CRISTINE FERRERA
Me pasé toda la mañana limpiando el piso de la cocina, la cena ya estaba seca y pegada a la losa. Con tristeza tomé el acta de divorcio sucia que se hizo pedazos en cuanto la alcé, la comida la había arruinado.
Recordar el fracaso de anoche solo me hizo sentir furiosa y frustrada. ¡Era imposible hablar con ese hombre!
—¡Te odio Eliot Magnani! ¡Te odio! ¡Te desprecio! ¡Te aborrezco! —grité llena de furia, con ganas de voltear la mesa, patear las sillas y salir de esa m*****a casa con mis bebés para jamás volver—. Eres un hijo de puta. Maldito el día que mis padres decidieron casarme contigo.
»Pero hay un puto karma, imbécil, lo sé… y cuando te llegue espero estar cerca para burlarme en tu cara. Terminarás solo y arruinado porque con el carácter de m****a que te cargas, ni tu madre te soportaba —con cada palabra arrojé con furia a la basura esa masa podrida y asquerosa en la que se había convertido la cena de aniversario.
De pronto, cuando sentí que la presión de todo ese odio en mi pecho cedía, mi teléfono sonó insistente. Con torpeza me saqué los guantes de hule y contesté.
—¿Señora Magnani? —Apreté los dientes en cuanto escuché a la mujer del otro lado de la línea llamarme con ese apellido que tanto odiaba, y que me hacía recordar que le pertenecía a Eliot desde el día que acepté casarme con él.
Con una sonrisa rígida y los dientes bien apretados, contesté:
—¿Sí? ¿Quién habla? —Mi tono irónico y cargado de rencor hicieron titubear a la enfermera, pero la situación la obligaba a ignorar mi actitud.
—Hablo de la Torre Médica de Salud Integral… —dijo la mujer haciendo que me tomara la llamada más en serio. ¿Sería que había invocado al karma? ¿Le había pasado algo a Eliot? Bueno… una vez confirmara que no estaba en peligro de muerte, posiblemente me burlaría de él o lo dejaría solo en su desgracia, así como me había dejado sola en el parto—. El señor Uberto Magnani sufrió de un infarto y está en cuidados intensivos.
La noticia me dejó sin aire. Se trataba del padre de Eliot, mi suegro. ¡Ese hombre era un ángel, nada que ver con el imbécil de su hijo!
—Lamentablemente sus válvulas no están respondiendo y necesitamos de un familiar que venga y nos autorice someterlo a cirugía y realizar otros procedimientos, pero…
—¿Pero…?
—Su hijo no contesta… Usted es la única opción que nos queda.
—Voy para allá… —dije antes de colgar y comenzar a correr de un lado para otro. Bolso, llaves… ¡¿y los niños?! Me pregunté frente a la cuna mientras esos tres traviesos me veían con sus enormes ojos juguetones y comenzaban a reír como si mi estrés les diera gracia—. ¿Qué hago con ustedes? No puedo llevarlos conmigo al hospital, y su padre es un hijo de puta que no me ha dejado contratar a una niñera.
Sus risas aumentaron mientras yo me quebraba la cabeza buscando una solución. Entonces volví a sacar mi teléfono, ya sabía a quién acudir.
***
—¡Cristine, soy tu abogada, no niñera! —exclamó Jimena, mientras la llevaba hasta la habitación donde estaban los niños—. ¡Y menos de tres!
—Pero están chiquitos, además, mencionaste que hubo un tiempo en el que cuidabas de unos mellizos.
—¡No es lo mismo! ¡Su mamá estaba ahí! —El pánico de Jimena hizo que de nuevo los niños explotaran en alegría, causándole ternura—. Míralos, todos lindos, alimentándose del dolor y miedo de la gente como unos encantadores diablillos.
—Hay comida en el refrigerador, tanto para ellos como para ti. Los biberones ya están limpios y desinfectados, ten cuidado con la mancha amorfa de comida podrida en el piso, tiene pedazos de platos y copas rotas escondidos en su… «anatomía».
—Vaya, no solo suena asqueroso, sino peligroso —agregó Jimena levantando una ceja.
—Igual que mi matrimonio, del cual hablaremos cuando esté de regreso. —Suspiré resignada y di media vuelta, yendo directo a la puerta—. En la cama se encuentra la pañalera con material suficiente para limpiar las pompitas de los tres durante veinticuatro horas. A Leonardo le gusta su osito rosa, el verde es de Gerardo y Bruno se pone de malas si no le das su osito azul.
—Ah…
—Si hay algún problema, me llamas… estaré atenta al teléfono. —Me detuve en la puerta y volteé hacia Jimena, quien tomó a Bruno por las axilas y lo levantó frente a ella—. ¿Dudas?
