Camelia se quedó mirando a Leandro, paralizada por un momento ante la amenaza implícita en sus palabras y su postura. El corpulento hombre se cernía sobre ella, su presencia física abrumadora y amenazante. Un escalofrío recorrió su cuerpo, como si su instinto le gritara que estaba en peligro. Por un instante, su mente viajó a todos los momentos en que Leandro la había perseguido desde que entró a trabajar en la empresa. Las miradas insistentes, los comentarios inapropiados, las "casualidades" que los hacían coincidir en los pasillos. Camelia se dio cuenta de que nunca lo había detenido realmente, siempre evitando el conflicto, siempre siendo "amable" para no causar problemas. Pero ahora, con la adrenalina corriendo por sus venas y la indignación hirviendo en su pecho, Camelia sintió que algo dentro de ella se quebraba. Ya no más. No iba a seguir permitiendo que este hombre creyera tener algún tipo de derecho sobre ella. Con una fuerza que no sabía que poseía, Camelia se irguió, pl
La semana transcurría para Camelia sin contratiempos, como siempre, si no fuera por esa extraña sensación de sentirse observada; sería rutinaria. Supo que los custodios habían sido despedidos. Sonrió al pensar que, seguramente, el jefe lo había hecho por ella. Al instante sacudió la cabeza; tenía que cumplir con su palabra. Ariel Rhys le había hecho un “favor”, nada más Camelia, un “favor”. Se lo repetía cada vez que se sorprendía pensando en todo lo que él le había hecho y en lo atractivo que era su jefe. Jamás Ariel Rhys se fijaría en ella. Se había marchado dejándola dormida, sin decir nada. "Camelia", se recordaba, "a él le costó mucho hacerte ese “favor” al inicio; recuérdalo bien, no eres su tipo de mujer".—Señorita Camelia —la sacó de sus pensamientos su jefa.—Sí, señora Elvira —le contestó enseguida acercándose a ella.—Vaya a llevarle al director estos expedientes —le indicó su jefa haciendo que Camelia se sorprendiera.—¿Yo? —preguntó de nuevo incrédula. Jamás ella habí
Camelia habló de frente y sin miedo. Quizás no fuera nada y ella se estaba imaginando cosas. Tal vez la mandaría a buscar un expediente, a limpiar el baño o a botar la basura; seguro quería que le hiciera un café, sí, debe ser eso, se dijo Camelia. Se hizo un silencio en el que ambos se quedaron observándose fijamente hasta que Ariel tomó aire y preguntó: —¿Puede devolverme el “favor” que le hice? —¿Eh? ¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Camelia, toda colorada. Estaba preparada mentalmente para todo, menos para eso. —Lo que digo, señorita Camelia —prosigue Ariel con naturalidad. — Como usted, yo no tengo a nadie. Soy hombre, tengo mis necesidades y tampoco quiero complicarme con una relación sin sentido. Ya que usted es tan seria en cumplir con su palabra, me pregunto si podría hacerme el “favor” que le hice ahora a mí. Ariel habló como si estuviera exponiendo un negocio fríamente, sin pizca de emoción. A Camelia le pareció que se había quedado helada ante su petición, pero so
Camelia llegó a su casa acalorada, debatiéndose entre hacer lo correcto o ceder a la petición de su CEO. No puede olvidar las sensaciones que le provocaron los labios de Ariel sobre los suyos. Además, siente un poco de culpa; cuando ella lo necesitó, él la ayudó. ¿Por qué no podría hacer ella lo mismo? Después de todo, no tiene novio, no debe rendir cuentas a nadie, es mayor de edad y no puede negar que Ariel es un buen amante.Fue muy delicado al convertirla en mujer; estuvo atento todo el tiempo para que disfrutara al máximo. Respondió a sus deseos toda la noche, incluso cuando se notaba que estaba agotado de tanto hacerle el amor. Cada vez que lo solicitaba, él respondía.Se sumergió en el agua caliente de la bañera, queriendo olvidar las sensaciones que su toque despertó, pero al rozar su cuerpo con la esponja, se estremeció. Ella también lo deseaba, y mucho. Tomó el teléfono decidida y llamó a la oficina. Sintió que sonaba repetidamente y justo cuando iba a colgar, escuchó la var
Camelia lo siguió a la habitación, se había acostado completamente desnudo en el medio de la cama, con ambas manos debajo de su cabeza. Camelia terminó de secarse su cabello y avanzó despacio hasta estar sentada de rodillas al lado de Ariel, que la observaba sin decir ni indicarle nada.—Estoy listo, señorita Camelia —le dijo con una sonrisa recordando su primera noche— limpio para usted. Puede empezar cuando desee, y para su información, no soy virgen.Camelia se quedó observando seriamente a su sonriente jefe. Entrecerró sus ojos tratando de recordar todo lo que había pasado ese día. Se puso de pie en la cama, dejó caer su bata quedando completamente desnuda, solo que esta vez, Ariel Rhys, desde su posición pudo notar la esmerada depilación. Pas
Ariel se quedó mirando a Camelia y le pareció la mujer más encantadora e inocente que había conocido en su vida. Poco le faltó para subir y abrazarla para protegerla de él mismo. Pero sabía que si lo hacía la perdería para siempre. Ella no volvería a aceptar estar con él de esa manera. Por lo que persiste en enseñarla para que le pagara el favor, y con voz suave casi cariñosa le dijo de manera condescendiente.—Te voy a ayudar, pero esta parte no se incluye en el favor, cuando yo dirijo no puedes contarlo. ¿De acuerdo? —tiene que esconder el rostro para que ella no vea la sonrisa de satisfacción en él.—Pero señor… —protestó Camelia sintiendo que cada vez caía más y má
Ariel se siente satisfecho de que ella le respondiera de esa manera. Sube despacio aun dentro de ella que no se desprende de su abrazo. Se quedan así palpitantes, como si no quisieran que se acabe la magia. Ariel la besa, despacio, delicadamente. Sale de ella, quita rápido el preservativo, volviendo a sus brazos nuevamente. Camelia está tan sorprendida, que no sabe cómo ella puede devolver una cosa así a su jefe. Se duerme tratando de encontrar la manera.La mañana los toma dormidos, abrazados estrechamente. Como si lo hicieran todos los días, Ariel sonríe al darse cuenta y la besa en la cabeza. Ella se levanta de un golpe, y sale corriendo para el baño. Ariel la sigue y se mete con ella.—Cógete el día hoy —le dice, mientras la estrecha debajo del chorro de agu
Ariel está sumido en sus pensamientos, sentado en un bar junto a su amigo Oliver, quien le habla de negocios. Sin embargo, la figura de Camelia acapara su mente. Su naturaleza es un enigma: apasionada y al mismo tiempo distante, una combinación que lo desconcierta por completo. Nunca había conocido a una mujer que, después de hacer el amor, no buscara su presencia o inundara su teléfono con mensajes. Ella lo ignora tras el acto, una indiferencia que lo desarma. Él, que nunca había permanecido en la cama con una mujer tras la intimidad, se encuentra abrazando a Camelia para dormir. ¿Por qué con ella no se levanta y se marcha como siempre lo ha hecho?—Ariel, Ariel, ¿me escuchas? —pregunta Oliver, sacándolo de su ensimismamiento.—¿Eh? ¿Qué decías? —responde como si saliera de un letargo.—¿Hay algo que te preocupa y yo no sé? —insiste Oliver.—¿Por qué lo dices? —pregunta, dando un trago a su bebida, tratando de concentrarse en lo que le dice su amigo.Oliver lo observa por un instante