Puede que estemos tan acostumbrados a lo que nos rodea: personas, animales, cosas, que no les damos la importancia que merecen. Y solo nos damos cuenta de su verdadero valor cuando las perdemos.
Camelia caminó despacio por la habitación, envuelta en el silencio que allí reinaba. La pequeña lámpara iluminaba su pálido rostro, y en ese instante, lo comprendió: se había ido para siempre. Su abuelita había amanecido muerta, había partido al cielo sin previo aviso, como un ángel en pleno sueño. La vida es tan frágil, reflexionó mientras acariciaba la mejilla de la difunta, y a menudo pasamos por alto las cosas y las personas que nos rodean, olvidando que solo somos aves de paso en este mundo.—Abuela… —susurró, pero las palabras se atragantaron en su garganta mientras sus ojos se inundaban de lágrimas. A su mente aEl tiempo transcurrió con rapidez para la familia. Camelia y Ariel retomaron sus trabajos en la editorial, dejando el cargo de director de la asociación en manos del capitán Miller, quien contrajo matrimonio con la doctora Elizabeth. Ahora vivían felices con su hijo, compartiendo cercanía con el Mayor Alfonso Sarmiento. No tardaron en descubrir sus raíces australianas y la dolorosa verdad: sus padres murieron tratando de salvarles la vida. Sin embargo, ambos decidieron quedarse en el país, estableciendo su hogar en la tranquila reserva militar.Mientras tanto, los hijos de Marlon crecían dichosos bajo el cuidado de un padre que se esforzaba al máximo por ofrecerles una vida plena, acompañado en todo momento por Marcia, quien había abrazado con orgullo su rol como madre a tiempo completo. Por su parte, Aurora y su esposo, Ariel Rhys, se sentían profundamente agradecidos por haber llegado a
Ariel bajaba junto a su esposa, y detrás de ellos descendían, con movimientos llenos de energía, sus cuatro hijos, cargando risas y entusiasmo. La escena, casi cotidiana, encerraba un significado mucho más profundo para quienes la observaban. Estaban completos. Por primera vez en mucho tiempo, compartían un instante que les recordaba que, a pesar de todo lo que el pasado les había arrebatado, habían logrado recuperar lo que más importaba.Marlon sintió un nudo en el pecho, pero esta vez no estaba cargado de pena, sino de una calidez inesperada. No era sencillo olvidar las cicatrices, pero escenas como aquella hacían que lo imposible pareciera alcanzable. Observó a Ariel avanzar con los suyos, y de pronto, cada rastro de agotamiento físico que podía manifestarse en sus movimientos resultaba insignificante frente al brillo de triunfo que destilaban sus acciones. Ese hombre, su hermano, hab&
Sentados en los asientos del juzgado, el aire se sentía pesado, denso por las desgarradoras historias de las familias afectadas por la red de tráfico humano. Cada nueva declaración ampliaba el sombrío lienzo de sufrimiento que todos compartían en aquel espacio. Ariel mantenía el semblante firme, mientras Camelia, aterrorizada por los relatos de los afectados, intentaba contener los temblores que surgían de sus emociones. A su lado, la familia completa: Lirio, su madre; el exsenador Camilo Hidalgo; y los demás hijos, Clavel, Gerardo, Juan Antonio y María Luisa, se mantenían juntos, como un bloque indivisible frente a tanto horror.A la izquierda se encontraba la familia Rhys al completo, entrelazados por un mismo propósito: cerrar aquel capítulo de sus vidas que tanto los había marcado. Y así, el momento definitivo llegó: la sentencia. Todos se levantaron, c
Mientras Ariel conducía en silencio, concentrándose en mantener el auto estable, sus ojos se deslizaban ocasionalmente hacia el retrovisor. Ahí estaba Camelia, dormida en el asiento trasero, con su respiración pausada que sonaba como un eco de la calma que, por fin, parecía haber conquistado sus vidas. En su mente, los recuerdos de los últimos años se desplegaban vívidos, deteniéndose especialmente en aquella noche de San Valentín que marcó el inicio de todo.Recordaba con claridad cómo Camelia, asustada y bajo los efectos de las drogas, había irrumpido en su oficina, suplicándole con desesperación el primero de los muchos favores que seguirían a lo largo de su historia juntos. Lo que en un principio fue un acto de compasión, una ayuda nacida de la lástima y el deber, había evolucionado hacia algo mucho más profundo. Camelia se había
