Camelia parecía un manojo de nervios, su postura revelaba una incomodidad palpable mientras se retorcía en la silla, como si cada fibra de su ser quisiera escapar de la situación en la que se encontraba. El rubor de su rostro no solo era indicativo de vergüenza, sino también de una lucha interna que parecía consumirla. Sus ojos, que antes destellaban con la oscuridad de la noche, ahora estaban velados por la duda y la humillación, y se desviaban constantemente, incapaces de sostener mi mirada.
—Ella trabaja en la empresa, en el almacén. Y debe tener veintitantos años, no sé, no conocía de su existencia hasta esa noche. Ya les digo, si la he visto antes fue muy poco y no me fijé en ella o retuve su imagen —respondió Ariel con un tono que describía que la aparición de la mujer era muy sorprendente a esa hora en su despacho.
—Está bien, ¿qué quería? —Oliver no pudo contener su impaciencia.
—Les contaré exactamente la conversación —Ariel hizo una pausa dramática antes de continuar.
—Está bien —dijeron al unísono Félix y Oliver.
—Adelante, dije pensando que era el custodio, como les dije —Ariel inició la historia.
—Buenas noches, señor director —dijo ella con una voz muy bajita, casi inaudible, lo que hizo que levantara mi cabeza.
—Buenas noches —respondí realmente intrigado al escuchar una voz femenina—. Disculpe, no sé su nombre —le dije con honestidad, pues llevaba el colgante que la identificaba como una de mis trabajadoras a la cual no conocía.
—No hay de qué; nadie lo sabe. Me llamo Camelia, pero todos me dicen Lía —contestó nerviosamente.
—¿Lía? —pregunté, más para hacerla seguir hablando que por interés real.
—Es sólo unos pocos amigos —se detuvo y por un breve momento me miró mientras su labio inferior se estremecía, luego continuó—. Señor, disculpe que lo haya molestado a esta hora, pero necesito que me haga un favor urgente. Sé que puede sonar inaudito y hasta me tomará por loca, señor. Pero le juro que todo lo que le voy a decir es verdad. Por eso necesito que me haga el “favor” o me lleve urgente al hospital. Aunque prefiero que me haga el favor, porque no estoy en condiciones de tener gastos extras. Pero si no quiere o no puede, lo voy a entender, señor; sé que no soy lo que usted suele tratar... lo sé...
Mi confusión era un torbellino que se reflejaba en mis ojos mientras observaba a la chica. La aparición de Camelia, o Lía, como prefería ser llamada, era en sí misma un misterio envuelto en la normalidad de una noche de trabajo. Su manera de hablar, cargada de urgencia y desesperación, era una nota discordante en mi monotonía y rutina laboral. Estaba realmente intrigado.
Comprenderán que no pude evitar sentirme descolocado ante la extraña chica. La seriedad con la que pronunciaba cada palabra mientras se paseaba de un lado a otro nerviosamente por delante de mí, la mezcla de temor y determinación en su voz, todo ello me hacía cuestionar la realidad de la situación. ¿Era acaso una broma elaborada o una verdadera crisis? Me pregunté imaginando que podía ser una broma obra de mis hermanos. Los conocen, están empeñados en que tenga novia.
—¿Entonces? ¿Qué hiciste? —inquirió Oliver.
—Camelia, Lía, respire, respire y tome asiento —la interrumpí con voz firme,y calmada. Ella lo hizo en lo que la observaba moverse nerviosamente en su silla, sus manos entrelazadas en un baile ansioso de dedos. Pude notar el brillo del sudor en su frente, y le ofrecí un vaso de agua que ella tomó de un solo trago.
—Ahora dígame, ¿qué es ese favor que me quiere pedir y veré si puedo ayudarla? —pregunté algo preocupado.
—Pues verá, señor —comenzó a hablar Camelia después de tomar el vaso de agua y con la mirada evasiva—. ¿Conoce a los custodios de esta noche, Manuel y Leandro?
—Creo que me acuerdo quiénes son. ¿Qué pasó con ellos? —quise saber.
—Siempre me están haciendo bromas pesadas —dijo ella—. Ya sabe, se burlan mucho de mí, me asustan…. Pero nada como lo que me acaban de hacer.
—¿Qué le hicieron? ¿Se metieron con usted? ¿La violentaron? —pregunté, mi mente trabajando a toda velocidad para comprender el alcance del problema.
—No, no, señor, no es eso, es…, es peor —respondió ella con una gravedad que heló mi sangre en mis venas.
—¿Qué quiere decir? —La pregunta salió disparada de mis labios antes incluso de que pudiera procesar completamente las implicaciones de mis propias palabras. ¿Qué podía ser peor que la violentaran?
