El joven Marcelo tragó saliva, como si al hacerlo intentara deshacerse de la amargura que subía por su garganta.
—Fue la mejor noticia que podía escuchar. Estaba todo ensangrentado en el piso. Reutilio siguió pegándome e insultándome, furioso… —no se detuvo, hablaba casi en un susurro tenso—. Me gritó porque no lloraba, abuelo. Quería que me quebrara, pero no lo hice.Marcelo se enderezó un poco, mirándolo directamente, con un destello de orgullo silencioso en los ojos que contrastaba con el dolor en su rostro.—¿Sabes lo que me dijo, abuelo? —continuó, casi escupiendo las palabras—. “¡Eres orgulloso igual que tu padre! ¡Pero como le hice a él, te haré a ti! ¡Acabaré con todos los Rhys!”Aquellas palabras, cargadas de odio, resonaron como un eco en la mente del abuelo, pero Marcelo no seUn sollozo se escapó justo al terminar, mientras se abrazaba a él mismo. Rhys quiso interrumpirlo, reconfortarlo, pero supo que debía darle tiempo para liberar aquella carga. —Cuando crecí un poco más… me di cuenta de que necesitaba pruebas para convencerlos de que decía la verdad. —Marcelo alzó la cabeza, con el rostro marcado por la determinación—. Entonces comencé a recopilar todo lo que podía sobre papá, sobre ustedes, la familia Rhys. Yo sabía que tú sangre corría por mis venas, y no iba a permitir que nadie me quitara eso. Ni él, ni su odio, ni nada. ¡Yo era un Rhys! —afirmó con una convicción que estremeció al anciano. —¡Lo eres, mi nieto! ¡Eres un Rhys! —aseguró su abuelo conmovido hasta el alma, emocionado al ver la entereza de su nieto al reivindicar su
Puede que estemos tan acostumbrados a lo que nos rodea: personas, animales, cosas, que no les damos la importancia que merecen. Y solo nos damos cuenta de su verdadero valor cuando las perdemos.Camelia caminó despacio por la habitación, envuelta en el silencio que allí reinaba. La pequeña lámpara iluminaba su pálido rostro, y en ese instante, lo comprendió: se había ido para siempre. Su abuelita había amanecido muerta, había partido al cielo sin previo aviso, como un ángel en pleno sueño.La vida es tan frágil, reflexionó mientras acariciaba la mejilla de la difunta, y a menudo pasamos por alto las cosas y las personas que nos rodean, olvidando que solo somos aves de paso en este mundo.—Abuela… —susurró, pero las palabras se atragantaron en su garganta mientras sus ojos se inundaban de lágrimas. A su mente a
El tiempo transcurrió con rapidez para la familia. Camelia y Ariel retomaron sus trabajos en la editorial, dejando el cargo de director de la asociación en manos del capitán Miller, quien contrajo matrimonio con la doctora Elizabeth. Ahora vivían felices con su hijo, compartiendo cercanía con el Mayor Alfonso Sarmiento. No tardaron en descubrir sus raíces australianas y la dolorosa verdad: sus padres murieron tratando de salvarles la vida. Sin embargo, ambos decidieron quedarse en el país, estableciendo su hogar en la tranquila reserva militar.Mientras tanto, los hijos de Marlon crecían dichosos bajo el cuidado de un padre que se esforzaba al máximo por ofrecerles una vida plena, acompañado en todo momento por Marcia, quien había abrazado con orgullo su rol como madre a tiempo completo. Por su parte, Aurora y su esposo, Ariel Rhys, se sentían profundamente agradecidos por haber llegado a
Ariel bajaba junto a su esposa, y detrás de ellos descendían, con movimientos llenos de energía, sus cuatro hijos, cargando risas y entusiasmo. La escena, casi cotidiana, encerraba un significado mucho más profundo para quienes la observaban. Estaban completos. Por primera vez en mucho tiempo, compartían un instante que les recordaba que, a pesar de todo lo que el pasado les había arrebatado, habían logrado recuperar lo que más importaba.Marlon sintió un nudo en el pecho, pero esta vez no estaba cargado de pena, sino de una calidez inesperada. No era sencillo olvidar las cicatrices, pero escenas como aquella hacían que lo imposible pareciera alcanzable. Observó a Ariel avanzar con los suyos, y de pronto, cada rastro de agotamiento físico que podía manifestarse en sus movimientos resultaba insignificante frente al brillo de triunfo que destilaban sus acciones. Ese hombre, su hermano, hab&