—¿Quién es quién? —preguntó con pánico antes de que Bruno le vomitara el traje.
—Ese es Bruno —contesté divertida antes de salir de la habitación, pensando que tal vez al regresar vería a Jimena noqueada y a mis pequeños jugando a su alrededor.
***
Llegué corriendo al hospital, sintiendo lástima de que el señor Uberto, teniendo a su poderoso hijo, tuviera que recurrir a mí en un momento tan complicado. Después de que el doctor me explicó lo grave de su situación, me permitió por fin entrar a su habitación. Me dolió el corazón verlo en esa cama, con cables y sensores por todos lados. Su rostro demacrado giró hacia mí y una sonrisa débil se dibujó.
—Mi niña… Me alegra verte —dijo en un susurro y de inmediato tomé su mano temblorosa que levantó hacia mí.
—Señor Magnani, lamento mucho lo ocurrido, pero no se preocupe, ya firmé todo lo necesario y… —No me dejó continuar cuando ya estaba riéndose y ahogándose al mismo tiempo por la falta de aire, poniéndome de nervios.
—Cariño, ya soy viejo y mi corazón no tiene reparación. Ya sabía yo que era cuestión de tiempo para que me diera una sorpresa.
—No piense así, todo saldrá bien.
—Sé que mi hijo no ha sido un buen esposo… —cambió de tema rápidamente, parecía que no tenía tiempo para trivialidades y buenos deseos—. Lamento que sea así, pero te juro que era un buen muchacho. Responsable y cariñoso.
No pude evitar sonreír y resoplar con ironía. ¡¿Cariñoso?! ¡Ja! Conmigo solo era un desgraciado.
—Lo sé, es un buen hombre. —Me había costado pronunciar esas palabras sin vomitar, pero mi sonrisa rígida no era tan fácil de esconder. Si tenía que seguir pintando a Eliot como un esposo ejemplar la que terminaría infartándose sería yo.
CRISTINE FERRERA—A veces, cuando nos abandonan, entre más pasa el tiempo el cerebro se vuelve traicionero y comienza a olvidar todo lo malo, haciéndonos extrañar a esa persona por la poca bondad que mostró —contestó el señor Uberto con melancolía. Sabía bien a quién se refería: la zorra asquerosa de Ivette—. Eliot solo cree que fue lo mejor que le pudo pasar en la vida porque no recuerda todo lo malo que le hizo. Entre más le prohibía a esa mujer, más se aferraba a ella. A veces me pregunto si me equivoque… —No piense en eso… —dije con tristeza, manteniendo su mano cálida entre las mías. —No puedo evitarlo, porque en el proceso, arruiné tu vida también. —Sus ojos vidriosos se posaron en mí, parecía luchar con las ganas de llorar. Le sonreí con dulzura y negué con la cabeza. —Me dio a un buen esposo, un hombre inteligente que a su vez me dio tres pequeños angelitos. ¿Cómo puede decir eso? Todo está…—No te divorcies de él. —Mis mentiras no habían sido suficientes. ¿Cómo podía enga
CRISTINE FERRERA—¡Qué apague eso! —exclamó furioso el señor Uberto haciendo que la enfermera con mano temblorosa por fin apagara la televisión. Volteé lentamente hacia él, que parecía más pálido. Sorbí por la nariz y le ofrecí una sonrisa mientras lágrimas regordetas colgaban de mis pestañas, aferrándose a ellas. Mi pecho se sentía vacío, frío… creo que mi corazón se había muerto por fin, había dado su último latido. —Cristine… —Su mirada estaba cargada de tristeza. ¿Cómo no lo estaría si su hijo había preferido irse con esa zorra a estar con él? Juré que esto no lo olvidaría, no solo por mí, sino por el señor Uberto.—No diga nada, tiene que descansar… —¡No puedo descansar cuando mi hijo…!—No se altere… Lo último que quiero es que ese corazón se agite —contesté acariciando su mejilla—. Todo estará bien si usted está bien. ¿Entendido? No piense en esto. —Cristine… Lo siento tanto —agregó destrozado por la traición de su hijo a lo que yo solo sonreí, ya no tenía nada más qué deci
CRISTINE FERRERA—Resulta que mientras tú estabas festejando tu paternidad con Ivette, él empeoró. No sabes lo sorprendida que quedé cuando dijeron que su único hijo había ignorado todas las llamadas —contesté sin sentimientos, vacía, quebrada, corrompida. Su mirada delató que también percibió el cambio en mí—. No me sorprende que me dejes a un lado por Ivette, ya me acostumbré, pero… ¿abandonar a tu padre por ella? No creí que fueras tan… egoísta, después de todo, tu padre siempre ha sido un ángel contigo. Darle la espalda de esa manera fue sorprendente. Apretó las mandíbulas y contuvo su rabia. Como siempre contenía sus emociones, dominaba cada impulso hacia mí, pues no quería que yo tuviera algo de él, ni siquiera su coraje.—No sé de qué estás hablando… Ivette y yo…—¿No? ¡Me sorprende! Salió en cadena nacional —contesté revisando en mi celular, buscando alguna página de noticias—. Te atraparon, chico listo. Le mostré el teléfono y deslicé la pantalla para que apreciara el arte