—Pues ellos…, por ser hoy el día de los enamorados, me dijeron que me tenían un regalo… Y yo…, y yo…
La voz de Camelia temblaba, y cada pausa estaba cargada de una tensión que parecía aumentar con cada palabra no dicha. Era evidente que algo más profundo y perturbador yacía detrás de sus palabras entrecortadas. La forma en que se estrujaba las manos, entrelazando los dedos con una fuerza que blanqueaba sus nudillos, hablaba de un miedo y una ansiedad que iban más allá de una simple broma pesada y me tenían realmente intrigado.
—Vaya, es verdad no me había percatado de que es San Valentín —dije, tratando de relajar la situación y asombrado que se me hubiera olvidado el día de los enamorados —. ¿Qué hay de malo en eso? A usted a lo mejor le gustan los regalos. Es común señorita Camelia, regalar cosas a las personas que nos gustan este día.
—No, no, señor, no se trata de eso —volvió a negar aún más nerviosa, y estrujándose las manos, mientras, había iniciado a mover las piernas—. Es que me quieren hacer algo, que me han estado pidiendo hace tiempo, pero yo me he negado. Y hoy me regalaron unos refrescos con unos bombones de chocolates.
Yo escuchaba con preocupación creciente. La agitación de Camelia era palpable; sus piernas se movían inquietas, un síntoma clásico de ansiedad y posiblemente un efecto de algo más. Observé cómo luchaba con sus palabras, cómo cada frase parecía costarle un esfuerzo sobrehumano.
—Muy bien, todavía no entiendo nada, señorita —dije alejándome un poco para no presionarla—. ¿Qué puede haber de malo en ese regalo?
Me había quedado observándola sin comprender lo que me pedía. En serio, mi mente estaba en ese momento buscando posibles hechos que le hubiesen sucedido a mi empleada en mi empresa y que yo tendría que solucionar a esa hora de la noche.—Por favor señorita Camelia, ¿puede al fin decirme qué fue lo que sucedió para ver si puedo ayudarla? —pregunté algo exasperado.—Pues señor, que en los chocolates había esta droga, ya sabe esta droga…, ésta droga… —tartamudeaba como si temiera o le avergonzara decirlo.—¿Qué droga? —pregunté para incitarla a hablar ahora verdaderamente intrigado.—Pues ésta que te hace cometer locuras, que…, que quieres hacerlo con cualquiera, ya sabe, ese acto…, ese…, ya sabe…, entre un hombre y una mujer…, —trataba de explicarme toda ruborizada y bajaba la mirada mientras tartamudeaba ante mí que no podía creer lo que me decía— y ellos se reían de mí, decían que iba a ir corriendo a suplicarles a ellos que me hicieran el “favor”, ¡pero primero me mato, señor! La
No lo pensé más, la tomé en mis brazos, la monté en el coche, ella me indicó donde era su casa y allá nos fuimos. No les diré los detalles, pero para empezar era virgen. Tiene un cuerpo de infarto, que descubrí después de quitarse toda la ropa. Cuando se soltó su cabello al bañarse para estar limpia para mí, y sin sus espejuelos, ¡el patito feo se volvió un cisne! —No les miento, no estaba borracho ni nada —aseguró con firmeza Ariel—. La chica insignificante que trabaja oculta de todos en el almacén, es una preciosura sin ropas.—¿De veras? —preguntaron ambos asombrados.—Sí, Camelia es una hermosa mujer natural —aseguró.—¿Entonces, le hiciste el “favor” o no? —quiso saber Félix.—Se lo hice, toda la noche —dijo muy serio—. La estrené en todo, ella no sabía nada, nunca había tenido relaciones, me contó que tuvo un casi novio, pero que no llegó a nada. Ambos amigos se quedaron mirando a Ariel con incredulidad y un atisbo de envidia sana. Intercambiaron sonrisas cómplices mientras b
Félix y Oliver intercambiaron una mirada. Sabían que su amigo estaba al borde de algo profundo, algo que podría cambiarlo para siempre. Y aunque parte de ellos quería advertirle del peligro, otra parte deseaba verlo tomar el salto, quizás porque también anhelaban creer en la posibilidad de un amor tan poderoso como impredecible que lo ayudara. Por eso satisfecho con la respuesta de Ariel a su pregunta, Oliver continuó:—Pues escúchame, esto es lo que harás… —dijo en lo que se inclinaba hacía delante y le exponía su idea. Mientras, al otro día de San Valentín, Camelia abrió los ojos, sintiendo una mano en su estómago que hizo que girara la cabeza para ver justo ahí, pegado a su rostro, ¡su jefe! Se tuvo que tapar la boca para no soltar un grito. ¿Qué hacía su jefe en su cama? Y no solo eso, ¡estaba completamente desnudo! Sin poder remediarlo, lo detalló, Ariel Rhys era realmente hermoso. En su cuerpo se podía delimitar cada músculo existente muy bien trabajado, la espalda era firm
