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Capítulo 4: Sin tiempo para trivialidades y buenos deseos

CRISTINE FERRERA

Me pasé toda la mañana limpiando el piso de la cocina, la cena ya estaba seca y pegada a la losa. Con tristeza tomé el acta de divorcio sucia que se hizo pedazos en cuanto la alcé, la comida la había arruinado.

Recordar el fracaso de anoche solo me hizo sentir furiosa y frustrada. ¡Era imposible hablar con ese hombre! 

—¡Te odio Eliot Magnani! ¡Te odio! ¡Te desprecio! ¡Te aborrezco! —grité llena de furia, con ganas de voltear la mesa, patear las sillas y salir de esa m*****a casa con mis bebés para jamás volver—. Eres un hijo de puta. Maldito el día que mis padres decidieron casarme contigo.

»Pero hay un puto karma, imbécil, lo sé… y cuando te llegue espero estar cerca para burlarme en tu cara. Terminarás solo y arruinado porque con el carácter de m****a que te cargas, ni tu madre te soportaba —con cada palabra arrojé con furia a la basura esa masa podrida y asquerosa en la que se había convertido la cena de aniversario.

De pronto, cuando sentí que la presión de todo ese odio en mi pecho cedía, mi teléfono sonó insistente. Con torpeza me saqué los guantes de hule y contesté. 

—¿Señora Magnani? —Apreté los dientes en cuanto escuché a la mujer del otro lado de la línea llamarme con ese apellido que tanto odiaba, y que me hacía recordar que le pertenecía a Eliot desde el día que acepté casarme con él. 

Con una sonrisa rígida y los dientes bien apretados, contesté:

—¿Sí? ¿Quién habla? —Mi tono irónico y cargado de rencor hicieron titubear a la enfermera, pero la situación la obligaba a ignorar mi actitud. 

—Hablo de la Torre Médica de Salud Integral… —dijo la mujer haciendo que me tomara la llamada más en serio. ¿Sería que había invocado al karma? ¿Le había pasado algo a Eliot? Bueno… una vez confirmara que no estaba en peligro de muerte, posiblemente me burlaría de él o lo dejaría solo en su desgracia, así como me había dejado sola en el parto—. El señor Uberto Magnani sufrió de un infarto y está en cuidados intensivos. 

La noticia me dejó sin aire. Se trataba del padre de Eliot, mi suegro. ¡Ese hombre era un ángel, nada que ver con el imbécil de su hijo! 

—Lamentablemente sus válvulas no están respondiendo y necesitamos de un familiar que venga y nos autorice someterlo a cirugía y realizar otros procedimientos, pero… 

—¿Pero…?

—Su hijo no contesta… Usted es la única opción que nos queda. 

—Voy para allá… —dije antes de colgar y comenzar a correr de un lado para otro. Bolso, llaves… ¡¿y los niños?! Me pregunté frente a la cuna mientras esos tres traviesos me veían con sus enormes ojos juguetones y comenzaban a reír como si mi estrés les diera gracia—. ¿Qué hago con ustedes? No puedo llevarlos conmigo al hospital, y su padre es un hijo de puta que no me ha dejado contratar a una niñera. 

Sus risas aumentaron mientras yo me quebraba la cabeza buscando una solución. Entonces volví a sacar mi teléfono, ya sabía a quién acudir.  

***

—¡Cristine, soy tu abogada, no niñera! —exclamó Jimena, mientras la llevaba hasta la habitación donde estaban los niños—. ¡Y menos de tres! 

—Pero están chiquitos, además, mencionaste que hubo un tiempo en el que cuidabas de unos mellizos. 

—¡No es lo mismo! ¡Su mamá estaba ahí! —El pánico de Jimena hizo que de nuevo los niños explotaran en alegría, causándole ternura—. Míralos, todos lindos, alimentándose del dolor y miedo de la gente como unos encantadores diablillos. 

—Hay comida en el refrigerador, tanto para ellos como para ti. Los biberones ya están limpios y desinfectados, ten cuidado con la mancha amorfa de comida podrida en el piso, tiene pedazos de platos y copas rotas escondidos en su… «anatomía». 

—Vaya, no solo suena asqueroso, sino peligroso —agregó Jimena levantando una ceja. 

—Igual que mi matrimonio, del cual hablaremos cuando esté de regreso. —Suspiré resignada y di media vuelta, yendo directo a la puerta—. En la cama se encuentra la pañalera con material suficiente para limpiar las pompitas de los tres durante veinticuatro horas. A Leonardo le gusta su osito rosa, el verde es de Gerardo y Bruno se pone de malas si no le das su osito azul. 

—Ah… 

—Si hay algún problema, me llamas… estaré atenta al teléfono. —Me detuve en la puerta y volteé hacia Jimena, quien tomó a Bruno por las axilas y lo levantó frente a ella—. ¿Dudas?

—¿Quién es quién? —preguntó con pánico antes de que Bruno le vomitara el traje. 

—Ese es Bruno —contesté divertida antes de salir de la habitación, pensando que tal vez al regresar vería a Jimena noqueada y a mis pequeños jugando a su alrededor. 

***

Llegué corriendo al hospital, sintiendo lástima de que el señor Uberto, teniendo a su poderoso hijo, tuviera que recurrir a mí en un momento tan complicado. Después de que el doctor me explicó lo grave de su situación, me permitió por fin entrar a su habitación. Me dolió el corazón verlo en esa cama, con cables y sensores por todos lados. Su rostro demacrado giró hacia mí y una sonrisa débil se dibujó. 

—Mi niña… Me alegra verte —dijo en un susurro y de inmediato tomé su mano temblorosa que levantó hacia mí.

—Señor Magnani, lamento mucho lo ocurrido, pero no se preocupe, ya firmé todo lo necesario y… —No me dejó continuar cuando ya estaba riéndose y ahogándose al mismo tiempo por la falta de aire, poniéndome de nervios. 

—Cariño, ya soy viejo y mi corazón no tiene reparación. Ya sabía yo que era cuestión de tiempo para que me diera una sorpresa. 

—No piense así, todo saldrá bien. 

—Sé que mi hijo no ha sido un buen esposo… —cambió de tema rápidamente, parecía que no tenía tiempo para trivialidades y buenos deseos—. Lamento que sea así, pero te juro que era un buen muchacho. Responsable y cariñoso.

No pude evitar sonreír y resoplar con ironía. ¡¿Cariñoso?! ¡Ja! Conmigo solo era un desgraciado. 

—Lo sé, es un buen hombre. —Me había costado pronunciar esas palabras sin vomitar, pero mi sonrisa rígida no era tan fácil de esconder. Si tenía que seguir pintando a Eliot como un esposo ejemplar la que terminaría infartándose sería yo.

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