CRISTINE FERRERA
—¡Qué apague eso! —exclamó furioso el señor Uberto haciendo que la enfermera con mano temblorosa por fin apagara la televisión.
Volteé lentamente hacia él, que parecía más pálido. Sorbí por la nariz y le ofrecí una sonrisa mientras lágrimas regordetas colgaban de mis pestañas, aferrándose a ellas. Mi pecho se sentía vacío, frío… creo que mi corazón se había muerto por fin, había dado su último latido.
—Cristine… —Su mirada estaba cargada de tristeza. ¿Cómo no lo estaría si su hijo había preferido irse con esa zorra a estar con él? Juré que esto no lo olvidaría, no solo por mí, sino por el señor Uberto.
—No diga nada, tiene que descansar…
—¡No puedo descansar cuando mi hijo…!
—No se altere… Lo último que quiero es que ese corazón se agite —contesté acariciando su mejilla—. Todo estará bien si usted está bien. ¿Entendido? No piense en esto.
—Cristine… Lo siento tanto —agregó destrozado por la traición de su hijo a lo que yo solo sonreí, ya no tenía nada más qué decir, solo lidiar con esa sensación de vacío que parecía expandirse al resto de mi cuerpo—. ¡No puedo comprender qué tiene en la cabeza!
—Señor Uberto… tranquilícese… —intervino la enfermera, pero sus palabras no fueron suficientes.
—¡Está arruinando su vida y la de todos! ¡Yo no críe a un hijo tan egoísta! —insistió y de pronto su mano se posó sobre su pecho.
—Por favor, cálmese… —dije angustiada, pero era tarde. Apretó los dientes y cerró los ojos con fuerza, mientras la enfermera me corría de la habitación y gritaba desesperada por un médico, presionando la alarma, haciendo que un equipo entrara apresurado a la habitación.
Cerraron la puerta en mi nariz y un mal presentimiento se apoderó de mi corazón.
***
ELIOT MAGNANI
—¿Te tomaste el atrevimiento de ponerle mi apellido? —contesté a la aseveración de Ivette mientras alejaba mi mano de la suya.
—¡Sí! Porque es tu hijo… —agregó luchando por no disolver su sonrisa. Mi gesto serio no era un buen augurio para ella.
—¿Tienes algún documento que lo compruebe? —pregunté con tranquilidad, bebiendo de mi café.
—¿Documento? ¿De qué hablas? ¿Insinúas que yo… te fui infiel? ¿Qué pasa? ¿Es que… ya no me amas?
Sus preguntas al borde del llanto me hicieron sonreír, pero en el fondo admitía que eran bastante acertadas. ¿Aún la amaba? Mis ojos recorrieron sus ojos descompuestos y sus labios temblorosos. Seguía siendo una mujer hermosa, pero bien dicen que… «santo que no es visto, no es adorado», y habían pasado muchos años de ausencia, el amor se había enranciado y después de su abandono mi corazón se amargó, se desinteresó y comprendí que enamorarse era un pésimo negocio.
Entonces… ¿por qué guardaba todavía su fotografía en mi cartera? Supongo que para recordarme que ninguna mujer valía la pena.
Sin apartar mi mirada de ella, me acabé mi café y con una sonrisa que no expresaba del todo mi satisfacción, decidí por fin contestar:
—Si no me fuiste infiel, demuéstralo con una prueba de ADN que justifique mi paternidad hacia el niño, si no piensas hacerlo, entonces, no sé lo que tengas que hacer, pero no quiero que tenga mi apellido.
Su rostro palideció y sus ojos brillaron de esa manera que amenazaba que rompería en llanto, pero esta vez ya no me importaba verla llorar.
***
CRISTINE FERRERA
Esperé en la sala de emergencias, mientras intentaba procesar lo que ocurría. Mi suegro se debatía entre la vida y la muerte, mi esposo estaba disfrutando de su paternidad y el regreso de su primer amor y yo… yo estaba aquí, sin nada en el pecho, ni en la cabeza.
—¡Ya llegué! —exclamó Jimena cargando con dificultad a mis tres bebés que parecían divertidos por sus pésimos intentos de cuidarlos.
—¿No encontraste la carriola? —Noté como su rostro se volvió de vergüenza.
