CRISTINE FERRERA
—A veces, cuando nos abandonan, entre más pasa el tiempo el cerebro se vuelve traicionero y comienza a olvidar todo lo malo, haciéndonos extrañar a esa persona por la poca bondad que mostró —contestó el señor Uberto con melancolía. Sabía bien a quién se refería: la zorra asquerosa de Ivette—. Eliot solo cree que fue lo mejor que le pudo pasar en la vida porque no recuerda todo lo malo que le hizo. Entre más le prohibía a esa mujer, más se aferraba a ella. A veces me pregunto si me equivoque…
—No piense en eso… —dije con tristeza, manteniendo su mano cálida entre las mías.
—No puedo evitarlo, porque en el proceso, arruiné tu vida también. —Sus ojos vidriosos se posaron en mí, parecía luchar con las ganas de llorar.
Le sonreí con dulzura y negué con la cabeza.
—Me dio a un buen esposo, un hombre inteligente que a su vez me dio tres pequeños angelitos. ¿Cómo puede decir eso? Todo está…
—No te divorcies de él. —Mis mentiras no habían sido suficientes. ¿Cómo podía engañar a un hombre con tanta experiencia? Sabía quién era su hijo y había visto como su desprecio y frialdad consumieron mi alma, mi juventud y mi fe—. No dejes que esa mujer gane, no permitas que arruine a Eliot y de paso arruine a la familia. Si te quitas del camino ella no dudará en regresar y estoy seguro de que hará que la empresa se vaya a la quiebra con sus exigencias y berrinches.
»El dinero se vuelve insuficiente en las manos equivocadas.
«¡Ay, señor! Si supiera que tengo todas las intenciones de alejarme de su hijo», pensé. ¿Él sería suficiente para hacerme desistir del divorcio una tercera vez?
—Por favor, prométeme que le tendrás paciencia a Eliot, te juro que con el tiempo él te demostrará que es un buen hombre, solo tiene que terminar de desintoxicarse. Solo necesita del amor de una buena mujer.
¡Mentira! Yo era una buena mujer y mi amor no fue suficiente, no fui capaz de cambiar la dirección de su corazón, pero él sí pudo convertir el mío en piedra.
—Cristine… No te rindas con mi muchacho… Te lo suplico —insistió, demostrándome que aún había algo de piedad dentro de mí, no para Eliot, sino para su padre, quien me acogió como una hija y jamás me dio la espalda.
Le sonreí de medio lado y besé su mano, condenándome, sabiendo que volvería a desistir y dejaría el divorcio escondido en el fondo de mi clóset, aguantando por más tiempo la ausencia y mal humor de ese maldito hombre. Por iniciativa propia estaba colocándome de nuevo el grillete al cuello. ¿Cuántos años más podría dedicarle sin perder la cabeza?
De pronto la enfermera entró con una sonrisa y encendió la televisión, bajando el volumen.
—Señor Uberto, qué bueno que su hija pudo llegar a tiempo —dijo la mujer con una sonrisa y la mirada cargada de ternura. Abrí la boca dispuesta a corregirla cuando el señor Magnani me dio unas palmaditas en la mejilla.
—¿No es preciosa mi niña? Tan hermosa por fuera como por dentro. Su corazón vale oro —dijo con orgullo. Creo que ni siquiera mi padre se refería a mí de esa manera.
Compartimos una sonrisa y recargué mi mejilla en su mano, agradecida por el cariño que siempre me dedicaba. Ese señor era un ángel, no entendía cómo había engendrado a un demonio tan desagradable e insoportable como Eliot.
«¡Noticia de última hora!» exclamó el presentador del programa con tanta emoción que no importó que la televisión tuviera el volumen tan bajo. «Nuestros corresponsales capturaron estas imágenes del prestigioso CEO del imperio Magnani. ¡Estaba en un restaurante del centro de la ciudad con otra mujer que no era su esposa!»
La sonrisa se me borró del rostro y todo ese odio que parecía haberse amansado en presencia del señor Uberto, se descontroló. Las fotografías mostraban a Eliot en una pequeña mesa en el balcón de un restaurante muy elegante y, sobre todo, muy caro. La mujer frente a él era Ivette, la reconocí por la foto que él aún guardaba en su cartera.
