Capítulo 6: Un mal hijo, un mal esposo

CRISTINE FERRERA

—¡Qué apague eso! —exclamó furioso el señor Uberto haciendo que la enfermera con mano temblorosa por fin apagara la televisión. 

Volteé lentamente hacia él, que parecía más pálido. Sorbí por la nariz y le ofrecí una sonrisa mientras lágrimas regordetas colgaban de mis pestañas, aferrándose a ellas. Mi pecho se sentía vacío, frío… creo que mi corazón se había muerto por fin, había dado su último latido. 

—Cristine… —Su mirada estaba cargada de tristeza. ¿Cómo no lo estaría si su hijo había preferido irse con esa zorra a estar con él? Juré que esto no lo olvidaría, no solo por mí, sino por el señor Uberto.

—No diga nada, tiene que descansar… 

—¡No puedo descansar cuando mi hijo…!

—No se altere… Lo último que quiero es que ese corazón se agite —contesté acariciando su mejilla—. Todo estará bien si usted está bien. ¿Entendido? No piense en esto. 

—Cristine… Lo siento tanto —agregó destrozado por la traición de su hijo a lo que yo solo sonreí, ya no tenía nada más qué decir, solo lidiar con esa sensación de vacío que parecía expandirse al resto de mi cuerpo—. ¡No puedo comprender qué tiene en la cabeza!

—Señor Uberto… tranquilícese… —intervino la enfermera, pero sus palabras no fueron suficientes. 

—¡Está arruinando su vida y la de todos! ¡Yo no críe a un hijo tan egoísta! —insistió y de pronto su mano se posó sobre su pecho. 

—Por favor, cálmese… —dije angustiada, pero era tarde. Apretó los dientes y cerró los ojos con fuerza, mientras la enfermera me corría de la habitación y gritaba desesperada por un médico, presionando la alarma, haciendo que un equipo entrara apresurado a la habitación. 

Cerraron la puerta en mi nariz y un mal presentimiento se apoderó de mi corazón. 

***

ELIOT MAGNANI

—¿Te tomaste el atrevimiento de ponerle mi apellido? —contesté a la aseveración de Ivette mientras alejaba mi mano de la suya. 

—¡Sí! Porque es tu hijo… —agregó luchando por no disolver su sonrisa. Mi gesto serio no era un buen augurio para ella. 

—¿Tienes algún documento que lo compruebe? —pregunté con tranquilidad, bebiendo de mi café. 

—¿Documento? ¿De qué hablas? ¿Insinúas que yo… te fui infiel? ¿Qué pasa? ¿Es que… ya no me amas? 

Sus preguntas al borde del llanto me hicieron sonreír, pero en el fondo admitía que eran bastante acertadas. ¿Aún la amaba? Mis ojos recorrieron sus ojos descompuestos y sus labios temblorosos. Seguía siendo una mujer hermosa, pero bien dicen que… «santo que no es visto, no es adorado», y habían pasado muchos años de ausencia, el amor se había enranciado y después de su abandono mi corazón se amargó, se desinteresó y comprendí que enamorarse era un pésimo negocio. 

Entonces… ¿por qué guardaba todavía su fotografía en mi cartera? Supongo que para recordarme que ninguna mujer valía la pena. 

Sin apartar mi mirada de ella, me acabé mi café y con una sonrisa que no expresaba del todo mi satisfacción, decidí por fin contestar: 

—Si no me fuiste infiel, demuéstralo con una prueba de ADN que justifique mi paternidad hacia el niño, si no piensas hacerlo, entonces, no sé lo que tengas que hacer, pero no quiero que tenga mi apellido. 

Su rostro palideció y sus ojos brillaron de esa manera que amenazaba que rompería en llanto, pero esta vez ya no me importaba verla llorar. 

***

CRISTINE FERRERA

Esperé en la sala de emergencias, mientras intentaba procesar lo que ocurría. Mi suegro se debatía entre la vida y la muerte, mi esposo estaba disfrutando de su paternidad y el regreso de su primer amor y yo… yo estaba aquí, sin nada en el pecho, ni en la cabeza. 

—¡Ya llegué! —exclamó Jimena cargando con dificultad a mis tres bebés que parecían divertidos por sus pésimos intentos de cuidarlos.

—¿No encontraste la carriola? —Noté como su rostro se volvió de vergüenza. 

—Sí, pero… no sabía cómo armarla. —Intenté sonreír, pero… su torpeza como niñera no era suficiente para cambiar mi humor de perros—. Traje el nuevo contrato de divorcio y la solicitud de la custodia de tus pequeños demonios. Todo está en orden, solo necesitamos la firma de tu esposo y de inmediato lo llevo a la notaría para que sea válido. 

»¿Crees que… ahora si va a querer firmar? 

—No… —contesté con desánimo y apatía—, pero no me importa, no pararé de insistir hasta que lo haga, y si no acepta, entonces tenemos todo lo que pasaron por el noticiero. Si no hará esto por las buenas, entonces será por las malas. 

—Vaya… qué cambio —agregó Jimena sorprendida, incluso mis bebés dejaron de reír y sus enormes ojos se posaron en mí. 

Como último acto de piedad, llamé a Eliot infinidad de veces para informarle de la situación de su padre, pero como siempre, me ignoró, tal vez creyendo que lo único que quería era hablar del divorcio o simplemente estaba muy ocupado con Ivette, ya no me importaba. 

Por suerte la recepcionista aceptó llamarlo por mí. 

—Créeme… Te hará más caso a ti —dije con una sonrisa insípida y la mirada carente de vida. 

Y así fue. En diez, tal vez quince minutos, vi a Eliot entrando al hospital, con el ceño fruncido y la mirada cargada de desesperación. Se acercó corriendo hacia mí en cuanto se dio cuenta de mi presencia. 

—¡¿Dónde está mi padre?! —me gritó como si fuera mi obligación informarle, pero solo provocó que me molestara.

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