ELIOT MAGNANI
—No estás para saberlo, ni yo para contarlo… —contestó Cristine deteniendo su avance—, pero ahora que no estamos casados, no es una gran idea regresar a casa de mis padres y menos con tres niños pequeños. A estas alturas me deben de considerar la deshonra de la familia. Así que… no, no regresaré con ellos.
—¿Qué harás? ¿A dónde irás? —pregunté confundido y con una pequeña chispa de preocupación que se hacía cada vez más grande y angustiosa entre más tardaba ella en responder.
—Nunca te importé cuando estábamos casados. Pude morir en esa casa y jamás te habrías enterado hasta un mes después cuando mi cuerp
CRISTINE FERRERANadie me explicó lo complicado que sería ser madre soltera de tres angelitos. La alegría que me generó ganar mi libertad se acabó conforme mis ahorros empezaban a desaparecer y yo no conseguía trabajo. Pensé que estando lejos de Eliot dejaría de llorar por las noches, pero no fue así. Cuando mis bebés dormían me encerraba en el baño del pequeño departamento que había rentado, pues era para lo único que me alcanzaba, y lloraba tronándome los dedos e intentando quebrarme la cabeza para descubrir cómo iba a poner el pan en la mesa al día siguiente.Muchas veces pensé en llamar a mi maldito exesposo y pedirle algo de dinero para sus hijos, pero cada vez que estaba a punto de hacerlo, desistía. Mi orgullo me daba las fuerzas su
ELIOT MAGNANIMi ayudante me consiguió una mesa lo suficientemente cerca del espectáculo, pero lo suficientemente lejos para que nadie ahí pudiera reconocerme. Escondiendo mi rostro entre las sombras y sin apetito de probar algún trago barato, y de seguro adulterado, escuché por los altavoces la presentación de una de las bailarinas que me erizó la piel y me regresó las náuseas.—¡Ahora, con ustedes… nuestra hermosa Cristy! —gritó el hombre provocando que medio mundo chiflara y aplaudiera. Todas las miradas se posaron ansiosas en las cortinas de terciopelo rosa. Sentía tanta vergüenza que estuve a punto de irme, pero lo que vi me dejó sin aliento.Cristine salió de entre las cortinas, con la mirada clavada en el
ELIOT MAGNANIDesde el asiento trasero de mi Bugatti y con los nudillos enrojecidos por golpear a ese hombre hasta la inconsciencia, esperé paciente. Mi ayudante estaba listo para entrar a ese club si Cristine no salía, y me lamentaría por el dueño o la mesera si eran los culpables de que ella no recibiera mi dinero y no cumpliera con mi orden.No pasaron más de cinco minutos cuando la vi, con unos vaqueros azules y una camisa holgada de franela roja, desfajada. Efectivamente se veía más delgada que antes, pero también más atlética. Colgarse de ese tubo y hacer todas esas piruetas le habían dado a su cuerpo no solo más fuerza, sino también unas curvas muy… «llamativas». De solo recordarla en el escenario volvía a sentir calor. CRISTINE FERRERA—Tan torpe como siempre… —ronroneó Eliot con la actitud odiosa que lo caracterizaba y mi cuerpo tembló, reacción que claramente notó, porque sus manos seguían encima de mí.—Suéltame… —dije con la misma frialdad que él despedía.—¿Quieres que te deje caer? —Levantó una ceja de esa manera tan jodidamente irresistible y, aún así, luchaba con todas mis fuerzas para no sucumbir ante sus encantos. Es que… odiaba admitir que en él sí aplicaba lo que decían del vino y de los hombres, entre más pasaba el tiempo, estaba cada vez más bueno, cada vez más… «deseable», pero lo que tenía de atractivo lo ten&iacCapítulo 14: Un reencuentro complicado
CRISTINE FERRERAMe sacudí su mano y retrocedí sin apartar mi atención de él.—¿Qué te importa? No tengo que darte explicaciones de nada. Renunciaste hace mucho tiempo a mí y a los niños, ¿recuerdas? ¡Prometiste nunca buscarme y no estás cumpliendo con el trato!Aunque me esforzaba por mostrarme confiada e incluso divertida, cada palabra me… dolió. ¿Me causaba ilusión verlo regresar? Sí. Lo había esperado todo este tiempo, a veces deseaba que se humillara y me rogara, otras veces me conformaba con una disculpa escueta, pero… pese al tiempo, pese a las heridas, pese a todo… aún vivía en mí esa jovencita que lo veía con amor y admiración, y no encontraba la manera
ELIOT MAGNANISabía que esa clase de lugares solían saltarse las reglas, no sería difícil cerrarlo y tal vez sería lo mejor si quería que Cristine dejara de trabajar aquí, pero… debía de admitir que era una oportunidad para que aceptara el dinero que no había querido y no solo eso, algo dentro de mí me pedía verla, quería… que ese espectáculo tan atrevido solo me lo dedicara a mí. En cuanto me levanté de mi asiento, Rocco tomó del brazo a una de las meseras que iba pasando y sin despegar su mirada de mi rostro, le dio la orden:—Ve por Cristy… Dile que tiene un cliente en el cuarto número tres.—Pero Cristy no…—¡¿No me escuchaste?! —vociferó iracundo, desquitando con la chica el coraje que yo le había hecho pasar—. Dile a Cristy que solo se trata de un baile sin «final feliz» y que, si no le parece, entonces se puede ir despidiendo de su trabajo. Así de sencillo. —Sí, jefe —dijo la mesera temblorosa antes de correr hacia los vestidores.—Señor, por aquí —agregó Rocco con una sonris
ELIOT MAGNANIDe pronto, en un arranque de valentía, Cristine se montó en mi regazo, pegando el calor que se escondía debajo de sus bragas a mi miembro erecto debajo de mis pantalones. ¡Me estaba enloqueciendo! Cuando acerqué mis manos queriendo tomarla por la cintura y arrancarle un beso de esos suaves labios, ella se echó para atrás.—No puedes tocar, esa es la regla… —dijo contra mis labios entreabiertos, acariciándolos con las yemas de sus dedos—, pero yo sí te puedo tocar a ti.—No me parece justo… —susurré hambriento, desesperado por poseerla.—¿Sabes qué es lo que no me parece justo? —preguntó mientras seguía moviénd
CRISTINE FERRERASaqué de sus pantalones el fajo de billetes que había destinado para pagar por mis servicios, mientras escuchaba el castañeo de las esposas. Eliot por fin había entendido mi plan, el cual estuve a punto de no cumplir, y es que… tan solo tenía que verlo con el torso desnudo para arrepentirme de dejarlo amarrado sobre esa cama, pero después me acordaba de lo hijo de puta que fue en el pasado y se me olvidaba. —¡Cristine! ¡¿Qué carajos crees que estás haciendo?! —gritó furioso.—¿Cómo se siente estar vulnerable? ¿Te has sentido así antes? —pregunté mientras escondía el dinero en mi brasier. Caminé quebrando mis caderas con más cadencia de lo normal, me sentía poderosa y malvada, lo tenía en mi poder y lo iba a disfrutar. Tomé uno de los látigos de cuero y me mordí los labios. —Ni se te ocurra… —susurró entre dientes.—¿Qué pasa? Cuando fui dócil y sumisa en la cama, parecía que no te gustaba, solo te montabas, te corrías y te ibas. Ahora voy a cambiar de técnica, tal v