CRISTINE FERRERA
Cuando el llanto de mis angelitos por fin cesó, tomé mi computadora portátil y la abrí sobre mis piernas mientras que con un pie seguía meciendo la cuna para que el sueño de mis bebés no fuera perturbado o interrumpido.
Comencé a teclear con habilidad; no solo quería el divorcio, necesitaba que Eliot firmara un acuerdo donde me cedía la custodia total de los niños. No me importaba si no recibía ni un solo centavo, incluso estaba dispuesta a renunciar a cualquier beneficio que la separación me pudiera ofrecer. ¡No quería absolutamente nada de él! ¡Podía quedarse con su dinero, con su enorme casa y todas las comodidades! ¡Lo único que necesitaba era poner fin a este calvario y llevarme a mis bebés lejos de él! Dudaba mucho que quisiera quedárselos, era un horrible padre, ¿qué haría con tres niños? ¿Cómo podría cuidar de ellos y cubrir todas sus necesidades si solo tenía tiempo para trabajar e ignorarnos?
Estaba dispuesta a llevar los papeles al día siguiente a primera hora a su oficina. No me gustaba visitarlo, pues solo recibía más frialdad y antipatía, una mirada cargada de desprecio, como si fuera una vagabunda que se le había atravesado en el camino pidiendo unas monedas. ¡Cómo lo odiaba! ¡Pero me odiaba más a mí misma por haberlo amado tanto cuando jamás se lo mereció!
Ya podía imaginarme entrando a su asquerosa empresa y dejando caer los papeles en su escritorio. Esta vez no me iría sin ver su firma en esas hojas. Ya no había manera de seguir posponiendo esto.
Después de imprimir lo que faltaba, apilé las hojas y decidí hacer mi mejor intento para conciliar el sueño, pero las horas pasaron y el tic tac del reloj taladraba mis oídos. Mi mente no dejaba de darle vueltas al asunto.
Cuando por fin mis ojos comenzaban a cerrarse, escuché un auto estacionándose en la entrada y la puerta abriéndose. Me levanté como un resorte, ¿era posible que Eliot hubiera llegado? Tomé el acuerdo de divorcio y bajé las escaleras con precaución. Él estaba de pie ante el comedor, viendo todos los destrozos que habían quedado después de que acabé con la cena. Sus manos escondidas en los bolsillos y sus espaldas anchas lo hacían ver contenido e imponente.
No tuve que llamarlo para que se diera cuenta que estaba ahí, detrás de él. Giró lentamente al mismo tiempo que sus ojos me veían de pies a cabeza, con una ceja levantada y su boca formando una línea recta. No le agradaba el desastre de la cocina, pero ni siquiera le interesaba pelear conmigo, así era yo de irrelevante en su vida. Desde que nos casamos su prioridad era no interactuar conmigo de ninguna manera, como si fuera un mueble más en la casa.
—Parece que festejaste a tu manera por nuestro aniversario —dijo con esa voz metálica y sin sentimiento, tomando la botella de vino abierta y viéndola con desprecio—. ¿Crees que una fecha así, tan insignificante, es motivo para desperdiciar un buen vino?
Sin emitir ni una sola palabra estiré el brazo, acercando el acta de divorcio, haciendo que frunciera el ceño y viera las hojas con desprecio, como si estuvieran hechas de alguna clase de material desagradable y pestilente.
—Fírmalo y esto se acabará… —Me acerqué un poco más al ver que no tomaba el contrato—. No te agrado, nunca te agradé… aquí está la salida. Esto no solo me libera de ti, sino que tú también por fin serás libre de mí, como tanto has deseado.
—¿Quién te dijo que deseo divorciarme? —preguntó tomando el documento sin prestarle atención. Ni siquiera fingió hojearlo, solo lo arrojó al suelo, junto con la comida arruinada y los platos rotos, pisándolo con la suela de su zapato como si quisiera limpiar el piso.
—¡¿Qué estás haciendo?! —exclamé horrorizada e iracunda. Estaba aplastando mi libertad, mis esperanzas de volar muy lejos de aquí. Apreté los dientes hasta que rechinaron, la voz quería salir con fuerza por mi garganta y ni siquiera sabía lo que iba a decir, pero estaba segura de que sería una combinación de rabia y groserías.
Levanté mi mirada cargada de lágrimas, producto del odio que sentía hacia él y su manera de tratarme. Se acercó con la calma que siempre aparentaba, como si mi rabieta no significara absolutamente nada, y pellizcó mi barbilla, manteniendo mi rostro levantado hacia él, como si quisiera disfrutar del odio que mis ojos expresaban, mientras que su otra mano se enredaba en mi cintura, gesto que… nunca había hecho en bastante tiempo. La última vez que habíamos estado tan cerca fue cuando buscamos concebir a los trillizos.
¡Me odiaba más por sonrojarme de esa manera con su cercanía!
