2 EL “FAVOR”

Camelia parecía un manojo de nervios, su postura revelaba una incomodidad palpable mientras se retorcía en la silla, como si cada fibra de su ser quisiera escapar de la situación en la que se encontraba. El rubor de su rostro no solo era indicativo de vergüenza, sino también de una lucha interna que parecía consumirla. Sus ojos, que antes destellaban con la oscuridad de la noche, ahora estaban velados por la duda y la humillación, y se desviaban constantemente, incapaces de sostener mi mirada.

—Ella trabaja en la empresa, en el almacén. Y debe tener veintitantos años, no sé, no conocía de su existencia hasta esa noche. Ya les digo, si la he visto antes fue muy poco y no me fijé en ella o retuve su imagen —respondió Ariel con un tono que describía que la aparición de la mujer era muy sorprendente  a esa hora en su despacho.

—Está bien, ¿qué quería? —Oliver no pudo contener su impaciencia.

—Les contaré exactamente la conversación —Ariel hizo una pausa dramática antes de continuar.

—Está bien —dijeron al unísono Félix y Oliver.

—Adelante, dije pensando que era el custodio, como les dije —Ariel inició la historia.

—Buenas noches, señor director —dijo ella con una voz muy bajita, casi inaudible, lo que hizo que levantara mi cabeza.

—Buenas noches —respondí realmente intrigado al escuchar  una voz femenina—. Disculpe, no sé su nombre —le dije con honestidad, pues llevaba el colgante que la identificaba como una de mis trabajadoras a la cual no conocía.

—No hay de qué; nadie lo sabe. Me llamo Camelia, pero todos me dicen Lía —contestó nerviosamente.

—¿Lía? —pregunté, más para hacerla seguir hablando que por interés real.

—Es sólo unos pocos amigos —se detuvo y por un breve momento me miró mientras su labio inferior se estremecía, luego continuó—. Señor, disculpe que lo haya molestado a esta hora, pero necesito que me haga un favor urgente. Sé que puede sonar inaudito y hasta me tomará por loca, señor. Pero le juro que todo lo que le voy a decir es verdad. Por eso necesito que me haga el “favor” o me lleve urgente al hospital. Aunque prefiero que me haga el favor, porque no estoy en condiciones de tener gastos extras. Pero si no quiere o no puede, lo voy a entender, señor; sé que no soy lo que usted suele tratar... lo sé...

 Mi confusión era un torbellino que se reflejaba en mis ojos mientras observaba a la chica. La aparición de Camelia, o Lía, como prefería ser llamada, era en sí misma un misterio envuelto en la normalidad de una noche de trabajo. Su manera de hablar, cargada de urgencia y desesperación, era una nota discordante en mi monotonía y rutina laboral. Estaba realmente intrigado.

  Comprenderán que no pude evitar sentirme descolocado ante la extraña chica. La seriedad con la que pronunciaba cada palabra mientras se paseaba de un lado a otro nerviosamente por delante de mí, la mezcla de temor y determinación en su voz, todo ello me hacía cuestionar la realidad de la situación. ¿Era acaso una broma elaborada o una verdadera crisis? Me pregunté imaginando que podía ser una broma obra de mis hermanos. Los conocen, están empeñados en que tenga novia.

—¿Entonces? ¿Qué hiciste? —inquirió Oliver.

—Camelia, Lía, respire, respire y tome asiento —la interrumpí  con voz firme,y calmada.  Ella lo hizo en lo que la observaba moverse nerviosamente en su silla, sus manos entrelazadas en un baile ansioso de dedos. Pude notar el brillo del sudor en su frente, y le ofrecí un vaso de agua que ella tomó de un solo trago.

—Ahora dígame, ¿qué es ese favor que me quiere pedir y veré si puedo ayudarla? —pregunté algo preocupado.

—Pues verá, señor —comenzó a hablar Camelia después de tomar el vaso de agua y con la mirada evasiva—. ¿Conoce a los custodios de esta noche, Manuel y Leandro?

—Creo que me acuerdo quiénes son. ¿Qué pasó con ellos? —quise saber.

—Siempre me están haciendo bromas pesadas —dijo ella—. Ya sabe, se burlan mucho de mí, me asustan…. Pero nada como lo que me acaban de hacer.

—¿Qué le hicieron? ¿Se metieron con usted? ¿La violentaron? —pregunté, mi mente trabajando a toda velocidad para comprender el alcance del problema.

—No, no, señor, no es eso, es…, es peor —respondió ella con una gravedad que heló mi sangre en mis venas.

—¿Qué quiere decir? —La pregunta salió disparada de mis labios antes incluso de que pudiera procesar completamente las implicaciones de mis propias palabras.  ¿Qué podía ser peor que la violentaran?  

—Pues ellos…, por ser hoy el día de los enamorados, me dijeron que me tenían un regalo… Y yo…, y yo…

 La voz de Camelia temblaba, y cada pausa estaba cargada de una tensión que parecía aumentar con cada palabra no dicha. Era evidente que algo más profundo y perturbador yacía detrás de sus palabras entrecortadas. La forma en que se estrujaba las manos, entrelazando los dedos con una fuerza que blanqueaba sus nudillos, hablaba de un miedo y una ansiedad que iban más allá de una simple broma pesada y me tenían realmente intrigado.

—Vaya, es verdad no me había percatado de que es San Valentín —dije, tratando de relajar la situación y  asombrado que se me hubiera olvidado el día de los enamorados —. ¿Qué hay de malo en eso? A usted a lo mejor le gustan los regalos. Es común señorita Camelia, regalar cosas a las personas que nos gustan este día.

—No, no, señor, no se trata de eso —volvió a negar aún más nerviosa, y estrujándose las manos, mientras, había iniciado a mover las piernas—. Es que me quieren hacer algo, que me han estado pidiendo hace tiempo, pero yo me he negado. Y hoy me regalaron unos refrescos con unos bombones de chocolates.

 Yo escuchaba con preocupación creciente. La agitación de Camelia era palpable; sus piernas se movían inquietas, un síntoma clásico de ansiedad y posiblemente un efecto de algo más. Observé cómo luchaba con sus palabras, cómo cada frase parecía costarle un esfuerzo sobrehumano.

—Muy bien, todavía no entiendo nada, señorita —dije alejándome un poco para no presionarla—. ¿Qué puede haber de malo en ese regalo?

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