Félix y Oliver intercambiaron una mirada. Sabían que su amigo estaba al borde de algo profundo, algo que podría cambiarlo para siempre. Y aunque parte de ellos quería advertirle del peligro, otra parte deseaba verlo tomar el salto, quizás porque también anhelaban creer en la posibilidad de un amor tan poderoso como impredecible que lo ayudara. Por eso satisfecho con la respuesta de Ariel a su pregunta, Oliver continuó:
—Pues escúchame, esto es lo que harás… —dijo en lo que se inclinaba hacía delante y le exponía su idea.
Mientras, al otro día de San Valentín, Camelia abrió los ojos, sintiendo una mano en su estómago que hizo que girara la cabeza para ver justo ahí, pegado a su rostro, ¡su jefe! Se tuvo que tapar la boca para no soltar un grito. ¿Qué hacía su jefe en su cama? Y no solo eso, ¡estaba completamente desnudo! Sin poder remediarlo, lo detalló, Ariel Rhys era realmente hermoso.
En su cuerpo se podía delimitar cada músculo existente muy bien trabajado, la espalda era firme y ancha; sus brazos fuertes; el mentón cuadrado; su cabello negro, que siempre llevaba muy bien peinado, caía ahora sobre su frente; lo que la llevó a ver sus largas pestañas que cubrían sus ojos, la nariz bien perfilada, y esa boca que hizo milagros en su cuerpo ayer era tentadora.Y a su memoria vino de golpe la noche anterior.
¡Cielos! ¡Esos malditos cretinos se la hicieron buena! ¿Cómo se atrevió a pedirle ese favor a su jefe? No es que se arrepienta, ahora que él se ha girado y dejado ver su prominente y excitado miembro. No puede separar los ojos de ese músculo palpitante, que la hiciera sentir tanto la noche anterior. Sin poder remediarlo, se humedece, y tiene que apretar las piernas en su intento de contener las contracciones en su centro, y las ansias locas de saltarle arriba.
¿Podrá probar a su jefe una última vez? Se pregunta mirando ese exquisito ejemplar, que tal parece la llama. Cerró los ojos para no verlo, porque si lo sigue haciendo, no podrá controlarse. Pero el resultado no es lo que ella espera, en su mente comenzaron a pasar todas las imágenes y recuerdos de lo sucedido la noche anterior como si fuera una película:
—Esta es mi casa, señor, no es lo que usted está acostumbrado—, dijo mientras abría nerviosamente la puerta de su pequeño, pero pulcro apartamento.
—No se preocupe Camelia, no vine a ver su casa— contestó Ariel Rhys, sin embargo, no dejó de mirar a su alrededor, en lo que Camelia se perdía en el interior de la habitación.
Estaba en medio de un diminuto salón, que como único mueble, tenía un pequeño sofá delante de un televisor muy chiquito. No recordaba desde cuándo había visto uno de ese tamaño. A su izquierda, una meseta, separaba la cocina de la sala. Todo le parecía como una casa de muñecas, extremadamente pequeño. Quitó su saco girando en busca de donde colocarlo, al hacerlo, chocó con algo que no esperaba.
Camelia apareció, con su cabello negrísimo, reluciente, suelto. Se había quitado los espejuelos, dejando al descubierto unos increíbles ojos grandes y negros; debajo de unas largas pestañas que parpadeaban nerviosas sin parar. Sus labios carnosos y rojos, temblaban en su intento de sonreír. ¡Dios! ¡Qué mujer tan hermosa! Se dijo Ariel, ante la visión de la chica, que hasta un momento dudaba, si debía estar con ella o no. Su cuerpo entero vibró, ante el suave olor a violetas que desprendía el cuerpo recién bañado de ella.
—Ya…, ya…, ya estoy lista, señor —tartamudeó Camelia — me bañé muy bien para estar limpia para usted. —Seguía hablando muy nerviosa, mientras lo observaba, casi sin poder contener las ansias de saltarle arriba.
—¿La habitación? — Se limitó a preguntar Ariel, tragando seco, al tiempo que comprobaba, una vez más, si había cogido los preservativos, varias cajas de la gaveta de su auto.
—Es aquí, señor —le indicó Camelia entrando a una no tan pequeña habitación, con una cama no lo suficientemente grande, como hubiera deseado Ariel—, esa puerta de la esquina, es el baño —. Indicó ella sentándose en la cama.
Se introdujo en él, sosteniéndose con ambas manos del lavabo, no era que tuviera miedo. Pero esto era la primera vez en toda su vida que le había pasado. Lavó su rostro y decidido se desnudó, luego decidió tomar un breve baño para estar limpio como ella. Al salir, la encontró paseando de un lado a otro, con el rostro contraído, estrujándose las manos. Caminó despacio hacia ella, con la toalla enredada en la cadera, llenándose de satisfacción al ver la expresión de incredulidad y admiración de Camelia al verlo así. Sabía que era poseedor de un cuerpo envidiable y deseado por todas las mujeres.