—¿Cuál es el problema? ¿Te ofende que ignore tus necesidades? ¿No toleras que no preste atención a tus… «sentimientos»? ¿Quieres llorar en mi hombro? —se burló de mí con frialdad, con ese humor tan agrio e insoportable. ¡Cómo odiaba que me hablara con ironía! ¡Qué se riera de cosas que yo consideraba importantes!
Eliot sabía ser hiriente cuando se lo proponía.
Cada vez más iracunda, lo empujé con ambas manos sobre su pecho, alejándolo de mí, repeliendo su calor y su loción que cosquilleaba en mi nariz.
—¡¿Estás loco o solo eres cruel por mero gusto?! —exclamé sintiéndome patética por no poder dejar de llorar. Odiaba que eso ocurriera. Cuando más atemorizante y feroz tenía que verme, terminaba llorando, minimizando la fuerza de mis palabras con sentimentalismos. ¿Por qué no solo podía gritar y maldecir? ¡Las lágrimas me hacían ver vulnerable y más coraje me daba!—. Firma el divorcio de una vez. Ya estoy cansada de juegos y burlas.
Como si verme en ese estado y escucharme gritar no le resultara interesante, caminó tranquilamente hacia la chimenea. Dejándome con el coraje atorado en la garganta, presumiendo su autocontrol o más bien, su falta de interés.
—¿Cuántas veces me has pedido el divorcio? ¿Te importaría contarlas por mí? Yo sinceramente ya perdí la cuenta —agregó con media sonrisa mientras el fuego de la chimenea se reflejaba en sus pupilas—. También sería bueno que me dijeras cuantas veces lo has logrado. ¡Claro! Ninguna. Es bueno saber que ya estás acostumbrada al fracaso.
CRISTINE FERRERANuestro matrimonio no solo era un fracaso, sino que había sido un asunto arreglado entre mis padres y los suyos. Sabía de Eliot mucho antes de saber que me casaría con él y admito de manera vergonzosa que lo admiraba, no solo porque era un hombre que parecía más un actor de películas de acción, con su gran altura, sus espaldas anchas, y ese rostro que era la combinación perfecta entre rasgos finos y angulosos, y masculinidad, sino que estaba fascinada por unirme en matrimonio con un hombre tan inteligente, que era capaz de dirigir una empresa como la que tenía en sus manos. No me sentía a su altura y tenía miedo de no ser suficiente. Tenía razón, no lo fui, por lo menos no para él, porque si de algo estoy segura es que yo no dejé de demostrarle que tenía iniciativa y corazón.Mi primer intento de alejarme de él, el primero golpe en mi corazón, fue cuando descubrí que había otra mujer en el suyo. Aún guardaba fotos y recuerdos que veía cuando se sentía melancólico. Iv
CRISTINE FERRERAMe pasé toda la mañana limpiando el piso de la cocina, la cena ya estaba seca y pegada a la losa. Con tristeza tomé el acta de divorcio sucia que se hizo pedazos en cuanto la alcé, la comida la había arruinado.Recordar el fracaso de anoche solo me hizo sentir furiosa y frustrada. ¡Era imposible hablar con ese hombre! —¡Te odio Eliot Magnani! ¡Te odio! ¡Te desprecio! ¡Te aborrezco! —grité llena de furia, con ganas de voltear la mesa, patear las sillas y salir de esa maldita casa con mis bebés para jamás volver—. Eres un hijo de puta. Maldito el día que mis padres decidieron casarme contigo. »Pero hay un puto karma, imbécil, lo sé… y cuando te llegue espero estar cerca para burlarme en tu cara. Terminarás solo y arruinado porque con el carácter de mierda que te cargas, ni tu madre te soportaba —con cada palabra arrojé con furia a la basura esa masa podrida y asquerosa en la que se había convertido la cena de aniversario. De pronto, cuando sentí que la presión de tod
CRISTINE FERRERA—A veces, cuando nos abandonan, entre más pasa el tiempo el cerebro se vuelve traicionero y comienza a olvidar todo lo malo, haciéndonos extrañar a esa persona por la poca bondad que mostró —contestó el señor Uberto con melancolía. Sabía bien a quién se refería: la zorra asquerosa de Ivette—. Eliot solo cree que fue lo mejor que le pudo pasar en la vida porque no recuerda todo lo malo que le hizo. Entre más le prohibía a esa mujer, más se aferraba a ella. A veces me pregunto si me equivoque… —No piense en eso… —dije con tristeza, manteniendo su mano cálida entre las mías. —No puedo evitarlo, porque en el proceso, arruiné tu vida también. —Sus ojos vidriosos se posaron en mí, parecía luchar con las ganas de llorar. Le sonreí con dulzura y negué con la cabeza. —Me dio a un buen esposo, un hombre inteligente que a su vez me dio tres pequeños angelitos. ¿Cómo puede decir eso? Todo está…—No te divorcies de él. —Mis mentiras no habían sido suficientes. ¿Cómo podía enga