Sentados en los asientos del juzgado, el aire se sentía pesado, denso por las desgarradoras historias de las familias afectadas por la red de tráfico humano. Cada nueva declaración ampliaba el sombrío lienzo de sufrimiento que todos compartían en aquel espacio. Ariel mantenía el semblante firme, mientras Camelia, aterrorizada por los relatos de los afectados, intentaba contener los temblores que surgían de sus emociones. A su lado, la familia completa: Lirio, su madre; el exsenador Camilo Hidalgo; y los demás hijos, Clavel, Gerardo, Juan Antonio y María Luisa, se mantenían juntos, como un bloque indivisible frente a tanto horror.A la izquierda se encontraba la familia Rhys al completo, entrelazados por un mismo propósito: cerrar aquel capítulo de sus vidas que tanto los había marcado. Y así, el momento definitivo llegó: la sentencia. Todos se levantaron, c
Mientras Ariel conducía en silencio, concentrándose en mantener el auto estable, sus ojos se deslizaban ocasionalmente hacia el retrovisor. Ahí estaba Camelia, dormida en el asiento trasero, con su respiración pausada que sonaba como un eco de la calma que, por fin, parecía haber conquistado sus vidas. En su mente, los recuerdos de los últimos años se desplegaban vívidos, deteniéndose especialmente en aquella noche de San Valentín que marcó el inicio de todo.Recordaba con claridad cómo Camelia, asustada y bajo los efectos de las drogas, había irrumpido en su oficina, suplicándole con desesperación el primero de los muchos favores que seguirían a lo largo de su historia juntos. Lo que en un principio fue un acto de compasión, una ayuda nacida de la lástima y el deber, había evolucionado hacia algo mucho más profundo. Camelia se había
Camelia, todavía en su pose teatralmente desmayada, abrió un ojo y miró a Ariel con una sonrisa pícara.—¿Favores, dice usted?— replicó con fingida sorpresa. —Pero señor, ¿no sabe que los favores de San Valentín se pagan con besos y promesas de amor eterno?Ariel se inclinó sobre ella, su rostro ahora cercano al de Camelia, su aliento mezclándose con el aroma del chocolate y la emoción del momento.—Entonces, señorita— susurró con una voz que simulaba gravedad, pero que no podía ocultar la alegría que sentía —prepárese para una eternidad de mi compañía, porque mis favores son inagotables.Camelia se incorporó entonces, abandonando el juego por un momento para mirar a Ariel con todo el amor que sentía por él.—Y yo te seguiré el
El sol se filtraba por las amplias ventanas de la casa familiar, proyectando destellos cálidos sobre los muebles antiguos y las fotografías que adornaban las paredes. La casa de los Rhys y los Hidalgo había sido el epicentro de incontables reuniones familiares, pero también un refugio para quienes aún buscaban cerrar heridas profundas. Cada rincón hablaba de unión y resistencia, un testimonio vivo de que, incluso después de enfrentar el abismo más oscuro, la luz podía resurgir.Habían pasado años desde que Ariel y Camelia enfrentaron su propio destino, marcado por el horror del tráfico humano. Junto con su familia, no solo sobrevivieron: se levantaron, lucharon y comenzaron una cruzada para dar voz a quienes no la tenían. Si bien habían reconstruido sus vidas, siempre supieron que su historia no estaba completa. Todavía había preguntas sin r