—Ven aquí —la llamó despacio ofreciéndole las manos, la vio titubear— no tengas miedo.
—Hay..., hay…, hay algo que debo confesarle, señor, antes de iniciar— dijo ella muy rápido.
Ariel retrocedió dos pasos, ¿sería todo esto un plan para hacer algo en su contra? Fue lo primero que le vino a la mente. No sería la primera vez que trataban de hacerle algo, para obligarlo a casarse. La observó muy bien, cruzó sus brazos en espera de ver que era lo que esa chica le exigiría ahora que lo tenía desnudo en su casa. ¿Cómo cayó tan fácil en esa actuación? Pensó, listo, para ir a colocarse su ropa y marcharse. Cuando la escuchó decir.
—Yo…, yo señor, nunca he estado con un hombre —susurró.
—¿Cómo? —se le escapó sorprendido de que se tratara de eso— repita eso que dijo. ¿Qué quiere decir?
—Yo nunca he tenido sexo, señor. Soy…, soy virgen— dijo toda colorada Camelia, pero enseguida al ver el rostro de sorpresa de Ariel, siguió—, pero eso no es importante, señor, un día tenía que suceder, y qué importa que sea con usted, ya le di mi palabra que no le reclamaré nada. Y como bien sabe soy mayor de edad, no debe preocuparse por ese detalle. Se lo digo para que me cuide, sólo por eso señor, por favor, ya no puedo aguantarme más, ¿lo va a hacer o no?
Ariel la observaba como hablaba nerviosa delante de él. Nunca, pero nunca, en todos los años que tenía acostándose con mujeres, se había topado con una que fuera virgen. Y mira que la lista era larga, pero todas ya habían sido estrenadas. Tampoco nunca le interesó buscar una que lo fuera, por miedo a que tuviera que casarse. Se quedó quieto pensando, ¿cómo sería ser el primero en todo con una mujer? La noche de pronto se volvió más que interesante para Ariel Rhys. Ella seguía estrujándose las manos nerviosamente, mientras lo miraba suplicante, en espera que él iniciara. Acortó la distancia que los separaba, con suaves movimientos deshizo el nudo de la bata que se había colocado Camelia, que dejó ver su cuerpo completamente desnudo. Ariel abrió sus ojos sin poderlo evitar, levantó las manos hasta los hombros de Camelia que lo miraba expectante, y dejó que la bata rodara despacio al caer por el cuerpo de la chica. ¡Era la mujer más hermosa que había visto en su vida! El patito feo
Ariel se sentó de un golpe ante lo que el simple gesto de ella habrá provocado en él, alejándose de Camelia, que lo miraba sin entender qué le pasaba. Ariel salió casi corriendo de la habitación como si escapara—Señor…— llamó Camelia sin obtener respuesta. Los recuerdos se alejaron de su mente al sentir el movimiento de su jefe a su lado, se esforzó entonces en hacerse la dormida. Ella no era la única que había despertado recordando todo. Ariel, se había despertado asombrado al ver que había amanecido. No recordaba el tiempo que hacía que no dormía tan profundamente una noche entera. Abrió sus ojos, y se sintió primero desconcertado, al no ver lo que acostumbraba cada mañana. El cuerpo desnudo de una mujer a su lado, le llamó la atención. Sonrió satisfecho al darse cuenta de quién se trataba. Estaba cansado de la dura e increíble noche, pero rebosante de satisfacción, de saber que lo hizo bien. No se movió, ahora a la luz del día que entraba por la ventana, pudo observarla mejor
Ariel, mientras succionaba y lamía los redondos, firmes y hermosos senos de Camelia, pensaba en la mejor manera de proceder. Estaba atrapado en un mar de confusiones, dudas y temores. Temía que todo fuera una trampa de sus hermanos o alguien más para atraparlo. Además, Camelia era su empleada, lo que podría generarle un tremendo problema ético si alguien se enteraba de lo que había sucedido y de lo que él estaba haciendo. Concentrado en sus pensamientos, dilataba el momento que tanto Camelia esperaba y ansiaba con desespero. De pronto, sintió cómo ella bajaba su mano, tomaba su miembro y lo colocaba en la entrada de su abertura. Impulsando su pelvis, él por instinto empujó también, introduciendo la punta.—¡Oh! —la escuchó exclamar mientras intentaba retirar la pelvis. Pero él no la iba a dejar; ella estaba muy mojada, excitada y lista, algo que él sí sabía reconocer.—Shh..., va a pasar —susurró al oído de Camelia, al tiempo que seguía presionando lentamente, introduciéndose más y m
