Ariel la observaba como hablaba nerviosa delante de él. Nunca, pero nunca, en todos los años que tenía acostándose con mujeres, se había topado con una que fuera virgen. Y mira que la lista era larga, pero todas ya habían sido estrenadas. Tampoco nunca le interesó buscar una que lo fuera, por miedo a que tuviera que casarse. Se quedó quieto pensando, ¿cómo sería ser el primero en todo con una mujer?
La noche de pronto se volvió más que interesante para Ariel Rhys. Ella seguía estrujándose las manos nerviosamente, mientras lo miraba suplicante, en espera que él iniciara. Acortó la distancia que los separaba, con suaves movimientos deshizo el nudo de la bata que se había colocado Camelia, que dejó ver su cuerpo completamente desnudo.
Ariel abrió sus ojos sin poderlo evitar, levantó las manos hasta los hombros de Camelia que lo miraba expectante, y dejó que la bata rodara despacio al caer por el cuerpo de la chica. ¡Era la mujer más hermosa que había visto en su vida! El patito feo que había entrado en su oficina, estaba convertida en un hermoso cisne delante de él. Una verdadera belleza natural, porque estaba claro que esta chica no se había hecho una sola cirugía.
Todas las mujeres con las que acostumbraba a salir, habían pasado por ellas, para hacer crecer sus pechos; o sus curvas; o arreglarse no sé qué. Con extensiones de cabellos falsos, uñas postizas, y sonrisas programadas. Dispuestas a hacer todas sus fantasías sexuales realidad. Y que se le hacían últimamente burdas actuaciones. ¿Cómo sería estar con una mujer natural y que encima de eso era una belleza y no sabía absolutamente nada?
Ariel la miró ahora con otros ojos. Camelia era una belleza natural, y se notaba que ella se sentía satisfecha con lo que era, no había hecho ese gesto que todas hacen, de cubrirse cuando un hombre las desnuda. No, ella se había quedado allí con sus brazos a los lados, dejándose observar. Era una criatura única, con rasgos encantadores.
Su rostro, sin una gota de maquillaje, era lo más hermoso que había visto, porque no recordaba ahora mismo, haber visto una mujer de las que llevaba a la cama, sin pintura jamás, con la piel tan pulcramente limpia como la de esta chica y seguía siendo hermosa. Ella tenía un gran atractivo natural y parecía que no lo sabía.
—Señor —la voz de ella, lo hizo regresar a la realidad— sé…, sé que no soy su tipo de mujer, por eso si quiere apagamos la luz.
—¡No! —gritó sin darse cuenta—. Quiero verla Camelia, es usted realmente hermosa. No quiero que apague la luz.
Camelia lo miró fijamente sin apenas entender lo que le decía, porque ya su cuerpo ardía del calor desesperante. Con el baño de agua helada le había bajado un poco la temperatura, pero ahora ya le era imposible esperar más. Sus ojos se llenaron de lágrimas, al ver que Ariel aún no hacía nada por aliviarla. Se aguantaba todo lo que podía.
—Señor…— gimió mirándolo suplicante.
Lo vio acercarse decidido, tomarla en sus brazos y depositarla en la cama, quitando sin preámbulos la toalla de su cadera, dejando ver su prominente miembro erguido, al colocarse un preservativo. Para luego acostarse encima de ella, con cuidado comenzar a besarla.
—No tema, relájese, la cuidaré —susurró en su oído. Sin embargo, a pesar de la droga, ella temía lo que iba a pasar. Su cuerpo temblaba incontrolablemente— vamos, seré cuidadoso, deje de temblar, no tenga miedo.
Camelia soltó todo el aire que tenía retenido, tratando de seguir el consejo de relajarse. Ariel comenzó de a poco a besarle los ojos, el rostro, un leve roce en los labios temblorosos, tímidos, al mismo tiempo hambrientos de más. El sabor a menta, junto al suave olor a lavanda, lo llenaron por completo. Y le atrapó con vehemencia desmedida sus carnosos labios, en un beso salvaje, saboreando y sintiéndose un explorador, al saber que era el primero en descubrir y probar esos sabrosos labios, que le seguían con torpeza. Lo alargó lo suficiente, hasta que el aire les faltó, se separó un instante para mirar su imagen reflejada en la mirada incrédula de Camelia.
Despacio separó el cabello que cubría una parte del hermoso rostro de la chica, que no apartaba su mirada inocente e ingenua de él. Comenzó a acariciar su cuerpo, ella lo abrazó tímidamente. Mientras él disfrutaba de besar su rostro, rozar su nariz por la suave y tierna piel de su mejilla. Le parecía estar paseando por un jardín lleno de flores silvestres, el aroma tan suave que destilaba la piel fresca de Camelia, lo hacía querer disfrutar más de esta nueva sensación. Recorría todo su rostro, propinándole pequeños besos, para irremediablemente volver atrapar sus hinchados labios, en un frenético beso. Más sereno, sin dejar de ser energético y ávido de más.
