Capítulo 5: El hijo ilegítimo del CEO

CRISTINE FERRERA

—A veces, cuando nos abandonan, entre más pasa el tiempo el cerebro se vuelve traicionero y comienza a olvidar todo lo malo, haciéndonos extrañar a esa persona por la poca bondad que mostró —contestó el señor Uberto con melancolía. Sabía bien a quién se refería: la zorra asquerosa de Ivette—. Eliot solo cree que fue lo mejor que le pudo pasar en la vida porque no recuerda todo lo malo que le hizo. Entre más le prohibía a esa mujer, más se aferraba a ella. A veces me pregunto si me equivoque… 

—No piense en eso… —dije con tristeza, manteniendo su mano cálida entre las mías. 

—No puedo evitarlo, porque en el proceso, arruiné tu vida también. —Sus ojos vidriosos se posaron en mí, parecía luchar con las ganas de llorar. 

Le sonreí con dulzura y negué con la cabeza. 

—Me dio a un buen esposo, un hombre inteligente que a su vez me dio tres pequeños angelitos. ¿Cómo puede decir eso? Todo está…

—No te divorcies de él. —Mis mentiras no habían sido suficientes. ¿Cómo podía engañar a un hombre con tanta experiencia? Sabía quién era su hijo y había visto como su desprecio y frialdad consumieron mi alma, mi juventud y mi fe—. No dejes que esa mujer gane, no permitas que arruine a Eliot y de paso arruine a la familia. Si te quitas del camino ella no dudará en regresar y estoy seguro de que hará que la empresa se vaya a la quiebra con sus exigencias y berrinches. 

»El dinero se vuelve insuficiente en las manos equivocadas. 

«¡Ay, señor! Si supiera que tengo todas las intenciones de alejarme de su hijo», pensé. ¿Él sería suficiente para hacerme desistir del divorcio una tercera vez? 

—Por favor, prométeme que le tendrás paciencia a Eliot, te juro que con el tiempo él te demostrará que es un buen hombre, solo tiene que terminar de desintoxicarse. Solo necesita del amor de una buena mujer. 

¡Mentira! Yo era una buena mujer y mi amor no fue suficiente, no fui capaz de cambiar la dirección de su corazón, pero él sí pudo convertir el mío en piedra. 

—Cristine… No te rindas con mi muchacho… Te lo suplico —insistió, demostrándome que aún había algo de piedad dentro de mí, no para Eliot, sino para su padre, quien me acogió como una hija y jamás me dio la espalda. 

Le sonreí de medio lado y besé su mano, condenándome, sabiendo que volvería a desistir y dejaría el divorcio escondido en el fondo de mi clóset, aguantando por más tiempo la ausencia y mal humor de ese maldito hombre. Por iniciativa propia estaba colocándome de nuevo el grillete al cuello. ¿Cuántos años más podría dedicarle sin perder la cabeza?

De pronto la enfermera entró con una sonrisa y encendió la televisión, bajando el volumen. 

—Señor Uberto, qué bueno que su hija pudo llegar a tiempo —dijo la mujer con una sonrisa y la mirada cargada de ternura. Abrí la boca dispuesta a corregirla cuando el señor Magnani me dio unas palmaditas en la mejilla. 

—¿No es preciosa mi niña? Tan hermosa por fuera como por dentro. Su corazón vale oro —dijo con orgullo. Creo que ni siquiera mi padre se refería a mí de esa manera. 

Compartimos una sonrisa y recargué mi mejilla en su mano, agradecida por el cariño que siempre me dedicaba. Ese señor era un ángel, no entendía cómo había engendrado a un demonio tan desagradable e insoportable como Eliot. 

«¡Noticia de última hora!» exclamó el presentador del programa con tanta emoción que no importó que la televisión tuviera el volumen tan bajo. «Nuestros corresponsales capturaron estas imágenes del prestigioso CEO del imperio Magnani. ¡Estaba en un restaurante del centro de la ciudad con otra mujer que no era su esposa!»

La sonrisa se me borró del rostro y todo ese odio que parecía haberse amansado en presencia del señor Uberto, se descontroló. Las fotografías mostraban a Eliot en una pequeña mesa en el balcón de un restaurante muy elegante y, sobre todo, muy caro. La mujer frente a él era Ivette, la reconocí por la foto que él aún guardaba en su cartera. 

Clavé mi mirada en la pantalla mientras apretaba la mano del señor Uberto. Ni siquiera parpadeé, esperando ver un beso o tal vez verlos salir de ahí para pasar el resto del día en un hotel. Me di cuenta de que estaba esperando que Eliot terminara conmigo de alguna forma, porque en el fondo aún había esa pequeña chispa de esperanza que me hacía dudar del divorcio, que me prometía que todos tenían razón y él cambiaría un buen día, aún cabía un poco de fe, un poco de admiración, una última pulgada de paciencia, un último rezago amor. 

De pronto el reportero se había acercado lo suficiente y con la cámara de su celular escondido entre sus ropas, pudo grabar lo que me hacía falta, esa última estocada al corazón. 

—Señorita enfermera, por favor, apagué eso… —dijo el señor Uberto, pero lo detuve levantando una mano mientras yo avanzaba hacia la pantalla, grabándome todo en el fondo de mi cerebro. ¡No quería olvidarme de nada! Ni siquiera del color de su vestido o el de su corbata. 

—Tengo algo que confesarte —dijo Ivette emocionada, pegándose más a la mesa—. Cuando… tuve que alejarme de ti, cuando… me obligaron a irme para que tú pudieras casarte con esa mujer… yo… descubrí que estaba embarazada.

—¿Embarazada? —preguntó Eliot sorprendido. Saqué todo el aire de mis pulmones lentamente, intentando contener las lágrimas. ¡Vamos! ¡Jódeme la vida un poco más, Eliot Magnani! ¡Te reto!

—Se llama Mario… Mario Magnani, y es tu hijo. Apenas cumplió cinco años la semana pasada —contestó Ivette con una sonrisa y los ojos llorosos, mientras yo retrocedía como si la noticia hubiera sido un golpe en la cara.

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