Cristine Ferrera se casó joven y llena ilusión, creyendo que un día Eliot Magnani, millonario, filántropo y soltero codiciado, la amaría con la misma devoción. Tarde se dio cuenta que en ese frío corazón solo encontraría desinterés y abandono, robándose su juventud, sus ilusiones y su alegría. Con el corazón roto al saber que su esposo tuvo un hijo con su primer amor, Cristine luchará por su libertad, sabiendo que él nunca la amará de la misma manera, y dispuesta a llevarse a sus trillizos para jamás volver. Lo que Cristine no sabe es que su ausencia repercutirá profundamente en Eliot, hasta generarle un vacío con el cual no podrá lidiar. ¿Eliot admitirá que no puede vivir sin ella? ¿Cristine lo perdonara una vez que sepa toda la verdad? ¿Ambos podrán dejar a un lado su orgullo y dejar que el amor y la pasión los dominen?
Leer másLUCA MAGNANI—No, no, no… Cristine, yo no sé de esto, no estoy capacitado y tú eres mi prima, no puedo… —Retrocedí un par de pasos, me sentía mareado y confundido, incluso con náuseas. —¡Luca! ¡Ya no aguanto más! —gritó Cristine mientras pujaba. —¡¿Y si dejas de pujar?! ¡Carajo, no pujes! —exclamé ansioso, quería arrancarme el cabello y correr. —¡No puedo! ¡Tiene que salir! —respondió viéndome directo a los ojos y me sentí mal. Estaba llorando por el dolor y parecía cansada—. Por favor, tienes que hacerlo.—No puedo, Eliot me matará si sabe que te vi algo más que tus lindos ojos, además, si llega cuando tengo mis manos entre tus piernas… —¡¿Cómo?! —gritó Eliot desde la bocina del teléfono, era curioso porque lo escuché claramente y no tenía el altavoz—. ¡¿Qué carajos está pasando?!—Ah… ¿Desde qué parte comenzaste a escuchar? —pregunté sabiendo que nuestras últimas frases podían tomarse tan mal. —¡LUCA! ¡Haz algo! —gritó Cristine retorciéndose. —¡Eso hago! ¡Lucho con las ganas d
LUCA MAGNANI—Simplemente ya no te entiendo. ¿En verdad es lo que quieres? ¿Quedarte con un hombre que no te valora y que te es infiel? ¡Ya basta! —exclamó Zafrina alterada, ignorando por completo a Berenice, parecía que solo tenía ojos para Cristine. Algo andaba mal—. ¡Eres mi hija y no voy a permitir que arruines tu vida, Karen!De nuevo ese maldito nombre... Pude notar como Cristine hervía de coraje. —¡Yo no soy Karen! —gritó furiosa encarando a Zafrina—, y no soy tu hija. No puedes controlar lo que hago y en quien confió. Ya estoy cansada. Te quiero Zafrina, te admiro, pero… no puedo seguir tolerando esto. Y en ese momento, para empeorar las cosas solo un poco más, las faldas de Cristine se mojaron mientras ella abría los ojos como platos y se sujetaba el vientre. —¡Iugh! Se orinó del coraje —dije dando un paso hacia atrás. —¡No se orinó! —me regañó Berenice entregándome a Cristian—. Rompió fuente. ¡El bebé ya viene!¿Rompió fuente? Bien, entendía que el bebé nacería, pero… ¿f
LUCA MAGNANIBerenice parecía un verdadero ángel con ese vestido blanco entallado a su perfecta y sensual figura, con el cabello suelto y sus hermosos ojos viendo directo hacia mí. Por un momento el ruido de alrededor se silenció y lo único de lo que era consciente era de ella. Sabía que estaba hablando por la manera en la que se movían sus labios, pero no podía escuchar nada, simplemente estaba perdido en su belleza.Se abrió paso entre todas las mujeres y tomó a los mellizos con ternura, balanceándolos en sus brazos hasta que el estrés cedió y los pequeños se relajaron, pero ¿cómo no hacerlo? Un hermoso ángel había bajado para consolarlos, cualquiera se tranquilizaría aunque fuera su peor día. SLOANE D’MARCOLe entregué las falsas bitácoras a Derek y abracé el diario como si fuera mi propia madre a la que estaba renunciando. No pude evitar soltar un par de lágrimas antes de besar una de las tapas, donde venía su nombre escrito con una caligrafía hermosa.—Te amo, mamá —susurré antes de apretar los ojos y sofocar mi corazón para poder hacer lo correcto. No sabía si tendría la fuerza suficiente para soltarla, pero me esforcé.—Sloane… —murmuró Derek notando como hacer esto me destrozaba, aun así, negué con la cabeza y regresé hacia la mesa.—Esto debe de ser suficiente para que compruebes mi lealtad —dije enCapítulo 344: El amigo que perdió
