Camelia llegó a su casa acalorada, debatiéndose entre hacer lo correcto o ceder a la petición de su CEO. No puede olvidar las sensaciones que le provocaron los labios de Ariel sobre los suyos. Además, siente un poco de culpa; cuando ella lo necesitó, él la ayudó. ¿Por qué no podría hacer ella lo mismo? Después de todo, no tiene novio, no debe rendir cuentas a nadie, es mayor de edad y no puede negar que Ariel es un buen amante.Fue muy delicado al convertirla en mujer; estuvo atento todo el tiempo para que disfrutara al máximo. Respondió a sus deseos toda la noche, incluso cuando se notaba que estaba agotado de tanto hacerle el amor. Cada vez que lo solicitaba, él respondía.Se sumergió en el agua caliente de la bañera, queriendo olvidar las sensaciones que su toque despertó, pero al rozar su cuerpo con la esponja, se estremeció. Ella también lo deseaba, y mucho. Tomó el teléfono decidida y llamó a la oficina. Sintió que sonaba repetidamente y justo cuando iba a colgar, escuchó la var
Camelia lo siguió a la habitación, se había acostado completamente desnudo en el medio de la cama, con ambas manos debajo de su cabeza. Camelia terminó de secarse su cabello y avanzó despacio hasta estar sentada de rodillas al lado de Ariel, que la observaba sin decir ni indicarle nada.—Estoy listo, señorita Camelia —le dijo con una sonrisa recordando su primera noche— limpio para usted. Puede empezar cuando desee, y para su información, no soy virgen.Camelia se quedó observando seriamente a su sonriente jefe. Entrecerró sus ojos tratando de recordar todo lo que había pasado ese día. Se puso de pie en la cama, dejó caer su bata quedando completamente desnuda, solo que esta vez, Ariel Rhys, desde su posición pudo notar la esmerada depilación. Pas
Ariel se quedó mirando a Camelia y le pareció la mujer más encantadora e inocente que había conocido en su vida. Poco le faltó para subir y abrazarla para protegerla de él mismo. Pero sabía que si lo hacía la perdería para siempre. Ella no volvería a aceptar estar con él de esa manera. Por lo que persiste en enseñarla para que le pagara el favor, y con voz suave casi cariñosa le dijo de manera condescendiente.—Te voy a ayudar, pero esta parte no se incluye en el favor, cuando yo dirijo no puedes contarlo. ¿De acuerdo? —tiene que esconder el rostro para que ella no vea la sonrisa de satisfacción en él.—Pero señor… —protestó Camelia sintiendo que cada vez caía más y má
Ariel se siente satisfecho de que ella le respondiera de esa manera. Sube despacio aun dentro de ella que no se desprende de su abrazo. Se quedan así palpitantes, como si no quisieran que se acabe la magia. Ariel la besa, despacio, delicadamente. Sale de ella, quita rápido el preservativo, volviendo a sus brazos nuevamente. Camelia está tan sorprendida, que no sabe cómo ella puede devolver una cosa así a su jefe. Se duerme tratando de encontrar la manera.La mañana los toma dormidos, abrazados estrechamente. Como si lo hicieran todos los días, Ariel sonríe al darse cuenta y la besa en la cabeza. Ella se levanta de un golpe, y sale corriendo para el baño. Ariel la sigue y se mete con ella.—Cógete el día hoy —le dice, mientras la estrecha debajo del chorro de agu
Ariel está sumido en sus pensamientos, sentado en un bar junto a su amigo Oliver, quien le habla de negocios. Sin embargo, la figura de Camelia acapara su mente. Su naturaleza es un enigma: apasionada y al mismo tiempo distante, una combinación que lo desconcierta por completo. Nunca había conocido a una mujer que, después de hacer el amor, no buscara su presencia o inundara su teléfono con mensajes. Ella lo ignora tras el acto, una indiferencia que lo desarma. Él, que nunca había permanecido en la cama con una mujer tras la intimidad, se encuentra abrazando a Camelia para dormir. ¿Por qué con ella no se levanta y se marcha como siempre lo ha hecho?—Ariel, Ariel, ¿me escuchas? —pregunta Oliver, sacándolo de su ensimismamiento.—¿Eh? ¿Qué decías? —responde como si saliera de un letargo.—¿Hay algo que te preocupa y yo no sé? —insiste Oliver.—¿Por qué lo dices? —pregunta, dando un trago a su bebida, tratando de concentrarse en lo que le dice su amigo.Oliver lo observa por un instante
Ariel vuelve a fijar la vista a lo lejos, como si intentara comprender algo que se le escapa. Se pasa la mano por la cabeza, un gesto habitual cuando algo lo atormenta, mientras su amigo Oliver lo observa sin presionarlo, esperando pacientemente a que Ariel se abra y comparta lo que siente.—Hice todo como me dijiste, le pedí sin demostrar ningún interés que me devolviera el favor —comienza a relatar lentamente, dejando entrever su confusión—. Al principio se negó, pero luego me llamó y me dijo que fuera, que me lo iba a devolver, y lo hizo.—Entonces no veo el problema —dice Oliver con seriedad.—El problema es ese precisamente, Oliver. Ella me devolvió el favor, y solo eso. Ahora no sé si está bien lo que le hice —Ariel se sonroja visiblemente, avergonzado, mientras mira por la ventanilla.
En este punto, Ariel se queda en silencio, su mirada perdida entre los transeúntes que pasan al otro lado del cristal. La pregunta resuena en su mente como un eco perturbador. ¿Está enamorado de Camelia o es solo un capricho pasajero? La idea de que otro hombre pueda tocarla le revuelve las entrañas, pero ¿es eso amor o mera posesión? Ariel siempre ha sido un hombre de deseos efímeros, pero con Camelia todo parece diferente. Cada risa, cada mirada, cada gesto suyo se ha incrustado en su memoria con una intensidad inusitada.¿Es acaso este sentimiento que lo consume y lo confunde es amor? La respuesta se le escapa, difusa, pero la sola idea de perderla le hace sentir un vacío inmenso. Tal vez Oliver tenga razón y él haya ganado el premio gordo sin siquiera darse cuenta. Ariel sabe que debe enfrentarse a sus propios sentimientos ant
Han pasado más de diez días desde la última noche que pasaron juntos. Camelia supo que Ariel había viajado porque lo escuchó en el comedor. Ha visto llamadas de un teléfono desconocido en el suyo, pero no se ha animado a contestarlas. No quiere engañarse, ni que la tomen por tonta otra vez. Todavía resuena en su mente lo que Ariel le dijo sobre deberle más favores, pero se fue de viaje sin avisarle y no la ha llamado; quizás era una broma y no la molestará más. Camina despacio rumbo a su casa, como siempre, con la capucha puesta y los audífonos puestos, escuchando su música preferida, sin dejar de pensar en Ariel. No puede negar que lo extraña, cuando una sombra se detiene delante de ella, obligándola a levantar la cabeza. —Buenas noches, Camelia.—¡Leandro! —exclama verdaderamente sorprendida y algo asustada.—Pensé que me habías olvidado —dice Leandro tratando de parecer sociable. — ¿Fuiste y te quejaste en dirección, y por eso nos botaron?—No sé de qué hablas. Te dije que no iba