CRISTINE FERRERA—¡Qué apague eso! —exclamó furioso el señor Uberto haciendo que la enfermera con mano temblorosa por fin apagara la televisión. Volteé lentamente hacia él, que parecía más pálido. Sorbí por la nariz y le ofrecí una sonrisa mientras lágrimas regordetas colgaban de mis pestañas, aferrándose a ellas. Mi pecho se sentía vacío, frío… creo que mi corazón se había muerto por fin, había dado su último latido. —Cristine… —Su mirada estaba cargada de tristeza. ¿Cómo no lo estaría si su hijo había preferido irse con esa zorra a estar con él? Juré que esto no lo olvidaría, no solo por mí, sino por el señor Uberto.—No diga nada, tiene que descansar… —¡No puedo descansar cuando mi hijo…!—No se altere… Lo último que quiero es que ese corazón se agite —contesté acariciando su mejilla—. Todo estará bien si usted está bien. ¿Entendido? No piense en esto. —Cristine… Lo siento tanto —agregó destrozado por la traición de su hijo a lo que yo solo sonreí, ya no tenía nada más qué deci
CRISTINE FERRERA—Resulta que mientras tú estabas festejando tu paternidad con Ivette, él empeoró. No sabes lo sorprendida que quedé cuando dijeron que su único hijo había ignorado todas las llamadas —contesté sin sentimientos, vacía, quebrada, corrompida. Su mirada delató que también percibió el cambio en mí—. No me sorprende que me dejes a un lado por Ivette, ya me acostumbré, pero… ¿abandonar a tu padre por ella? No creí que fueras tan… egoísta, después de todo, tu padre siempre ha sido un ángel contigo. Darle la espalda de esa manera fue sorprendente. Apretó las mandíbulas y contuvo su rabia. Como siempre contenía sus emociones, dominaba cada impulso hacia mí, pues no quería que yo tuviera algo de él, ni siquiera su coraje.—No sé de qué estás hablando… Ivette y yo…—¿No? ¡Me sorprende! Salió en cadena nacional —contesté revisando en mi celular, buscando alguna página de noticias—. Te atraparon, chico listo. Le mostré el teléfono y deslicé la pantalla para que apreciara el arte
CRISTINE FERRERAEliot firmó los papeles sobre el mueble de recepción y cuando me los entregó, Ivette ya estaba detrás de él, acariciando su espalda, viéndolo con inmensa piedad, mientras a mí me ignoraba, fingiendo que no existía. —Aunque no lo creas, te deseo que seas muy feliz —dije entregándole los documentos a Jimena quien comenzó a examinarlos mientras malabareaba con los bebés en sus brazos—. Porque si eres feliz y te satisface tu nueva vida, será más difícil que quieras volver a joder la mía. —Descuida… —intervino Ivette molesta, por fin poniéndome atención—. Él será muy feliz conmigo. Como siempre tuvo que ser. Tú eras quien lo hacía infeliz. —¡Mira! Premio doble… Ambos seremos felices, yo sin ti y tú con ella —contesté con sarcasmo y retrocedí—. Te iba a preguntar si querías despedirte de los bebés, pero… ¡¿qué digo?! ¡Nunca te importaron! Apuesto a que ni siquiera recuerdas cómo se llaman. ¡Es más! Ni siquiera sabes quién es quién o qué edad tienen. Así que… no tiene sen
ELIOT MAGNANI—Señor Magnani… —me saludó Cristine como si fuera un completo desconocido antes de posar su atención en Ivette que se mostraba posesiva, aferrándose a mi brazo—. Señora Magnani. Mis sinceras condolencias…—Espero que tu presencia aquí sea breve —interrumpió Ivette fingiendo educación—. Entenderás que ya no eres bien recibida en este círculo.Cristine sonrió divertida, parecía darle gracia la actitud de Ivette.—Lo sé, señora Magnani.—Deja de llamarla así —contesté furioso y me sacudí el brazo de Ivette—. Te dije que no quería circos ni juegos por respeto a mi padre.—No estoy haciendo ningún circo, solo estoy presentándole mis respetos a la única mujer que s
ELIOT MAGNANI—No estás para saberlo, ni yo para contarlo… —contestó Cristine deteniendo su avance—, pero ahora que no estamos casados, no es una gran idea regresar a casa de mis padres y menos con tres niños pequeños. A estas alturas me deben de considerar la deshonra de la familia. Así que… no, no regresaré con ellos.—¿Qué harás? ¿A dónde irás? —pregunté confundido y con una pequeña chispa de preocupación que se hacía cada vez más grande y angustiosa entre más tardaba ella en responder.—Nunca te importé cuando estábamos casados. Pude morir en esa casa y jamás te habrías enterado hasta un mes después cuando mi cuerp