SLOANE D’MARCO—Me decepcionas… —dije con tristeza. No conocía al hombre delante de mí. Jonathan había pasado de un mejor amigo a un completo desconocido. Cada momento que pasamos juntos se proyectaba en mi cabeza junto con su comportamiento nervioso, inseguro y tonto.—No, estás decepcionada de ti misma —contestó con media sonrisa—. Creíste conocerme y saber cada aspecto de mí. Pensaste que era un torpe que no se merecía su lugar como director de ese psiquiátrico. Siempre me viste como tu compañero tonto que terminó la carrera de puro milagro. ¡Sorpresa! Aprendí lo suficiente e incluso más de lo que tú jamás aprendiste en la escuela para poder ser quien debo ser en el momento y ante las personas adecuadas.<
SLOANE D’MARCO—No lo sé… no creo que esto funcione —dijo Derek viendo a los niños sentados en la mesa, llenando y garabateando unas libretas muy parecidas a las que mi padre usaba para sus bitácoras.—Soy el doctor Gerardo y usted tiene piojos, le recomiendo estas inyecciones —dijo el pequeño trillizo mientras fingía su voz por una más madura y gruesa.—¡Y no se tiene que bañar por una semana! —exclamó mi pequeño Brian, anotando su protocolo con dedicación—. ¡Mejor por dos semanas!—Un momento… ¿Estamos jugando a que somos doctores? —preguntó Bruno con cara de susto. SLOANE D´MARCO—¿De qué hablas? —Jonathan dio un par de pasos hacia atrás, confundido.—Por favor, ve con ellos, muestrales las hojas y diles que recuperen las bitácoras de mi padre antes de que la policía las comience a inspeccionar —dije con un nudo en la garganta—. Quiero que se den cuenta del monstruo que es y no solo eso, los problemas que les puede traer si siguen defendiéndolo ciegamente. »Si no quieren que se haga todo un escándalo con lo ocurrido, entonces aceptarán que nos veamos en un lugar neutro donde podamos negociar. Si todo eso sale a la luz, el consejo dejará de ser tomado en serio, incluso puede desaparecer por no asegurarse de que los miembros cuenten con buena salud mental y no destruyan a otras personas.»Si mi padre es condenado, ellos también.—No entiendo… ¿quieres… salvarlos, al consejo y a tu padre? —preguntó ladeando la cabeza. —Algo así —contesté agachando la mirada—. Si deciden hacer caso omiso solo diles que tengo el diario original y que no dudaré en sCapítulo 341: Pídeme lo que quieras
JIMENA RANGEL—¿Inseminación artificial? —preguntó Sofía sorprendida—. Pues… si, es costosa, y más cuando se tiene que repetir el procedimiento. No siempre pega a la primera y tienen que repetirlo hasta que por fin el producto se fije al útero. ¿Por qué?—No, por nada —respondí mientras veía los ositos en la mesita de al lado, parecían regrésame la mirada. —¿En qué piensas? —insistió sentándose en el borde de la cama. —No sé, solo… tener a todos los niños reunidos me hizo pensar en el bebé que perdí —contesté con melancolía y un suspiro apesadumbrado—. Los años pasan, Sofía, quiero ser madre, quiero pasar por el parto, quiero ver a mi bebé a través de un ultrasonido, quiero… pasar por el parto y tenerlo en mis brazos. »Sé que gracias a tus hijos y a los de Cristine he podido sentir el cariño y la bondad de un niño, pero… al final del día ellos regresan con ustedes, con sus madres, y yo… me quedó con esa sensación de vacío, de que algo me falta. —Jimena, aún eres joven. ¿Estás segu
JIMENA RANGELParecía que la armonía entre Cristine y Sofía no era suficiente para que los niños rompieran la tensión. Leonardo era el que encabezaba los ceños fruncidos, viendo a los mellizos de pies a cabeza con desconfianza. —Mario, ¿recuerdas cuando te dije que las chicas menores de 8 años eran todas tuyas —susurró Luca codeándolo sutilmente, entonces el pequeño vio a Clara y se sonrojó de inmediato—. Anda, nos conviene emparentar con una familia de doctores. —¡Luca! —exclamé con la firme intención de regañarlo—. Deja de andar con tus cosas.—¿Qué? ¡Yo también quiero arreglar un matrimonio y saber lo que se siente forzar a dos personas a casarse contra su voluntad! —refunfuñó indignado.—Justo lo que nos ha jodido la vida a todos —agregó Eliot, quien se asomó para darle una palmada en la cabeza—. Te convertirás en lo que juraste destruir. —Solo quiero saber qué se siente, tal vez hay algo emocionante y satisfactorio en todo esto que hace que los padres obliguen a sus hijos a c