Camelia, todavía en su pose teatralmente desmayada, abrió un ojo y miró a Ariel con una sonrisa pícara.—¿Favores, dice usted?— replicó con fingida sorpresa. —Pero señor, ¿no sabe que los favores de San Valentín se pagan con besos y promesas de amor eterno?Ariel se inclinó sobre ella, su rostro ahora cercano al de Camelia, su aliento mezclándose con el aroma del chocolate y la emoción del momento.—Entonces, señorita— susurró con una voz que simulaba gravedad, pero que no podía ocultar la alegría que sentía —prepárese para una eternidad de mi compañía, porque mis favores son inagotables.Camelia se incorporó entonces, abandonando el juego por un momento para mirar a Ariel con todo el amor que sentía por él.—Y yo te seguiré el
El sol se filtraba por las amplias ventanas de la casa familiar, proyectando destellos cálidos sobre los muebles antiguos y las fotografías que adornaban las paredes. La casa de los Rhys y los Hidalgo había sido el epicentro de incontables reuniones familiares, pero también un refugio para quienes aún buscaban cerrar heridas profundas. Cada rincón hablaba de unión y resistencia, un testimonio vivo de que, incluso después de enfrentar el abismo más oscuro, la luz podía resurgir.Habían pasado años desde que Ariel y Camelia enfrentaron su propio destino, marcado por el horror del tráfico humano. Junto con su familia, no solo sobrevivieron: se levantaron, lucharon y comenzaron una cruzada para dar voz a quienes no la tenían. Si bien habían reconstruido sus vidas, siempre supieron que su historia no estaba completa. Todavía había preguntas sin r
La noche se había cernido sobre la ciudad con una tranquilidad engañosa, envolviendo las calles en un manto de sombras y susurros. En la penumbra de su oficina, Ariel Rhys se sumergía en el silencio, ese compañero fiel de las horas extra. Papeles se apilaban como testigos mudos del día que se negaba a terminar, mientras la luz tenue de la lámpara de escritorio jugaba con los bordes de su paciencia. Fue entonces cuando la serenidad de la noche se rompió con un golpe sutil en la puerta. Ariel, aún sumido en sus pensamientos, instó a entrar al visitante nocturno, esperando encontrarse con el rostro familiar del custodio. Pero lo que sus ojos encontraron no era para nada lo que su mente había anticipado. Días después, en la comodidad de un club donde los sábados cobraban vida entre anécdotas y risas, Ariel se encontraba compartiendo mesa con sus amigos: el abogado Oliver y el doctor Félix. La incredulidad aún pintaba su rostro cuando intentaba ordenar sus palabras para narrar el evento
Camelia parecía un manojo de nervios, su postura revelaba una incomodidad palpable mientras se retorcía en la silla, como si cada fibra de su ser quisiera escapar de la situación en la que se encontraba. El rubor de su rostro no solo era indicativo de vergüenza, sino también de una lucha interna que parecía consumirla. Sus ojos, que antes destellaban con la oscuridad de la noche, ahora estaban velados por la duda y la humillación, y se desviaban constantemente, incapaces de sostener mi mirada.—Ella trabaja en la empresa, en el almacén. Y debe tener veintitantos años, no sé, no conocía de su existencia hasta esa noche. Ya les digo, si la he visto antes fue muy poco y no me fijé en ella o retuve su imagen —respondió Ariel con un tono que describía que la aparición de la mujer era muy sorprendente a esa hora en su despacho.—Está bien, ¿qué quería? —Oliver no pudo contener su impaciencia.—Les contaré exactamente la conversación —Ariel hizo una pausa dramática antes de continuar.—Está