—Sí, pero… no sabía cómo armarla. —Intenté sonreír, pero… su torpeza como niñera no era suficiente para cambiar mi humor de perros—. Traje el nuevo contrato de divorcio y la solicitud de la custodia de tus pequeños demonios. Todo está en orden, solo necesitamos la firma de tu esposo y de inmediato lo llevo a la notaría para que sea válido.
»¿Crees que… ahora si va a querer firmar?
—No… —contesté con desánimo y apatía—, pero no me importa, no pararé de insistir hasta que lo haga, y si no acepta, entonces tenemos todo lo que pasaron por el noticiero. Si no hará esto por las buenas, entonces será por las malas.
—Vaya… qué cambio —agregó Jimena sorprendida, incluso mis bebés dejaron de reír y sus enormes ojos se posaron en mí.
Como último acto de piedad, llamé a Eliot infinidad de veces para informarle de la situación de su padre, pero como siempre, me ignoró, tal vez creyendo que lo único que quería era hablar del divorcio o simplemente estaba muy ocupado con Ivette, ya no me importaba.
Por suerte la recepcionista aceptó llamarlo por mí.
—Créeme… Te hará más caso a ti —dije con una sonrisa insípida y la mirada carente de vida.
Y así fue. En diez, tal vez quince minutos, vi a Eliot entrando al hospital, con el ceño fruncido y la mirada cargada de desesperación. Se acercó corriendo hacia mí en cuanto se dio cuenta de mi presencia.
—¡¿Dónde está mi padre?! —me gritó como si fuera mi obligación informarle, pero solo provocó que me molestara.
CRISTINE FERRERA—Resulta que mientras tú estabas festejando tu paternidad con Ivette, él empeoró. No sabes lo sorprendida que quedé cuando dijeron que su único hijo había ignorado todas las llamadas —contesté sin sentimientos, vacía, quebrada, corrompida. Su mirada delató que también percibió el cambio en mí—. No me sorprende que me dejes a un lado por Ivette, ya me acostumbré, pero… ¿abandonar a tu padre por ella? No creí que fueras tan… egoísta, después de todo, tu padre siempre ha sido un ángel contigo. Darle la espalda de esa manera fue sorprendente. Apretó las mandíbulas y contuvo su rabia. Como siempre contenía sus emociones, dominaba cada impulso hacia mí, pues no quería que yo tuviera algo de él, ni siquiera su coraje.—No sé de qué estás hablando… Ivette y yo…—¿No? ¡Me sorprende! Salió en cadena nacional —contesté revisando en mi celular, buscando alguna página de noticias—. Te atraparon, chico listo. Le mostré el teléfono y deslicé la pantalla para que apreciara el arte
CRISTINE FERRERAEliot firmó los papeles sobre el mueble de recepción y cuando me los entregó, Ivette ya estaba detrás de él, acariciando su espalda, viéndolo con inmensa piedad, mientras a mí me ignoraba, fingiendo que no existía. —Aunque no lo creas, te deseo que seas muy feliz —dije entregándole los documentos a Jimena quien comenzó a examinarlos mientras malabareaba con los bebés en sus brazos—. Porque si eres feliz y te satisface tu nueva vida, será más difícil que quieras volver a joder la mía. —Descuida… —intervino Ivette molesta, por fin poniéndome atención—. Él será muy feliz conmigo. Como siempre tuvo que ser. Tú eras quien lo hacía infeliz. —¡Mira! Premio doble… Ambos seremos felices, yo sin ti y tú con ella —contesté con sarcasmo y retrocedí—. Te iba a preguntar si querías despedirte de los bebés, pero… ¡¿qué digo?! ¡Nunca te importaron! Apuesto a que ni siquiera recuerdas cómo se llaman. ¡Es más! Ni siquiera sabes quién es quién o qué edad tienen. Así que… no tiene sen
ELIOT MAGNANI—Señor Magnani… —me saludó Cristine como si fuera un completo desconocido antes de posar su atención en Ivette que se mostraba posesiva, aferrándose a mi brazo—. Señora Magnani. Mis sinceras condolencias…—Espero que tu presencia aquí sea breve —interrumpió Ivette fingiendo educación—. Entenderás que ya no eres bien recibida en este círculo.Cristine sonrió divertida, parecía darle gracia la actitud de Ivette.—Lo sé, señora Magnani.—Deja de llamarla así —contesté furioso y me sacudí el brazo de Ivette—. Te dije que no quería circos ni juegos por respeto a mi padre.—No estoy haciendo ningún circo, solo estoy presentándole mis respetos a la única mujer que s
