5 UNA NOTICIA NO ESPERADA

 Félix y Oliver intercambiaron una mirada. Sabían que su amigo estaba al borde de algo profundo, algo que podría cambiarlo para siempre. Y aunque parte de ellos quería advertirle del peligro, otra parte deseaba verlo tomar el salto, quizás porque también anhelaban creer en la posibilidad de un amor tan poderoso como impredecible que lo ayudara.  Por eso satisfecho con la respuesta de Ariel a su pregunta, Oliver continuó:

—Pues escúchame, esto es lo que harás… —dijo en lo que se inclinaba hacía delante y le exponía su idea.

 Mientras, al otro día de San Valentín, Camelia abrió los ojos, sintiendo una mano en su estómago que hizo que girara la cabeza para ver justo ahí, pegado a su rostro, ¡su jefe! Se tuvo que tapar la boca para no soltar un grito. ¿Qué hacía su jefe en su cama? Y no solo eso, ¡estaba completamente desnudo! Sin poder remediarlo, lo detalló, Ariel Rhys era realmente hermoso. 

 En su cuerpo se podía delimitar cada músculo existente muy bien trabajado, la espalda era firme y ancha; sus brazos fuertes; el mentón cuadrado; su cabello negro, que siempre llevaba muy bien peinado, caía ahora sobre su frente; lo que la llevó a ver sus largas pestañas que cubrían sus ojos, la nariz bien perfilada, y esa boca que hizo milagros en su cuerpo ayer era tentadora.Y a su memoria vino de golpe la noche anterior. 

 ¡Cielos! ¡Esos malditos cretinos se la hicieron buena! ¿Cómo se atrevió a pedirle ese favor a su jefe? No es que se arrepienta, ahora que él se ha girado y dejado ver su prominente y excitado miembro. No puede separar los ojos de ese músculo palpitante, que la hiciera sentir tanto la noche anterior. Sin poder remediarlo, se humedece, y tiene que apretar las piernas en su intento de contener las contracciones en su centro, y las ansias locas de saltarle arriba.

¿Podrá probar a su jefe una última vez? Se pregunta mirando ese exquisito ejemplar, que tal parece la llama. Cerró los ojos para no verlo, porque si lo sigue haciendo, no podrá controlarse. Pero el resultado no es lo que ella espera, en su mente comenzaron a pasar todas las imágenes y recuerdos de lo sucedido la noche anterior como si fuera una película:

—Esta es mi casa, señor, no es lo que usted está acostumbrado—,  dijo mientras abría nerviosamente la puerta de su pequeño, pero pulcro apartamento.

—No se preocupe Camelia, no vine a ver su casa— contestó Ariel Rhys, sin embargo, no dejó de mirar a su alrededor, en lo que Camelia se perdía en el interior de la habitación. 

 Estaba en medio de un diminuto salón, que como único mueble, tenía un pequeño sofá delante de un televisor muy chiquito. No recordaba desde cuándo había visto uno de ese tamaño. A su izquierda, una meseta, separaba la cocina de la sala. Todo le parecía como una casa de muñecas, extremadamente pequeño. Quitó su saco girando en busca de donde colocarlo, al hacerlo, chocó con algo que no esperaba. 

 Camelia apareció, con su cabello negrísimo, reluciente, suelto. Se había quitado los espejuelos, dejando al descubierto unos increíbles ojos grandes y negros; debajo de unas largas pestañas que parpadeaban nerviosas sin parar. Sus labios carnosos y rojos, temblaban en su intento de sonreír. ¡Dios! ¡Qué mujer tan hermosa! Se dijo Ariel, ante la visión de la chica, que hasta un momento dudaba, si debía estar con ella o no. Su cuerpo entero vibró, ante el suave olor a violetas que desprendía el cuerpo recién bañado de ella. 

 —Ya…, ya…, ya estoy lista, señor —tartamudeó Camelia — me bañé muy bien para estar limpia para usted. —Seguía hablando muy nerviosa, mientras lo observaba, casi sin poder contener las ansias de saltarle arriba.

 —¿La habitación? — Se limitó a preguntar Ariel, tragando seco, al tiempo que comprobaba, una vez más, si había cogido los preservativos, varias cajas de la gaveta de su auto.

 —Es aquí, señor —le indicó Camelia entrando a una no tan pequeña habitación, con una cama no lo suficientemente grande, como hubiera deseado Ariel—, esa puerta de la esquina, es el baño —. Indicó ella sentándose en la cama.

 Se introdujo en él, sosteniéndose con ambas manos del lavabo, no era que tuviera miedo. Pero esto era la primera vez en toda su vida que le había pasado. Lavó su rostro y decidido se desnudó,  luego decidió tomar un breve baño para estar limpio como ella. Al salir, la encontró paseando de un lado a otro, con el rostro contraído, estrujándose las manos. Caminó despacio hacia ella, con la toalla enredada en la cadera, llenándose de satisfacción al ver la expresión de incredulidad y admiración de Camelia al verlo así. Sabía que era poseedor de un cuerpo envidiable y deseado por todas las mujeres.

—Ven aquí —la llamó despacio ofreciéndole las manos, la vio titubear— no tengas miedo.

—Hay..., hay…, hay algo que debo confesarle, señor, antes de iniciar— dijo ella muy rápido. 

  Ariel retrocedió dos pasos, ¿sería todo esto un plan para hacer algo en su contra? Fue lo primero que le vino a la mente. No sería la primera vez que trataban de hacerle algo, para obligarlo a casarse. La observó muy bien, cruzó sus brazos en espera de ver que era lo que esa chica le exigiría ahora que lo tenía desnudo en su casa. ¿Cómo cayó tan fácil en esa actuación? Pensó, listo, para ir a colocarse su ropa y marcharse.  Cuando la escuchó decir. 

 —Yo…, yo señor, nunca he estado con un hombre —susurró.

 —¿Cómo? —se le escapó sorprendido de que se tratara de eso— repita eso que dijo. ¿Qué quiere decir?

 —Yo nunca he tenido sexo, señor. Soy…, soy virgen— dijo toda colorada Camelia, pero enseguida al ver el rostro de sorpresa de Ariel, siguió—, pero eso no es importante, señor, un día tenía que suceder, y qué importa que sea con usted, ya le di mi palabra que no le reclamaré nada. Y como bien sabe soy mayor de edad, no debe preocuparse por ese detalle. Se lo digo para que me cuide, sólo por eso señor, por favor, ya no puedo aguantarme más, ¿lo va a hacer o no?

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