entrecerró sus ojos tratando de recordar todo lo que había pasado ese día. Se puso de pie en la cama, dejó caer su bata quedando completamente desnuda, solo que esta vez, Ariel Rhys, desde su posición pudo notar la esmerada depilación. Pas