Ariel, no comprendía lo que le estaba pasando con esta chica. Por primera vez su cuerpo, al dar un beso, experimentaba desconocidas sensaciones, sentía como si flotara. Mientras una gran energía le recorría su enervado cuerpo, y lo impulsaba a devorar el cuerpo virginal de Camelia, que lo miraba sorprendida, anhelante, deseosa y atemorizada al mismo tiempo.
Ella comenzó ante lo que su cuerpo le exigía, a recorrer primero tímidamente la escultural espalda de Ariel con ambas manos, deslizándolas hasta llegar a sus perfectos y duros glúteos. Sin saber apenas lo que esto provocaría, los apretó con fuerza impulsándolo contra su pelvis. Los besos, el roce de su lengua, exigiendo que abriera la boca, provocaban que su centro palpitara. Jadeó, enloquecida, abrió sus piernas entregándose al hombre, que la devoraba con meticulosa maestría.
Ariel la estrechó contra su cuerpo, por su cintura, deslizó ambas manos hasta sus nalgas, las aferró con fuerza, sacándole otro gemido, sintiéndola rendida, entregada por completo. El aroma intoxicante de Camelia lo enloquecía, también era su primera vez en iniciar a una mujer, y quería hacerlo bien. Volvió a su boca sin aliento, las respiraciones agitadas, la besó despacio, hasta sentir como Camelia se prendía de su labio inferior y lo mordía con fuerza.
Gimió al sentir un verdadero corrientazo bajar hasta su miembro, y un nudo de placer ligado al dolor se hizo presente. Ella dejó deslizar su labio entre sus dientes, al Ariel separarse para mirarla sorprendido hasta soltarlo, sintiendo como su corazón latía desbocadamente, al mismo ritmo de su excitado miembro. ¿Qué diablos había sido eso?
Ariel se sentó de un golpe ante lo que el simple gesto de ella habrá provocado en él, alejándose de Camelia, que lo miraba sin entender qué le pasaba. Ariel salió casi corriendo de la habitación como si escapara—Señor…— llamó Camelia sin obtener respuesta. Los recuerdos se alejaron de su mente al sentir el movimiento de su jefe a su lado, se esforzó entonces en hacerse la dormida. Ella no era la única que había despertado recordando todo. Ariel, se había despertado asombrado al ver que había amanecido. No recordaba el tiempo que hacía que no dormía tan profundamente una noche entera. Abrió sus ojos, y se sintió primero desconcertado, al no ver lo que acostumbraba cada mañana. El cuerpo desnudo de una mujer a su lado, le llamó la atención. Sonrió satisfecho al darse cuenta de quién se trataba. Estaba cansado de la dura e increíble noche, pero rebosante de satisfacción, de saber que lo hizo bien. No se movió, ahora a la luz del día que entraba por la ventana, pudo observarla mejor
Ariel, mientras succionaba y lamía los redondos, firmes y hermosos senos de Camelia, pensaba en la mejor manera de proceder. Estaba atrapado en un mar de confusiones, dudas y temores. Temía que todo fuera una trampa de sus hermanos o alguien más para atraparlo. Además, Camelia era su empleada, lo que podría generarle un tremendo problema ético si alguien se enteraba de lo que había sucedido y de lo que él estaba haciendo. Concentrado en sus pensamientos, dilataba el momento que tanto Camelia esperaba y ansiaba con desespero. De pronto, sintió cómo ella bajaba su mano, tomaba su miembro y lo colocaba en la entrada de su abertura. Impulsando su pelvis, él por instinto empujó también, introduciendo la punta.—¡Oh! —la escuchó exclamar mientras intentaba retirar la pelvis. Pero él no la iba a dejar; ella estaba muy mojada, excitada y lista, algo que él sí sabía reconocer.—Shh..., va a pasar —susurró al oído de Camelia, al tiempo que seguía presionando lentamente, introduciéndose más y m
El pánico se apoderó de ella mientras su mente procesaba la información. ¿Cómo no se había dado cuenta de que esos condenados custodios habían sido demasiado amables al regalarle los bombones? Debió sospechar que algo estaban tramando cuando se los ofrecieron como disculpa. Su corazón latía aceleradamente, no sólo por la excitación, sino también por el miedo. Aunque no podía negar que disfrutaba lo que su jefe le hacía —de hecho, estaba convencida de que, de no ser por este incidente, quizás habría permanecido virgen toda su vida—, la idea de mantener esta intensidad durante toda la noche y el día siguiente la aterrorizaba. Camelia tragó saliva, intentando encontrar su voz. "¿Y si no puedo parar?", pensó. "¿Y si mi jefe no resiste tanto tiempo de actividad intensa?" La vergüenza se mezcló con el miedo al imaginar cómo miraría a su jefe si llegara a fallar en mantenerse erguido. De seguro él se sentiría avergonzado y hasta sería capaz de despedirla. Nunca debió pedirle a su jefe tal c