Clavé mi mirada en la pantalla mientras apretaba la mano del señor Uberto. Ni siquiera parpadeé, esperando ver un beso o tal vez verlos salir de ahí para pasar el resto del día en un hotel. Me di cuenta de que estaba esperando que Eliot terminara conmigo de alguna forma, porque en el fondo aún había esa pequeña chispa de esperanza que me hacía dudar del divorcio, que me prometía que todos tenían razón y él cambiaría un buen día, aún cabía un poco de fe, un poco de admiración, una última pulgada de paciencia, un último rezago amor.
De pronto el reportero se había acercado lo suficiente y con la cámara de su celular escondido entre sus ropas, pudo grabar lo que me hacía falta, esa última estocada al corazón.
—Señorita enfermera, por favor, apagué eso… —dijo el señor Uberto, pero lo detuve levantando una mano mientras yo avanzaba hacia la pantalla, grabándome todo en el fondo de mi cerebro. ¡No quería olvidarme de nada! Ni siquiera del color de su vestido o el de su corbata.
—Tengo algo que confesarte —dijo Ivette emocionada, pegándose más a la mesa—. Cuando… tuve que alejarme de ti, cuando… me obligaron a irme para que tú pudieras casarte con esa mujer… yo… descubrí que estaba embarazada.
—¿Embarazada? —preguntó Eliot sorprendido. Saqué todo el aire de mis pulmones lentamente, intentando contener las lágrimas. ¡Vamos! ¡Jódeme la vida un poco más, Eliot Magnani! ¡Te reto!
—Se llama Mario… Mario Magnani, y es tu hijo. Apenas cumplió cinco años la semana pasada —contestó Ivette con una sonrisa y los ojos llorosos, mientras yo retrocedía como si la noticia hubiera sido un golpe en la cara.
CRISTINE FERRERA—¡Qué apague eso! —exclamó furioso el señor Uberto haciendo que la enfermera con mano temblorosa por fin apagara la televisión. Volteé lentamente hacia él, que parecía más pálido. Sorbí por la nariz y le ofrecí una sonrisa mientras lágrimas regordetas colgaban de mis pestañas, aferrándose a ellas. Mi pecho se sentía vacío, frío… creo que mi corazón se había muerto por fin, había dado su último latido. —Cristine… —Su mirada estaba cargada de tristeza. ¿Cómo no lo estaría si su hijo había preferido irse con esa zorra a estar con él? Juré que esto no lo olvidaría, no solo por mí, sino por el señor Uberto.—No diga nada, tiene que descansar… —¡No puedo descansar cuando mi hijo…!—No se altere… Lo último que quiero es que ese corazón se agite —contesté acariciando su mejilla—. Todo estará bien si usted está bien. ¿Entendido? No piense en esto. —Cristine… Lo siento tanto —agregó destrozado por la traición de su hijo a lo que yo solo sonreí, ya no tenía nada más qué deci
CRISTINE FERRERA—Resulta que mientras tú estabas festejando tu paternidad con Ivette, él empeoró. No sabes lo sorprendida que quedé cuando dijeron que su único hijo había ignorado todas las llamadas —contesté sin sentimientos, vacía, quebrada, corrompida. Su mirada delató que también percibió el cambio en mí—. No me sorprende que me dejes a un lado por Ivette, ya me acostumbré, pero… ¿abandonar a tu padre por ella? No creí que fueras tan… egoísta, después de todo, tu padre siempre ha sido un ángel contigo. Darle la espalda de esa manera fue sorprendente. Apretó las mandíbulas y contuvo su rabia. Como siempre contenía sus emociones, dominaba cada impulso hacia mí, pues no quería que yo tuviera algo de él, ni siquiera su coraje.—No sé de qué estás hablando… Ivette y yo…—¿No? ¡Me sorprende! Salió en cadena nacional —contesté revisando en mi celular, buscando alguna página de noticias—. Te atraparon, chico listo. Le mostré el teléfono y deslicé la pantalla para que apreciara el arte
