CRISTINE FERRERA
—Resulta que mientras tú estabas festejando tu paternidad con Ivette, él empeoró. No sabes lo sorprendida que quedé cuando dijeron que su único hijo había ignorado todas las llamadas —contesté sin sentimientos, vacía, quebrada, corrompida. Su mirada delató que también percibió el cambio en mí—. No me sorprende que me dejes a un lado por Ivette, ya me acostumbré, pero… ¿abandonar a tu padre por ella? No creí que fueras tan… egoísta, después de todo, tu padre siempre ha sido un ángel contigo. Darle la espalda de esa manera fue sorprendente.
Apretó las mandíbulas y contuvo su rabia. Como siempre contenía sus emociones, dominaba cada impulso hacia mí, pues no quería que yo tuviera algo de él, ni siquiera su coraje.
—No sé de qué estás hablando… Ivette y yo…
—¿No? ¡Me sorprende! Salió en cadena nacional —contesté revisando en mi celular, buscando alguna página de noticias—. Te atraparon, chico listo.
Le mostré el teléfono y deslicé la pantalla para que apreciara el arte de su traición.
—Deja que encuentre el video donde te enteras de que eres padre. Esa fue la mejor parte. Solo que preferiría hacerlo lejos de los niños, no sé si ya tengan la edad para recordar que a su padre no le interesó un carajo su nacimiento, ni se dignó a visitarlos en el hospital, ¡ah!, pero debe de estar muy feliz por su hijo bastardo.
—¡Cristine! Te prohíbo que me hables así —contestó entre dientes y apretó los puños, pero no le tuve miedo.
¡Quería lastimarlo! ¡Quería sumirlo en la jodida miseria! ¡Quería que sintiera dolor por sus malas decisiones! ¡Mi ironía y mis burlas no pararían! ¡Quería verlo arrodillado de dolor! ¡Quería destruir al monstruo empresarial temido por media ciudad y respetado por la otra mitad! Esto se iba a acabar, pero podía jurar que nunca se olvidaría de mí y de mis palabras.
—¿Sabes qué? Él no tiene la culpa, su madre es una perra bastarda interesada y su padre un completo idiota que no sabe distinguir cuando lo manipulan. Espero que ese tal Mario haya heredado la inteligencia de su madre y no la estupidez de su padre.
El rechinido de sus dientes me causó placer y no pude más que sonreír.
—Firma el divorcio, sé que quieres hacerlo. No podrás formalizar con Ivette si sigues atado a mí. ¿Me retenías por la salud de tu padre? No te funcionó, decidiste joderle el corazón de otra manera. Incluso creo que el divorcio hubiera sido más fácil de procesar que tu traición, porque sí, si tu padre colapsó por segunda vez, fue gracias a ti. ¡Felicidades! —Jamás había pensado que un día sería tan hiriente. Si fuera por mí incluso lo golpearía, pero sabía que no sería suficiente para verlo caer.
Nos vimos por un momento a los ojos, en completo silencio, mientras Jimena dejaba en mi mano estirada el documento y una pluma.
—¿Señora Magnani? —preguntó el doctor, acercándose con cautela.
—No por mucho tiempo —contesté despegando con dificultad mi mirada retadora del rostro de Eliot.
—¿Usted es el señor Magnani?
—Sí, soy yo. ¿Cómo se encuentra mi padre? —preguntó Eliot dándome la espalda.
El silencio del doctor no me gustó, cuando volteé hacia él noté que agachaba el rostro y negaba. Algo muy malo había pasado y mi corazón se resquebrajó antes de que lo dijera.
—Lo siento, acaba de fallecer —soltó dejándonos a ambos congelados. No creí que… pasaría. El señor estaba enfermo y empeorando, pero mi cabeza parecía que no comprendía que podía morir, como si no fuera una opción.
Cuando volteé hacia Eliot, sus hombros estaban caídos y su rostro pálido. La noticia lo había destruido y después de haberlo culpado por el estado de su padre que, por cierto, no dije ninguna mentira, no me imaginaba el peso y la responsabilidad sobre él.
