Ariel vuelve a fijar la vista a lo lejos, como si intentara comprender algo que se le escapa. Se pasa la mano por la cabeza, un gesto habitual cuando algo lo atormenta, mientras su amigo Oliver lo observa sin presionarlo, esperando pacientemente a que Ariel se abra y comparta lo que siente.—Hice todo como me dijiste, le pedí sin demostrar ningún interés que me devolviera el favor —comienza a relatar lentamente, dejando entrever su confusión—. Al principio se negó, pero luego me llamó y me dijo que fuera, que me lo iba a devolver, y lo hizo.—Entonces no veo el problema —dice Oliver con seriedad.—El problema es ese precisamente, Oliver. Ella me devolvió el favor, y solo eso. Ahora no sé si está bien lo que le hice —Ariel se sonroja visiblemente, avergonzado, mientras mira por la ventanilla.
En este punto, Ariel se queda en silencio, su mirada perdida entre los transeúntes que pasan al otro lado del cristal. La pregunta resuena en su mente como un eco perturbador. ¿Está enamorado de Camelia o es solo un capricho pasajero? La idea de que otro hombre pueda tocarla le revuelve las entrañas, pero ¿es eso amor o mera posesión? Ariel siempre ha sido un hombre de deseos efímeros, pero con Camelia todo parece diferente. Cada risa, cada mirada, cada gesto suyo se ha incrustado en su memoria con una intensidad inusitada.¿Es acaso este sentimiento que lo consume y lo confunde es amor? La respuesta se le escapa, difusa, pero la sola idea de perderla le hace sentir un vacío inmenso. Tal vez Oliver tenga razón y él haya ganado el premio gordo sin siquiera darse cuenta. Ariel sabe que debe enfrentarse a sus propios sentimientos ant
Han pasado más de diez días desde la última noche que pasaron juntos. Camelia supo que Ariel había viajado porque lo escuchó en el comedor. Ha visto llamadas de un teléfono desconocido en el suyo, pero no se ha animado a contestarlas. No quiere engañarse, ni que la tomen por tonta otra vez. Todavía resuena en su mente lo que Ariel le dijo sobre deberle más favores, pero se fue de viaje sin avisarle y no la ha llamado; quizás era una broma y no la molestará más. Camina despacio rumbo a su casa, como siempre, con la capucha puesta y los audífonos puestos, escuchando su música preferida, sin dejar de pensar en Ariel. No puede negar que lo extraña, cuando una sombra se detiene delante de ella, obligándola a levantar la cabeza. —Buenas noches, Camelia.—¡Leandro! —exclama verdaderamente sorprendida y algo asustada.—Pensé que me habías olvidado —dice Leandro tratando de parecer sociable. — ¿Fuiste y te quejaste en dirección, y por eso nos botaron?—No sé de qué hablas. Te dije que no iba
Camelia se prepara algo de comer con las cosas que no necesitan cocinarse y se dedica a averiguar cómo funciona el televisor. Esto le causa molestia, pues para cuando logra encontrar el canal que le gusta, su programa favorito ya había terminado.Se levanta molesta, sintiéndose frustrada. "Hablaré con él muy seriamente en cuanto pueda", se dice a sí misma mientras nota cómo las fragancias la han relajado increíblemente. Se dirige a la habitación y exclama: "Vamos a probar esta preciosura". Al acostarse en la cama, no puede evitar pensar: "¡Jamás había tenido una cama tan cómoda como esta, ni sábanas tan delicadas!" Se duerme profundamente casi al instante.Por su parte, Ariel está contento con el arreglo realizado en un solo día en el apartamento
Camelia le ha dado todo y siempre ha hecho lo que su hermana quería, y aún así, no la trata bien. Nadia la mira y sabe exactamente lo que está pensando.—No entiendo porqué mi hermana siempre ha sido tan mala conmigo Nadia, de veras no lo sé —le dice Camelia a su mejor amiga. —No hay motivo, Lía; hay personas así, que nacen creyendo que se lo merecen todo —asegura Nadia y agrega—: Y me vas a perdonar, pero tus padres también tienen culpa; siempre le concedían todos los caprichos. Si se antojaba de algo tuyo, te pedían que se lo dieras. Ella siempre ha querido lo tuyo para, después de obtenerlo, desecharlo. —¿Por qué dices eso? Ella no hace eso —protesta Camelia, causando el desconsuelo de Nadia. —¡Lía, no intentes tapar el sol con un dedo, que nos criamos juntas! —exclama Nadia, y comienza a enumerar todo lo que recuerda—. Lo primero que me viene a la mente fue tu décimo cumpleaños. Te habían regalado aquella hermosa muñeca que hablaba, y aunque a ella le compraron la que había pe
Camelia abraza a su amiga y le pide que deje de preocuparse; ya se las arreglará. Hasta ahora no ha sucumbido ni en las navidades ni en fin de año. Nadia dice que es porque la tenía a ella. Camelia insiste en que deje de preocuparse por ella y se concentre en que su hijo nazca sano y salvo. Asegura que estará bien, ya no es la misma de antes; no necesita a nadie que la defienda.—Mira, ya llegó tu esposo a buscarte —dice señalando a un hombre que se acerca a ellas—. Hola, Ricardo, ¿cómo estás?—Hola, Lía, muy bien. Terminando de arreglar el cuarto del niño —responde mostrando su ropa manchada de pintura—. Disculpa, por eso les pedí que se encontraran aquí; tengo la casa hecha un reguero descomunal.—Tienes que terminar ya, querido; en cualquier momento llega el niño y va a encontrarse la casa así —suplica Nadia.—Ya casi termino, amor. Hoy culminé el cuarto del bebé; solo faltan unos pocos detalles. Espero te guste; hice todo lo que me pediste —dice y se gira hacia Camelia—. ¿Quieres
Al llegar al almacén Camelia, por mucho que intenta olvidarse del asunto y concentrarse en su trabajo, no lo logra. Hasta que la señora Elvira le avisa que la llaman por teléfono.—Sí —responde intrigada.—Hola, Camelia, soy Marilyn. ¿Es que nunca contestas tu teléfono? —le grita su hermana con su voz chillona. Camelia tiene grandes ganas de colgar porque por experiencia sabe que su hermana la hará sentir mal. Pero ya ha respondido y piensa que debe ser algo muy importante para que Marilyn se haya tomado el trabajo de llamarla a su trabajo. —Hola, Marilyn. Lo mantengo apagado en el trabajo —le explica con desgana—. ¿Qué quieres?—Necesito que me digas el nombre de tu acompañante para ponerlo en las tarjetas de reservación. Eso, si tienes uno; si no, dime para colocarte en la mesa de las solteronas, ja, ja, ja —ríe Marilyn al otro lado de la línea a todo dar.Camelia se quita el teléfono del oído con una mueca de desagrado bajo la mirada de su jefe Elvira que puede oír toda la conver
La irritación de Camelia es palpable; no sabe si es por haberlo visto con la cremallera abierta e imaginar lo que estaba haciendo con la rubia, o por la insinuación tan obvia. O quizás por lo ocurrido con su hermana Marilyn. El caso es que no tiene paciencia para soportar las insinuaciones de su jefe ese día.—Ja, ja, ja... —Ariel ríe intentando que ella se relaje y porque también está nervioso—. Sí, fue para eso, señorita Camelia, pero usted todavía no me ha dicho cuántas veces piensa devolverme mi favor. Además, es usted quien tiene que hacerme el favor, no al revés. ¿En qué quedamos con mis favores, señorita?Camelia lo mira fijamente, intentando descifrar si se está burlando o habla en serio. Realmente está muy