El pánico se apoderó de ella mientras su mente procesaba la información. ¿Cómo no se había dado cuenta de que esos condenados custodios habían sido demasiado amables al regalarle los bombones? Debió sospechar que algo estaban tramando cuando se los ofrecieron como disculpa. Su corazón latía aceleradamente, no sólo por la excitación, sino también por el miedo. Aunque no podía negar que disfrutaba lo que su jefe le hacía —de hecho, estaba convencida de que, de no ser por este incidente, quizás habría permanecido virgen toda su vida—, la idea de mantener esta intensidad durante toda la noche y el día siguiente la aterrorizaba. Camelia tragó saliva, intentando encontrar su voz. "¿Y si no puedo parar?", pensó. "¿Y si mi jefe no resiste tanto tiempo de actividad intensa?" La vergüenza se mezcló con el miedo al imaginar cómo miraría a su jefe si llegara a fallar en mantenerse erguido. De seguro él se sentiría avergonzado y hasta sería capaz de despedirla. Nunca debió pedirle a su jefe tal c
Han pasado varios días desde que sucedió el hecho. Ariel Rhys, al despertarse en la mañana, había vuelto a poseerla con ímpetu, no sólo en la cama, sino también en la ducha varias veces. Luego se había marchado dejándola complacida y profundamente dormida. Camelia se despertó tarde, sentía todo su cuerpo adolorido. Volvió a tomar otro baño con el agua helada tratando de despertarse. Se sentía extenuada, los efectos secundarios de la droga, más todo lo demás, la hacían sentirse sin fuerzas. Se sirvió un cereal con leche, que comió mientras miraba las noticias en su diminuto televisor. Para volver a quedarse dormida en el sofá. Era domingo cuando volvió a despertarse. Corrió al baño, todavía sentía los efectos de la droga, y los estragos del sexo. Se bañó por un largo rato, se sentía débil, debía alimentarse, para ello tenía que salir. En su casa, aparte de cereales, algún que otro jugo y café, no existía nada más. Se puso las ropas de siempre. Sus pantalones rotos, con una camisa ha
Camelia se quedó mirando a Leandro, paralizada por un momento ante la amenaza implícita en sus palabras y su postura. El corpulento hombre se cernía sobre ella, su presencia física abrumadora y amenazante. Un escalofrío recorrió su cuerpo, como si su instinto le gritara que estaba en peligro. Por un instante, su mente viajó a todos los momentos en que Leandro la había perseguido desde que entró a trabajar en la empresa. Las miradas insistentes, los comentarios inapropiados, las "casualidades" que los hacían coincidir en los pasillos. Camelia se dio cuenta de que nunca lo había detenido realmente, siempre evitando el conflicto, siempre siendo "amable" para no causar problemas. Pero ahora, con la adrenalina corriendo por sus venas y la indignación hirviendo en su pecho, Camelia sintió que algo dentro de ella se quebraba. Ya no más. No iba a seguir permitiendo que este hombre creyera tener algún tipo de derecho sobre ella. Con una fuerza que no sabía que poseía, Camelia se irguió, pl
La semana transcurría para Camelia sin contratiempos, como siempre, si no fuera por esa extraña sensación de sentirse observada; sería rutinaria. Supo que los custodios habían sido despedidos. Sonrió al pensar que, seguramente, el jefe lo había hecho por ella. Al instante sacudió la cabeza; tenía que cumplir con su palabra. Ariel Rhys le había hecho un “favor”, nada más Camelia, un “favor”. Se lo repetía cada vez que se sorprendía pensando en todo lo que él le había hecho y en lo atractivo que era su jefe. Jamás Ariel Rhys se fijaría en ella. Se había marchado dejándola dormida, sin decir nada. "Camelia", se recordaba, "a él le costó mucho hacerte ese “favor” al inicio; recuérdalo bien, no eres su tipo de mujer".—Señorita Camelia —la sacó de sus pensamientos su jefa.—Sí, señora Elvira —le contestó enseguida acercándose a ella.—Vaya a llevarle al director estos expedientes —le indicó su jefa haciendo que Camelia se sorprendiera.—¿Yo? —preguntó de nuevo incrédula. Jamás ella habí
Camelia habló de frente y sin miedo. Quizás no fuera nada y ella se estaba imaginando cosas. Tal vez la mandaría a buscar un expediente, a limpiar el baño o a botar la basura; seguro quería que le hiciera un café, sí, debe ser eso, se dijo Camelia. Se hizo un silencio en el que ambos se quedaron observándose fijamente hasta que Ariel tomó aire y preguntó: —¿Puede devolverme el “favor” que le hice? —¿Eh? ¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Camelia, toda colorada. Estaba preparada mentalmente para todo, menos para eso. —Lo que digo, señorita Camelia —prosigue Ariel con naturalidad. — Como usted, yo no tengo a nadie. Soy hombre, tengo mis necesidades y tampoco quiero complicarme con una relación sin sentido. Ya que usted es tan seria en cumplir con su palabra, me pregunto si podría hacerme el “favor” que le hice ahora a mí. Ariel habló como si estuviera exponiendo un negocio fríamente, sin pizca de emoción. A Camelia le pareció que se había quedado helada ante su petición, pero so