—Lo lamento… —con eso último el doctor retrocedió dándonos privacidad.
Levanté mi mano, dudando si posarla en su hombro e intentar consolarlo, pero en ese momento Jimena carraspeó llamando mi atención y dirigiéndola hacia la puerta donde se encontraba Ivette, con ese hermoso vestido corto, luciendo sus largas y torneadas piernas, buscando a su hombre con la mirada, recordándome que yo ya no tenía responsabilidades ante él.
Desistí de mis intenciones y le acerqué el acta de divorcio.
—Acabemos con esto… Ya no estás obligado a seguir con esta farsa. —Por fin Eliot tomó los documentos y lo hojeó, aún en «shock», pero resistiéndose a desmoronarse—. En el anexo menciono que no quiero nada de ti, no quiero tu dinero ni ninguna clase de pensión para los niños. Solo los quiero a ellos. Eso es todo. Así tú podrás hacer tu vida con la familia que siempre quisiste y no tendrás que preocuparte de los trillizos que nunca amaste, así como puse tres clavos en tu ataúd, ahora te los quito y te regreso a la vida.
Entornó los ojos y noté que la culpabilidad lo consumía lentamente. Había dicho que quería estar cerca cuando el karma lo alcanzara, pero ahora preferiría estar lejos. No me nacía burlarme de él, no a costa del señor Uberto, que había sido tan bueno y no se merecía a un hijo como Eliot.
—Solo firma —agregué ofreciéndole la pluma.
Cuando la tomó, nos vimos una vez más a los ojos. Mi corazón se aceleró, pero no por su cercanía ni su mirada, sino porque estaba muy cerca de la libertad.
CRISTINE FERRERAEliot firmó los papeles sobre el mueble de recepción y cuando me los entregó, Ivette ya estaba detrás de él, acariciando su espalda, viéndolo con inmensa piedad, mientras a mí me ignoraba, fingiendo que no existía. —Aunque no lo creas, te deseo que seas muy feliz —dije entregándole los documentos a Jimena quien comenzó a examinarlos mientras malabareaba con los bebés en sus brazos—. Porque si eres feliz y te satisface tu nueva vida, será más difícil que quieras volver a joder la mía. —Descuida… —intervino Ivette molesta, por fin poniéndome atención—. Él será muy feliz conmigo. Como siempre tuvo que ser. Tú eras quien lo hacía infeliz. —¡Mira! Premio doble… Ambos seremos felices, yo sin ti y tú con ella —contesté con sarcasmo y retrocedí—. Te iba a preguntar si querías despedirte de los bebés, pero… ¡¿qué digo?! ¡Nunca te importaron! Apuesto a que ni siquiera recuerdas cómo se llaman. ¡Es más! Ni siquiera sabes quién es quién o qué edad tienen. Así que… no tiene sen
ELIOT MAGNANI—Señor Magnani… —me saludó Cristine como si fuera un completo desconocido antes de posar su atención en Ivette que se mostraba posesiva, aferrándose a mi brazo—. Señora Magnani. Mis sinceras condolencias…—Espero que tu presencia aquí sea breve —interrumpió Ivette fingiendo educación—. Entenderás que ya no eres bien recibida en este círculo.Cristine sonrió divertida, parecía darle gracia la actitud de Ivette.—Lo sé, señora Magnani.—Deja de llamarla así —contesté furioso y me sacudí el brazo de Ivette—. Te dije que no quería circos ni juegos por respeto a mi padre.—No estoy haciendo ningún circo, solo estoy presentándole mis respetos a la única mujer que s
ELIOT MAGNANI—No estás para saberlo, ni yo para contarlo… —contestó Cristine deteniendo su avance—, pero ahora que no estamos casados, no es una gran idea regresar a casa de mis padres y menos con tres niños pequeños. A estas alturas me deben de considerar la deshonra de la familia. Así que… no, no regresaré con ellos.—¿Qué harás? ¿A dónde irás? —pregunté confundido y con una pequeña chispa de preocupación que se hacía cada vez más grande y angustiosa entre más tardaba ella en responder.—Nunca te importé cuando estábamos casados. Pude morir en esa casa y jamás te habrías enterado hasta un mes después cuando mi cuerp