CRISTINE FERRERAEliot firmó los papeles sobre el mueble de recepción y cuando me los entregó, Ivette ya estaba detrás de él, acariciando su espalda, viéndolo con inmensa piedad, mientras a mí me ignoraba, fingiendo que no existía. —Aunque no lo creas, te deseo que seas muy feliz —dije entregándole los documentos a Jimena quien comenzó a examinarlos mientras malabareaba con los bebés en sus brazos—. Porque si eres feliz y te satisface tu nueva vida, será más difícil que quieras volver a joder la mía. —Descuida… —intervino Ivette molesta, por fin poniéndome atención—. Él será muy feliz conmigo. Como siempre tuvo que ser. Tú eras quien lo hacía infeliz. —¡Mira! Premio doble… Ambos seremos felices, yo sin ti y tú con ella —contesté con sarcasmo y retrocedí—. Te iba a preguntar si querías despedirte de los bebés, pero… ¡¿qué digo?! ¡Nunca te importaron! Apuesto a que ni siquiera recuerdas cómo se llaman. ¡Es más! Ni siquiera sabes quién es quién o qué edad tienen. Así que… no tiene sen
ELIOT MAGNANI—Señor Magnani… —me saludó Cristine como si fuera un completo desconocido antes de posar su atención en Ivette que se mostraba posesiva, aferrándose a mi brazo—. Señora Magnani. Mis sinceras condolencias…—Espero que tu presencia aquí sea breve —interrumpió Ivette fingiendo educación—. Entenderás que ya no eres bien recibida en este círculo.Cristine sonrió divertida, parecía darle gracia la actitud de Ivette.—Lo sé, señora Magnani.—Deja de llamarla así —contesté furioso y me sacudí el brazo de Ivette—. Te dije que no quería circos ni juegos por respeto a mi padre.—No estoy haciendo ningún circo, solo estoy presentándole mis respetos a la única mujer que s
ELIOT MAGNANI—No estás para saberlo, ni yo para contarlo… —contestó Cristine deteniendo su avance—, pero ahora que no estamos casados, no es una gran idea regresar a casa de mis padres y menos con tres niños pequeños. A estas alturas me deben de considerar la deshonra de la familia. Así que… no, no regresaré con ellos.—¿Qué harás? ¿A dónde irás? —pregunté confundido y con una pequeña chispa de preocupación que se hacía cada vez más grande y angustiosa entre más tardaba ella en responder.—Nunca te importé cuando estábamos casados. Pude morir en esa casa y jamás te habrías enterado hasta un mes después cuando mi cuerp
CRISTINE FERRERANadie me explicó lo complicado que sería ser madre soltera de tres angelitos. La alegría que me generó ganar mi libertad se acabó conforme mis ahorros empezaban a desaparecer y yo no conseguía trabajo. Pensé que estando lejos de Eliot dejaría de llorar por las noches, pero no fue así. Cuando mis bebés dormían me encerraba en el baño del pequeño departamento que había rentado, pues era para lo único que me alcanzaba, y lloraba tronándome los dedos e intentando quebrarme la cabeza para descubrir cómo iba a poner el pan en la mesa al día siguiente.Muchas veces pensé en llamar a mi maldito exesposo y pedirle algo de dinero para sus hijos, pero cada vez que estaba a punto de hacerlo, desistía. Mi orgullo me daba las fuerzas su
ELIOT MAGNANIMi ayudante me consiguió una mesa lo suficientemente cerca del espectáculo, pero lo suficientemente lejos para que nadie ahí pudiera reconocerme. Escondiendo mi rostro entre las sombras y sin apetito de probar algún trago barato, y de seguro adulterado, escuché por los altavoces la presentación de una de las bailarinas que me erizó la piel y me regresó las náuseas.—¡Ahora, con ustedes… nuestra hermosa Cristy! —gritó el hombre provocando que medio mundo chiflara y aplaudiera. Todas las miradas se posaron ansiosas en las cortinas de terciopelo rosa. Sentía tanta vergüenza que estuve a punto de irme, pero lo que vi me dejó sin aliento.Cristine salió de entre las cortinas, con la mirada clavada en el
ELIOT MAGNANIDesde el asiento trasero de mi Bugatti y con los nudillos enrojecidos por golpear a ese hombre hasta la inconsciencia, esperé paciente. Mi ayudante estaba listo para entrar a ese club si Cristine no salía, y me lamentaría por el dueño o la mesera si eran los culpables de que ella no recibiera mi dinero y no cumpliera con mi orden.No pasaron más de cinco minutos cuando la vi, con unos vaqueros azules y una camisa holgada de franela roja, desfajada. Efectivamente se veía más delgada que antes, pero también más atlética. Colgarse de ese tubo y hacer todas esas piruetas le habían dado a su cuerpo no solo más fuerza, sino también unas curvas muy… «llamativas». De solo recordarla en el escenario volvía a sentir calor.Último capítulo