Ariel la observaba como hablaba nerviosa delante de él. Nunca, pero nunca, en todos los años que tenía acostándose con mujeres, se había topado con una que fuera virgen. Y mira que la lista era larga, pero todas ya habían sido estrenadas. Tampoco nunca le interesó buscar una que lo fuera, por miedo a que tuviera que casarse. Se quedó quieto pensando, ¿cómo sería ser el primero en todo con una mujer? La noche de pronto se volvió más que interesante para Ariel Rhys. Ella seguía estrujándose las manos nerviosamente, mientras lo miraba suplicante, en espera que él iniciara. Acortó la distancia que los separaba, con suaves movimientos deshizo el nudo de la bata que se había colocado Camelia, que dejó ver su cuerpo completamente desnudo. Ariel abrió sus ojos sin poderlo evitar, levantó las manos hasta los hombros de Camelia que lo miraba expectante, y dejó que la bata rodara despacio al caer por el cuerpo de la chica. ¡Era la mujer más hermosa que había visto en su vida! El patito feo
Ariel se sentó de un golpe ante lo que el simple gesto de ella habrá provocado en él, alejándose de Camelia, que lo miraba sin entender qué le pasaba. Ariel salió casi corriendo de la habitación como si escapara—Señor…— llamó Camelia sin obtener respuesta. Los recuerdos se alejaron de su mente al sentir el movimiento de su jefe a su lado, se esforzó entonces en hacerse la dormida. Ella no era la única que había despertado recordando todo. Ariel, se había despertado asombrado al ver que había amanecido. No recordaba el tiempo que hacía que no dormía tan profundamente una noche entera. Abrió sus ojos, y se sintió primero desconcertado, al no ver lo que acostumbraba cada mañana. El cuerpo desnudo de una mujer a su lado, le llamó la atención. Sonrió satisfecho al darse cuenta de quién se trataba. Estaba cansado de la dura e increíble noche, pero rebosante de satisfacción, de saber que lo hizo bien. No se movió, ahora a la luz del día que entraba por la ventana, pudo observarla mejor
Ariel, mientras succionaba y lamía los redondos, firmes y hermosos senos de Camelia, pensaba en la mejor manera de proceder. Estaba atrapado en un mar de confusiones, dudas y temores. Temía que todo fuera una trampa de sus hermanos o alguien más para atraparlo. Además, Camelia era su empleada, lo que podría generarle un tremendo problema ético si alguien se enteraba de lo que había sucedido y de lo que él estaba haciendo. Concentrado en sus pensamientos, dilataba el momento que tanto Camelia esperaba y ansiaba con desespero. De pronto, sintió cómo ella bajaba su mano, tomaba su miembro y lo colocaba en la entrada de su abertura. Impulsando su pelvis, él por instinto empujó también, introduciendo la punta.—¡Oh! —la escuchó exclamar mientras intentaba retirar la pelvis. Pero él no la iba a dejar; ella estaba muy mojada, excitada y lista, algo que él sí sabía reconocer.—Shh..., va a pasar —susurró al oído de Camelia, al tiempo que seguía presionando lentamente, introduciéndose más y m
El pánico se apoderó de ella mientras su mente procesaba la información. ¿Cómo no se había dado cuenta de que esos condenados custodios habían sido demasiado amables al regalarle los bombones? Debió sospechar que algo estaban tramando cuando se los ofrecieron como disculpa. Su corazón latía aceleradamente, no sólo por la excitación, sino también por el miedo. Aunque no podía negar que disfrutaba lo que su jefe le hacía —de hecho, estaba convencida de que, de no ser por este incidente, quizás habría permanecido virgen toda su vida—, la idea de mantener esta intensidad durante toda la noche y el día siguiente la aterrorizaba. Camelia tragó saliva, intentando encontrar su voz. "¿Y si no puedo parar?", pensó. "¿Y si mi jefe no resiste tanto tiempo de actividad intensa?" La vergüenza se mezcló con el miedo al imaginar cómo miraría a su jefe si llegara a fallar en mantenerse erguido. De seguro él se sentiría avergonzado y hasta sería capaz de despedirla. Nunca debió pedirle a su jefe tal c
Han pasado varios días desde que sucedió el hecho. Ariel Rhys, al despertarse en la mañana, había vuelto a poseerla con ímpetu, no sólo en la cama, sino también en la ducha varias veces. Luego se había marchado dejándola complacida y profundamente dormida. Camelia se despertó tarde, sentía todo su cuerpo adolorido. Volvió a tomar otro baño con el agua helada tratando de despertarse. Se sentía extenuada, los efectos secundarios de la droga, más todo lo demás, la hacían sentirse sin fuerzas. Se sirvió un cereal con leche, que comió mientras miraba las noticias en su diminuto televisor. Para volver a quedarse dormida en el sofá. Era domingo cuando volvió a despertarse. Corrió al baño, todavía sentía los efectos de la droga, y los estragos del sexo. Se bañó por un largo rato, se sentía débil, debía alimentarse, para ello tenía que salir. En su casa, aparte de cereales, algún que otro jugo y café, no existía nada más. Se puso las ropas de siempre. Sus pantalones rotos, con una camisa ha