Han pasado varios días desde que sucedió el hecho. Ariel Rhys, al despertarse en la mañana, había vuelto a poseerla con ímpetu, no sólo en la cama, sino también en la ducha varias veces. Luego se había marchado dejándola complacida y profundamente dormida. Camelia se despertó tarde, sentía todo su cuerpo adolorido. Volvió a tomar otro baño con el agua helada tratando de despertarse. Se sentía extenuada, los efectos secundarios de la droga, más todo lo demás, la hacían sentirse sin fuerzas. Se sirvió un cereal con leche, que comió mientras miraba las noticias en su diminuto televisor. Para volver a quedarse dormida en el sofá. Era domingo cuando volvió a despertarse. Corrió al baño, todavía sentía los efectos de la droga, y los estragos del sexo. Se bañó por un largo rato, se sentía débil, debía alimentarse, para ello tenía que salir. En su casa, aparte de cereales, algún que otro jugo y café, no existía nada más. Se puso las ropas de siempre. Sus pantalones rotos, con una camisa ha
Camelia se quedó mirando a Leandro, paralizada por un momento ante la amenaza implícita en sus palabras y su postura. El corpulento hombre se cernía sobre ella, su presencia física abrumadora y amenazante. Un escalofrío recorrió su cuerpo, como si su instinto le gritara que estaba en peligro. Por un instante, su mente viajó a todos los momentos en que Leandro la había perseguido desde que entró a trabajar en la empresa. Las miradas insistentes, los comentarios inapropiados, las "casualidades" que los hacían coincidir en los pasillos. Camelia se dio cuenta de que nunca lo había detenido realmente, siempre evitando el conflicto, siempre siendo "amable" para no causar problemas. Pero ahora, con la adrenalina corriendo por sus venas y la indignación hirviendo en su pecho, Camelia sintió que algo dentro de ella se quebraba. Ya no más. No iba a seguir permitiendo que este hombre creyera tener algún tipo de derecho sobre ella. Con una fuerza que no sabía que poseía, Camelia se irguió, pl
La semana transcurría para Camelia sin contratiempos, como siempre, si no fuera por esa extraña sensación de sentirse observada; sería rutinaria. Supo que los custodios habían sido despedidos. Sonrió al pensar que, seguramente, el jefe lo había hecho por ella. Al instante sacudió la cabeza; tenía que cumplir con su palabra. Ariel Rhys le había hecho un “favor”, nada más Camelia, un “favor”. Se lo repetía cada vez que se sorprendía pensando en todo lo que él le había hecho y en lo atractivo que era su jefe. Jamás Ariel Rhys se fijaría en ella. Se había marchado dejándola dormida, sin decir nada. "Camelia", se recordaba, "a él le costó mucho hacerte ese “favor” al inicio; recuérdalo bien, no eres su tipo de mujer".—Señorita Camelia —la sacó de sus pensamientos su jefa.—Sí, señora Elvira —le contestó enseguida acercándose a ella.—Vaya a llevarle al director estos expedientes —le indicó su jefa haciendo que Camelia se sorprendiera.—¿Yo? —preguntó de nuevo incrédula. Jamás ella habí
Camelia habló de frente y sin miedo. Quizás no fuera nada y ella se estaba imaginando cosas. Tal vez la mandaría a buscar un expediente, a limpiar el baño o a botar la basura; seguro quería que le hiciera un café, sí, debe ser eso, se dijo Camelia. Se hizo un silencio en el que ambos se quedaron observándose fijamente hasta que Ariel tomó aire y preguntó: —¿Puede devolverme el “favor” que le hice? —¿Eh? ¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Camelia, toda colorada. Estaba preparada mentalmente para todo, menos para eso. —Lo que digo, señorita Camelia —prosigue Ariel con naturalidad. — Como usted, yo no tengo a nadie. Soy hombre, tengo mis necesidades y tampoco quiero complicarme con una relación sin sentido. Ya que usted es tan seria en cumplir con su palabra, me pregunto si podría hacerme el “favor” que le hice ahora a mí. Ariel habló como si estuviera exponiendo un negocio fríamente, sin pizca de emoción. A Camelia le pareció que se había quedado helada ante su petición, pero so
Camelia llegó a su casa acalorada, debatiéndose entre hacer lo correcto o ceder a la petición de su CEO. No puede olvidar las sensaciones que le provocaron los labios de Ariel sobre los suyos. Además, siente un poco de culpa; cuando ella lo necesitó, él la ayudó. ¿Por qué no podría hacer ella lo mismo? Después de todo, no tiene novio, no debe rendir cuentas a nadie, es mayor de edad y no puede negar que Ariel es un buen amante.Fue muy delicado al convertirla en mujer; estuvo atento todo el tiempo para que disfrutara al máximo. Respondió a sus deseos toda la noche, incluso cuando se notaba que estaba agotado de tanto hacerle el amor. Cada vez que lo solicitaba, él respondía.Se sumergió en el agua caliente de la bañera, queriendo olvidar las sensaciones que su toque despertó, pero al rozar su cuerpo con la esponja, se estremeció. Ella también lo deseaba, y mucho. Tomó el teléfono decidida y llamó a la oficina. Sintió que sonaba repetidamente y justo cuando iba a colgar, escuchó la var