ELIOT MAGNANI—No estás para saberlo, ni yo para contarlo… —contestó Cristine deteniendo su avance—, pero ahora que no estamos casados, no es una gran idea regresar a casa de mis padres y menos con tres niños pequeños. A estas alturas me deben de considerar la deshonra de la familia. Así que… no, no regresaré con ellos.—¿Qué harás? ¿A dónde irás? —pregunté confundido y con una pequeña chispa de preocupación que se hacía cada vez más grande y angustiosa entre más tardaba ella en responder.—Nunca te importé cuando estábamos casados. Pude morir en esa casa y jamás te habrías enterado hasta un mes después cuando mi cuerp
CRISTINE FERRERANadie me explicó lo complicado que sería ser madre soltera de tres angelitos. La alegría que me generó ganar mi libertad se acabó conforme mis ahorros empezaban a desaparecer y yo no conseguía trabajo. Pensé que estando lejos de Eliot dejaría de llorar por las noches, pero no fue así. Cuando mis bebés dormían me encerraba en el baño del pequeño departamento que había rentado, pues era para lo único que me alcanzaba, y lloraba tronándome los dedos e intentando quebrarme la cabeza para descubrir cómo iba a poner el pan en la mesa al día siguiente.Muchas veces pensé en llamar a mi maldito exesposo y pedirle algo de dinero para sus hijos, pero cada vez que estaba a punto de hacerlo, desistía. Mi orgullo me daba las fuerzas su
ELIOT MAGNANIMi ayudante me consiguió una mesa lo suficientemente cerca del espectáculo, pero lo suficientemente lejos para que nadie ahí pudiera reconocerme. Escondiendo mi rostro entre las sombras y sin apetito de probar algún trago barato, y de seguro adulterado, escuché por los altavoces la presentación de una de las bailarinas que me erizó la piel y me regresó las náuseas.—¡Ahora, con ustedes… nuestra hermosa Cristy! —gritó el hombre provocando que medio mundo chiflara y aplaudiera. Todas las miradas se posaron ansiosas en las cortinas de terciopelo rosa. Sentía tanta vergüenza que estuve a punto de irme, pero lo que vi me dejó sin aliento.Cristine salió de entre las cortinas, con la mirada clavada en el
ELIOT MAGNANIDesde el asiento trasero de mi Bugatti y con los nudillos enrojecidos por golpear a ese hombre hasta la inconsciencia, esperé paciente. Mi ayudante estaba listo para entrar a ese club si Cristine no salía, y me lamentaría por el dueño o la mesera si eran los culpables de que ella no recibiera mi dinero y no cumpliera con mi orden.No pasaron más de cinco minutos cuando la vi, con unos vaqueros azules y una camisa holgada de franela roja, desfajada. Efectivamente se veía más delgada que antes, pero también más atlética. Colgarse de ese tubo y hacer todas esas piruetas le habían dado a su cuerpo no solo más fuerza, sino también unas curvas muy… «llamativas». De solo recordarla en el escenario volvía a sentir calor. CRISTINE FERRERA—Tan torpe como siempre… —ronroneó Eliot con la actitud odiosa que lo caracterizaba y mi cuerpo tembló, reacción que claramente notó, porque sus manos seguían encima de mí.—Suéltame… —dije con la misma frialdad que él despedía.—¿Quieres que te deje caer? —Levantó una ceja de esa manera tan jodidamente irresistible y, aún así, luchaba con todas mis fuerzas para no sucumbir ante sus encantos. Es que… odiaba admitir que en él sí aplicaba lo que decían del vino y de los hombres, entre más pasaba el tiempo, estaba cada vez más bueno, cada vez más… «deseable», pero lo que tenía de atractivo lo ten&iacCapítulo 14: Un reencuentro complicado