CRISTINE FERRERANadie me explicó lo complicado que sería ser madre soltera de tres angelitos. La alegría que me generó ganar mi libertad se acabó conforme mis ahorros empezaban a desaparecer y yo no conseguía trabajo. Pensé que estando lejos de Eliot dejaría de llorar por las noches, pero no fue así. Cuando mis bebés dormían me encerraba en el baño del pequeño departamento que había rentado, pues era para lo único que me alcanzaba, y lloraba tronándome los dedos e intentando quebrarme la cabeza para descubrir cómo iba a poner el pan en la mesa al día siguiente.Muchas veces pensé en llamar a mi maldito exesposo y pedirle algo de dinero para sus hijos, pero cada vez que estaba a punto de hacerlo, desistía. Mi orgullo me daba las fuerzas su
ELIOT MAGNANIMi ayudante me consiguió una mesa lo suficientemente cerca del espectáculo, pero lo suficientemente lejos para que nadie ahí pudiera reconocerme. Escondiendo mi rostro entre las sombras y sin apetito de probar algún trago barato, y de seguro adulterado, escuché por los altavoces la presentación de una de las bailarinas que me erizó la piel y me regresó las náuseas.—¡Ahora, con ustedes… nuestra hermosa Cristy! —gritó el hombre provocando que medio mundo chiflara y aplaudiera. Todas las miradas se posaron ansiosas en las cortinas de terciopelo rosa. Sentía tanta vergüenza que estuve a punto de irme, pero lo que vi me dejó sin aliento.Cristine salió de entre las cortinas, con la mirada clavada en el
ELIOT MAGNANIDesde el asiento trasero de mi Bugatti y con los nudillos enrojecidos por golpear a ese hombre hasta la inconsciencia, esperé paciente. Mi ayudante estaba listo para entrar a ese club si Cristine no salía, y me lamentaría por el dueño o la mesera si eran los culpables de que ella no recibiera mi dinero y no cumpliera con mi orden.No pasaron más de cinco minutos cuando la vi, con unos vaqueros azules y una camisa holgada de franela roja, desfajada. Efectivamente se veía más delgada que antes, pero también más atlética. Colgarse de ese tubo y hacer todas esas piruetas le habían dado a su cuerpo no solo más fuerza, sino también unas curvas muy… «llamativas». De solo recordarla en el escenario volvía a sentir calor. CRISTINE FERRERA—Tan torpe como siempre… —ronroneó Eliot con la actitud odiosa que lo caracterizaba y mi cuerpo tembló, reacción que claramente notó, porque sus manos seguían encima de mí.—Suéltame… —dije con la misma frialdad que él despedía.—¿Quieres que te deje caer? —Levantó una ceja de esa manera tan jodidamente irresistible y, aún así, luchaba con todas mis fuerzas para no sucumbir ante sus encantos. Es que… odiaba admitir que en él sí aplicaba lo que decían del vino y de los hombres, entre más pasaba el tiempo, estaba cada vez más bueno, cada vez más… «deseable», pero lo que tenía de atractivo lo ten&iacCapítulo 14: Un reencuentro complicado
CRISTINE FERRERAMe sacudí su mano y retrocedí sin apartar mi atención de él.—¿Qué te importa? No tengo que darte explicaciones de nada. Renunciaste hace mucho tiempo a mí y a los niños, ¿recuerdas? ¡Prometiste nunca buscarme y no estás cumpliendo con el trato!Aunque me esforzaba por mostrarme confiada e incluso divertida, cada palabra me… dolió. ¿Me causaba ilusión verlo regresar? Sí. Lo había esperado todo este tiempo, a veces deseaba que se humillara y me rogara, otras veces me conformaba con una disculpa escueta, pero… pese al tiempo, pese a las heridas, pese a todo… aún vivía en mí esa jovencita que lo veía con amor y admiración, y no encontraba la manera