EL FAVOR DEL CEO A LA ASISTENTE VIRGEN
EL FAVOR DEL CEO A LA ASISTENTE VIRGEN
Por: Bris
1 VISITA INESPERADA

 La noche se había cernido sobre la ciudad con una tranquilidad engañosa, envolviendo las calles en un manto de sombras y susurros. En la penumbra de su oficina, Ariel Rhys se sumergía en el silencio, ese compañero fiel de las horas extra. Papeles se apilaban como testigos mudos del día que se negaba a terminar, mientras la luz tenue de la lámpara de escritorio jugaba con los bordes de su paciencia.

 Fue entonces cuando la serenidad de la noche se rompió con un golpe sutil en la puerta. Ariel, aún sumido en sus pensamientos, instó a entrar al visitante nocturno, esperando encontrarse con el rostro familiar del custodio. Pero lo que sus ojos encontraron no era para nada lo que su mente había anticipado.

 Días después, en la comodidad de un club donde los sábados cobraban vida entre anécdotas y risas, Ariel se encontraba compartiendo mesa con sus amigos: el abogado Oliver y el doctor Félix. La incredulidad aún pintaba su rostro cuando intentaba ordenar sus palabras para narrar el evento que había trastocado su realidad.

—Chicos, no van a creer lo que me sucedió—, empezó Ariel, su voz tejiendo la introducción a una historia que parecía arrancada de las páginas de una novela de misterio. Sus amigos, siempre dispuestos a sumergirse en las aguas de lo inesperado, se inclinaron hacia adelante con una mezcla de escepticismo y curiosidad.

—Es tan insólito, tan inesperado —continuó Ariel. —Que todavía estoy tratando de entender cómo algo así pudo ocurrirme a mí.

Siguió Ariel  atrayendo la atención de sus amigos como tantas otras veces en que habían sostenido una conversación a lo largo de sus vidas desde la niñez. Sólo que esta vez parecía diferente por la manera que había iniciado a contar el misterio  del acontecimiento Ariel Rhys. Lo cual los hizo prestar atención, sin imaginar o prever que esa noche tendría las consecuencias imprevistas que siguieron sobre la vida y destino de su querido amigo y de ellos mismos.

—¿Qué harían si de pronto, un día, una mujer extraña que nunca han visto en su trabajo entra a su despacho y les pide un favor inaudito? —preguntó Ariel.

—¿Qué favor? Tienes que ser más específico para poder contestar correctamente —respondió Félix, dando un sorbo a su bebida.

—Ariel, es verdad lo que dice Félix; si no das detalles, ¿cómo vamos a responder a eso? Depende del favor del que hables —agregó Oliver.

—Todavía no me lo puedo creer, chicos. Es tan inaudito, tan alocado, tan inusual, tan de todo que… ¡que aún no me repongo! Pero lo peor no fue eso; lo peor fue lo que vino después.

—¡Oye, parece que estás escribiendo una novela de misterio! —exclamó Félix—. ¡Cuenta ya qué fue! Me tienes muy intrigado.

—A mí también —afirmó Oliver, apoyando sus codos en la mesa para prestar toda la atención a su amigo.

—Empezaré por el principio y diré de quién se trata, aunque bueno, ustedes no la conocen. El caso es que el otro día me quedé trabajando hasta tarde, como siempre. Eran más de las diez de la noche cuando, de pronto, tocaron a mi puerta y me asusté. Luego pensé que sería el custodio y dije "adelante". Y no lo van a creer; me quedé helado ante la imagen que tenía en mi puerta.

La intriga se había colado entre las palabras de Ariel como una neblina sutil, envolvente, que transformaba la atmósfera del club en un escenario de suspenso palpable. Sus amigos, acostumbrados a las historias ordinarias de los sábados, se encontraban ahora al borde de sus asientos, el escepticismo inicial dando paso a una curiosidad voraz.

—¿Quién era? —preguntó Oliver, inclinándose más, los ojos centelleantes con la luz del interés.

—¿Un fantasma? —bromeó Félix, aunque la sonrisa en su rostro no alcanzaba a ocultar el brillo de expectación en su mirada.

—Ja, ja, ja, es en serio, Félix, no te burles —Ariel sacudió la cabeza con una mezcla de asombro y seriedad que solo añadía leña al fuego de la curiosidad—. No era un fantasma, sino… ¡una mujer!

—¿Una mujer a esa hora en la empresa? —la incredulidad tiñó la voz de Félix, y era evidente que la imagen de una visita tan inesperada en un contexto tan solitario y nocturno despertaba en ellos un sinfín de conjeturas.

—Como se los cuento —Ariel asintió, consciente del efecto de sus palabras—. Lo peor no era eso; es que yo nunca me había fijado en ella. Es como decirles... es extraña, si esa es la palabra. Extraña.

—¿Cómo extraña? ¿Es fea? —Oliver frunció el ceño, intentando esbozar en su mente el retrato que Ariel delineaba con trazos tan ambiguos.

—No es que sea fea, pero tampoco es una hermosura que resalta por su apariencia. Aunque tiene un cuerpo tremendo y una belleza que descubrí después —la voz de Ariel se tiñó de un matiz reflexivo, como si él mismo estuviera descifrando el enigma de esa presencia femenina a medida que hablaba.

—Espera, Ariel, espera; sigue contando en orden —Oliver levantó una mano, pidiendo una pausa que permitiera digerir los detalles—. Describe el momento en que la viste en tu puerta.

 Ariel tomó aire, preparándose para revivir aquel instante. Los detalles comenzaron a fluir con una claridad cristalina: la puerta entreabierta, el silencio del edificio interrumpido por el eco de unos pasos desconocidos, la sombra que se perfilaba contra el umbral. Era una silueta que no correspondía a ningún rostro familiar del trabajo, una presencia que desafiaba la lógica del horario y del lugar. En aquel momento, Ariel no sabía que estaba a punto de adentrarse en un capítulo de su vida tan inusual como inolvidable.

La atmósfera de misterio se intensificaba con cada palabra que Ariel recordaba, y sus amigos se inclinaban aún más, como si acercándose pudieran captar mejor los ecos de aquel encuentro nocturno.

—Está bien, Oliver —comenzó Ariel—. Cuando la puerta se abrió, estaba allí esta chica, vestida con un pantalón todo roto, ya saben, como esos que están de moda, con una camisa que le llegaba a las rodillas y encima, un enorme abrigo lleno de bolsillos. Su pelo lo tenía recogido en una trenza que le caía por el lado. Usaba espejuelos, pero podía ver sus ojos increíblemente negros. ¡Nunca había visto unos ojos tan negros y grandes como los de esa chica!

—¿Qué quería a esa hora sola en la empresa? ¿Cuántos años tiene? —la curiosidad de Félix era palpable, casi tan densa como la penumbra que rodeaba el recuerdo.

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