CRISTINE FERRERAEliot firmó los papeles sobre el mueble de recepción y cuando me los entregó, Ivette ya estaba detrás de él, acariciando su espalda, viéndolo con inmensa piedad, mientras a mí me ignoraba, fingiendo que no existía. —Aunque no lo creas, te deseo que seas muy feliz —dije entregándole los documentos a Jimena quien comenzó a examinarlos mientras malabareaba con los bebés en sus brazos—. Porque si eres feliz y te satisface tu nueva vida, será más difícil que quieras volver a joder la mía. —Descuida… —intervino Ivette molesta, por fin poniéndome atención—. Él será muy feliz conmigo. Como siempre tuvo que ser. Tú eras quien lo hacía infeliz. —¡Mira! Premio doble… Ambos seremos felices, yo sin ti y tú con ella —contesté con sarcasmo y retrocedí—. Te iba a preguntar si querías despedirte de los bebés, pero… ¡¿qué digo?! ¡Nunca te importaron! Apuesto a que ni siquiera recuerdas cómo se llaman. ¡Es más! Ni siquiera sabes quién es quién o qué edad tienen. Así que… no tiene sen
ELIOT MAGNANI—Señor Magnani… —me saludó Cristine como si fuera un completo desconocido antes de posar su atención en Ivette que se mostraba posesiva, aferrándose a mi brazo—. Señora Magnani. Mis sinceras condolencias…—Espero que tu presencia aquí sea breve —interrumpió Ivette fingiendo educación—. Entenderás que ya no eres bien recibida en este círculo.Cristine sonrió divertida, parecía darle gracia la actitud de Ivette.—Lo sé, señora Magnani.—Deja de llamarla así —contesté furioso y me sacudí el brazo de Ivette—. Te dije que no quería circos ni juegos por respeto a mi padre.—No estoy haciendo ningún circo, solo estoy presentándole mis respetos a la única mujer que s
ELIOT MAGNANI—No estás para saberlo, ni yo para contarlo… —contestó Cristine deteniendo su avance—, pero ahora que no estamos casados, no es una gran idea regresar a casa de mis padres y menos con tres niños pequeños. A estas alturas me deben de considerar la deshonra de la familia. Así que… no, no regresaré con ellos.—¿Qué harás? ¿A dónde irás? —pregunté confundido y con una pequeña chispa de preocupación que se hacía cada vez más grande y angustiosa entre más tardaba ella en responder.—Nunca te importé cuando estábamos casados. Pude morir en esa casa y jamás te habrías enterado hasta un mes después cuando mi cuerp
CRISTINE FERRERANadie me explicó lo complicado que sería ser madre soltera de tres angelitos. La alegría que me generó ganar mi libertad se acabó conforme mis ahorros empezaban a desaparecer y yo no conseguía trabajo. Pensé que estando lejos de Eliot dejaría de llorar por las noches, pero no fue así. Cuando mis bebés dormían me encerraba en el baño del pequeño departamento que había rentado, pues era para lo único que me alcanzaba, y lloraba tronándome los dedos e intentando quebrarme la cabeza para descubrir cómo iba a poner el pan en la mesa al día siguiente.Muchas veces pensé en llamar a mi maldito exesposo y pedirle algo de dinero para sus hijos, pero cada vez que estaba a punto de hacerlo, desistía. Mi orgullo me daba las fuerzas su
ELIOT MAGNANIMi ayudante me consiguió una mesa lo suficientemente cerca del espectáculo, pero lo suficientemente lejos para que nadie ahí pudiera reconocerme. Escondiendo mi rostro entre las sombras y sin apetito de probar algún trago barato, y de seguro adulterado, escuché por los altavoces la presentación de una de las bailarinas que me erizó la piel y me regresó las náuseas.—¡Ahora, con ustedes… nuestra hermosa Cristy! —gritó el hombre provocando que medio mundo chiflara y aplaudiera. Todas las miradas se posaron ansiosas en las cortinas de terciopelo rosa. Sentía tanta vergüenza que estuve a punto de irme, pero lo que vi me dejó sin aliento.Cristine salió de entre las cortinas, con la mirada clavada en el